Alfredo Pérez, el último sobreviviente de expedición argentina al Polo Sur hace 57 años: “Fue una locura linda”

A los 12 años fue repartidor de hielo y en 1965 fue protagonista de esta aventura en la que se logró izar la bandera nacional en el punto más austral del planeta. Los recuerdos imborrables de esta hazaña clave para consolidar y expandir la presencia en el Sector Antártico Argentino

Alfredo Pérez en la Antártida

Su vida estuvo determinada desde el comienzo. A los 12 años trabajaba como repartidor de hielo en su Morón natal y fue en el hielo antártico donde pasó lo momentos más intensos, riesgosos y emotivos de su vida. En dos años que estuvo en el continente blanco recorrió nada menos que 16 mil kilómetros de los cuales 2 mil los hizo en la campaña que llegó al Polo Sur en 1965. Recuerda aquella vivencia única que le tocó protagonizar y por casualidad. “Un día a 1.500 metros de altura, sobre un glaciar se nos rompió el vehículo y tuvimos que quedarnos ahí esperando. Empezábamos a tomar la posición fetal que es el momento previo al congelamiento cuando vino el general Leal, nos despertó de ese momento y nos mandó a hacer la carpa para pasar la noche. Un poco más y nos moríamos congelados”, dice hoy Alfredo Pérez con sus lúcidos 90 años.

Cuando era adolescente, un día fue a visitar a Adelina de Carulla, su maestra de la primaria de la Escuela Manuel Laínez de Morón. Al enterarse de que Alfredo hacía changas lo instó a que estudiase y envió una carta a sus padres por ese motivo, Fue entonces que tiempo después ingresó al Ejército, en 1950, más precisamente a la Escuela de Mecánicos.

En 1958 lo enviaron en comisión a que ayudara a cargar los barcos que iban a hacer la campaña antártica para los relevamientos de las bases. Estuvo dos meses en el puerto y como vieron que tenía buenas habilidades como mecánico y soldador, lo convocaron a que se sumara a los antárticos. Fue así que el 30 de diciembre 1960, a las 10 de la noche, llegó por primera vez a Base Belgrano donde regresó en 1965. Fue en ese tiempo cuando se votó entre los mecánicos quienes integrarían la expedición que se estaba armando para ir al Polo Sur y que se llamaría Operación 90. Pero no fue electo.

Grupo de expedicionarios en la hazaña de 1965

Se inicia la travesía al Polo. La expedición salió desde Base Belgrano con destino a Base Sobral que sería la primera pesca y donde estaba prevista que Alfredo se quedara allí como parte del grupo de apoyo logístico. Pero en el trayecto, el mecánico Carlos Guido Bullacio se accidentó la mano y Jorge Leal decidió que no siga con el viaje. Entonces, Alfredo fue elegido para reemplazarlo y de esta manera entró en la historia grande del país. “Como acontecimiento nacional la llegada al Polo Sur fue muy importante porque se buscaba ser soberano de la Quiaca al polo mismo. Y haber llegado fue un esfuerzo tremendo y por eso es un hito de la historia nacional. Esa es mi satisfacción, haber emprendido semejante locura y que haya salido todo bien”, dice.

— ¿Cuál fue el momento más difícil de toda la travesía al Polo?

— Fue cuando alcanzamos los 1.500 metros de altura. En un momento se terminó la nieve y empezó el hielo de un enorme glaciar donde tuvimos que recorrer alrededor de 20 kilómetros en una superficie muy difícil por lo dura y resbaladiza. No teníamos experiencia de andar en el hielo con trineos y tampoco con vehículos snow-cat. De los 25 trineos que iniciaron el viaje llegaron solo 5. Se rompieron por la dureza del hielo. No estaban hechos para esa superficie. Fue un momento muy angustioso porque si no podíamos llevar el combustible que teníamos debíamos volvernos. El problema que se planteó fue que no teníamos como poder llevar la nafta. Entonces, el coronel Leal y el capitán Gustavo Giro decidieron dejar los tanques a lo largo del camino de ida y así garantizar el abastecimiento de regreso. Hay que tener en cuenta que existen varios polos. El Polo Sur es el punto geográfico de la Tierra pero no el del continente antártico. Además, están el Polo Inaccesible y el Polo Científico, entre otros. Nuestro objetivo era llegar al Polo Inaccesible, que es el punto más distante de todas las costas, a unos 350 kilómetros del Polo Sur para el oeste. Ahí se registró una temperatura de 89.5 grados bajo cero. Pero finalmente tuvimos que anular ese objetivo.

Alfredo Pérez en la actualidad y el recuerdo de una expedición que fue un acontecimiento extraordinario

— ¿Tuvieron tramos de tener la necesidad de caminar?

— Los primeros quince días fueron los más difíciles, pero después la temperatura se estabilizó y nos pudimos acostumbrar. En una parte había hielos que sobresalían de la superficie y entonces tuvimos que caminar para poder abrir una huella. En el camino cuando teníamos dudas sobre cómo estaba el suelo, había que caminar acordonado para ir marcando el lugar donde debían pasar después los vehículos. No eran distancias muy grandes, no más de 10 kilómetros, en tiempo eran entre tres o cuatro horas caminando. El peligro era que una caída en una de esas grietas enormes que había, y que eran muy profundas de 400 metros, hubiese sido mortal. Y si era un vehículo iba a ser imposible poder sacarlo. Debíamos andar con muchísimo cuidado y tanto Leal como Giro no escatimaron caminar y explorar hasta estar seguro de por dónde había que seguir. Hubo varias caídas, pero no fueron muy importante, perdimos trineos y parte de equipos, pero no vehículos por suerte.

— ¿Cuál fue su tarea durante toda la expedición?

— Fuimos cuatro los técnicos mecánicos, los sargentos Ricardo Ceppi, Julio Ortiz, Jorge Rodríguez y yo, los responsables de que todos los vehículos funcionara bien. Yo era un buen soldador de autógena y entonces me tenía que lucir con las espátulas de los trineos. Teníamos una carpa taller, poníamos un calefactor para dar un poco de temperatura y ahí desarmábamos los trineos y teníamos que soldar las chapas de las espátulas que se rompían porque el piso era muy duro. Una vez me dice Ceppi que un vehículo había roto la plataforma de giro y no teníamos el repuesto. Con una máquina de agujerear manual hicimos dos agujeros de siete milímetros, pero el agujero original debía ser de 11 milímetros y la maquina no era para esa medida. Entonces con un cricket clavamos una mecha de 12 milímetros y después con una pinza de fuerza fuimos girando a mano hasta que completamos el agujero y pusimos dos tornillos con la base. Nunca más se rompió. Una locura linda. Puro ingenio argentino.

Expedición saliendo al Polo desde Base Belgrano

— ¿Qué recuerda del general Leal durante aquellos días vividos?

— La conducción que hizo de la expedición fue excelente, impecable. Jamás hubo un problema. Él se apoyaba mucho en Giro que era un antártico excepcional. Nosotros éramos los técnicos, que teníamos que garantizar que todo tenía que funcionar bien. Leal era laburador al mango, hasta hacía de ayudante del Sargento Adolfo Moreno cada vez que tomaba las mediciones: anotaba los datos que le pasaba Moreno. Cada 20 kilómetros se estudiaba la dureza del hielo y eso se hizo hasta el Polo. Un gran trabajo que hicieron el cabo Ramón Alfonzo y Giro. Tengo muy presente siempre todo lo vivido con Leal. Lo recuerdo con muchísimo cariño. Hizo un gran esfuerzo. Un día nos sorprendió una tormenta que nos hizo parar la caravana y acampar durante cinco días. Fue a los 1.500 kilómetros más o menos del recorrido. Cuando pudimos salir de las carpas solo estaba en superficie un cuatro de carpa. El resto bajo nieve. Ese día estuvimos ocho horas sacando nieve con las palas para poder desenterrar a vehículos y trineos. Había quedado cubierto y después de ese esfuerzo cumplimos con los cincuenta kilómetros programados para el día. Ese día estuvimos 40 horas sin dormir. Las noches eran de 8 horas para comer, dormir y desayunar. Y era Leal el que iba a cada carpa ordenando levantarse para seguir la marcha. Ese día que nos quedamos en el glaciar que estaba a 1.500 metros de altura soportamos el máximo frío con 60 grados bajo cero. El frío te mata.

Llegada al Polo Sur y la bandera argentina flameando en su cielo

— ¿Que fue más difícil, la ida o el regreso?

— Si duda que la ida. Teníamos el objetivo de hacer sí o sí 50 kilómetros por día y eso nos llevaba entre 34 y 36 horas de manejo. Era una disciplina de trabajo impuesta para llegar al objetivo final. No había camino, era todo un descubrir, teníamos que estudiar por dónde seguíamos. El Sargento topógrafo Humberto Carrión hizo un gran trabajo de gravimetría. Además, cuando Moreno hacia la medición del rumbo que había que seguir, Carrión hacía la misma medición pero para el regreso y eso, además de marcas de referencia que se veían con los catalejos, nos permitió volver por el mismo camino donde habíamos dejado el combustible que necesitábamos.

— ¿Qué sintió cuando llegó al Polo? ¿Qué recuerda de ese momento?

— El recuerdo más intenso que siento hasta el día de hoy es el abrazo que nos dimos con el negro Moreno. Fue sin dudas el gran navegador, el mejor trabajo que se hizo en la expedición más allá de todo lo relacionado con la organización. Me refiero al trabajo en sí del desarrollo del propio viaje, de la travesía. Moreno y Carrión hicieron los trabajos más notables como fueron la traza del camino, la marcha de la expedición, fue algo extraordinario para la época. En aquellos años no teníamos comunicación satelital como existe hoy. Fue todo a medición con teodolito, ojo humano y lápiz. Moreno había calculado un posible error de llegada de hasta de 10 kilómetros, pero la expedición llegó justo al punto exacto del Polo. Si seguíamos cien metros más nos chocábamos con la base de EE.UU. que está en ese mismo lugar. Increíble, un cálculo perfecto.

SEGUIR LEYENDO: