La vida de Santiago Antonio María de Liniers y Bremond podría resumirse en el título nobiliario con el que fue honrado después de defender al virreinato del ataque británico. Liniers fue leal a la corona por más que existiesen recelos por su origen francés y lo fue hasta las últimas consecuencias, no solo ante las amenazas externas sino también cuando la insurgencia criolla aspiró a separarse de España, dividida por la invasión napoleónica.
Por ser el cuarto hijo de nueve hermanos, el título familiar de Conde de Liniers, lo recibió su hermano mayor Jacques Louis Henri quien, además, fue caballero de la Real Orden de San Luis y socio de su hermano en varios emprendimientos en el Río de la Plata.
Por pactos entre España y Francia, Santiago pudo ponerse al servicio de la corona peninsular y ser admitido a la Orden de Malta con solo 12 años.
Cuando los ingleses invadieron Buenos Aires, Santiago de Liniers era dueño de una extensa foja de servicios a la corona: había servido como teniente de caballería y capitán de navío de la Real Armada Española. Después de una breve campaña contra los piratas berberiscos, viajó en 1776 al virreinato del Río de la Plata donde intervino en la toma de Colonia del Sacramento, por entonces bajo el dominio portugués.
Vuelto a España, se destacó en varios enfrentamientos en el Mediterráneo contra los ingleses. Por estos actos de servicio llegó a capitán de fragata.
Casado con Juana Úrsula de Menvielle y Latourrete volvió al Río de la Plata donde, desgraciadamente, mueren su esposa y su único hijo.
El 3 de agosto de 1791 contrajo nupcias con María Martina de Sarratea y Altolaguirre, miembro de una adinerada familia porteña, hermana a su vez de Martín de Sarratea, de destacada actuación en nuestros primeros gobiernos patrios, quien terminaría su carrera como diplomático en Europa del gobierno de Juan Manuel de Rosas.
En 1802 el virrey Joaquín del Pino nombró a Liniers gobernador interino de las misiones guaraníes. En 1804 volvió a Buenos Aires y una vez más la desgracia cruzó su destino: su esposa Martina Sarratea murió después de dar a luz al octavo hijo del matrimonio. Días más tarde moriría también su hijo Francisco de Paula, de tan solo dos años.
Fue después de este doloroso episodio, cuando se unió a su hermano en el proyecto de establecer una fábrica de “pastillas de carne condensada” para proveer a las naves que paraban en Buenos Aires, pero el negocio fue un completo fracaso.
El momento de gloria llegó en 1806 cuando ante la huida del virrey Sobremonte, Liniers organizó la reconquista de Buenos Aires desde Montevideo. Esta victoria lo convirtió en héroe y caudillo. Su figura dio lugar al primer acto de autodeterminación criollo, la consagración de Santiago de Liniers como virrey del Río de la Plata.
En vistas de un nuevo ataque británico, Liniers militarizó a la ciudad con milicias organizadas según el lugar de origen de sus integrantes. Así surgieron los Arribeños, los Patricios y los grupos combatientes de distintas provincias ibéricas. A pesar de la preparación, el desembarco de diez mil efectivos británicos puso en jaque a las tropas porteñas que fueron derrotadas en el Combate de Miserere (1807). Liniers pensó en capitular pero la resistencia organizada por Martín de Alzaga logró vencer completamente a los británicos quienes también se vieron obligados a entregar Montevideo. Fue entonces cuando el virrey fue honrado con los títulos de mariscal de campo y “conde de Buenos Aires”. El Cabildo de la ciudad rechazó esta denominación y lo reemplazó por el de Conde de la Lealtad que honró hasta el último de sus días.
Lamentablemente los negocios turbios de su hermano mayor alzaron voces acusatorias de nepotismo, cohecho y peculado. Su relación sentimental con madame Marie Anne Périchon (una noble francesa de agitada vida social y erótica, además de supuestas actividades como espía) no mejoró la reputación de don Santiago, quien también fue acusado de traición por haber recibido al marqués de Sassenay, un enviado de Napoleón.
Javier de Elio alzó la ciudad de Montevideo contra Liniers y no tardó Martín de Alzaga en insubordinarse y pedir la destitución del virrey en Buenos Aires. Gracias al apoyo de Cornelio Saavedra y sus patricios –la tropa porteña más numerosa– logró derrotar la conjura y desterró a Martin de Alzaga a Carmen de Patagones.
A pesar de los reconocimientos, la Junta de Sevilla prefirió un virrey español en estas costas y lo nombró a Baltazar Hidalgo de Cisneros, un marino español de extensa carrera que se había comportado como un valiente durante el desastre de Trafalgar.
El nuevo virrey a su llegada a Buenos Aires, se reunió con Liniers quien, entre otras cosas, le recomendó no deshacer las milicias porteñas. Sin saberlo, el ex virrey estaba firmando su acta de defunción y la del fin del dominio español sobre este virreinato.
Liniers se instaló en Córdoba y cuando se enteró de la Revolución de Mayo, junto al obispo Orellana y otros españoles decidieron hacer frente al ejército porteño. A su criterio, la aviesa conducta de la Primera Junta era “una puñalada al régimen español” a quien había jurado fidelidad.
La contrarrevolución fue un fracaso y Liniers junto a las otras autoridades pro-españolistas fueron capturados, maltratados y sus bienes robados.
La Primera Junta ordenó el fusilamiento de los cabecillas, pero el comandante Francisco Ortiz de Ocampo, quien había sido subordinado de Liniers, se negó a cumplir el mandato y decidió remitir a Liniers y demás contrarrevolucionarios a Buenos Aires.
La Junta, conociendo la popularidad del exvirrey, ordenó la inmediata ejecución de Liniers y demás cabecillas (hecha la excepción del obispo), acto que se ejecutó el 26 de agosto de 1810, en Cabeza de Tigre (Córdoba).
Allí, el héroe de la reconquista, fue desnudado y arrojado a una fosa común. Por años el exvirrey fue olvidado hasta que el presidente Santiago Derqui designó una delegación para localizar los restos de los ejecutados. Uno de los testigos del fusilamiento identificó el lugar del entierro y allí se hallaron los restos del virrey junto a los demás fusilados. Liniers pudo ser identificado por un botón con una corona.
Las cenizas fueron trasladadas primero a Rosario y después a Paraná para ser homenajeados (recordemos que entonces esa ciudad era sede del poder ejecutivo). Dos hijos de Liniers, que vivían en España, agradecieron este “acto de justicia” y pidieron en 1862 al general Mitre (por entonces presidente de la República) que los restos fuesen trasladados a España.
Una de las hijas se opuso y los restos de Liniers fueron al cementerio de la Recoleta, al panteón familiar. Sin embargo, los hijos españoles, dolidos por el destrato que había sufrido su padre, insistieron y lograron que sus restos fuesen trasladados a España y sepultados en Cádiz, en el Panteón de los Marinos Ilustres.
El gobierno argentino colocó una placa que reproduce la frase final de la biografía de Santiago de Liniers, escrita por Paul Groussac: “Los últimos héroes de la Patria vieja fueron las primeras víctimas de la Patria nueva”
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