Walter Kerr (54), alto, prolijo, el pelo al ras, camina por calle Paraguay un domingo a la tarde. Está yendo a su departamento en el centro porteño, barrio en el que creció, vive y trabaja. Por la misma vereda vienen de frente dos adolescentes que calcula no tendrán más de 14 años. Escucha entonces cómo uno le dice al otro: “Mirá, el intérprete de Alberto”.
En otras circunstancias se detendría a aclarar eso que aclaró tantas veces y que sabe va a tener que seguir aclarando: él no es el intérprete de un presidente, sino de la Cancillería Argentina. Esta vez lo deja pasar. “Hello, how are you?”, le suelta el adolescente en el momento exacto en que se cruzan. Kerr le responde con una sonrisa y en un perfecto inglés, le confirma la sospecha: “I´m good”.
Todavía lo sorprenden esas escenas. A pesar de sus esfuerzos por volverse invisible, pasar inadvertido, mantenerse al margen, casi no dar entrevistas, cada tanto, en la calle, en el subte, alguien lo reconoce.
“A veces el imaginario popular puede plantearse ciertas preguntas y cuestiones, pero creo que en la vida real no deja de ser un trabajo como cualquier otro”, le va a decir a Infobae, con la vista puesta en un fragmento del muro de Berlín que hay en los jardines del Palacio San Martín. El bloque estuvo en la ciudad de Marzahn durante la Guerra Fría y el gobierno alemán se lo obsequió al argentino en 1999, al cumplirse el décimo aniversario de la caída.
Contará también, mientras aleja la mirada de la columna de piedra y se deja fotografiar en una galería, que cuando lo descubren desconocidos, por lo general quieren saber detalles de su trabajo. Llevarse un chisme, una intimidad, una anécdota presidencial. Guarda por eso algunas inofensivas para salir del paso. El día que le comió el postre a un ex primer ministro inglés o la vez que le tocó interpretar dentro de un baño.
En la Argentina de 1997 era asesinado el fotoperiodista José Luis Cabezas, se creaba la Alianza entre el FrePaSo y la UCR y se instalaba la carpa blanca docente en Plaza de Mayo. Por fuera de esos titulares, en los engranajes del gobierno de Carlos Saúl Menem, Walter Carlos Kerr, de 29 años, empezaba a trabajar externamente para la Cancillería Argentina. En cuatro años, habrá pasado ahí la mitad de su vida.
Es abogado, traductor público, docente, habla nueve idiomas y en el último tiempo empezó a estudiar árabe y dialecto egipcio. Es Director de Traducciones del Ministerio de relaciones Exteriores y Culto de la Nación y el intérprete del presidente. Muchas veces está donde nadie más puede, ni siquiera asesores de primera línea o ministros. “Que sólo queden los intérpretes”, es el equivalente a las reuniones más clasificadas.
Kerr planifica, coordina, interpreta y controla las actividades de la documentación del ministerio y de la Presidencia de la Nación. Intervino en casos como Papeleras del Río Uruguay, Malvinas, AMIA, Fragata Libertad y las reuniones del G-20. Estuvo con todos los presidentes. Viajó por el mundo. Por eso quizás es que cuando tiene vacaciones, prefiere quedarse en Buenos Aires.
La Dirección de Traducciones funciona en el sexto piso del edificio de la Cancillería sobre calle Esmeralda. Un pasillo en silencio que lleva hasta la oficina 613 donde trabajan diez personas. Apenas se atraviesa la puerta hay que sortear una serie de cubículos, en varios hay sentados ex alumnos de Kerr y al final, en un cuadrado apartado, sin pretensiones, pero con ventana, está él.
La mayor parte del poco espacio lo ocupa su escritorio. Apenas queda lugar para un perchero y un aire acondicionado portátil. Hay un teléfono, un velador, una computadora. No hay fotos, ni diplomas, ni recuerdos. Nada que diga algo de alguien, a no ser por lo único que cuelga de la pared; un almanaque con imágenes de gatos en todas las páginas.
El intérprete de los presidentes supo tener siete gatos persas, de los que hoy sólo quedan cuatro. El más viejo se llamó Jimmy, pero convivió con los más latinos Peluche, Maxi y Chupete. Niega que en referencia a algún ex presidente. Si así fuera tampoco lo diría. Sabe que sus años en Cancillería tienen que ver tanto con lo que dice, como con lo que no.
—¿Qué crees que hace que seas el intérprete de los presidentes desde hace 25 años?
—Hay una cuestión respecto de una formación técnica. Los profesionales de los ministerios de Relaciones Exteriores son gente con un perfil técnico predominante. En definitiva se valora que haya una continuidad, uno conoce los temas y esto tiene que ver con las famosas políticas de estado que trascienden a las distintas administraciones o gobiernos individuales.
—El saber es poder y vos estás en muchas conversaciones a las que pocos pueden acceder. ¿Alguna vez te pasó de que te hayan querido sacar información?
—Nunca me pasó, creo que la gente conoce mi perfil, entonces no hace falta que yo marque una distancia más allá de lo lógico porque creo que la gente se da cuenta de cuál es mi función y un principio clave de esa función es la confidencialidad absoluta. De hecho esto es algo que define la función de un traductor y de un intérprete en cualquier ámbito. Lo que yo diría es que en el caso de un intérprete que trabaja para su país, para su gobierno, para su Estado, al igual que en el caso de un diplomático u otros funcionarios, la confidencialidad tiene ya un grado especialmente acentuado.
En 2004, Kerr, que había participado de una reunión entre el entonces presidente Néstor Kirchner y representantes de la AMIA, fue citado por el juez Claudio Bonadio, para ser consultado sobre la posible existencia de una serie de casetes de los que se habría hablado en ese encuentro. Grabaciones perdidas de escuchas telefónicas durante los primeros días de investigación, tras la explosión de la mutual israelita. El intérprete compareció durante dos horas y en varias oportunidades recurrió a una misma frase: “No lo recuerdo”.
—¿Es posible no recordar las conversaciones en las que se estuvo?
—El hecho de que uno esté presente en las reuniones no necesariamente implica que uno después recuerde todo el contenido de las reuniones. Ese también es otro tema, porque uno está tan concentrado en su trabajo que pasa de manera sistemática. Si yo después trato de acordarme de qué estuvimos hablando en la reunión de hoy al mediodía me acordaré algunas cosas generales, pero otras cosas quizás no. Y en ese sentido uno lo ve como un trabajo puntual. En general no queda mucho registro en la memoria de lo que uno estuvo haciendo. Uno hasta inconscientemente ejerce una especie de amnesia selectiva.
Walter Kerr tomó una decisión hace ya muchos años, hablarle a sus gatos en castellano. Lo hizo teniendo en cuenta que la mayor parte de la gente con la que iban a interactuar les iba a hablar en ese idioma. Una norma que sin embargo no rigió para él en su casa y en su familia durante su infancia.
—En tu casa se hablaba en inglés…
—Es verdad, por mi padre con ascendencia escocesa y por la tradición familiar, se hablaba inglés en casa y si bien mamá era argentina ella también hablaba inglés. Se habían conocido en inglés con mi padre, así que el inglés era la lengua habitual. Un educador o un pedagogo diría hoy que no es tan bueno marcar una pauta, pero en mi caso no lo experimentaba como una imposición. Era natural. Sabía hacer ese “switch” cuando era necesario.
Si Walter le preguntaba algo a su papá en español, este le respondía que no entendía lo que le estaba diciendo. Entonces la conversación continuaba en inglés. Tenía 13 años cuando descubrió que eso que sabía, además, podía hacerle ganar algo de plata traduciendo cartas o documentos para amigos y conocidos. A los 18 ya hablaba inglés, francés y alemán.
En 2008 se dio en Casa de Gobierno una curiosa constelación. La presidenta Cristina Kirchner recibió a la “reina del pop”, Madonna, el mismo día que a Ingrid Betancourt, ex candidata presidencial en Colombia, secuestrada por las FARC en 2002 y liberada más de seis años después. Las tres mujeres terminaron compartiendo algunos minutos juntas en Casa Rosada y Walter estuvo ahí.
Dos años más tarde, en la apertura del V Congreso de Traducción e Interpretación en el Hotel Panamericano de Buenos Aires, la ex presidenta, decía: “Les puedo asegurar que estando con representantes de Alemania, de Francia, de Inglaterra y no solamente institucionales que uno puede pensar que quieren quedar bien con la Presidenta o con el traductor, han elogiado la traducción de Walter, e inclusive sé que ha tenido también ofrecimientos para ir afuera. Y me acuerdo una de las mejores traducciones que me hizo, que fue cuando me visitó Madonna. Hasta a Madonna le llamó la atención mi traductor, mi intérprete”.
Walter Kerr trabaja con las palabras. Las usa con pericia quirúrgica. En sus respuestas no abundan los nombres propios, las situaciones puntuales, ni las experiencias particulares. Nada que pueda comprometer. Ninguna referencia que pueda ser rastreada. No le gusta hablar de él y por eso lleva la charla hacia un lugar mucho más seguro, uno que -además- lo apasiona; el de la interpretación.
—¿Qué impresionó tanto a Madonna?
—Yo te puedo decir las cosas que aprecio mucho de un o una colega. Me encanta ver que las personas que están siendo interpretadas, ya sean presidentes, ministros, escritores o lo que sea, de alguna manera se pueden olvidar de que hay un intérprete en el medio. Uno puede entonces ver que la conversación fluye y las personas se están hablando directamente, sin que haya la mediación de un intérprete. Cuando la comunicación se facilita a ese punto, se sienten cómodos y ambos pueden hablar de manera relajada, creo que eso es lo que genera el éxito en una situación de interpretación.
—¿Cómo son los viajes con la Cancillería?
—Son viajes super cortos, no hay tiempo para absolutamente nada. Es subirse a un avión, dormir ahí y trabajar. Muchas veces no hay una posibilidad de viajar antes, relajarse, acostumbrarse al horario nuevo. Es llegar, trabajar, estar pendiente de las actividades, porque las agendas son muy compactas. El resto es comer y dormir.
—No das muchas entrevistas, no hay casi fotos tuyas. ¿Por qué?
—Simplemente no es algo que me genere mucha gratificación. No pasa mi sensación de completitud o de gratificación personal o profesional por verme en ningún lado, ni por proyectarme. Sí me gusta cuando mi trabajo es valorado y también me gusta poder transmitir. Un ámbito que me gusta mucho, y en el que tengo mayor exposición, es en lo académico. Sigo dando clases en la facultad y me encanta motivar a la gente a aprender, porque yo personalmente amo mi profesión, mi trabajo y poder descubrir talento en otros. De hecho mucha gente que actualmente trabaja conmigo, tanto en materia de interpretación como de traducción, es gente que ha sido formada por mí en su momento. Esto no es sólo estudiar un idioma y hablarlo.
—¿Te ha pasado de quedar en medio de situaciones que suben de tono o crecen en tensión?
—La política es un ámbito de apasionamiento y quien cree en sus ideas, las transmite obviamente con vehemencia. Así que eso pasa más allá de que sea con interpretación o sin interpretación.
—¿Y qué hace el intérprete si se da una discusión entre presidentes?
—Acá recurro a uno de mis mantras, que es algo que también digo en la facultad: no es sólo lo que uno dice, sino cómo se dice. En el espectro de situaciones que yo tengo para transmitir un mensaje, quizás haya algunas opciones que sean más conducentes o favorecedoras de la continuidad de la comunicación, mientras que otras quizás generen una interrupción, un ruido en el sentido linguístico. Ante esa alternativa un intérprete puede buscar la forma de generar esa continuidad, salvo que se quiera interrumpir la comunicación, entonces yo no le haría ningún favor al presidente, funcionario, ministro o ministra, si no transmitiera esa intencionalidad.
—¿Alguna vez supiste de algún intérprete presidencial que habló de más?
—Uno ha oído historias de personas que tenían un vínculo más político con las personas con las que trabajaban y no más técnico. Por supuesto eso generó después más cuestiones y una vez que terminó ese ciclo político esa gente no continuó. Pero justamente en ese caso no eran intérpretes profesionales y técnicos, eran gente que estaba trabajando desde otro rol, desde otro lugar.
—¿Es difícil ser neutral?
—Uno es la voz de quien habla por el país en otro idioma. Desde ese punto de vista la neutralidad es fundamental, porque uno no está transmitiendo una postura propia. No soy yo el presidente, ni la presidenta, ni el ministro, ni la ministra. A mí me toca transmitir el mensaje y de eso se trata. Mis opiniones, mis creencias, mis gatos persas, quedan obviamente fuera.
—¿Qué pasa cuando un presidente quiere hablar él en lugar del intérprete?
—Hay variaciones. Lo que creo que es a veces un poco más tensionante para los intérpretes, es lo que yo llamaría el “mitad de camino”. Es decir, si una persona directamente no habla el idioma extranjero y se deja interpretar, creo que si bien en teoría nosotros como intérpretes tenemos que trabajar muchísimo más, es más relajado. Porque el problema es que si tenemos que hacer una intervención más ocasional, hay como una especie de tensión permanente para ver cuando me toca entrar, cuando no y para cerciorarme, porque podría ser el caso de que alguien piense que entiende algo y no lo entiende exactamente.
—¿Te ha pasado de tener que corregir a un presidente?
—Es muy interesante ver lo que hacen los asesores o los diplomáticos cuando están en reuniones, incluso en el mismo idioma y cómo ante cierto tipo de comentario o declaración le pasan al funcionario una pequeña esquela para acompañarlo o apoyarlo. Yo creo que en el caso de un intérprete puede ser algo similar, quizás una notita o susurrar para ayudar y asegurarse de que todo se entienda bien.
—Has estado más allá de la grieta. ¿Seguís en contacto con los que se fueron?
—Sigo recibiendo mensajes de cumpleaños o saludos de personas que han trabajado para distintas administraciones o distintos gobiernos. Eso va más allá de la función. Tiene que ver con un componente humano que por supuesto está.
—No cualquiera genera esa cercanía...
—Creo que en general soy una persona también bastante serena, eso me marca mucho la gente. Siempre resalta mi aparente tranquilidad y esto de que yo siempre voy por la vida con una sonrisa. Quizás sea una forma de convencerme de que estoy siempre relajado y libre de stress. Pero es cierto que tiendo más a la sonrisa que a la crispación.
—¿Has tenido que ganarte la confianza de algún presidente?
—Nunca he sentido la necesidad de tener que ganarme la confianza. Yo la confianza la ofrezco. Uno lo hace a través de su labor, de su trabajo, desde la perspectiva de uno y de esta función que es técnica. A veces el imaginario popular puede plantearse ciertas preguntas y cuestiones, pero creo que en la vida real no deja de ser un trabajo como cualquier otro, simplemente que es con personas que obviamente tienen responsabilidades muy altas.
—¿Ese “imaginario popular” cree que sabés cosas que el resto no?
—Es bastante común que gente que ni conozco me diga “las cosas que habrás tenido que traducir” o “un día tenés que escribir tus memorias” o “los secretos que sabrás”
—¿Y qué les respondés?
—Con una sonrisa, simplemente.
Fotos: Alejandra Leston y Cancillería
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