“¡Acelerá que no llegamos!”. El tío Carlos pisó el pedal para acercarse a la zona de embarque en el Aeropuerto de Tucumán. Héctor Argiró y su familia debían tomar un vuelo para volver a su casa de Munro. El motor del Torino coupé modelo ‘75 rugió un poco más fuerte. Era principios de los ‘80: Héctor tenía 8 años y sintió cómo la velocidad le apretaba la espalda contra el respaldo trasero. “Cuando sea grande quiero uno de estos”, pensó. Esa postal de la infancia lo persiguió como un sueño diurno. Dos años más tarde, sentado frente al televisor con su papá mirando el rally argentino, se le cruzó otra idea.
—¿Hasta dónde llega la Panamericana?
—Hasta Alaska.
La ficha que faltaba quedó resonando en su cabeza. “Ahí dije: ‘Algún día me voy a ir hasta Alaska con el Torino’”.
Pasaron unos cuántos años. Cuando adolescente, buscaba autos y motos que no podía comprar. Héctor deambuló por varias carreras y trabajos hasta que se decidió por la Licenciatura en Cartografía y comenzó a trabajar trazando gasoductos y rutas de GPS para autos de alta gama. Los mapas, territorios y geografías era otra de sus pasiones. Y mientras tanto, espiaba los clasificados de automóviles cuando todavía no contaba con ahorros para comprar una máquina propia. En eso estaba cuando un aviso llamó tu atención: sin foto, un Torino modelo 380 del año ‘69 apareció entre los anuncios. Como en una cita a ciegas, fue hasta Villa Tesei a encontrarse con su destino. “Esperame cinco minutos que te abro el garaje así ves el auto”. Mientras el dueño levantaba el portón, Héctor ya lo había decidido: “Balboa”, como lo apodó más tarde, sería su nuevo compañero de ruta.
Fabricado en Argentina por la montadora Industrias Kaiser. Tres carburadores Weber doble boca de 45mm de diámetro, velocidad máxima de 200 km por hora, motor de seis cilindros en línea Tornado Superpower; el modelo 380 fue presentado al público como la versión “más poderosa de la gama” en 1966. “Balboa” era una mole de la mecánica que prometía, pero necesitaba algo de trabajo. Argiró le dedicó varios años y unos cuántos billetes a su restauración: motor, carrocería, pintura, suspensión, tren delantero. El flamante auto quedó estacionado por un tiempo hasta que trazó el primer punto en su GPS y la perfecta ocasión para comenzar la travesía.
El 24 de noviembre de 2016, se cumplían 50 años del lanzamiento del Modelo 380. El aniversario era la oportunidad que Héctor había esperado para salir a la ruta escoltado por una caravana de Torinos. Se separó de su novia, renunció a su trabajo, junto el dinero de su liquidación y partió solo con 3 mil dólares desde su casa en Los Polvorines con rumbo a Córdoba, donde se preparaba uno de los eventos de automovilismo. “Fueron distintos autos de todo el país, así empecé mi viaje”.
Tomó la ruta 40 y cientos de arterias más para recorrer el país de punta a punta; cuando tachó de la lista Misiones, Corrientes y Entre Ríos como los últimos destinos domésticos, comenzó su gira por Latinoamérica con la mira puesta en Alaska. “Los lugares que veía en los mapas quería visitarlos en la realidad”. Chile, Paraguay, la costa uruguaya y brasileña hasta Río de Janeiro, de ahí a Bolivia, Perú y Ecuador para continuar hacia el norte: montaña, selva, el canal de Panamá, el trópico de Centroamérica.
En ese recorrido, quedó fascinado por el Lago Atitlán de Guatemala, donde el espejo de agua es custodiado por tres volcanes. Apretó el embrague para cruzar el trampolín de la muerte en Colombia, unos 80 kilómetros de precipicio donde solo cabe un auto en la ruta. En El Salvador se sintió como un rockstar cuando la gente lo saludaba por la calle y le pedían entrevistas en diarios y televisión.
El itinerario se fue armando a medida que encontró un hospedaje con amigos, un destino interesante o alguna celebridad que quisiera conocer. En la ciudad mexicana de Culiacán estacionó frente al Estadio de Dorados para conocer a su ídolo, Diego Maradona. “Diego estaba saliendo del estadio y el asistente le dice en voz alta: ‘Diego, vino un Torino desde Argentina’. Sigue caminando a su camioneta y cuando está abriendo la puerta mira hacia afuera y lo ve a Balboa. Cerró la puerta de la camioneta y encaró caminando hacia el portón. Verlo caminar hacia nosotros fue como si estuviese saliendo del túnel hacia la cancha”.
En su web El Mundo en Torino y redes sociales, Héctor fue registrando las peripecias de ruta para sus miles de seguidores. “Siempre supe que tenía que documentar el viaje de alguna manera. Lo hacía para que la gente conozca de mi viaje y luego conocés gente que te invita a su casa, te invita a comer o un taller mecánico que te dice ‘loco veinte que te arreglo el auto y no te cobro nada’. Es un viaje que se basa en la confianza”.
Para financiar su travesía, Argiró se vale de donaciones, para en casas de familia y vende su propio merchandising. “El 70% del tiempo me hospeda la gente y me da comida, eso es una gran ayuda. Muchas personas, de cualquier parte del mundo, me dan donaciones para la nafta porque se sienten identificados con lo que estoy haciendo. Durante el viaje pude cumplir varias de las cosas que quería hacer con mi vida: una de ellas era hacer remeras, las diseñamos con una amiga y con esos diseños hacemos remeras y gorras. Así voy subsistiendo día a día”.
Luego de dos años, 9 meses y 18 países visitados desembarcó en Alaska para registrar paisajes galciales y maravillarse con la transición de sus colores en otoño. Ese fue el final del recorrido pero no su último destino. Montreal era su próxima parada antes de llegar a la Costa Oeste buscando un poco de sol, pero la pandemia interrumpió los planes. “Me volví a la Argentina, dejé el auto en Toronto en la casa de una familia que se ofreció a guardarlo y cuando empezaron a abrir las fronteras, volví a Canadá”. En noviembre de 2021 retomó sus andanzas y comenzó a planificar su hoja de ruta: desde México zarpará hacia Europa con su Torino.
Con 46 años, Héctor aprendió a viajar liviano. En cada puerto guarda memorabilia, donaciones y souvenirs que en algún momento formarán parte de una colección abierta a los curiosos: “Algún día los voy a llevar a la Argentina para armar un mini museo del viaje”. Por ahora continúa su vida de nómade; no extraña los días de oficina, a veces añora volver a su cama.
SEGUIR LEYENDO