Walter Olmos se había criado en las calles de Catamarca, entre trabajadores por hora, linyeras, delincuentes y prostitutas. Fue lustrabotas, “pibe” de los mandados, cadete. Y se hizo ladrón por hambre: no lo envolvía el sueño de robar un banco, se conformaba con fruta, un paquete de fideos, un pedazo de carne. Si volvía a su casa con las manos vacías, recordó una vez, tenía miedo de que madre se enojara y le pegara, pero eso no ocurría. A veces revisaba los tachos de basura y se alegraba si encontraba la masa de pizza o restos de queso.
Como algunos personajes de Leonardo Favio, era un niño travieso con sonrisa pícara, de ojos chispeantes y una tristeza agazapada. Pero a Walter Olmos no lo mató el peligro de la calle ni el desamparo. Su muerte llegó con la fama y una gloria que estaba cada vez más cerca: el 8 de septiembre de 2002, en un hotel de San Cristóbal, el cantante apadrinado por Rodrigo y elogiado por la “Mona” Giménez murió de un tiro en la sien.
La noche de la tragedia
Su final, tan inesperado como confuso, llegó antes que los tres shows que debía dar esa noche. Sus músicos cuentan que un amigo catamarqueño como él le había regalado un revólver calibre 22. Y que el famoso cuartetero jugaba como aquel niño de la calle. “Dame la guita o te quemo”, les decía uno por uno.
Dijo que se iba a duchar. Primero se escuchó que gatilló el arma. Pero el disparo no salió. Pero en el segundo intento se escuchó el estruendo de un balazo. Olmos quedó tendido en la cama. Tenía 20 años, un gran futuro por delante. Y un pasado difícil por detrás.
Olmos nació en Catamarca el 21 de abril de 1982, en plena guerra de Malvinas. Noemí, su madre, lo tuvo a los 15 años. Fue el primero de nueve hermanos, En una nota que le hizo la revista Veintitrés en mayo de 2001, el año anterior a su muerte, definió al hambre de una manera sabia. No sólo la había vivido, sino que sabía describirla: “Es mucho frío, nadie te da una mano tirado ahí en la calle. No tenés ganas de ir a tu casa, te da miedo que tu vieja te pegue porque no llevás un mango. Sabés que en cualquier momento viene la policía y te levanta. Vos querés hacer algo y nadie te da una mano para que tu familia pueda comer. Eso es hambre”.
Sus años de pobreza inspiraron la canción “Chico de la calle”:
En la esquina de un semáforo
Sus tiernos ojos me miraron
Y un recuerdo me brotó
Los de andar con pies descalzos
A pesar de las mañanas
Llenas de frío y desazón
Por no tener para zapatos
Y nada más que una ilusión
A los 13 años lo ingresaron en un Instituto de Menores por mal comportamiento. Salió a los 16. Su sueño era cantar. Ser famoso. Era devoto de la Virgen del Valle, a la que le había hecho una promesa: “Si me hacés cantar, yo te doy diez pesos”.
Diez pesos para la Virgen
Así lo contó en una entrevista con Página/12: “Al principio, no pude cumplir la promesa con la Virgen. Había empezado a cantar en una banda chiquita. El tipo que la armaba tenía carnicería y verdulería, y yo lo que quería era que me diera para comer, para poder llevar algo a mi casa. Pasó el tiempo, pero el tipo no me daba nada, nada de nada, ni para hacer un estofado. Y no le pude pagar a la Virgen lo prometido. Las cosas quedaron así por un tiempo y al final pude entrar a la banda Los Bingos, que es una banda catamarqueña que hace cuarteto desde hace treinta años. Pude tener la chance de cantar con ellos y ahí sí ya le pagué a la Virgen los famosos diez pesos”.
Y de ahí, después de varias presentaciones, ocurrió el milagro. Sonaba una canción de Olmos en un boliche de Catamarca. En ese lugar se encontraba Rodrigo. Cuando lo escuchó quedó fascinado y preguntó: “¿Quién es este muchacho que tiene la voz parecida a La Mona?”.
Y al otro día lo conoció. Olmos se convirtió en el elegido heredero de Rodrigo. Fue su chofer, su secretario y aprendiz. Compusieron juntos el hit “Por lo que yo te quiero”, que aparece en un disco en vivo del cordobés. Eran los tiempos en que el cuarteto estaba de moda en todo el país.
El primer disco de Olmos, “De pura sangre”, llegó a disco de platino, con más de 100 mil copias vendidas.
La trágica muerte de Rodrigó causó un gran dolor en Olmos. “Lamento no haber manejado yo esa noche así evitaba su muerte”, llegó a decir.
Walter llenó estadios por todo el país y se consagró con una serie de shows que dio en el mítico estadio Luna Park de Buenos Aires a mediados de 2001, cuando agotó entradas.
Pero pese a su juventud, los viajes, las giras, los shows, las entrevistas, lo tenían agotado.
“Estoy muy cansado. Soy un chico sano, no tomo nada para aguantar. Estoy débil, con sueño, tengo hambre, extraño a mi familia”, se desahogó en una nota.
En abril de 2002, durante una gira, el auto en el que viajaba volcó y se incrustó en una casa en Catamarca. Sufrió traumatismo de cráneo. Pasó unos días internado en terapia intensiva.
Recuperado, volvió a Buenos Aires. Llevaba 200 mil discos vendidos. Hasta que llegó la fatídica noche de la habitación 22 del hotel San Cristóbal Inn, en la calle Estados Unidos, en Buenos Aires. “Cuando vuelva de los shows, a la mañana, te juro que te hago el desayuno”, le prometió a su novia Vanessa.
Pero a la noche comenzó un tenebroso juego.
“Entré a la pieza y me puso el arma en la cara. Escuché un clic y le dije que se dejara de joder porque podía meterle un tiro a alguien. Me quiso calmar, dejó caer una bala y me dijo que no pasaba nada”, declaró el sonidista Luis López.
Pero en la Bersa todavía quedaban 12 proyectiles.
Olmos se tiró en la cama con el arma. Esperaba que le alcanzaran el teléfono para llamar a su hermana. Fue entonces cuando se disparó. La bala entró por la sien derecha del artista y quedó alojada en su cerebro, lo que le produjo la muerte en forma inmediata. Para los peritos, más que un suicidio, Olmos jugó a la ruleta rusa. Y perdió.
Lo despidieron miles de seguidores en una capilla ardiente que se armó en la bailanta Mundo Bailable, de Ingeniero Budge, y luego en su Catamarca natal, donde una multitud se acercó hasta el féretro, que recorrió 8 kilómetros desde la casa hasta el cementerio.
Olmos, el niño rebelde, el joven que cumplió el milagro que le pidió al a virgen, volvía a la ciudad donde partió en busca de un sueño que terminó en pesadilla.
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