Las piernas abiertas de América Latina se enredan en un abrazo circular. Las manos se apoyan sobre el cuerpo; los pies se cierran sobre las espaldas; las mujeres se abren y se cierran sobre los amantes que las acarician; el sexo no es una fruta prohibida, sino una forma de abrazo en el que el disfrute no es pecado y el placer es también una forma de cariño en donde el balanceo vuelve al amor una hamaca en donde subirse y bajarse da el inmenso poder de ir y venirse entre los cuerpos amalgamados.
Las piezas recuperadas de los sótanos del Museo de La Plata (ex Ciencias Naturales) para la muestra Deseo tu deseo traspasan el erotismo si la palabra quiere bajar la intensidad sexual del arte. Las vasijas (realizadas todas para beber como tazas, vasos o copas de una ritualidad exuberante) son una forma de hacer agua no solo la boca, sino la vista, el cuerpo y todos los sentidos, tal vez más, mucho más, de lo que, hasta ahora, la cultura occidental muestra como pecado si el sexo es castigado o como porno comercial cuando el sexo es mercado.
Las obras tienen entre 1800 y 600 años y fueron realizadas por artistas de las culturas moche (200-700 años d.C.), lambayeque (700-1300 d.C) y chimú (1000-1400 d.C) que habitaron la costa norte del territorio que actualmente pertenece a Perú. Son huacos eróticos de un enorme valor para gratificar la vista, pero, por sobre todo, para entender que las visiones ancestrales eran mucho más libres antes que la colonización destruyera el valor de las diversas cosmovisiones sobre las sexualidades y los géneros.
Las obras de cerámica tienen más de 18 siglos de antigüedad y abordan la sexualidad desde una perspectiva totalmente diferente a la tradición occidental, cristiana y moralista. Fueron expuestas solo una vez, en el 2003 (en una exhibición que las alejaba de la curiosidad y la posibilidad de interpelar la cosmovisión de los pueblos originarios y los detalles del arte en donde el cuerpo no era un problema, ni una plataforma para la culpa o la vergüenza) y permanecían en los depósitos del Museo de Ciencias Naturales de La Plata.
En las piezas se pueden ver escenas de penetración, sexo oral, sexo anal, masturbación, picardía, placer y posiciones que cambian con las mujeres acostadas sobre una cama con una almohada (casi en cucharita) y con un cuidado amoroso sobre su corporalidad o sostenidas por su fuerza y la vitalidad de sus cuerpos arriba o esperando completar su goce con el de su compañero sexual o dejando llevar su boca hasta el lugar deseado por su amante sin que él le suelte la cintura entre el rodeo de sus piernas.
Si una figura geométrica define las diversas formas de ser, gozar y amar es la circularidad. No se ven cuerpos alejados o apenas apuntalados por el contacto sexual, sino cuerpos entrelazados en diferentes formas de encontrar placer, a diferentes edades, con distintas gestualidades (serios, sonrientes, con ojos abiertos o entrecerrados) y de diferentes carnaduras (la panza, la cola, los muslos se muestran y también las arrugas, los huecos de la boca, los colores que mutan y las pieles que se pliegan sin el pudor de la moral o la exigencia estética occidental) y las genitalidades aparecen sin disimulos exacerbadas con picardía o más sutiles, pero nunca escondidas sin nada que disimular.
Las vasijas forman parte de un porno ancestral si se las ve como maravillas en donde el pasado no es atraso, sino, al contrario, una luminosidad en donde el sexo es encuentro, placer y abrazo. No es solo para reproducirse o para el placer de uno sobre el otro, sino de mujeres que también gozan, de identidades móviles y de parejas que no tienen identidad genérica o edad ni límites para hacerse disfrutar de formas diversas y simultáneas.
Antes que el mundo fuera tal como lo conocemos y las mujeres fueran las que tenían que ser deseables y no desear, la muestra exhibe a mujeres que daban placer sin arrodillarse, con la boca abierta en la oralidad sexual en donde también eran contenidas entre las piernas del amante que agradecía con gracia y cariño para devolver lo dado y volver a pedir lo que no estaba prohibido, ni estaba tildado de pecado, sino que se visualiza como parte de cuerpos que se maravillan con las posibilidades que da entrelazarse.
La muestra Deseo tu deseo recibe en el Centro de Arte de la Universidad de La Plata (UNLP), en Calle 48 entre 6 y 7, hasta el 3 de septiembre. Pero la exposición amerita volver por más tiempo y con mayores posibilidades de ser admirada por más público, por las ventanas que abre a un pasado que no castiga el deseo, sino que lo celebra y de reinterpretar la sexualidad en los orígenes de América Latina.
Las curadoras son Natalia Gliglietti y Elena Sedán. Las dos habían visto las piezas escondidas en el Museo de La Plata mientras estudiaban historia del arte y por más de quince años tuvieron el deseo de exhibirlas. Su sueño de estudiantes se convirtió en una posibilidad y trabajaron durante dos años en el proyecto hasta que lograron concretarlo el 13 de agosto del 2022 cuando la exposición abrió al público.
Todavía siguen operando los prejuicios sobre el placer que aislaron o condenaron al ostracismo a las piezas que reivindican la cultura originaria y la libertad ancestral de los pueblos que habitaron América Latina antes de la colonización española y la inquisición cristiana que desterró la diversidad cultural y castigó el placer como pecado.
“¿Podremos mirar y desear con otros ojos”, se preguntan las curadoras, entre las piezas exhibidas, sin reparos, sin vitrinas, sin límites, sin censuras, cerca de la vista y con espejos que permiten una observación minuciosa, luminosa y creativa de las obras con un diseño de exposición e iluminación de Francisco Pourtalé.
Natalia Giglietti, directora del Centro de Arte de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y Doctora en Artes cuenta que las vasijas estaban en el Museo de La Plata (ex Ciencias Naturales), pero no a la vista del público, y que estaban catalogadas de la misma manera que objetos utilitarios porque no se destacaba que se trataba de piezas artísticas, sino que meramente se las contabilizaba por su finalidad como vasos o jarras. “Las piezas tienen un gran plus artístico y son más contemporáneas que lo contemporáneas, son absolutamente potentes en el presente”, destaca.
Pero, además, se intentaba forzar un relato sexual en el que la penetración tenía como finalidad la fertilidad, la fecundación y el cultivo de los campos y si el sexo era anal la historia decía que era solo para evitar un embarazo (aunque eso también es un indicador de la búsqueda de anticoncepción a lo largo de la historia para disfrutar de encuentros sin tener como finalidad un embarazo) y no por placer o exploración. Sin embargo, esa solo puede ser una interpretación forzada para encajar en una ficción histórica en donde el sexo es pecado o es funcional. Las piezas muestran, con todo detalle, un glosario de placer y no solo de reproducción de la especie.
Elena Sedán destaca la magia que destellan y que quienes crearon estas obras fueron más precursores que el arte que es considerado precursor actualmente. Además desafían los valores colonialistas y eurocéntricos sobre el arte. “Siempre hablamos de la influencia de Europa o de Estados Unidos y esta muestra plantea una genealogía distinta. Las vanguardias europeas no inventaron nada”, desafía desde la revalorización de la vanguardia originaria latinoamericana.
Las 34 piezas pertenecientes a las culturas moche, lambayequel y chimú de Perú fueron traídas a Argentina por coleccionistas privados que las compraron en las décadas del 30´y del 40´sin muchos datos sobre las excavaciones arqueológicas donde se encontraron y que se guardaron durante todo el Siglo XX en el Museo de La Plata. Las cerámicas quedaban en las sombras por el tabú de la sexualidad en la mirada cristiana y occidental de una sociedad que reprime el placer y si es compartido, diverso y femenino mucho más.
Recién en el 2003 se exhibieron por primera vez pero las piezas quedaban alejadas de la vista, a gran distancia y con vitrinas y no se permitía el ingreso a menores de edad. Ahora las escuelas pueden aprovechar la muestra en el contexto de la Educación Sexual Integral (ESI). Mientras que la puesta de Francisco Pourtalé permite disfrutar de la cercanía de la mirada y de sumar a la observación los detalles de las uñas, las bocas, los pies, los penes y las vulvas. De las 34 piezas las curadoras pudieron acceder a visualizar 15 y eligieron 7 para exhibir al público. Los huacos eróticos por fin salen a la luz.
Las piezas permanecían ocultas por su carácter sexual al que se intentaba reinterpretar con una visión sesgada y censora, pero no dejarla a la vista para que la democracia visual dejara los cuerpos a la vista. “La explicación antropológica era que se trataba de objetos que incentivaban la fertilización de la tierra y los ciclos reproductivos. Pero no se mostraba la representación de la felación, el sexo anal y la masturbación que no entraban en las posibilidades de exhibición”, subraya Sedán.
Por ejemplo, en 1926, el arqueólogo austríaco Arthur Posnansky, en el libro Las cerámicas eróticas de los mochicas y su relación con los cráneos occipitales deformados las define como “aberraciones de una fantasía sobreexcitada de carácter libido la que, sin duda, debe haber tenido su origen en una constitución neuropsicopática”. La mirada europea patologiza la sexualidad plena de los mochicas y la demoniza como problemática hasta el extremo de creer que la excitación sexual constituía “anomalías patológicas en el funcionamiento cerebral de aquel pueblo”.
Si la criminología generó ideas sobre el origen del crimen según el tamaño de la cabeza, la arqueología europeo fustigó el placer sexual como culpable de enfermedades, patologías y tragedias originarias. Y, además, atribuía al tamaño de la cabeza el deseo sexual. No era que tenían la cabeza grande, era que no tenían el peso del pecado como castigo celestial y de la inquisición como forma de sometimiento para odiar el cuerpo y el orgasmo. “Quizás sea esta anomalía cerebral el motivo de un estado no satisfecho desde el punto de vista sexual”, se despachaba Arthur Posnansky. Donde ahora vemos la libertad de disfrutar la historia colonial vio una insatisfacción deformada y malsana.
El colonialismo despojó de cultura, libertad y valores a las poblaciones originarias y generó un machismo que interpretó el placer femenino como un demonio que arrugaba (y no que permitía disfrutar con arrugas) y la piel plegada como un sacrilegio de tanto fornicar y felar por placer y no por sometimiento. Si la historia nos muestra que las antepasadas se la pasaban lo más bien sin tapujos la historia patriarcal nos dijo que el placer era una manzana mordida por las que iban a terminar arrugadas de tanto follar sin represión ni sufrimiento.
“Las mujeres son ocasionalmente jóvenes, otras veces son maduras pero a pesar de la diferencia en edad, sus caras están todas cubiertas con profundas arrugas y sus músculos faciales son flácidos. Estos son los trazos del vicio y de su obsesión sexual por los hombres, un retrato realista con un significado simbólico indicando que estas desafortunadas mujeres nunca dejaron de pensar en los placeres del sexo”, describía el arqueólogo peruano Rafael Larco en el libro Checán, de 1965.
Sin embargo, no se ven mujeres desafortunadas (ni vejadas, ni violadas) en las piezas que exhibe el museo platense, sino afortunadas mujeres que disfrutan del placer de su cuerpo y del cuerpo de sus amantes para dar placer y para recibirlo, que no solo se abren de piernas, sino que las entrelazan, para que el placer sea una potencia que no acabe como el mal verbo que el español le dio a la culminación del placer.
Otra diferencia pre feminista es que la mirada ancestral no solo tiene piezas en donde se exagera la genitalidad masculina (con miembros gigantes en relación a la corporalidad de un varón) sino otras en las que se exagera la genitalidad femenina. “Lo ancestral no tenía solo la mirada falocéntrica”, subraya Sedán.
Entre las cerámicas también hay homenajes a los muertos que siguen vivos a partir de su deseo sexual. Sin embargo, en las lecciones castradoras que pisoteaban la historia original la muerte se volvía un reto. “Ven que terminaron muertos”, decían en las visitas guiadas por un pasado que proponía libertad y que desafía desde hace 18 siglos a los que creen que vinieron a descubrir un mundo que ya existía sin necesidad de espejitos de colores.
“Se transmite una sexualidad sin castigo y sin filtro, una relación con el cuerpo cómoda y la posibilidad de ser felices sin tantos mandatos”, delinea Gliglietti, que deja abierta la puerta para una pregunta: “¿Qué hicieron de nosotras?”. Ahora podemos repreguntarnos: “¿Qué queremos hacer con nosotras?”. Y, en vez de aceptar espejitos de colores a cambio de sometimiento, mirarnos en los espejos ancestrales que nos ocultaron para que la historia no reflejara el placer que nos saquearon.
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