Cuando Alpha Mamadou Diallo pensó en partir para Argentina solo podía imaginar a Maradona. La cara pintada en alguna pared, su foto con la copa, las piernas de Fiorito entre piernas enemigas. Ni Messi ni el Papa ni Evita (todavía no existía Bizarrap) ni Caminito ni el Obelisco, ninguna estampita for export más que el Diez, la única certeza, un poco mágica un poco terrenal, sobre un país incierto al otro lado del Atlántico. Maradona, el ícono pop, un lugar común, en el principio de la historia de un pibe que caminaba por las calles terrosas de África, a punto de cruzar el mar, con destino a la tierra prometida.
Como miles y miles de sus compatriotas, casi todos jóvenes, casi todos hombres, Alpha salió de su casa en una búsqueda urgente por una vida mejor para él, que se iba, y para quienes se quedaban en Senegal, las mujeres (su esposa), los ancianos (su padre) y los niños (sus dos hijos).
A cambio de 7.000 dólares, se subió a un micro en Diourbel, su ciudad natal, recorrió los 150 kilómetros hasta Dakar, la capital, y desde allí tomó un avión con destino a España, y luego otro a un lugar que, por razones de seguridad, nunca dirá. Y más tarde a Guayaquil. Y desde Ecuador, media docena de micros. Semanas, meses llevó Diallo viajando. En cada lugar se bajaba un grupo de compatriotas: primero Perú, luego Brasil.
Cruzó la frontera por un paso clandestino en Misiones y finalmente una mañana de calor de finales de 2015 el canto de su propia odisea se detuvo en Retiro, mientras giraba y giraba la rueda loca nacional: Macri iba a asumir como Presidente de la Nación con Gilda de fondo en la Rosada. Y Maradona estaba vivo.
“En Retiro me estaba esperando un amigo. Salí a la vereda y vi mucha gente”. Esa fue su primera bocanada de Buenos Aires. La foto del gentío, los bondis, el ruido, el olor de los puestitos de panchos. “Íbamos a tomar un taxi pero no había y nos metimos en el subte y nos fuimos para Once”.
Inmensa la ciudad, su primer viaje en subte en sus para ese entonces 29 años de vida fue apretado entre personas que hablaban un idioma que no entendía. Apenas tomó las escaleras hacia el cielo sobre la avenida Pueyrredón, Alpha se encontró con su tribu, otros senegaleses y compañeros que habían llegado desde Ghana, Nigeria, Gambia, todos en el mismo plan. Trabajar, sobrevivir, juntar y mandar dinero.
La ola de migrantes africanos de los últimos años no ocurría, quizás, desde el fin de la esclavitud, cuando a medidos del 1800 muchos escaparon de Brasil o Uruguay en busca de la libertad que ofrecía la flamante república. En algún momento de esos años, dos de cada tres habitantes de Buenos Aires eran afrodescendientes. Negros. Antes de la entrada del siglo XX, quedaron muy pocos: fueron los peones en el ajedrez de las guerras o murieron en las epidemias de la época.
Se estima que en estos últimos años llegó a haber unos 10 ó 12 mil senegaleses en Argentina. Y que desde 2018, después de la pandemia y la depreciación del peso, bajaron a 7.000. El movimiento migratorio de africanos es global. “Vení que vas a tener más trabajo que allá”, lo tentó uno de sus 15 hermanos, que había llegado dos años antes que Alpha, quien todavía trabajaba como guía de turismo en las playas senegalesas de Saly. El otro Diallo, de hecho, es uno de los que vino y se fue en este vaivén económico: ahora reside en Estados Unidos.
Siete años después de su llegada Alpha mantiene el trabajo con el que arrancó. Sólo varió los productos que ofrece. Ahora vende mochilas y relojes en Constitución, a dos cuadras de la casa que comparte con Valentina, una rosarina de la que se enamoró, una historia que arrancó por Facebook.
Aprendió rápido el idioma, se hizo el DNI argentino después de casarse con Valentina y, si bien, pudo haber nacido simbólicamente de nuevo, en un nuevo país, entre nuevos amigos (”me gusta porque los argentinos chamuyan”), no se le escurrió su esencia. “Siempre me incomodó la injusticia. Cuando en Senegal era taxista y veía que la policía molestaba a los vendedores ambulantes me bajaba del auto para pelearles”, cuenta, entre risas. “Soy así desde niño”. Ese espíritu de lucha hizo que Diallo se transformara pronto en un referente clave en la organización de los vendedores callejeros migrantes de la ciudad de Buenos Aires.
Alpha se llama su padre y también su hijo. Dice que el Alpha original fue un líder de la zona -”cuando no existían los países colonizados y solo éramos África”-, entre lo que son hoy Senegal y Guinea, hace unos 200 años.
- Alpha sabía muchas cosas, miraba el mar y decía si había pesca. Sabía todo. Existió. No es un mito. Yo me llamo Alpha y mi padre y mi hijo también. Ellos Alpha Omar y yo Alpha Mamadou, que es como Mohamed, es el profeta musulmán: Mustafá, Mahmud, es el mismo nombre en diferentes idiomas o dialectos.
Alpha Mamadou Diallo es musulmán practicante. Reza todos los días, cinco veces, mirando al Este. El primer rezo es a las 5 de la mañana. “Es un sacrificio levantarse. A veces si estoy cansado no lo hago. El segundo, 13.30. Otro a las 17, aproximadamente. Y cuando se está acostando el sol es el último. Y después uno antes de dormir”, cuenta mientras toma café en el Mc Donald’s de Constitución, su lugar de reuniones, a unos metros de su manta.
La idealización es un mecanismo de defensa para que el impacto de la distancia no sea demoledor. Sin documentos, sin hablar el español, llegado de un país donde el 95% es musulmán como él a una patria donde la mayoría es cristiana, para Alpha, como para todos los que arriban en su condición, la adaptación fue complicada.
“Buenos Aires es impresionante, pero siempre me creó otra idea en la mente. Cuando bajé en Retiro me encontré otra cosa, no era lo que me imaginaba. Pensé que era más linda, más gigante, más Nueva York. Igual es la fantasía de cada uno. Además, no conozco Nueva York”, ríe Diallo.
El primer mes fue un calvario. Pensaba por qué había dejado a sus hijos, porqué había vendido su Renault Logan pintado de taxi para llegar invertir en los 7.000 dólares que le permitieron llegar a Argentina. “Pensaba que allá yo estaba bien, que tenía mis cosas, y estaba en Buenos Aires de vendedor ambulante. Es complicado. No me quedaba otra”.
El cambio de gobierno, de Cristina Fernández a Mauricio Macri, lo agarró recién llegado. Su hermano le habló de un país que pronto dejaría de existir. Hasta 2017 sin embargo todo fue bien. “Vendía bastante y me alcanzaba para mí y para mandar a mi familia en Senegal. Después se empezó a complicar. La policía corriendo, todos los días, día a día, sufría, te corrían todos los días, sufría, la calle viste cómo es. Y me arrepentí porque no estaba mal allá, tenía mi taxi, no es lindo dejar toda tu familia afuera, a mis hijos”, se conmueve, y muestra fotos y videos en su celular de Hawa Saido, su nena de 11, y el más pequeño de la secuencia de los Alpha, de 8.
- Los primeros tres meses junté plata, sinceramente, junté un poco de plata, pero luego empezó el problema porque todos los días nos secuestraban la ropa, no puedo contar las veces que lo hicieron, te sacan la mercadería y no la recuperás, y ya no te alcanza la plata, te pegan, todo. Y no te devuelven nada, nunca devuelven nada, no sé qué hacen pero nunca devuelven nada.
“Tenemos derecho a vivir”, dice Alpha. La frase puede sonar obvia pero para los migrantes sin documentos se convierte en un reclamo diario. Derecho a vivir. Muchos jóvenes africanos en Argentina no pueden aspirar a trabajos formales. “Nadie te va a tomar. Hasta conseguir un alquiler fue un problema porque sin DNI, ¿cómo conseguís? Y ser ambulante es un trabajo digno, pero uno quiere algo mejor, si pudiera trabajar en una oficina recibiendo 100 mil pesos, pero no, no se puede conseguir y hay que salir a buscar el pan, sobrevivir y mandar algo a tu familia”.
No se dice, no se quiere ver, pero el racismo también influye en la dificultad para conseguir trabajos. Ellos lo viven a diario. Un día antes de la charla en el Mc Donald’s Alpha y un compañero fueron protagonistas de un hecho violento: “Vino una chica a querer cambiar una remera que había comprado un mes atrás. Estaba rota. Se notaba que la había usado. Mi compañero le dijo eso, que no se la podía cambiar en ese estado, y ella empezó a gritar y pegar. Nos decía ‘negros de mierda, vuelvan a su país’. Terminamos todos en la policía, no se puede vivir así, son ignorantes”.
“Hay gente que no entiende. Nadie es puramente argentino. Si todos sus abuelos vinieron de otros países. Hay gente que es ignorante y no sabe nada de la vida. A mí ahora no me molestan las cosas, me acostumbré, antes me peleaba, pero no te queda otra. Automáticamente cuando te pasa te querés volver a tu país. En tu país nadie te dice “volvete a tu país”. Es difícil ser negro. Siempre hay ignorantes que te dicen eso. A veces a uno le hace mal y me siento re mal. Por momentos te da ganas de volverte. No saben nada, migrar no es un delito”, dice Diallo y se percibe una herida abierta debajo de su campera negra.
“¿Qué problema hay?”, desafía. “La pasamos mal, vivimos en medio de guerras, queremos salir para ayudar a nuestras familias, ¿qué tiene de malo migrar?”, insiste.
“Argentina es un buen país, un rico país, hay racismo pero tampoco hay mucho, se puede trabajar y ganar algo, ser alguien en la vida, hay democracia, y ahora no te persiguen mucho”, asegura.
En Senegal viven unos 16 millones de habitantes, entre los que está su padre, de 62 años. Es comerciante. Transporta alimentos y maderas en camiones. Tiene unos 15 hijos con cuatro esposas diferentes, una cultura permitida entre musulmanes.
“A algunos hermanos no los conozco”, ríe Alpha Mamadou. Su madre, de la que tiene cuatro de esos “15 ó 16 hermanos”, murió cuando él tenía 12. A los 16 abandonó la escuela y dos años más tarde se fue de su casa. Quería trabajar, tener su dinero. Y peleaba con su padre. Manejó camiones, taxis y fue guía turístico.
La crisis económica le complicó los objetivos a Alpha Mamadou. Si antes vendía 10 prendas por día, hoy con suerte llega a dos.
- ¿Se están yendo algunos senegaleses porque ya no pueden juntar el dinero que necesitaban?
- Sí, eso pasa. Ahora salís a las 8 de la mañana y volvés a las seis de la tarde y no podés vender cinco cosas, vendés dos o tres cosas. Poca gente compra. Preguntan pero no les alcanza. Primero tenés que comer y pensar en el alquiler.
- ¿Y vos estás para irte?
- Pensaba en el futuro acá, porque amo a mi esposa, ella me quiere pero también uno quiere crecer, me gusta crecer, tener mi propia casa, preparar el futuro de mis hijos. Económicamente es el peor momento pero estamos más tranquilos que con Macri. Es un mejor tiempo. Yo no tengo nada que ocultar. Los negros senegaleses somos muchos, está complicado, pero estamos tranquilos, no hay persecución como antes. Tenemos paz. A veces nos persiguen, eso pasa, hay allanamientos ilegales de la policía. Es difícil ser negro.
- ¿Sentís que se hace diferencia por el color de piel en Buenos Aires?
- A veces uno lo siente. Y no debe ser. Muchos no saben pero mira, en Egipto, los faraones todos eran negros. Jesucristo era árabe, negro. Es difícil. Pero la lucha va a seguir, tenemos hijos y ellos van a seguir luchando. En Africa está cambiando, los chicos tienen una mentalidad de revolución, de libertad, somos re inteligentes y trabajadores los negros.
Alpha frena su respuesta de repente. Hace un silencio a la vez que acomoda sus anteojos. Sus ojos oscuros apuntan a la corriente del café frío, que se mueve en forma de círculo concéntrico. Diallo bebe un sorbo y habla otra vez.
- Sabes, pienso cómo hacer para tener un bueno futuro para mí y para mis hijos. Ellos no quieren venir para acá. Yo quiero que estudien, que se formen, para no depender de nadie, que decidan bien, ellos son los que van a manejar el mundo y los tenemos que apoyar.
- ¿Te gustaría que vinieran?
- No ahora. Ellos están estudiando el Corán, estudian en una escuela privada, a fin de mes no me queda un peso pero están bien. No quiero que sufran lo que yo sufrí. Cada mes mando dinero a Senegal. Es una familia grande, tengo que apoyarlos, es la costumbre, la cultura. Ayudo a mis hijos y a mi padre. Si tu padre te enseñó todo y te ayudó, cuando se pone grande hay que ayudarlo.
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