En agosto de 1972, los problemas para el mandatario chileno Salvador Allende se acumulaban día a día. Además el Presidente y la oposición no se daban tregua. La difícil situación económica --y las diferencias internas en la Unidad Popular-- generó una crisis general de gabinete. El ministro de Economía, Pedro Vuskovic, uno de los más atacados, dejó su cargo al socialista Carlos Matus. “Difícilmente un ministro haya conseguido mayor número de fracasos en sólo un año y medio, pero Vuskovic fue capaz de ello y ha tenido la triste gloria de ser el sepulturero de la economía nacional”, analizaba la revista de derecha SEPA. El caos económico, el desbarajuste financiero y sus secuelas en la política de precios y desabastecimiento, que tantas veces le habían anunciado sus asesores al embajador argentino Javier Teodoro Gallac, habían llegado y se mostraban en toda su crudeza “No habrá carne de vacuno, pero sobrará de otras carnes” informaba Puro Chile, el 4 de agosto de 1972. Días más tarde, “el Ministerio de Economía anunció que este fin de semana tampoco habrá carne de vacuno. El producto (...) será reemplazado por carne de caballo y cuyo valor será de 80 escudos el kilo de filete”.
En la Argentina los problemas no eran tan palpablemente graves como en Chile, pero el general Alejandro Lanusse enfrentaba serias dificultades, económicas y políticas. Sus intentos para lograr que Juan Perón dialogara con el gobierno lo obligaron a modificar su gabinete. El 19 de junio de 1972, el canciller Luis María de Pablo Pardo abandonaba el Palacio San Martín, lugar en el que estaba desde junio de 1970. “El doctor De Pablo Pardo fue ubicado siempre por los observadores políticos, como un exponente de los sectores más adversos a la salida electoral, y entre los partidarios decididos de una línea económica liberal” y poco afecto “a cualquier alternativa que pudiera implicar una apertura populista”, comentó el diario La Opinión de Buenos Aires. Lo reemplazaba el brigadier retirado Eduardo Mc Loughlin, un militar de imagen moderada que había sido edecán aeronáutico de Juan Domingo Perón en su primer período, ex embajador en Londres del gobierno de Onganía y ex Ministro del Interior en la efímera etapa del presidente Roberto Marcelo Levingston.
El sábado 5 de agosto, Allende realizo una visita oficial al buque escuela “La Argentina” de la Armada Argentina, anclado en Valparaíso. Las crónicas de la época señalan que el comandante del buque argentino, capitán de navío Jorge Raúl Chihigaren y el presidente Allende intercambiaron regalos, una réplica del sable del almirante Guillermo Brown por otra del de Bernardo O’Higgins. El domingo 6 de agosto de 1972, el buque zarpó de Valparaíso con sus 120 cadetes a bordo hacia el puerto del Callao en Lima, Perú. Antes de partir, el Capitán de Navío Chihigaren, en un gesto de cortés agradecimiento por el trato que le había dispensado Gallac, lo invitó a sumarse a la tripulación y realizar parte de la travesía del buque escuela.
El embajador argentino aceptó y quedó en embarcarse en Lima. Hizo una pequeña “picardía” (muy común en los ambientes diplomáticos): viajó a Lima el lunes 14, pero al Palacio San Martín le comunicó que se tomaba unos “días de licencia” a partir del miércoles 16 de agosto. Entre la partida real y la ficticia existían 48 horas en las que el embajador argentino en Santiago estaba “en el aire”, sin poder justificar su ausencia en caso de que se lo necesitara con urgencia. Gallac no podía imaginar que en ese mismo momento, en una prisión del sur de su país, un grupo de jóvenes gestaba un operativo de fuga que casi le arruina la carrera; ni que estaba por comenzar uno de los episodios más delicados de la relación entre los presidentes Allende y Lanusse.
Para gran parte de los argentinos de la época los nombres de la mayoría de los detenidos no les llamaban la atención. Pero para los servicios de Inteligencia militares, los detenidos en el penal de Rawson significaban mucho. Tras las rejas se encontraban los cuadros más importantes de la guerrilla ultraizquierdista y de aquellos que decían reconocer la conducción de Perón, todos con condenas de los jueces de la Cámara Federal Penal de la Nación.
El martes 15 de agosto de 1972 comenzó un operativo de fuga de cerca de un centenar de guerrilleros. A grandes rasgos, el plan de escape contemplaba tres pasos bien definidos: 1) copamiento del penal desde adentro; 2), desplazamiento de los fugados al aeropuerto de Trelew, con apoyo externo y 3) “requisa” de un avión de una aerolínea comercial (por horario sólo podían ser factibles los de Austral o Aerolíneas Argentinas) y huir a Chile. El primer paso del operativo se cumplió a la perfección. Los pabellones fueron tomados uno a uno, hasta ocupar la totalidad del edificio, con las pocas armas que se habían logrado introducir desde el exterior. Los primeros en alcanzar la puerta de entrada del penal fueron los jefes: Mario Roberto Santucho, Máximo Menna y Enrique Gorriarán Merlo del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP); Marcos Osatinsky y Roberto Quieto de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y Fernando Vaca Narvaja de la organización Montoneros. Los demás presos venían atrás y debían salir de acuerdo a una numeración estipulada por el “comando operativo”.
Un informe “secreto” de la Inteligencia militar detallará que “a las 18:00 hrs, aproximadamente, el detenido Roberto Quieto pide hablar con el Jefe de Turno (Jefe de la Guardia Interna) y al mismo tiempo lo hace Marcos Osatinsky. Cuando viene el Jefe de Turno, Osatinsky informa que no va a ser necesario que hable y cede el lugar a Quieto. Ingresan al locutorio Quieto y el Jefe, con el fin de conversar. Mientras hablan, Osatinsky ingresa con una pistola con silenciador amenazando al Jefe de Turno y advirtiéndole que se quedara tranquilo si no sus familiares, que ya habían sido tomados como rehenes, sufrirían las consecuencias”.
Más adelante se detalla como Vaca Narvaja (disfrazado de teniente primero) redujo al personal de las dos torretas que controlaban la puerta de entrada al penal dando la ‘contraseña’ a los guardianes. Un oficial de los guardiacárceles “pretende hacer funcionar la alarma eléctrica, pero su movimiento es advertido por uno de los reclusos, el cual lo golpea”. Por último se redujo al personal de la puerta de entrada, donde muere uno de ellos, el Ayudante de 5ta. Juan Gregorio Valenzuela; es herido otro (el Ayudante de 5ta. Justino Galarraga) y “el tercer guardia es reducido, siendo atado y amordazado”.
Sólo el primer grupo llegó al aeropuerto, en el único automóvil que no se había replegado, conducido por Carlos Goldenberg, miembro de las FAR, que según el informe militar, se encontraba a bordo de un Ford Falcon blanco. A las 19:15, llega al aeropuerto de Trelew el primer contingente de los evadidos (...) a las 19:30 hs, llega al aeropuerto el grueso de los evadidos los que se hallaban fuertemente armados, procediendo a la toma del aeropuerto”. En el aeropuerto de Trelew, los seis jefes guerrilleros, a los que se suma Goldenberg, lograron subirse al BAC 111 de la empresa Austral (tomado previamente en vuelo desde Buenos Aires por un comando integrado por Víctor José Fernández Palmeiro y Alejandro Enrique Ferreyra Beltrán, ambos del ERP, y Ana Wiesen de Olmedo, maestra, integrante de las FAR.
Los restantes diecinueve llegaron tarde, cuando el avión ya había partido - luego de una corta e intensa espera -y mientras desde la torre de control se le advertía al vuelo de Aerolíneas Argentinas de que no aterrizara. Los guerrilleros habían conseguido ocupar el aeropuerto y luego de una negociación con las tropas de la Infantería de Marina que rodeaban las instalaciones, entregaron las armas y fueron conducidos a la base aeronaval Almirante Zar. Estos diecinueve, según relató Santucho días más tarde, “eran los mejores compañeros (...) formaban el grupo de los más capaces, más experimentados y mejores que había en el penal”.
El extenso informe, además, detalla que los evadidos contaron con la “ayuda exterior de Jorge Luis Marcos, Pablo Antonio (González de) Langarica, Eduardo Tomás Molinete y Jorge Omar Lewinger”. “No hay combustible para llegar a Puerto Montt”, le dijo el piloto de Austral a Santucho. “Pues habrá que llegar igual”', le contestó el jefe del ERP. Sabía que no podía dar marcha atrás, si lo hacía era hombre muerto. El avión de Austral llegó a Puerto Montt, cuando las primeras noticias de la fuga habían conmovido a la Argentina. Luego continuó viaje al aeropuerto de Pudahuel, en Santiago. Frente al desafío que se le había impuesto (y que intentará remediar, porque más allá de la peligrosidad de los jefes que habían escapado, el hecho constituía un serio papelón para el gobierno y las Fuerzas Armadas), el propio presidente Alejandro Agustín Lanusse tomó varias decisiones. Mientras desde el Palacio San Martín se buscaba - inútilmente - al embajador Gallac, para entonces a bordo de “La Argentina” (era martes y su licencia empezaba al día siguiente), Lanusse se comunicaba con Salvador Allende. “El presidente chileno habría dado garantías al presidente Lanusse de que su país “actuaría en el caso con la claridad de siempre”.
La llegada a Chile de los guerrilleros, según Luis Mattini (comandante del ERP, cuando muere Santucho en 1976) fue un “presente griego” para Allende, dada la buena relación que mantenían los mandatarios de Chile y Argentina a partir de la entrevista de Salta en julio de 1971. Un golpe a la política inaugurada por Lanusse de no mantener “las barreras ideológicas” que habían seguido los gobiernos militares que lo precedieron y por el oxígeno que el gobierno de Buenos Aires le prestaba a Santiago en créditos, venta a largo plazo de transportes y comestibles. Lanusse creyó entender de su colega chileno que los jefes guerrilleros y el comando que había ocupado el avión de Austral serían devueltos a la Argentina. La Embajada, que había quedado al mando del consejero Gustavo Figueroa, aventuró, vía cable cifrado, que de ninguna manera iban a ser entregados a la Justicia argentina. Y que entre “las barreras ideológicas” (es decir la presión del gobierno argentino) o el “frente interno” (chileno), Allende iba a optar por lo segundo. En esas horas de incertidumbre y de noticias contradictorias, el agregado aeronáutico, comodoro Fabergiotti junto con los consejeros Figueroa y Cesar “Pipe” Márquez llegaron al aeropuerto santiaguino de Pudahuel, lugar que se encontraba semivacío, ya que todos los vuelos comerciales habían salido a horario. Los diplomáticos comenzaron a recorrer el aeropuerto y pudieron ver cuando la máquina de Austral aterrizaba. Fabergiotti se fue a la torre de control y los dos diplomáticos consiguieron un teléfono desde el cual se comunicaron con el Palacio San Martín. Allí lograron hablar con el jefe de la Secretaría Privada del Canciller, el consejero Carlos “Charlie” Castilla, a quien le informaron que el avión de Austral había llegado a Santiago. En escasos minutos Figueroa estaba hablando con el Ministro MacLoughlin quien insistía en repetir que no podía ser cierto lo que le estaban informando, porque Allende le había dicho a Lanusse que la máquina estaba en el Sur. Figueroa, mirando por el amplio ventanal que daba a la pista de aterrizaje, sólo se atrevió a exclamar: “Señor lo tengo al avión enfrente mío, en estos momentos una comitiva se acerca a recibirlos” (a los guerrilleros). Más tarde, a través de los vidrios que separan los salones, vieron pasar a los prófugos. La certeza ya era absoluta. Chile devolvió inmediatamente la máquina de Austral y los secuestradores fueron conducidos a la sede de la Dirección de Investigaciones en pleno centro de Santiago.
El gobierno argentino usó toda su capacidad de presión para lograr la entrega del comando, pero le faltaba la persona indicada para dialogar personalmente con el Presidente Allende. Y esa persona era Gallac que estaba en medio del océano Pacífico gozando de una “licencia” que debía comenzar al día siguiente. Desde un primer momento, los funcionarios más importantes de la Embajada tendieron una línea de comunicación con la cancillería chilena y lograron conversar con Clodomiro Almeyda, quien fue el más claro y sincero: les respondió que Allende no estaba en condiciones de devolverlos a la Argentina. “Olvídense, se le buscará a esta gente una solución”.
Desde que los diez prófugos argentinos fueron alojados en la Dirección de Investigaciones, el martes 15 de agosto, hasta que abandonaron Chile rumbo a La Habana el día 26, los acontecimientos principales se desarrollaron de la siguiente manera: “En medios diplomáticos, políticos y jurídicos se considera improbable que el gobierno chileno devuelva a la Argentina a los 10 captores del avión de Austral que aterrizó en Santiago de Chile.” La nota de La Opinión (que por aquel entonces mantenía excelentes contactos con la Presidencia de la Nación), confirmaba que los seis que escaparon del penal de Rawson habían sido condenados por delitos contemplados en el Código Penal, “aparte de otras figuras incorporadas más recientemente a la jurisprudencia argentina, vinculadas con la subversión”, y recordaba que cuando asumió Allende, uno de sus primeros actos fue indultar a los miembros del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) que habían cometido delitos comunes con propósitos políticos. En la misma edición, página 11, se informaba que el día anterior había sido abatido Carlos Raúl Capuano Martínez, de 23 años, implicado en el secuestro y muerte del ex presidente Pedro E. Aramburu. Pertenecía a Montoneros.
Mientras tanto, manifestantes del MIR rodeaban el lugar de detención del comando guerrillero. Legisladores de la Unidad Popular, un sector del periodismo y otras figuras reclamaban la liberación del grupo. El “frente interno” comenzaba a presionar. El 19 de agosto, Carlos Altamirano, Secretario General del Partido Socialista visitó a los detenidos y les expresó su ‘solidaridad revolucionaria’ y Miguel Enríquez, jefe del MIR, declaraba que ‘en el seno del gobierno chileno no está categóricamente tomada la decisión de entregar a los revolucionarios argentinos a la Corte Suprema de Justicia’ (de Chile). En lo que atañe al MIR, años más tarde, uno de sus dirigentes más importantes, Andrés Pascal Allende, sobrino del Presidente, relataría a una periodista argentina que Allende “no quería abrir otro frente de conflicto: ya tenía bastante con los norteamericanos y la derecha. Él no los iba a devolver, pero no podía dejarlos en Chile (...) Salvador tenía aprecio por Santucho”. El final de su testimonio lo dice todo: “Hay que recordar que él fue el presidente de la OLAS en La Habana cuando era presidente del senado chileno”. El otro elemento fue el apoyo que le dio al Che (Ernesto Guevara); incluso su hija Beatriz, que se suicidó en Cuba en 1977, formaba parte de los grupos de apoyo al ELN (Ejército de Liberación Nacional) en Chile.
En la Nota “Secreta” Nº 424, del 28 de agosto de 1972, la embajada argentina en Chile analiza todo el proceso que conduce a los guerrilleros a La Habana: “Chile se encontró abocado a resolver un caso inesperado y para ello debió arbitrar una solución de emergencia; por lo tanto no midió el alcance real de las responsabilidades que asumía al aceptar en su territorio la presencia - sin duda poco grata, al menos desde el punto de vista de las relaciones bilaterales - de diez sujetos penados por la Justicia argentina por la comisión de diversos delitos […] Es decir, entonces, que si el factor sorpresa no hubiese existido habría tenido tiempo para sopesar los pro y los contras y, por ende, tal vez habría optado por una decisión tendiente a evitar la permanencia de los terroristas en su territorio nacional. Desde el momento que dicha permanencia quedó formalizada, la suerte de las autoridades chilenas estaba echada y se vieron obligadas a seleccionar entre ‘frente interno’ o el respeto a la línea de amistad que nuestro país comenzó por trazarle al pronunciarse, el jefe del Estado argentino, por derribar las evidentes ‘barreras ideológicas’ que separan a las dos naciones”.
“El embajador Javier Teodoro Gallac salió de licencia de Santiago hacia una isla del Caribe pocas horas antes de que se produjera la fuga del penal de Rawson (...) sin embargo, continuó imperturbable en su lugar de vacaciones y no regresó a su sede sino el viernes 25, el mismo día prácticamente que era llamado a retornar a Buenos Aires”, relató el semanario argentino “Confirmado”. La situación no era cierta ya que se sabe que el Embajador estaba a bordo del buque La Argentina y recién pudo bajarse en el puerto siguiente al de Lima. “La ausencia del Embajador (Gallac) que tenía acceso al despacho de Allende impidió a la Argentina presionar para contrarrestar las presiones de la izquierda chilena.” En medio de la tormenta, el canciller Eduardo “el inglés” MacLoughlin había debido soportar simultáneamente las tensiones de una crisis y las iras vehementes contra Gallac.
Mañana, la crisis por los hechos del 22 de agosto de 1972.
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