Su vida es mezcla de una película romántica y un cuento de hadas con animales y bosques. Hasta mediados de 2019, Leandro Alexis Gómez estudiaba el profesorado de Educación Física, trabajaba en una cadena de gimnasios y cada vez que podía, viajaba. Si bien sufrió cuando su mejor amigo se mudó a California, sabía que tenía un hogar en ese destino pendiente, al que esperaba visitar cuando se recibiera. Lo hizo y juntos fueron a Hawái, donde todo cambió para siempre.
Ese amigo vivía en Hollywood, trabajaba en una empresa aérea y podía ayudarlo a conseguir un descuento en el pasaje. Leandro, en cambio, no lo podía comprar sin antes ahorrar durante varios meses. Como estaba en una relación, lo comentó con esa persona y decidieron hacer juntos el viaje, pero el amigo de Leandro volvió con una mejor propuesta: “La compañía me ofrece poner un acompañante para mis viajes y te pongo a vos, solo me vas a tener que pagar el costo de los impuestos mínimo, y elegí cinco países de todo el mundo que quieras conocer”, le ofreció. La ecuación le cerró por todos lados: mil dólares para viajar a Grecia, España, Inglaterra, México y Estados Unidos.
Leandro trabajó de lunes a lunes para ahorrar el dinero. El viaje se inició en junio de 2019 y duró dos meses. Llegó a California, junto a su amigo partió a Puerto Rico, al regresar se encontró con su pareja de entonces y recorrieron Los Ángeles y Las Vegas. Leandro siguió el recorrido por Nueva York y partieron a Grecia, España y Londres.
“Al regresar, le dije a mi amigo que quería conocer Hawái, pero me cuenta que era un destino difícil porque solo llegaban tres aviones por día y que siempre estaban llenos, y que lo más seguro era quedar varado en el aeropuerto... ¡Moría por conocerlo y estaba ahí nomás! ¡No iba a tener otra oportunidad! Al otro día, me dice: ‘Hay un viaje a Hawái a las 10 de la mañana. ¡Si estás en 20 minutos, venís conmigo!’ Eran las 7 de la mañana. Armé la mochila con tres zungas, dos musculosas y allá fui... ¡Solo! Alquilé cama en un hostel de Honolulu, no hablaba nada de inglés. Estando en la playa descargué una app tipo Tinder, aclaré que no hablaba inglés y al rato me escribió Tim, mi actual esposo”, resume el inicio de la romántica aventura.
La historia de amor
Tim estaba muy cerca de donde se hospedaba Leandro y tenía ganas de practicar español, idioma del que tenía un conocimiento básico. El profesor de gimnasia, de ahora 32 años, no supo entonces si fue su aclaración o la foto de su cuerpo muy bien trabajado lo que llamó la atención del biólogo californiano, que descansaba en esa playa paradisíaca y que vivía en Alaska.
“Como estaba con un hilo de batería y no tenía con quien más hablar, le dije que estaba en la playa de Waikiki y me ofreció verlo donde se hospedaba, pero me pareció demasiado... ¡Mirá si era un loco! No iba a ir, así que le ofrecí vernos en la playa y ver qué onda pegábamos. Yo estaba solo, cualquier cualquier anécdota que me pueda llevar del lugar, estaba bárbaro... Así, nos encontramos en la mitad de la playa, al verlo me gustó, pero de entrada aclaré mi mente y me dije que no quería nada porque mi vida estaba en Buenos Aires. Bueno, caminamos, me contó que vivía en Alaska, un lugar que siempre quise conocer para ver la aurora boreal y por el respeto que tienen a la naturaleza”, recuerda.
Pese a su poco inglés y al poco español de Tim se entendieron y cuando lo invitó a acompañarlo a una cena de cumpleaños con cuatro amigos, aceptó. La pasó tan bien que pasaron la noche juntos. Al despertar, Tim lo invitó a Isla Maui, pero no aceptó. “No quería jugar el papel de novio y le mentí que tenía planes, aunque mi plan era acostarme en la playa y pasar el día. A la noche me escribió y me pidió vernos, pero yo ya estaba durmiendo. Al otro desperté con un mensaje suyo, sabía que a la noche volvía a California y se quería despedir; y yo sabía que no lo iba a volver a ver”.
Leandro no se hacía ilusiones y solo recordaba que cuando terminara el sueño californiano debía volver a Buenos Aires y su rutina laboral. Por eso no cedió ante la insistencia de Tim cuando le propuso verse en el hotel donde se hospedaba. “Yo no quería perder las ultimas horas de playa que me quedaban para estar encerrado y le volví a proponer que fuera hasta donde yo estaba. Apareció con una canastita con frutas y con un sombrero gigante”.
La tarde pasó entre risas, frutas, y una charla que no necesitó la traducción a ningún idioma porque, sin darse cuenta, al menos Leandro, estaban comenzando a hablar con los ojos.
“Era de tarde, nadamos mar adentro y entre beso y beso, me enamoré. Tuve sensaciones maravillosas y él le pasó lo mismo, pero puse la mente en frío para que todo eso quedara allí”.
Mientras Leandro viajaba al aeropuerto, Tim le mandó una foto del atardecer sin él con el texto: “¡Mirá lo que te perdiste!”. “Al llegar a Los Ángeles, Tim me siguió escribiendo. Hablábamos una vez cada tres días, viajé a Cancún con mi amigo y, como quería viajar a Alaska en algún momento, agregué a Tim al Facebook. Se terminó el viaje y regresé a Buenos Aires, retomé mi vida súper ahorcado económicamente porque no había trabajado durante dos meses. Seguimos hablando día por medio, me ayudaba a escribirle con el traductor, y en octubre me contó que había sacado un pasaje para Argentina, que quería explorar el país y verme... ¡Pensé que estaba loco! ¡Nos vimos solo tres días!”.
El regreso a Buenos Aires confundió a Leandro, que volvió a ver a aquel hombre con el que “tenía lago” y que lo acompañó a Las Vegas. Saber que pronto vería a Tim lo puso nervioso y llamó a su mamá para contarle la situación y pedirle un consejo. “Le conté todo y me dijo: ¡Tenés que verlo si hace tremendo viaje para verte! Se merece que lo vayas a ver’... Llegó el 6 de noviembre, pero en ese momento no tenía las maripositas en la panza y no pensé en ser su guía de turismo tampoco... Nos encontramos en el microcentro y terminé pasando la noche con él en el departamento de Palermo que había alquilado”.
“Me pidió que lo acompañara a Ushuaia y El Calafate, lugares que le recomendé conocer, ya que ama el frío. Yo seguía sin entender cómo podía pasarla tan bien con un desconocido que hablaba otro idioma... Me preguntó cuándo iba a viajar a Alaska, y le dije que era un viaje que debía planificar. Nosotros los argentinos no decimos: ‘Mañana me voy a Alaska y ya’, con lo caro que todo resulta... Como mi cumpleaños es el 25 de noviembre, me dijo que había pensado en regalarme el pasaje para ir... ¡y le dije que para junio o julio, que volvía a tener vacaciones! ¡Mirá lo que pensé!”, recuerda y se ríe.
Tim iba a pasar las Fiestas en Hawái y Leandro, que además es guardavidas, debía trabajar todo el verano mientras Tim estaría esquiando en Vancouver durante enero. La oferta de viajar en febrero tampoco la pudo aceptar porque se había comprometido con su jefe a trabajar sin freno hasta marzo. “Además, para hacer cualquier viaje, ¡tenía que juntar plata! Le expliqué que él tiene otra realidad, y me dijo: ‘No te ofendas pero tu plata acá no sirve para nada...’. Cuando lo acompañé a Ezeiza, antes de partir, me confesó que estaba enamorado de mi. Se fue a California a ver a su familia y luego hizo todo lo que tenía planeado y yo lo mío”.
Al finales de enero de 2020, Leandro no pudo más: extrañaba a Tim y entendió que esperar a junio era mucho tiempo. Le dijo que si le mandaba el pasaje, en marzo se iba para Alaska. Al otro día, el pasaje para el 19 de marzo de 2020 ya estaba a su nombre.
“Una semana antes llegó el coronavirus y la pandemia... Todos los países comenzaron a cerrar sus fronteras. Averigüé en una aerolínea qué pasaría con ese pasaje y supe que como mi vuelo tenía escala en Chile, que había cerrado fronteras pero que permitía solo trasbordo para pasajeros pasantes, podría viajar. Llegué a Los Ángeles, me dejaron en un cuartito y me trataron bastante mal porque estaba ahí en medio de una pandemia... Les expliqué y conté todo como pude. Había renunciado a mi trabajo y dejé el departamento. No me dejaron entrar porque era un turista. ¡Las opciones eran regresar o que cancelaran la visa por 10 años! Elegí volver... Le toqué timbre a mi mamá y me quedé con ella, que no entendía nada. Le conté todo a Tim y los dos intentamos hablar con abogados para ver qué podíamos hacer”.
Recién en noviembre Tim podría volar. Esperar un año era la única opción para volver a verse, pero en octubre la aerolínea le canceló el viaje. La única posibilidad de que Leandro viajara era casándose, pero necesitaba confirmar si sus sentimientos seguían intactos.
El 1 de noviembre se encontraron en México y allí pasaron un mes de ensueño. “Volvimos a confirmar que queríamos estar juntos”. Cada uno volvió a su país y comenzaron a tramitar una visa para prometidos. Así, Leandro podría ingresar a los Estados Unidos y a los 90 días casarse. Durante el verano 2020/2021, el profesor regresó a su trabajo de guardavidas mientras buscaban la manera de verse nuevamente en febrero.
“Quince días antes, le dije a mi jefe que tenía que ver a a mi prometido en Costa Rica y allí estuvimos un mes. Después cada uno, de nuevo, retornó a su país, con todo lo que implicaba seguir viajando en el medio de la pandemia: permisos para salir, hisopados, todo... Lo de la visa demoraba seis meses... Yo estaba en el limbo porque no podía trabajar de lo mío porque era persona a persona. El 7 de noviembre, Tim voló a Buenos Aires. Viajamos a Puerto Madryn y a Mendoza, tuve una entrevista en la Embajada para mi visa, conté todo lo que pasamos y me la dieron”.
El 4 de diciembre de 2021, Leandro se mudó a Alaska y el 28 de diciembre se casaron en Hawái, en la misma playa donde todo comenzó.
La vida entre aurora boreales
Pasaron ocho meses de la boda mágica, rodeado de algunos amigos y de la familia de Tim, que llegó desde California.
Aún no tiene el permiso para trabajar y se dedica a acompañar a Tim en su trabajo como biólogo.
“Tiene que buscar plantas que son plagas y matarlas para que no se vuelvan a reproducir, porque afectan el ecosistema y acá eso lo cuidan mucho. Entre las tantas diferencias que hay con Argentina, la poca intervención del hombre en el lugar es lo que más me maravilla”, cuenta mientras mira desde su ventana cómo el día está nublado, indicio de que pronto llegará el otoño.
La feliz pareja viven en una casa en ensueño en Anchorage, en medio de una una hectárea de bosques y paisajes de película. “Conozco solo a una vecina, una señora que vive muy, muy lejos, que pasa por el ingreso y saluda. Acá no te despertás con la música del vecino”, bromea.
Con sorpresa cuenta: “Las primeras veces que salí a caminar por el bosque, Tim me recomendaba que no olvidara el spray para osos... ¡No te roban el celular en el calle como en Lanús, pero te encontrás con osos...! ¡Ja, ja! ¡Lo cuento y no lo creo! Todavía no vi ninguno, pero si me cruzo alguno sé que tengo que hablarle así se asusta primero y se va”, dice las recomendaciones.
El frío, dice, no es tan terrible como imaginaba. “Hace frío, sí, pero no tanto como pensé porque es muy seco. Los 10° de acá son como los 18° de Buenos Aires, y los 18° como los 25°; y en pleno verano hay días de 22 horas de sol... Hay luz desde las tres de la mañana hasta las once de la noche. Pero en invierno, hay sol solo por cinco horas”.
Leandro está feliz y pudo cumplir un gran sueño: “En la zona de nuestra casa hay poca luz y desde el patio podemos ver las Auroras Boreales... ¡Soñaba con verlas! ¡No hay nada más asombroso que vivir en Alaska!”, finaliza y confiesa que espera ansioso la llegada de las Fiestas para ver las casas decoradas para recibir la Navidad.
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