Lo primero que quiso ser María Magdalena Teresita Ruiz Guiñazú Cantilo fue pianista. Dice que cuando se dio cuenta que era “mediocre”, se volcó al periodismo. Era la décima hermana en una familia acomodada, donde, confió alguna vez, tuvo “dos parejas de padres”: los que la parieron, que alguna vez dijo pudieron haber sido “sus abuelos”. Cuando nació, su mamá, María Celina Cantilo Ortiz Basualdo, tenía 44 años y su papá, Enrique Ruiz Guiñazú, 52. Los otros “padres” que la criaron, contó, fueron sus hermanos mayores, que le llevaban 23 y 24 años.
Cuando formó su familia, también la hizo numerosa. Tuvo cinco hijos con quien fue su primer y único esposo “con papeles”, César Alberto Doretti Seppilli, que falleció en el 2006 y con quien se casó a los 22 años, el 3 de diciembre de 1956, en la Basílica Nuestra Señora de la Merced del barrio de Recoleta, en la Ciudad de Buenos Aires y se separó en 1967.
Su familia le dio felicidad, pero también el peor dolor que debió soportar en sus 91 años: el fallecimiento de su hijo mayor, Edmundo, a los 28 años debido a un infarto. Su salud ya era delicada. Fue el segundo que debió soportar: había tenido uno a los 18 años, después de jugar un partido de rugby. Magdalena lo fue al Sanatorio San Lucas de San Isidro, allí le informaron que había sufrido un infarto masivo y lo llevó en ambulancia al CEMIC. El propio Favaloro le advirtió que era una lesión en el músculo cardíaco, y grave. Era una dolencia que, en esa época, no se podía operar.
Luego de Edmundo llegaron Alejandra, que es médica; Mercedes (a quien Magdalena llamaba Mimí y es la más conocida), antropóloga forense y fundadora en 1984 y parte del Equipo Argentino de esa disciplina; Paula, docente de arte; y César, arquitecto.
Cuando Edmundo murió, ya estaba en pareja con Sergio Dellacha. A su hijo, que era médico, le faltaba un mes para casarse. Siempre dijo que de no haber estado en pareja, el duelo habría sido insoportable.
Pero Magdalena no habló demasiado de ese dolor. Sí dijo en una oportunidad que sintió culpa porque muchas veces, por su dedicación al trabajo, les faltó a sus hijos. Y que luego fue una madre y abuela mucho más presente. Una de las contadas oportunidades fue cuando se colocó en el rol de entrevistada de Graciela Fernández Meijide, que en el año 2017 hizo el programa Cada Noche, por la TV Pública. Aunque la exfuncionaria también sufre la misma pérdida -su hijo se encuentra desaparecido-, no pareció cómoda con tocar el tema, y apenas dejó un par de frases en esa oportunidad:
-Uno de tus chicos, pobrecito, murió joven, tendría 28 años…
-28…
-¿Ese dolor te permitió entender el dolor después de las Madres y las Abuelas o lo mismo pensás que te hubieras sensibilizado?
-Mirá, creo que se juntó todo. La pérdida de un hijo, vos lo sabes bien, es algo difícil de hablar y tiene una presencia constante. No te vas a olvidar nunca de ese hecho terrible. Es lo más desgarrador que le puede pasar a un ser humano. Sus hermanos también lo recuerdan y sus amigos con una cariño tan grande que de algún modo es como si estuviera presente.
-incluso vos le dedicaste un capítulo de tu último libro.
-Si, si…
Tiempo antes, en el año 2002, en una entrevista que le hizo la periodista María Moreno en Página/12, se explayó un poco más: “Edmundo era un chico divino, médico, que estaba por casarse. Le decíamos –esa cosa de familia– “Prica”, que es “Capri” al revés por esa asociación entre Capri, la isla más linda del mundo, y el chico más lindo del mundo. La política le fascinaba, si bien nunca militó en ningún partido político. Estudió medicina y filosofía. Luego psiquiatría. Cuando murió, al volver del cementerio –era un día de frío–, me metí en la cama pensando: ‘Qué suerte tengo dentro de todo este horror’. Porque sabía que había mujeres que vuelven a su casa y se encuentran con las carencias más elementales y todavía encima se les muere un hijo. Mis compañeros José Ignacio López y Eduardo Aliverti, con los que estaba trabajando en Continental, me reemplazaron. Pero a los pocos días me di cuenta de que era tal la tristeza de quedarme en casa, rodeada de cosas que hasta cinco minutos antes habían sido cotidianas y buenas y que se habían convertido en recuerdos, que me puse a laburar. Hoy siento que mi hijo está presente porque él era muy presente. Era de esas personas que nunca pasan desapercibidas. Y cuando veo los cacerolazos, pienso en qué habría pensado él sobre eso”.
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