Agustina no tuvo una infancia ni una adolescencia feliz. A los 28 años cuenta, entre lágrimas, que pasó de la violencia de su madre a los abusos sexuales de su padrastro. A los 16 años se fue de Santa Rosa, La Pampa, con su novio de 21, cuando éste consiguió un trabajo en la ciudad de Buenos Aires. Fue madre de dos hijos y quiso dejar su pasado atrás. Pero no pudo. En 2019 tuvo un intento de suicidio.
El 28 de julio de este año, el padrastro de Florencia Agustina Klundt fue condenado a 14 años de prisión por haber abusado de ella desde los 8 hasta los 16 años. El juez pampeano Carlos Alberto Besi también decidió que cumpla la pena con arresto domiciliario hasta que finalice el proceso judicial, ya que su defensa apeló al Tribunal de Impugnación. Por lo tanto, la condena no está firme. Ahora la joven, que recién pudo hacer la denuncia cuando cumplió 24 años, teme que pueda quedar en libertad. Su madre también fue enjuiciada por encubrimiento agravado y sobreseída por el mismo magistrado: como el delito investigado había cesado hace 8 años, estaba prescripto.
“Me cansé de quedarme callada. No quiero darle nunca más a nadie la comodidad de mi silencio”, le dice a Infobae por whatsapp. La charla telefónica duró dos horas.
“Santa Rosa es una de las ciudades con más casos de abusos de esta índole -comienza Agustina-. Pero por casos similares al mío les dan cuatro o seis años. Que se logren 14 años fue para la provincia una condena muy alta. Tengo miedo que lo liberen quizás por haber visto casos similares. Y ellos no son dos personas que no tienen recursos, ella es enfermera y sindicalista y él dueño de una de las rectificadoras más importantes de La Pampa”.
Agustina no usa jamás su primer nombre. Ya contará, más adelante, cuándo decidió que dejaría de llamarse Florencia, y por qué. Aunque legalmente su identidad no haya cambiado. Dice que su padre biológico y su madre se separaron cuando tenía “4 o 5 años”. Y que, a partir de entonces, la mujer intentó convertirlo en el “enemigo número uno”. El relato de su infancia es desolador. Asegura que, cuando se quedaban mucho tiempo solas con su hermana, cuatro años menor, pasaban hambre porque su madre escondía la comida “en un armario”. A partir de ese momento, “tanto yo como mi hermana sufrimos trastornos de alimentación”, añade.
Un diciembre, mientras celebraban las fiestas cenando hamburguesas, apareció en su vida la nueva pareja de su madre. Agustina tenía 8 años. “Había mucha insistencia por parte de mi ella que le digamos papá. Él tenía una hija de la edad de mi hermana. Creo que en su cabeza, mi madre quería creer que tenía una familia.”
Los abusos que denunció de su padrastro no comenzaron de inmediato, dice. “Cuando entró en nuestras vidas hacía de comer, estaba ahí, ayudaba con la tarea, me traía, me llevaba… El abandono de mi madre era tan grande que cuando llegó nos mostró un poco de cariño y dijimos ‘que buena persona’. Fue muy paulatino, muy sutil. A veces me cuesta darme cuenta cuándo las cosas se salieron de control. Cómo no me di cuenta, o no lo presentí. Llegué a pensar que todos los papás eran así, que sentaban a sus hijas en el regazo y las tocaban. Ahora puedo ver, pero en ese momento no registraba que me daba besos muy en la comisura del labio, o abrazos muy pegados o se acostaba en la cama y me preguntaba cómo había sido mi día. Hoy me doy cuenta que se frotaba conmigo”.
Dice Agustina que se dio cuenta del infierno que vivía al comenzar el secundario o quizás antes, cuando se empezó a cortar los brazos con un bisturí que halló en su casa. “Fue cuando empezó la época más intensa y dolorosa. Me perseguía, se metía en el baño. Las puertas empezaron a aparecer sin picaportes. Le ponía papel y se los sacaban. En la ducha apoyaba el palo del secador para trabar la puerta. Entraba a nuestro cuarto. Al principio nos miraba dormir de lejos. Y de a poco se acercaba más Le dijimos a mi madre y nos dijo que no digamos mentiras. El se bañaba y se venía a cambiar a nuestro cuarto. Nos tocaba, nos destapaba, nos tocaba por arriba de la ropa, y después nos sacaba la ropa. Así que dormíamos vestidas. Cuando empecé con los cortes yo no dormía. Con mi hermana llegamos a dormir con cuchillos bajo la almohada. Ya no me bañaba y me empezaron a dar pastillas para dormir”.
Un día dejó las evidencias de los cortes a mano. Su madre le subió la remera y los notó. “Lo primero que me preguntó fue si mi padrastro me tocaba. Le dije que si y me dijo que yo quería arruinar a la familia. Me llevó a la casa de una amiga, me dejó con sus hijas y se fue. Volvió a la noche y me quiso dejar en lo de mi padre biológico. Su pareja le dijo que no estaba, pero no le creyó, la empujó y se metió. Mi papá estaba mirando la tele. Lo único que pensé yo fue ‘no me quiere nadie, no le importo a nadie’. Me metió al auto y yo lloraba y preguntaba qué había hecho, si no era mala. Me respondió ‘vos no podés obligar a nadie a que te quiera’”.
El peor momento llegó cuando alquilaron una quinta para pasar el verano. Un día, recuerda Agustina, quedaron solos. “¿Esto necesitás que te lo cuente?”, pregunta… Y no. Se puede imaginar el horror que habrá sentido una niña de 12 años frente a un perverso. Fue la primera violación con acceso carnal que sufrió, según la sentencia. Antes lo había intentado, pero la madre de Agustina llegó y desistió. “El arreglaba autos, y le dejó la correa como para que chirriara y le advirtiera que venía… A veces me enojo conmigo y digo por qué no hice nada”.
Después del episodio con en la casa de su padre biológico, Agustina fue a vivir con su abuela. Estuvo allí un mes. Pero la mujer, que era empleada doméstica, tampoco la ayudó. Como había quejas que faltaba a la escuela, su madre ordenó que la llevara su padrastro. El horror se hizo insoportable. “Me llevaba a la laguna, al taller, a cualquier lugar donde no hubiera gente y pasa todo. Tiraba el asiento para atrás… Yo sólo sentía olores, su respiración… Era muy asqueroso ir así después a la escuela. Empecé a odiar al mundo”.
La pesadilla parecía no tener fin. Nunca podía tener un amanecer en paz. Deseaba irse a dormir y no despertar. Con tantos golpes físicos y emocionales, Agustina enfermó de pielonefritis “Tenía muchas infecciones urinarias, después me enteré que era por los abusos”, cuenta. Fue internada y repitió un año escolar. Le contó a una maestra los abusos. Del colegio llamaron a su casa. Y todo volvió a empezar.
Para que no la encontrara su padrastro, empezó a dormir en la casa de sus compañeras. Y allí notó que esas familias no eran como la suya. “Los papás no hacían esas cosas. Yo por entonces le tenía mucho miedo a los adultos”. Decidió que no la llamaran más Florencia y comenzó a decir que era Agustina. Y conoció a Kevin, el que hoy es su esposo. Se fue a vivir con él. Al año, a Kevin le ofrecieron venir a trabajar a Buenos Aires. Aceptó. Y ella lo acompañó. Al principio estuvieron con la madre de su novio y luego alquilaron un departamento de un ambiente en Palermo.
Cuando cumplió 18 años, Agustina fue mamá por primera vez. Tuvo a Leo en Santa Rosa, y ahí, señala, “comencé a tener relación con mi papá biológico”. Luego llegó su hija, Vicky. Pero enfrentó un nuevo desafío. “Yo no sabía cómo ser mamá. Pero no quería repetir con mis hijos lo que me hicieron. Kevin me dijo que empiece terapia. Él conocía mi historia por entonces, ni conoció a mi madre ni a mi padrastro. A los 22 comencé a ir al psicólogo porque me daba miedo salir a la calle sola. Lloraba y tenía ataques de ansiedad. Me diagnosticó agorafobia y trastorno límite de la personalidad. Me medicaron. Un día resolví que no quería hablar más de los abusos y que sería la madre que no tuve”.
Sin embargo, el destino le preparó otro escollo. Cuando todo parecía encauzarse, recibió un llamado de su hermana menor, que estudiaba en Entre Ríos. Le preguntó si era cierto lo de nuestro padrastro y le dijo que se iba a matar. Viajó a Paraná, la policía le dijo que la habían internado en un centro psiquiátrico. “La saqué de ahí y me pidieron que no tuviera contacto con mi madre”.
La dolorosa recta final que transitó Agustina hasta el momento comenzó allí. “Mi hermana me dijo que había hecho una denuncia en la fiscalía de Entre Ríos. Una fiscal me contó que me nombraba a mi, y si era cierto. Se lo confirmé, pero también le dije que no quería hacer la denuncia. ‘Si vos denunciás, la causa se va a unificar y va a tener más peso’, me convenció”.
Agustina contó todo y la denuncia pasó a los juzgados de Santa Rosa. El proceso duró cuatro años. Lo primero que lograron fueron órdenes de restricción para el padrastro y la madre. Según cuenta, su madre violaba ese impedimento en forma permanente. “Mi hermana tuvo dos intentos de suicidio. En el más grande se quiso colgar y un chico la salvó justo. Y cerca de mi primera declaración, mi abuela me mandó un audio muy agresivo, que yo había ensuciado a mi familia y que ella me iba a denunciar a mi. La primera vez que tuve que hablar con el fiscal no podía con mis emociones, pensaba que nadie me iba a creer. Y detoné: me tomé no se cuántos clonazepam y terminé internada”.
Su hermana estaba muy mal, pero Agustina sabía que no la podía llevar a vivir con ella. Su padre biológico se hizo cargo. “Ella no tomaba la medicación, y empezó a hablar con mi madre y mi abuela. Me llamaba para decirme que todo esto era mi culpa, se puso agresiva, terminó viviendo otra vez con mi madre y retiró su denuncia”.
Agustina, ahora sola, continuó adelante. El 28 de julio su abogada, la doctora Ana Carolina Tofoni, le informó la resolución del juez Besi. El tribunal acreditó que el padrastro “abusó sexualmente de Florencia Agustina Klundt desde los 8 años hasta los 12 años de edad mediante caricias, tocamientos, manoseos en todo su cuerpo… y luego entre los 12 años y 16 años, aproximadamente, con acceso carnal”.
Sabe que esto no terminó, que la lucha judicial continúa. “Dicen que se hizo otra denuncia y que no lo pueden juzgar dos veces por lo mismo. En realidad una vez fui a hacer la denuncia, pero me dejaron sola en una habitación, me puse a llorar y me fui”. El propio juez indica en su sentencia que “no cuenta con ninguna documentación, expediente o instrumento alguno que permitan de un modo u otro resolver sobre la procedencia o no de la garantía o principio que veda la doble persecución penal. A requerimiento de la Defensa se solicitó al Archivo Judicial que informe respecto de la denuncia mencionada debiendo remitir la documentación respectiva, informando que se revisó el SIGE no hallándose el expediente, siendo necesario contar con la carátula respectiva y/o número respectivo”.
Agustina, que estudiaba Contaduría en la Escuela Argentina de Negocios, cuenta que debido al juicio, dejó la carrera en suspenso. Por el momento, tampoco trabaja. Con Kevin, que es contador, tienen un estudio desde 2017. Su vida, hoy, son sus hijos de 10 y 8 años. E intentar llevar una existencia normal. “Pude superar vivir en el infierno. Y contar lo que viví. Al hablar, la carga se hace más liviana”.
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