Siempre fue una mujer valiente Rita Furlán. Y una vez, su valor fue televisado en vivo y en directo hacia todo el país. Sucedió el 15 de marzo de 1996, cuando en el primer juicio por el asesinato de María Soledad Morales -del que hoy se cumplen 32 años- brindó el testimonio clave para que Guillermo Luque y Luis Tula purgaran con la cárcel por el crimen de la joven de 17 años. Rita, que era la cajera de Clivus -el boliche donde se desarrolló la primera parte del drama- se paró frente al tribunal y señaló haber visto a Luque en ese lugar la madrugada del sábado 8 de septiembre de 1990. El hijo del exdiputado nacional Ángel Luque, en cambio, había declarado que estaba en Buenos Aires. La muchacha lo ratificó un año después, durante el segundo juicio. Fue una de las cinco personas que atestiguaron haberlo visto. La justicia tardó 2.728 días en sentenciar a los culpables: lo hizo exactamente el 27 de febrero de 1998 a las 22.28 de la noche, cuando el tribunal encabezado por el doctor Santiago Olmedo de Arzuaga dictó 9 años de prisión para Tula y 21 para Luque.
Pero Rita Furlán también fue valiente porque no se desdijo ni siquiera cuando, a partir de ese momento, los poderosos de Catamarca se ensañaron con ella, una mujer que tenía 27 años y tres hijos como madre soltera (luego tuvo un cuarto), que vivía en una casa humilde del barrio de Villa Dolores, en las afueras de la ciudad, y que al no conseguir trabajo ni siquiera para limpiar casas de familia, barría el piso de la parroquia de Nuestra Señora de la Merced que estaba frente a su casa -donde comenzó a cantar de niña-, para ganar en ese momento 12 pesos por semana (Nota: unos 2.500 pesos de hoy según el sitio dineroeneltiempo.com). Muchos de sus amigos se apartaron, ya no la llamaban para las juntadas donde cantaba y tocaba la guitarra, debió dejar de trabajar en una peluquería y sólo tuvo el apoyo de su madre jubilada, sus hermanas, sus tres hijos y su novio de entonces.
Ya en por esos años le contaba a la revista Gente en una entrevista que su sueño “era cantar, hay gente que me dice que tengo linda voz”. Pero mientras Luque y Tula purgaban su condena tras las rejas, ella sufrió la propia, un exilio interior impuesto por la sociedad catamarqueña.
Rita, hoy de 53 años, no nació en Catamarca. Es sanjuanina, pero partió a esa provincia cuando era pequeña y sus padres se separaron. Antes del juicio por el caso María Soledad y la súbita fama -que sólo le sirvió para el denuesto- había intentado concretar su ilusión de ser cantante, pero sin éxito. “Yo escribía poemas, y me fui a Córdoba a registrarlos en la SADE, porque acá no existía. En el micro viajé al lado de Marcos Peña, que era un productor de Canal 12. Iba con mi discman y cantaba a Julia Zenko, ni me daba cuenta, pero me escuchaba todo el colectivo, parecía una loca (ríe). Así que me habló este hombre, me preguntó si quería cantar o grabar. Y bueno, terminé grabando y trabajando ahí durante un año, un año y medio. Cuando volví a Catamarca canté para los carnavales en Estrellitas Musicales, un boliche que ya no existe. Pero no pasó mucho y lo dejé...”
Ya no vive en el mismo barrio, se separó hace dos años y, aunque logró cumplir con el sueño de cantar, hoy vuelve a rescatar sus agallas para enfrentar otro enemigo poderoso. A principios de este año le detectaron cáncer de mama. Cada semana cumple con el doloroso ritual de la quimioterapia, que se llevó una de las cosas que más apreciaba, su larga cabellera, pero le da esperanzas de una cura.
Su voz, que parece la misma de tres décadas atrás, llega por teléfono. Se sorprende por el llamado de Infobae, pensaba que el mundo se había olvidado de ella. No quiere recordar, dice que le costó mucho dejar el pasado atrás. Que muchas veces sonó su celular -que publica en su página de Facebook bajo el nombre de Rita el Ángel- y piensa que es por su trabajo como cantante, pero sólo quieren hablarle del caso María Soledad, algo que le trae mucho dolor. Cuenta que después del juicio, “todo fue duro, difícil. Se dijeron muchas cosas, pero yo quería cantar y en ese momento no me lo permitían, me ponían trabas. No voy a señalar a nadie, pero vos acá decías mi nombre y era como la innombrable. Pero no hice caso, seguí peleándola porque tenía que darle de comer a mis hijos”.
“Para mucha gente era conveniente estar bien con la política y no con los testigos. Yo no les iba a dar nada. O sea, yo no era importante, solo lo fui en la parte del juicio. En cambio un político o una persona de alto rango te podía ayudar en otros aspectos de tu vida, ¿entendés? Así que, por ejemplo, no pude trabajar como docente, lo que también soy, porque estudié para ser maestra de primaria y después economía política y contabilidad”, continúa.
El recuerdo la lleva a ese momento en que intentó revalidar el título del magisterio: “Intenté inscribirme en la Junta de Calificación, pero siempre me decían que no había cupo. La última vez que hice el intento, 17 años atrás, me fui y andaba con el bolso en la camioneta, fui hasta un negocio, me abrieron la camioneta y me llevaron el bolso con toda la documentación. Averigüé para hacer la documentación de nuevo, pero me dijeron que era toooodo un trámite y bueno, dije ‘ya está’”.
Luego se detiene en otro hecho, y aclara que, con variantes de lugar y personajes, este tipo de recuerdos se repitieron a menudo por esos años que siguieron a sus palabras en el juicio. “Me invitaron a cantar a Dolores, en la inauguración de una plaza, donde estaban el intendente de la Capital en ese momento, su esposa y toda la comitiva. Perdoná que no de nombres, no quiero... Quedaron enloquecidos, les encantó lo que hacía. Ahí nomás me mandaron una secretaria para pedirme mi número de teléfono. Les entregué una tarjeta, pasaron los días y nadie me llamó. Me presenté a varias reuniones en Cultura pero no me decían nada. Un día me encontré de casualidad a uno de los integrantes de Cultura. Te estoy hablando de hace mucho, no son las mismas personas que están ahora. Y me dijo ‘¿sabes qué pasa?, ya saben quién sos, no vas a tener cabida”.
Hoy, pide aclarar, la situación para ella se revirtió: “Gracias a Dios y a la Virgen ahora desde la Provincia me están ayudando mucho, me permitieron grabar mi primer material discográfico después de tantos años, me invitan, me tienen en cuenta. Son otras personas, ya no viene al caso para mi recordar aquello. Te puedo decir que hoy tal vez no tenga un trabajo fijo, pero mi vida cambió”.
A su tiempo, se cruzó en la calle con Guillermo Luque y Luis Tula. Pero, dice, no hubo amenazas sino indiferencia: “Ni me miraron”. A quien sí vio varias veces fue a Ada Morales, la madre de María Soledad, que desde el primer momento le agradeció su testimonio. La última vez fue en 2016, cuando asistió al velatorio de Elías Morales, el padre de la joven asesinada. Encontró, dice, “una mujer con el alma destrozada”.
Hasta el año 2004, su vida continuó entre zozobras. En ese año falleció su padre. En el 2005 conoció a su nueva pareja, de quien solo dirá el nombre de pila, Marcelo. Trabajó un tiempo en su negocio de electrónica y luego pusieron una peluquería. “Pero entre el alquiler y los servicios, no cerraban los números. Así que empezamos con un kiosko”, cuenta. En el 2007, recuerda, “volví al amor de mi vida, que es la música. Encontré los karaokes, y empecé de a poco. Primero cantaba entre amigos, me empezaron a llamar para peñas solidarias, eventos para colaborar con alguna persona que lo necesitaba. Yo iba y cantaba. Después aparecieron los cumpleaños, las fiestas, los bares y empecé a presentarme también. Algunas veces contraté bandas, pero es caro, así que luego salía a cantar con una pista con la música grabada. Pienso que la gente maduró mucho, los jóvenes de hoy te miran por otro lado, si les gusta lo que hacés o no, no te están midiendo por tu pasado”.
Durante la pandemia, Rita recibió un llamado de la Gobernación para plasmar uno de sus sueños. Cuenta que le pidieron inscribirse en el INAMU (Instituto Nacional de la Música) y así logró grabar once canciones, principalmente de cumbia: “Desde la Provincia nos dan una mano a los cantantes. Fue en un estudio profesional, con buen sonido...”, dice con entusiasmo. También registró sus poemas, a los que califica “de amor, de dolor y de tristeza”, los que espera publicar alguna vez.
El 2021, define, terminó de manera “espectacular”. Pero a principios de 2022 le detectaron un cáncer de mama: un tumor de 3 por 6 centímetros. Y otra vez, a pesar del golpe inicial, sacó a relucir su valentía. “Sentí que el mundo se me venía al suelo, me vi derrotada por la enfermedad. Después de los primeros meses de quimioterapia, donde mi cabeza me llevaba mal, uno de los médicos me dijo que la lucha contra el cáncer va más allá de las drogas, que le tenía que hacer la contra a la enfermedad. Si el cáncer me pide cama, yo busco una silla; si el cuerpo me pide silla, que salga a caminar, aunque sea una vuelta a la manzana, porque así iba a mejorar mi actitud. Le hice caso y hay gente que me ve por Facebook o me manda mensajes y me dice que me admira por mi fuerza, que no parece que tuviera cáncer”.
Y en el medio de tanto dolor, dos luces. La primera, que muchos artistas se reunieron el 8 de julio para un festival en su apoyo. La segunda: consiguió subir su arte a una plataforma gratuita de Facebook llamada VIP Latinos en Hollywood, que producen Fernando Sánchez y Ángeles Jacuinde y se maneja desde California y México. Allí hace shows virtuales como Rita el Ángel. Los transmite en vivo desde su casa o distintos bares. Rita explica el mecanismo de la plataforma: “Participan artistas de todas partes del mundo. Ellos te dan un horario, vos entrás y te presentás en vivo y en directo. Les gusté, me dieron la posibilidad y llevo unos 50 shows”.
Las transmisiones por Facebook fueron hechas en medio de sus sesiones de quimioterapia. La enfermedad no la detiene: Rita se calza una peluca o apenas una gorra sobre su cabeza, calva por los efectos de las drogas que usa, y sale a cantar y bailar sus cumbias y baladas.
Ahora comenzó la segunda etapa del tratamiento en el hospital San Juan Bautista, del que rescata a su personal y quiere agradecer la atención y la preocupación que tienen por ella. “En estos días me hice la última tomografía para ver cómo está el tamaño del tumor y con suerte en diciembre me operan. Yo le dije al médico que me saquen los dos pechos, pero me dice que no...”. A eso se añade su preocupación por un centellograma, el estudio que le adeudan: “Hace tres meses lo tengo que hacer, pero en Catamarca hay una sola máquina y está rota”.
Hoy, Rita no afloja. Aunque su cuerpo, marcado por el vitiligo y castigado por la quimioterapia y la enfermedad le reclame de tanto en tanto que tire la toalla, continúa la pelea por sus sueños. Que son simples y, a la vez, tan lejanos: “Quisiera alguna vez cantar en Pasión de Sábado, y que me reconozcan. Pero no por lo que pasó hace 32 años, sino por lo que hago, por lo que siempre entrego de mí”.
Ojalá se le cumplan. Rita Furlán se lo merece.
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