“Me desperté y de repente no existía más”, asegura la sexóloga Micaela Hempe, quién hasta sus 28 años vivía entre dos mundos: la salud y el arte. Por la mañana es psicóloga y a la noche se transforma en actriz y cantante. Aquel perfil multifacético lo condensa en la última memoria de su pasado: un podcast sobre educación sexual bajo el nombre Sin Mambos. Mientras que el resto de lo que compartía en redes sociales se esfumó por completo. “Que te borren tu cuenta cuando literalmente está toda tu vida allí es sentir que no podes entrar a tu casa mientras todo se prende fuego adentro, ves como te roban tu identidad y ni siquiera te devuelven tus propias fotos”, dice con tristeza.
Hace una semana que le suspendieron sus cuentas de Instagram personal, laboral, y su viejo usuario de Facebook. En teoría fue por haber infringido las normas de la comunidad. Pero ella lo niega rotundamente. “Soy educadora sexual y siempre tuve que camuflar el contenido para que no me lo borren, cuando en realidad lo que uno promueve es salud y bienestar “, afirma.
Hoy abre su computadora, respira hondo y se sirve otro mate. “Estoy intentando soltar”, comenta desde su consultorio en Pilar. “Soy psicóloga y perder mis redes sociales fue quedarme sin mi principal fuente de trabajo”, contextualiza.
Cuando tenía 18 años, creó un usuario en Facebook. Desde ese momento comenzó a cargar las fotografías de sus momentos más felices: su primera obra de teatro, viajes a Estados Unidos, fiestas de cumpleaños, e incluso los recuerdos de su graduación en la Universidad de Belgrano. No imprimió ninguna de las imágenes que quería conservar, porque le pareció que allí serían eternas. Cercanas al simular ser protegidas por una caja de seguridad en forma de álbumes; pero distantes, al ubicarse en la famosa nube de la que poco sabemos. “Me encantaría poder mandarte alguna foto, pero perdí todo y voy a tener que pedirle a mi familia que me pase lo que tengan”, se entristece y toma otro mate.
Con el paso de los años, lo que Micaela compartía con los demás se volvía parte de una construcción: su propia imagen digital. Lo que consideramos que somos y cómo los demás nos perciben.
El momento del shock
El 5 de agosto del 2022 tuvo una noche de fiebre y cuando despertó notó que su vida tal la conocía ya no existía. “Me dio una enorme crisis de nervios, empecé a transpirar, quería largarme a llorar. Lo dimensiono y me doy cuenta que es el trabajo de toda mi vida y no tengo forma de recuperarlo”, asegura.
Una y otra vez intenta iniciar sesión, pero se frustra más. La única explicación que recibió fue un mail que le da la opción de responder con una queja. Lo hizo desde la ansiedad, y todavía espera una respuesta. “No poder volver a entrar a mi cuenta de 10 años es perderlo todo”, dice entre lágrimas.
“Tenemos muy poco control sobre algo que nos pertenece: el contenido que generamos. Es muy loco como las redes sociales nos definen. Aunque pasaba todo el día con el teléfono en la mano, no me había dado cuenta de lo que realmente significa estar online. De repente atraviesa desde tus interacciones hasta lo que elegís en cada área de tu vida”, opina la psicóloga.
Encima, todos los días recibe algún mensaje de queja, ya sea un paciente o un familiar, sus contactos se lo toman personal y sienten que más que haber perdido su cuenta, fue un acto deliberado de eliminar a aquellas personas de vida. Micaela cuenta al respecto: “Tenés que explicarle a todos que no los bloqueaste, solo que ya no estás en las plataformas. Te encontrás con que tus pacientes o amigos empiezan a flashear que es algo en contra de ellos y que los eliminaste, y volver a la misma conversación donde explicas que en realidad te borraron del mapa como un capítulo de terror de la serie Black Mirror.
En la misma línea, asegura que sus interacciones se vuelven más difíciles, y dice: “Estaba hablando con un primo que vive en otro país y nos acabamos de reencontrar por redes y le tuve que explicar qué quería seguir hablando, pero que ya no tenía mi cuenta. Pensó que me había enojado y nada que ver. Esto me pasa todo el tiempo, incluso con los pacientes que piensan que no los quiero tratar más”.
Desde entonces, lo analiza todos los días. “Ahí es cuando ves todo lo virtual ocupa un lugar más importante que lo que uno registra y nunca frenamos a pensar cómo nos afectaría dejar de existir en la digitalidad”, opina la psicóloga.
La interacción de otra época
Trata de dimensionar su vida sin interacciones y nuevamente asegura que se siente en otra época. “Mis amigos me llamaron para invitarme a una cena, cuando fui todos hablaban de lo que había pasado en una semana, y yo no entendía absolutamente nada. Cuando preguntaba me repetían que vea sus historias de Instagram, pero yo ya no existo en redes”.
Después se pone más seria: “En esa cena me di cuenta que todo pasa en la virtualidad y yo me había quedado completamente atrás, en esa semana mis amigos tuvieron cambios: uno se mudó y otro se puso en pareja. Yo no me enteré. Damos por asegurados que nuestra vida es pública y todo se informa por los 15 segundos que decidimos compartir con nuestros teléfonos”.
“Muchos famosos dicen que borran las redes porque es tóxico, lo leemos todas las semanas en los diarios, y puede que sea así. Pero yo no estaba lista para irme de ahí, a mí me lo arrebataron cuando quería seguir viviendo como todos los demás. Es una pérdida consciente de mi propia identidad, donde nadie te explica el porqué ni te devuelve lo que subiste”, dice, mientras lo relaciona con una ruptura amorosa.
La creación de contenido
En los últimos dos años compartió 67 posts en la cuenta @sinmambos. Esto le llevó al menos una dedicación de unas 1200 horas, entre el proceso creativo que empieza con la inspiración, pasa por el diseño, la escritura, y termina en la interacción entre seguidores.
Desde allí captó la atención de 2760 usuarios, de los cuales más de 30 se convirtieron en pacientes que concurren a su consultorio en busca de mejorar su calidad de vida. Unos para por sus relaciones interpersonales, otros para cambiar sus hábitos o encontrar un nuevo camino y lograr un mayor rendimiento en sus trabajos.
Dicen que las creaciones nacen desde adentro, quizás de algún recuerdo marchito o una necesidad insatisfecha. Para otros, son el resultado de una auto curación -o transformación personal-, como le ocurrió a Micaela, quién estudió psicología para poder sanar sus antiguas heridas. Su contenido parecía incluso una extensión de ella misma: delicado pero a la vez combativo.
Aunque pasó una semana sin sus producciones audiovisuales, todavía recuerda con detalle esas publicaciones que solamente mantiene como una captura de pantalla que alguien le reenvió. “El diseño lo hice con una estética muy fina. Son dibujos minimalistas, que están conectados unos con otros”, explica.
Micaela sólo pudo conservar algunas imágenes de su trabajo, y asegura que estas desencadenaron la molestia por la cuales denunciaron su contenido por “explícito”. Las publicaciones informan desde los principales beneficios de la masturbación hasta la diversidad sexual. Rondan la responsabilidad afectiva, y problemáticas sexuales como en un posteo de “qué hacer cuando no hay una erección”, y terminan con explicaciones de cómo generar un campo de látex.
En cuanto a la escritura, parece caer en el peor de los pecados: la autocensura. “Todo el texto estaba camuflado con letras y números. Hay palabras que no podes escribir en las redes, estas son tabú. No mencionas ni la masturbación ni la palabra lesbiana para que no te lo borren. Es una locura que tenés que camuflar actos tan normales que los hace todo el mundo, y lo haces solo porque tal vez te censura una aplicación”, afirma la psicóloga.
Toda su producción estaba oculta entre letras: en vez de masturbación, la psicóloga lo escribió como “m4sturb4ción”, evitando que sea eliminado. Pero al tener las tres cuentas enlazadas, creadas desde su cuenta principal de Facebook, todo se desplomó como un dominó: se cayó una tras otra tras desaparecer la primera.
“Las plataformas digitales no están listas para esta conversación. No están al nivel de la circunstancia, hoy en día se siguen censurando pechos de mujeres. Mientras que los profesionales le estamos pasando por arriba a las redes sociales. Ellos lo reportan y lo denuncian, cuando en realidad estamos hablando de educación”, asegura.
El último recuerdo de su antigua vida: las otras plataformas
Dice que de su madre comunicadora sacó el don de la palabra. Creó un podcast en forma de herencia, y le puso el mismo nombre de todo su proyecto: Sin mambos. De ahí, migró a TikTok, tras ser censurada, y se encuentra buscando nuevas plataformas en la que pueda expresarse con libertad. Se toma el último mate, y concluye: “A mí que me censuren me da nafta para seguir luchando”.
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