La mujer que le enseñó a leer y escribir a los hijos de los peones en una plaza: la singular fundación de un colegio en Chaco

María Isabel Farías tenía 18 años cuando advirtió que en su barrio de la ciudad de Charata había muchos jornaleros que no habían podido escolarizar a sus hijos. Primero los hospedó en su casa, después en una plaza y hasta en una iglesia. Los hacía dibujar, les leía cuentos, les daba clases de matemáticas. Pasaron 65 años: los recuerdos de una maestra con vocación

María Isabel Farías, en su juventud, liderando un colegio en Charata, ciudad chaqueña. Nacida en Santiago del Estero, fundó la cuarta escuela de la localidad, destinada para los hijos de los jornaleros

Es marzo de 1960. La calle Vieytes al 600 de la ciudad de Charata, provincia de Chaco, evidencia una falla del sistema escolar. Es un día de semana cualquiera. El sol del mediodía cae perpendicular. Los hijos de los braceros que volvieron al barrio después de las cosechas deambulan y no dan sombra. Las tres escuelas de Charata ya no disponen de vacantes. Están los escolarizados en clase y los hijos de los cosecheros en las calles, a merced de la voluntad familiar y de una docente preocupada recién recibida. Es María Isabel Farías: tiene 18 años y una casa que le queda chica.

Teníamos una casita con un comedorcito sencillo en Charata. Y había tantos chiquitos en los barrios. Yo era muy afecta a ellos”, relatará tiempo después, con mirada retroactiva. Los ve libres, inquietos y aburridos. Son vecinos y amigos de vecinos. Tiene la vocación en estado de ebullición y un entusiasmo voraz. Se había recibido el año pasado en el Normal Manuel Belgrano de Santiago del Estero, donde había cursado cuarto y quinto año hospedada en el hogar de la familia Basualdo. Los primeros tres años de la secundaria los había hecho en el Colegio Nacional de Charata.

Se había adaptado a los desplazamientos escolares. Los últimos dos años de la escuela primaria debió completarlos en Quimilí, Santiago del Estero. Su papá, Paulino Farías, había sido jornalero y estaba encargado de administrar trabajos de obraje en la zona. Había coordinado con una familia de apellido Reinaga que alojaran a su hija para que concluyera los estudios primarios a cambio de la asistencia en quehaceres hogareños. Su papá se lo comunicó mientras viajaban en sulky por los caminos: “Usted va a acompañar a la señora Reinaga. Cuando ella se levante de dormir, usted también se va a levantar de dormir y va a hacer lo que ella hace y necesite. La acompaña en todo”.

María Isabel Farías nació en Cejolao, Santiago del Estero. Fue la primera de una familia con diez hijos que terminó la primaria y la secundaria. Para ello, debió irse a vivir a la casa de otras familias

María Isabel subraya que su papá la llamaba de “usted” y recuerda el respeto que sentía por esas órdenes: “Ella se levantaba, yo me levantaba, nos higienizábamos, tomábamos el desayuno. Ella hacía las cosas más peligrosas, las más livianas las hacía yo: levantar la mesa, limpiar, pasar una gamuza, barrer. Así terminé la primaria en Quimilí. Yo vivía con ella y mi familia en Cejolao, a cuarenta kilómetros”. En Cejolao, departamento Mariano Moreno de la provincia de Santiago del Estero, había nacido el 30 de septiembre de 1938. María Molina era su madre y Francisca, su única hermana hasta el momento. Después nacieron ocho: las mujeres Reina de Jesús, Rosa Zaida y Elba Argentina; y los varones Juan Pablo, Guido Efrén, Nery y Pedro de Jesús.

Cejolao es un pueblito ínfimo de la meseta santiagueña de pocas y pequeñas casas. Su madre es ama de casa, “de las amas de casa de antes, las que hacían todo: era madre, era empleada de limpieza, de cocina, de todo”, define María Isabel. Su padre trabaja en los obrajes: organiza peones para cortar madera, comercializa materia prima y dispone de un almacén en su casa. Reservó una habitación de la vivienda familiar para distribuir góndolas, estantes, azúcar, yerba, pan, jabón, carne y balanzas. Es mercadería para repartir en los campos cercanos. Francisca, la hija más grande y con cuarto grado cumplido, es la contadora del local.

María Isabel es la primera de los Farías en terminar la primaria. En la escuela nacional N°341 completa los primeros cuatro grados. En Quimilí, con la familia Reinaga, los últimos tres. De Cejolao tienen que huir. “Un buen día llegó de trabajar, nos reunió y nos dijo a todos: ‘he tomado una decisión, nos tenemos que ir de este pueblo. Ya tengo un lugar a donde vamos a ir a vivir’. Mi mamá se estaba enterando ahí mismo también. ‘Nos vamos a ir a Charata, Chaco’”. Según el recuerdo de María Isabel, las razones eran por seguridad: la policía quiere erradicar a todas las familias que no acrediten trabajos seguros en la zona.

Paulino Farías vende caballos, vacas, la casa para comprarse una nueva vivienda en Charata, una localidad más grande ubicada a poco más de cien kilómetros del otro lado de la frontera provincial. “Vieytes 655. Esa fue nuestra primera casita. Tenía algo de material y algo de tierra”, reconstruirá María Isabel, la primera de los Farías en terminar la secundaria. En el Colegio Nacional de Charata cursa los primeros tres años. En Santiago del Estero, con la familia Basualdo, los últimos dos.

María Isabel, en el medio. Es la fundadora de un colegio y una biblioteca en Santiago del Estero y de un jardín en Charata, Chaco

En la capital santiagueña, en 1959 y mientras estudia en la secundaria, se enamora de Rafael Brandán. Ese mismo año le da el sí y vuelve a Charata, donde está radicada su familia, con el primer título secundario para un Farías, con una promesa de casamiento aceptada y con una simbiosis especial con los más chicos. Esa afinidad, ese interés vocacional la lleva a descubrir a los niños que deambulan, a los que sobran, a los que llegan tarde a matricularse, a los hijos de los braceros que en marzo ya no tienen asientos disponibles en las tres escuelas de la ciudad.

Es marzo de 1960 y la calle Vieytes al 600 evidencia una falla del sistema escolar. Es un día de semana cualquiera. El sol del mediodía cae perpendicular y hay chicos que no dan sombra. María Isabel los encuentra jugando a la pelota, a la payana, al tatetí y aburriéndose. Invita al primero a su casa. Le pregunta si sabe leer, si sabe escribir, si le gustaría pintar. El primero le cuenta al segundo que hay una adolescente simpática con ganas de enseñarle cosas nuevas: el segundo se lo comenta a un tercero. Ya son tres los niños que van al comedor de una docente recién graduada sin trabajo. El rumor circula. “La señorita Mari nos va a contar un cuento”, dicen entre los chicos del barrio. “La señorita Mari nos va a enseñar a leer”, repiten otros.

En la mesa del comedor de su casa ya son diez chicos que escriben, leen, dibujan y aprenden. “María, no sé hasta cuándo vas a hacer esto pero ya no tenemos espacio para nadie más: son un montón de chicos”, le dice su mamá. “Descubrí que puedo llevarlos a la plaza Manuel Belgrano, enfrente de la Escuela N° 32. Los invité: tenía como 20 ó 30 chicos ya. Venían, hacían sus cositas, se iban y venían otros”, rememorará 65 años después. Dedica toda su mañana a la docencia. Los chicos, de diversas edades, se sientan en el suelo. María Isabel, con solo 18 años, es la única maestra y la única directora de un establecimiento educativo sin establecimiento, que solo presume de tener chicos dispuestos a aprender.

Una tarde aleatoria, una docente que había tenido en la escuela secundaria -la señora de Reynolds- la sorprende con una pregunta con rasgos de solución. “Mari, me han dicho que tenés un grupo de chicos que hacen dibujitos en la plaza, ¿no querés ir al salón del Sagrado Corazón?”. El Sagrado Corazón es una iglesia emplazada enfrente de la Plaza Manuel Belgrano. María Isabel acepta sin vacilar: “Era un salón hermoso, como de catorce metros, grande -recordará-. Tengo grabada la imagen: la foto del sagrado corazón en el fondo y un tablón grande con hileras de banco sobre un costado”.

"Estas instituciones han surgido por amor a lo que se va a hacer. El resultado depende de nosotros. Llevo en mi alma el jardín 'El principito', llevo en mi alma la escuela Normal, donde he sido abanderada", expresa

No tiene baños ni pizarrón, pero al menos un techo y bancos. Suficiente infraestructura para satisfacer sus tímidas exigencias. “Éramos tantos que yo sola no podía: entonces los repartí dos cada grupo. Iba a la mañana y a la tarde. Los separé por edades y los dividí en tres partes: primer grado, segundo grado y tercer grado. Les hacía los deberes: escritura, lectura, operaciones matemáticas, dictado. Yo solita”, repasará, décadas después de aquella raíz formativa.

Un día cualquiera escucha un ruido de palmas que provienen de afuera. Abre la puerta del salón y distingue en la calle a un señor vestido de traje. Elucubra solo teorías pesimistas: lo primero que imagina es que la denunciaron. El enigmático hombre ingresa. Ella camina a su encuentro.

-Buen día señorita.

-Buen día señor. ¿Usted quién es?

-Yo soy el señor de la casa, soy el intendente de la Municipalidad.

Es, efectivamente, José María Dellacasa. María Isabel Farías, a sus 83 años, dirá que ese día le corrió agua fría por el cuerpo.

-¿Me va a llevar presa?

-¿Usted qué hace aquí?

-Me han prestado este lugar para que yo pueda enseñarles a chicos que no pudieron entrar a la escuela porque la cosecha ha terminado tarde y las escuelas no tienen asiento. Yo los hago pensar aquí.

El intendente entra, saluda a los chicos que están en clase y coteja por sí mismo lo que dice la joven que, nerviosa, audaz y verborrágica, le exclama.

-Usted, siendo intendente, no nos podría gestionar o averiguar a dónde podríamos pedir que nos den una escuela.

-Déjeme pensar. Cualquier cosa yo le aviso. La felicito, siga trabajando -la saluda el intendente con las manos apoyadas en los hombros de la joven.

La mujer que hoy tiene 83 años fue la primera directora del colegio entre 1958 y 1960

Hay más de cien chicos en la escuelita de María Isabel. Tuvo que dividirlos en cuatro turnos: de ocho a diez de la mañana, de diez a doce del mediodía, de dos a cuatro de la tarde y de cuatro a seis. Los alumnos, incluso, deben alternar los días de asistencia. No hay lugar para todos. Ni siquiera todos son, precisamente, hijos de los braceros. Ella estimula y recluta, incluso, a los que nunca habían asistido a un colegio.

Pasan días, tal vez semanas. La alteran los mismos aplausos en la puerta del salón de la iglesia, el mismo hombre de traje. “Vendrá a sacarme”, piensa pero no: “Me abraza y tomándome los brazos me dice ‘señorita Farías, vengo con buenas noticias, nos crean la escuela para hijos de braceros’. No sabía si estaba parada, si estaba caída, si estaba sentada. Tenía una alegría que no sabía cómo sentirla”. Las exigencias del intendente eran pocas: un listado con los nombres de los alumnos y tres maestras. “Les avisé a la Tuti Carletti y a la Nelly Ruestra”, evocará.

El cuarto colegio de Charata empieza a funcionar dentro de la infraestructura de la escuela Alemana. Meses después es trasladada a Liniers, una de las avenidas céntricas de la ciudad. El 14 de julio de 1958 se funda por decreto la escuela para los hijos de braceros, que luego recibirá el nombre definitivo de Escuela N° 638 “Jose Ignacio Thames”. Su primera directora es María Isabel Farías. El mandato es corto: en 1960, a sus 22 años, se va de Charata porque había dado la promesa de casarse en Santiago del Estero con Rafael Brandán.

María Isabel junto a Paulino Farías, su marido. "Yo vivo soñando con mi escuela del Chaco. Me ha dado tanta felicidad", dice la docente de educación inicial

En agosto de 2022, 64 años después, visitó por primera vez su obra. Sorprendida y agradecida, halló su juventud y su foto en un cuadro que la destaca como la primera directora de un colegio que había parido hija de una necesidad: escolarizar a hijos postergados de jornaleros.

María Isabel Farías se retiró hace más de dos décadas de la actividad laboral. Terminó como supervisora general de los jardines municipales de Santiago del Estero. “Y todo lo hice por concurso”, aclara. La vocación que había descubierto en la humildad de sus alumnos de Charata la ejerció en la capital santiagueña, a donde había regresado después de atravesar un noviazgo por carta. “A mi esposo le dí el sí y me fui a Charata. Quedamos en que nos escribiríamos. No había teléfono, no había celulares. La única comunicación era el tren. Hasta hoy me acuerdo de la cantidad de cartas que nos mandamos. Eran cajas y cajas de cartas, en papel de hilo. Las cartas iban en tren el miércoles y volvían el sábado. Por semana recibíamos una cartita. Escribíamos cosas de jóvenes, de amor”.

En Santiago, ya casada, se inscribió para ser docente en una escuela de Villa Atamisqui, a menos de cien kilómetros de la capital de la provincia. La formación profesional implicó una colaboración de pocos meses. De regreso a la ciudad, empezó a trabajar en el jardín municipal N°4 ubicado sobre la calle Pedro León Gallo: más que jardín era un conjunto de casas precarias que servían de aulas. La disposición contribuía para disponer, a su vez, de una sala de dirección, de un patio y de una galería. En una recorrida formal, a Alcides Muñiz Duhalde, intendente de la ciudad de Santiago del Estero, le costó creer que esa modesta vecindad de casas discretas podía albergar una institución educativa. Y María Isabel, que interpretó la incredulidad como una oportunidad, le avisó al militar que la comisión San Vicente de Pola le había regalado un terreno para la construcción del jardín. “El terreno ya nos lo donaron, pero tienen que ir las autoridades de la municipalidad a realizar el trámite”, le indicó.

María Isabel Farías vive en Santiago del Estero, tiene 83 años, es madre de cuatro hijas, es abuela de catorce nietos y bisabuela de dos bisnietos

Muñiz Duhalde no demoró en citarla en su oficina. Ella pensó que había sido convocada porque días atrás los diarios locales habían publicado su foto por ser abanderada del profesorado de docente de nivel inicial. No fue eso. El diálogo lo reconstruyó ella.

-Señora, la mandé a llamar porque cuando la visité me dijo que no tenía jardín y que había que activar el trámite de un terrenito. Le vengo a confirmar que ya está el terreno y aquí le traigo la escritura.

-¿Y el jardín?

-Señora, usted me pidió el terreno. Me dijo “consígame el terreno que yo me encargo del jardín”.

La primera directora del colegio "José Ignacio Thames", que en sus comienzos se llamaba Escuela para hijos de braceros, volvió a ver su creación en agosto de 2022, 64 años después de su fundación

María Isabel no recuerda qué respondió, pero sí que el cuerpo se le había adormecido. Salió de la intendencia sin rumbo fijo, sopesando la noticia. Visitó a una inspectora del área de cultura para contárselo. “Que Dios te ayude”, le contestó, sin saber que había orientado con una frase cliché su proceso de asimilación. Caminó hasta la iglesia Santo Domingo para rezarle al santo San Martín de Porres. “Me arrodillé y lloré como una hora, salí con los ojos hinchados después de haberle contado lo que me estaba pasando, la responsabilidad que estaba asumiendo, de no saber si estaba equivocada o no, si lo tenía que hacer o no”, relata.

Enfrente de la iglesia estaban las oficinas de Radio Nacional. A Luis Lucio Anglade le decían el gordo. Era un periodista simpático, accesible y conocido por todos. “Señora Mari, ¿qué le pasa?”, le dijo cuando la vio llorando. Ella, entre sollozos, le contó la historia y le transmitió toda la emoción, el miedo y el compromiso que la embargaba. “No se ponga así, nosotros lo vamos a ayudar. Hoy ponemos el anuncio en la radio”, la tranquilizó. Lo que salió en la radio se replicó en los diarios: los medios santiagueños informaron así que “el jardín municipal N°4 inicia su campaña pro edificio”.

El establecimiento se levantó con “pedigueñadas” en las mesas de las confiterías, con donaciones de empresas y con exenciones de impuestos a empresarios. Así María Isabel Farías, que ya había fundado un colegio en Chaco para chicos no escolarizados, construyó el edificio de un jardín que funcionaba en casas precarias en Santiago del Estero. Lo llamó “El principito”. El establecimiento educativo sigue vigente, aunque en una nueva ubicación.

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