Era un día especial para Alan Lamas porque salía de excursión con sus compañeros de su escuela Filii Dei, del Barrio 31. Corría 2017 y habían sido invitados por el Campo de Polo Argentino. Hasta ese momento, cuenta que no tenían idea sobre esta disciplina. “Nos enseñaron las canchas, no comentaron el deporte que ninguno de nosotros conocía, montamos a caballo y nos enseñaron a pegarle a las bochas con los palos”, relata el joven sobre la inolvidable jornada que lo marcaría por siempre.
Después de las clases de taqueo y conocer los aspectos técnicos de este apasionante deporte, Alan se había quedado con ganas de ver el juego, a los caballos galopando y vivir la emoción de un partido. Así que se animó a pedir entradas para él y sus compañeros. Y las consiguió. “Fuimos casi toda la escuela a ver un partido. Al principio no entendíamos el juego, pero lo pasamos bien”. No logra recordar quiénes jugaban, pero la experiencia había sido hermosa. No satisfecho, quiso llevarse de recuerdo una camiseta de un jugador. “Pedí una pero no se podía porque ya el jugador tenía a quién dársela”. Se fue con las manos vacías.
Sin embargo, un día en el colegio recibió una gran sorpresa. Le habían pedido su número de celular y el presidente de la Asociación Argentina de Polo de ese momento, Eduardo Novillo Astrada, le mandó un mensaje: “Pasá a buscar la camiseta que te dejaron los jugadores”.
Así fue como volvió a la “Catedral del polo” por tercera vez. Y en esa oportunidad, conoció a Eduardo, presidente de la asociación. Hubo fotos compartidas con la camiseta y mucha charla. “Me preguntaba cómo andaba en el colegio y me aconsejó que le metiera ganas”, recuerda.
E inesperadamente le llegó otra invitación. Asistir a un evento, cree que era el Día del caballo. Y siempre estaba dispuesto a ir. Pero esta vez, se animó a pedir algo diferente. Su familia estaba pasando por un mal momento económico y quería ayudar a su papá, de profesión albañil. “Vivo con mi mamá, mi papá y mis dos hermanos más chicos, Gonzalo (18) y Layla (10). Quise ayudar en casa, necesitaba dinero, capital y eso me llevó a pedirles un trabajo”, cuenta.
Tiempo después, fue invitado a ver la final, el Abierto de polo número 124. Alan fue con un amigo y estaba de lo más entretenido cuando le llegó otro mensaje dentro del campo. “¿Alan, dónde estás? Acercate al escenario que están armando. Vas a entregar el trofeo al campeón”, recuerda sobre ese emocionante día. Había ganado La Dolfina frente a Ellerstina que se consagraba como pentacampeón.
Y ahí estaba Alan subiendo al escenario con la copa, se la entregó a los jugadores y posó para una foto histórica, junto a Adolfo Cambiaso y el presidente. Alan también sostuvo el premio. “Fue un momento en el que me pregunté dentro mío ¿y yo qué hago acá? Era impresionante la cantidad de cámaras, había mucha gente. Yo estaba impactado. Y sí me gustó. Estuvo bueno. Por un momento me sentí importante”, dice riendo.
El siguiente llamado no fue para ver partidos, ni para entregar premios. Tampoco para asistir a charlas educativas. Tuvo una entrevista laboral. que tanto deseaba. Ya le esperaban los chequeos médicos, papeleo. “Empecé a trabajar a mitad de 2018 en el mantenimiento del lugar. Hago jardinería, a veces preparo las canchas para los partidos, el arco, las carpas, pintamos las líneas de la cancha, ponemos las maderas, de todo un poco”, detalla.
En 2018 dice que terminó la escuela y que todavía no se inscribió en la facultad. “Pero estoy pensando en anotarme. No tengo bien en claro todavía, pero la idea está”, asegura. Alan juega mucho al fútbol con sus amigos, y sus intereses están ligados al deporte. Le gustaría hacer un profesorado de educación física, ser preparador físico, entrenador personal, algo por el estilo. Solo le falta el empujoncito final para dar el paso.
Cuenta Alan, que en su casa lo llaman por su segundo nombre Dani, y tal como era su deseo pudo colaborar mucho con la economía familiar. Compró un microondas, puso plata para un freezer, entre otros electrodomésticos y algo muy importante para él, construyó en su casa un lugar con la privacidad que necesitaba. “Fue una buena construcción y estoy más cómodo”, expresa con gran satisfacción.
También pudo irse de vacaciones a la costa. “Los primeros dos días fueron de lluvia, pero igual siempre positivo y me metí al mar. Disfruté los siete días que fui alquilando una casa completa con lo necesario, a cinco cuadras del mar. Por las noches salía a bailar”, cuenta. Ahora le entusiasma conocer la Patagonia. “Me gustaría conocer ese paisaje”, asegura.
El chico de 22 años no dice tener grandes ambiciones materiales. Pero sus sueños hablan de crecimiento. “Progresar día a día con mi familia para verlos felices siempre. Que nos vaya bien en lo laboral, en la salud y tener estabilidad”.
Sobre el polista Eduardo Novillo Astrada, a quien le pidió el trabajo, considera que es “un tipazo, una muy buena persona. Me pareció muy humilde”. Cuenta que un día incluso conoció a sus padres. “Una vez vino para la villa 31, mientras yo estaba trabajando en la cancha, y alguien de la oficina me pregunta por el número de mi mamá, que el presidente de la asociación quería hablar con ella. Y me pregunté qué habría pasado. Después me entero que Eduardo iba a dar una charla allá y se encontró con mis padres. Al rato mi mamá me mandó la foto del encuentro”, relata.
Después de casi cinco años, Alan ya aprendió sobre el deporte. Fue mirando los partidos y entendió el juego. “Algunos puedo verlos y se ponen interesantes. Aunque no soy de hacer fotos”, concluye.
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