Ana miraba la TV anoche mientras cenaba, tranquila, en su casa. Era un jueves más. El aparato estaba encendido, de fondo, cuando a los oídos de la mujer, de 74 años, comenzaron a llegar tonos y palabras con una tensión inesperada. Una energía extraña se apoderó de su cuerpo y de su casa. Su mente viajó al pasado, en flashes. Los viejos aullidos de las balas. Las sombras del terror.
Levantó la cabeza y vio, en la pantalla, cuadro por cuadro, la muerte que no fue. Una cámara de un teléfono captó y viralizó el momento en que el atacante gatillaba en la cara de Cristina Kirchner. A centímetros del arma. Ana no pudo ver más. Quizás porque lo que apareció en su memoria del futuro es el espanto de lo que pudo ser. Se tapó la cara. Comenzó a llorar.
Al marido de Ana, que prefirió no dar su apellido, lo mató la última dictadura. A ella los genocidas la tuvieron secuestrada. La torturaron. Militante desde los 17 años, despertó este viernes especial de 2022 conmocionada y llamó a su hija y, a pesar de que tiene un yeso en una de sus piernas, vinieron juntas, del brazo, hasta Plaza de Mayo. De pie, literal y metafóricamente, bajo la sombra del Cabildo, rodeadas de miles y miles de personas que colmaron el centro porteño para repudiar el intento de asesinato de la Vicepresidenta. Ana dice, mientras sostiene un cigarrillo de tabaco: “Hace días que venía pensando en que podía haber peligro. Olfato de militancia”.
Una cantidad insondable de personas, mucha militancia pero una inmensa mayoría de “sueltos”, sobre todo familias con sus niños, formaron un magma que se concentró en la antigua Plaza de la Victoria, frente a la Casa Rosada, y se extendió hasta donde no daban los ojos: por las diagonales Norte y Sur, por Rivadavia, por Bolívar, por Avenida de Mayo, por Florida, por Reconquista, por 25 de Mayo, desde el Bajo y hasta la 9 de Julio. Fue una reunión casi sin precedentes. Alguien fue para atrás en el archivo mental hasta las manifestaciones de las Pascuas alfonsinistas para encontrar un episodio semejante en multitud y conmoción.
Shockeados. Así estaban las cientos de miles de personas que se juntaron en el centro porteño. “Vinimos a estar todos juntos. Para que no haya más odio”. Rosa y Mirta son hermanas. Una docente, la otra jubilada. Llegaron desde Wilde, en tren y colectivo. Rosa camina por la plaza, sostiene con sus brazos extendidos una plancha de telgopor. Con marcador negro y letra irregular, la mujer escribió “Somos todos Cristina y defendemos la democracia”.
“No venimos con agresiones, venimos con amor para defender la democracia. Nos cansamos de las manifestaciones con cosas mortuorias, con la guillotina. Al peronismo lo quieren matar”, dice la mujer, en referencia a las concentraciones de opositores de los últimos tiempos.
“Hoy no te podías quedar en tu casa. Lo de Cristina fue un milagro. Nosotras rezamos siempre por ella y por el pueblo. Dios y la Virgen nos escucharon. Pedimos que la oposición abra la cabeza, hay gente inteligente”, agrega su hermana Mirta.
“Esto es amor. El odio que crearon volverá contra ellos. Hay un Dios. Una justicia divina. El karma. Obviamente fue a propósito el ataque. Si hubieran matado a Cristina esto era una guerra civil. Tenemos que organizarnos para que no pase más. La oposición no colabora en la pacificación. Bullrich nos quiere meter en una guerra como Galtieri. El pueblo tiene que tener memoria”, comentó Estela Morales, de 63 años, que llegó sola desde El Jagüel. Jubilada, “ahora cuido a mi nieto, antes de la pandemia cuidaba a una señora pero no salí más, y me pude jubilar gracias a Cristina. ¿Cómo no iba a estar?”.
La fe movió multitudes. Cerca de las hermanas de Wilde, un hombre sostenía otro cartel pintado a mano: “No fueron los custodios. No fueron los militantes. Fue Dios que salvó a su hija”. A su lado pasaba una familia, que llevaba una cartulina verde adherida a un palo de madera. “Venimos en familia por la democracia y por la Patria”.
Quien la sostenía era Jorgelina, educadora popular de 42 años. Acompañada por su esposo Eduardo y sus hijos, Candela, de 12, y Matías (19). “Esta mañana hice el cartel, lo hice por la Patria. Anoche sentí mucho dolor y tristeza. Soy peronista pero no milito. Pienso en mis hijos y no quiero que crezcan en un país donde se roba la democracia”, comentó. A su lado, Candela escuchaba a su mamá, con la camiseta de la Scaloneta puesta. Con el permiso de sus padres, la niña comentó sus sensaciones a Infobae: “Siento bronca porque la democracia se luchó mucho y esto da vergüenza. Pero estoy emocionada por luchar con mi familia”. Jorgelina la escuchaba y lloraba.
La Plaza de Mayo amaneció con movimiento inusual. Sin los trabajadores que como hormigas la cruzan en todas direcciones. Con grupos de militantes anticipándose a la multitud que llegaría pasado el mediodía. Desde temprano colgaron banderas, como esa que cruzaba la plaza de Hipólito Yrigoyen a Rivadavia con los rostros pintados de próceres de distintas épocas y procedencias: Bergoglio, Belgrano, San Martín, Maradona, Eva, Perón, Kirchner, Cristina, Juana Azurduy y varios más.
Como pocas veces en una manifestación de genoma peronista se vieron tantas banderas argentinas y camisetas de la Selección. Además de muchísimos carteles escritos a mano. La inmensa mayoría manifestaba un repudio al odio.
“Son responsables del odio que generan”. La cartulina, pintada con letras de témpera negra, la sostuvo toda la tarde Martina Rolón. “Anoche decidimos venir y Carla mi hija quiso hacer el cartel. Ella pensó qué poner, con el tema del odio. Todos acá tenemos el mismo sentimiento: no puede pasar más”, comentó la mujer de 48 años, que llegó acompañada por su hermana Rufina desde Glew, en el tren Roca.
Al lado escuchaba Romina Trejo, 44 años, vecina de Almagro. “Poné que es la primera vez que vengo a una manifestación, que no soy militante ni peronista. Pero esto no puede pasar más. No sé puede atentar contra la democracia. Vine para que seamos muchos. Hay que avanzar, no podemos retroceder”, contó, enojada porque, dice, “yo venía sintiendo que Cristina estaba poco custodiada entre tanto odio”.
Entre las miles de personas que llegaron a la Plaza flotaba el mismo sentimiento: la escalada de las últimas semanas derivó en el atentado contra Cristina. Para una inmensa mayoría de manifestantes, la acusación del fiscal Luciani potenció una escalada de tensión. “Pasó que la oposición empezó a agitar, y quizás creyeron que la gente se iba a quedar en su casa, pero a Cristina se la defiende. Y eso armó una escalada. Fue terrible lo de ayer, conmocionante. Se tienen que terminar estas campañas de difamación y odio hacia todo lo K. Lo que pasó anoche es el resultado de la propagación de los discursos de odio”, comentó una señora que no quiso dar su nombre pero que caminaba en círculos por la plaza con un cartón pintado que decía “Basta de odio. Todos somos Cristina”.
El diputado piquetero Juan Merino (que el sábado en Recoleta terminó empapado tras los incidentes con la Policía), los ministros Juan Zabaleta y Gabriel Katopodis, el ex vicepresidente Amado Boudou, que fue muy aplaudido y requerido para fotos, fueron algunos de los políticos conocidos que se vieron caminando entre la gente alrededor del Cabildo.
“Si hay algo que va a frenar estos climas de odio es la contundencia de la movilización. Es la ciudadanía defendiendo a Cristina y lo que representa. Lo que pasó es en el marco de un derrotero. Corrieron los límites con escraches, agresiones y persecución judicial. Fue un hecho tras otro. Es una secuencia de violencia, de mensaje de odio y antipolítica”, analizó ante la consulta de Infobae Katopodis, titular de la cartera de Obras Públicas, que marchó con una columna del partido donde fue intendente, San Martín.
Héctor Marcelo Mercante, de oficio soldador, caminaba de un lado para el otro por la Diagonal Norte. Como un viejo rapero de los 80, pero con sombrero típico del litoral, andaba de aquí para allá con un inmenso parlante sobre uno de sus hombros, del que salían discursos de Cristina. Chaqueño, “circunstancialmente en Buenos Aires”, dijo que se acercó con la voz de Fernández de Kirchner para “abrir las conciencias”.
“El pueblo tiene que entrar en un estado de conciencia. Tenemos que tener pensamiento. Casi lloro por lo que podría pasarle a mi país, por el prójimo. Podía ocurrir cualquier cosa. Por eso todos apuntan a CFK, porque son indudables sus logros, sus conquistas históricas”, comentó.
Ana se quedó hasta el final de la concentración, pasadas las 18, agarrada al brazo de Débora, su hija. “¿Por qué estoy acá? ¿Qué pregunta es esa? ¿Cómo no iba a estar?”, dice, y se le vuelven lágrimas los ojos cuando queda rodeada por un grupo de cincuenta o cien adolescentes que viene bajando desde Avenida de Mayo: “¿Sabés qué me da esperanzas? La pendejada, mirá eso, no está todo perdido si ellos están acá”.
Un metro al costado, “la pendejada”, salta y canta. “Somos de la gloriosa juventud peronista, somos los herederos de Perón y de Evita, a pesar de las bombas de los fusilamientos, los compañeros muertos, los desaparecidos, no nos han vencido”.
En el grupo saltan Lola y Miranda, de 16 años, alumnas del Colegio Nacional Buenos Aires. “Vinimos porque hoy no hay lugar para la tibieza”, dice Miranda.
“Vinimos con los compañeros del colegio. Conocemos a los responsables. Tantos años de odio iba a terminar en un acto tan violento como un intento de asesinato”, agrega Lola, quien confiesa que tuvo “mucho miedo y muchas ganas de decir cosas y salir a la calle” anoche.
Para la chica, “hay un sector de la oposición muy desubicado, pero los pibes venimos porque tenemos ideas y pensamientos y cosas para decir”.
Les cuento a Lola y a Miranda que Ana se emocionó cuando las vio saltar. Les agrego la historia de la señora de 74 años. Sonríen. Una de ellas dice “es hermoso conectar con las generaciones”. La otra recuerda los desaparecidos del Colegio Nacional. Les pregunto por qué están todos con la camiseta de la Selección. Responden a coro: “Es la reivindicación de la bandera argentina. No puede ser que los gorilas se la apropien. Este no es solamente un acto de los políticos. No es sólo de ‘peroncho’ venir a la plaza”. Miranda repite: “Nunca más. Hoy no hay lugar para la tibieza”.
FOTOS: Franco Fafasuli y Nicolás Stulberg
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