La semana pasada, el corazón le pasó factura a Margarita Barrientos. Y a su corazón, la realidad. Excepto su entorno más íntimo, nadie lo supo. Y si su cuerpo estuvo a punto de decir basta fue porque duerme menos de cuatro horas por día aunque reciba quejas de sus hijos. “Me retan porque son las 2 de la madrugada y sigo respondiendo mensajes”, sonríe frente a un vaso de agua en una mesa sencilla del comedor Los Piletones de Villa Soldati, junto a un altar lleno de estampitas, rosarios y una cruz que tiene pegada la foto de una niña. Cada día, a las 6 de la mañana, ya está activa en este puesto de lucha. Y fue aquí, precisamente, sobre el piso de mosaico, donde se desmayó el miércoles 10 de agosto, después de llegar con un dolor en el pecho que describe como “impresionante”. “Fue un síncope por estrés, por exceso de trabajo, yo tengo problemas coronarios”, desliza en un susurro, casi sin darle mucha importancia, mientras en el patio central humean los platos de guiso y hacen ruido los cubiertos de unas cincuenta personas. Podría haber ido a una clínica privada: contactos le sobran y se lo ofrecieron a sus hijos. Pero eligió ir a la terapia intensiva de un hospital público, el Santojanni, donde le practicaron un cateterismo y le colocaron un stent. Recién salió de alta el sábado. Y todavía le queda resto para bromear: “Nadie se enteró, ¿vio? Pero todos se enteran si una planera está haciendo un disco. Yo tendría que cantar, me parece”.
-¿Qué hizo cuando salió el sábado del hospital?
-¿Qué hice? Me vine para acá hasta las seis de la tarde (ríe). Cuando estaba acostada en terapia me retaron, porque agarré el teléfono y me puse a llamar para conseguir juguetes para el Día del Niño. Le dije a los médicos, ‘si estoy viva, mañana a las 11 salgo, porque tengo que ir al comedor de Cañuelas a festejar con los chicos’. El domingo pasado ahí celebramos ahí. Y este domingo 21 lo haremos acá. El martes me internan de nuevo para hacerme unos estudios pero en el Clínicas, donde tengo a mis médicos, los doctores Martín Alario y Octavio Masocchi. Pero el miércoles me tienen que dar el alta porque ya le dije al doctor: ‘Yo me interno 48 horas, más de eso no’, porque después hago unas cositas acá y si Dios quiere el sábado o el viernes de la noche estoy yendo a Santiago”.
-¿No tuvo miedo?
-Sí, sí, tuve mucho miedo y hablé con Dios. Le pedí que no quería morir en un hospital, que quería morir en mi casa, en mi cama. No es la primera vez que me pasa. Tuve los mismos síntomas que en el otro infarto, pero ahí vi la muerte más cerquita. Ahí le pedí a Dios conocer al hijo de mi hija más chica, Diana, que se llama Tobías. Ya no le puedo pedir más nada porque me lo hizo conocer. Y después conocí a la hermanita de Tobías, así que soy una abuela muy feliz.
-¿Piensa en el futuro, en lo que va a ser esto cuando no esté?
-Si que pienso, por eso estoy preparando a la gente. Yo creo que muchos de ellos conocen lo que es el trabajo y lo que a mí me gusta. Siempre le digo a mis hijas, que son muy parecidas a mí: ‘lo que sigue a tus manos vos lo tenés que dar’. Yo creo que lo más lindo que podemos hacer es que ayudemos a salir adelante a la gente. No darles todo cocinado, llevarlos a una gran laguna y enseñarles a pescar. Pero aquí estoy y sigo, eh... ¿Quiere que le cuente una anécdota de cuando era chica?
-Adelante...
-Mi mamita, Saturnina, estaba muy enferma. Tenía Mal de Chagas y leucemia, había estado internada mucho tiempo y le dijeron ‘vaya a morir a su casa’. Me acuerdo que hacía mucha calor, hasta las lagartijas aplaudían para cruzar el caminito, mire. Yo tendría 9 años, y un trabajo cuando venía de la escuela: soltar los chivos. Así que comía, iba corriendo a abrir el corral, salían los chivos y yo atrás, parecía esos perritos ovejeros. Los llevaba cerca de una represa para que tomaran agua. Y mientras tanto me subía arriba de un árbol. Ese día bajé y fui corriendo donde estaba mi papá, estaba bajo un árbol sobando un cuero. Él se llamaba Carlos Alberto Escalada, no era Barrientos. Hacía lazos para vender. Di tres pasos adelante y le dije: ‘Papá, cuando yo sea grande, voy a hacer una mujer muy rica y voy a ser presidenta’. Se dio vuelta y con una sonrisa me dijo ‘ay, m’hija, el chancho flaco sueña con maíz’. A los dos días, habíamos terminado de comer a la noche y mi papá me preguntó ‘¿Maggie, por qué quiere ser rica y presidenta?’. ‘Por una sola cosa papá, porque no quiero que mi mamá se muera’. Me dio el abrazo más lindo que sentí en toda mi vida y me dijo ‘los ricos también mueren’. Siempre fui una mujer muy soñadora.
-¿Con qué sueña ahora?
-Cuando era chica pensaba que la riqueza era la plata. Ahora se que la llevamos adentro. La riqueza son nuestras manos, nuestra mente, pensar bien. Siempre le pido a Dios no equivocarme nunca. Pero soy un ser humano y no tengo estudios, llegué a tercer grado. Después tuve hijos y no hubo oportunidad.
-Riqueza también es evitar que un chico se muera de desnutrición...
-Si. Y sin darme cuenta, se que por día salvo a muchos chicos del hambre. A veces me da bronca cuando los gobiernos dicen ‘no habrá más desnutrición’. ¿Sabrán lo que prometen, cuando nuestros niños tapaditos en los montes y en los parajes mueren de hambre?
-No quise interrumpir su relato, pero me quedó una duda: ¿por qué su papá se llamaba Escalada y usted Barrientos?
-Bueno, voy a eso también, a la ignorancia de mi padre. Decía que yo era negra, y no tenía que llevar su apellido porque era negra. Y él era gringo, hijo de un gringo. Yo era chica y le pregunté a mi mamá por qué todos llevaban el apellido de él y yo no. ‘Porque vos sos negrita igual que yo’, me dijo.
-¿Pero usted es hija biológica de los dos?
-Si, caí en el medio. Después hubo una hija más. Pero bueno...
-¿Con el tiempo lo habló con su papá?
-Nunca. Pero sí lo perdoné. Si... Y lo volvería a perdonar si viviera una y millones de veces. Porque ha sido un padre, porque vi el sacrificio que hacía por cuidarnos, a veces sin comer él, con el hacha en el hombro, con las alpargatas todas bigotudas, llegar cansado. Lo haría una y otra vez.
La obra en el barrio
El barrio Los Piletones está casi en el vértice de las avenidas Fernández de la Cruz y Escalada. Se llega bordeando la cancha de Sacachispas, bajo la autopista Cámpora. Es como un pequeño Barrio 31. El límite lado, que linda con el Parque Indoamericano, está cerrado con un alambrado y portones que custodia Gendarmería. Lo cruza, como un tajo, la calle El Plumerillo. Allí, casi donde termina, está uno de los comedores de Margarita.
En el país que podría darle de comer al mundo -según se repite adentro y afuera-, mucha gente pasa hambre. Según UNICEF, más de un millón de niñas, niños y adolescentes saltean una comida diaria. Pero todos los días, diez mil personas se alimentan gracias al tesón de Margarita Barrientos y la buena voluntad de empresas y donantes anónimos. Por el comedor de Villa Soldati pasan 3.700 de ese total. A eso se suman el comedor en Cañuelas, donde comen 160 familias, de Campana y de Santiago del Estero.
Desde la cocina de Los Piletones -donde llevan un control férreo de las cantidades recibidas y usadas-, el olor a milanesas inunda el patio interno. Unas 50 personas comen en silencio. Cada jornada se vuelcan en las ollas y asaderas 70 u 80 kilos de carne, igual cantidad de fideos, unas tres o cuatros bolsas grandes de papa y cebolla, a las que agrega zanahoria, un poco de perejil, o cebollita de verdeo. Por estos días llegó un paliativo: lo que no se consumió en el Mundial de Asado, que tuvo lugar la semana pasada en la Ciudad de Buenos Aires, llegó al comedor. Iba a ser carne, pero explica Margarita que “me donaron, pero no ha sido carne, fue mucha cantidad de verduras. Había que retirar el asado un día antes y no nos dijeron. Pero igual nos sirvió, porque trajimos mucha verdura buena y pan”. También recibieron helados desde AFADHYA, la Asociación de Fabricantes de Helados que, dice, “están siempre con nosotros, unos genios”.
Por la crisis, en su provincia natal, Margarita debió cerrar uno de los dos comedores que tenía: “Yo venía luchando mucho con la pandemia. Estaba en Santiago y cuando podía escaparme de me venía para acá. Veía que la situación empeoraba mucho y y los alimentos no alcanzaban. Siempre decía que no iba a cerrar este, que es la sede de la Fundación. Pero en Santiago tuve que hacerlo con un comedor chico, para 300 personas, y no lo pude volver a abrir. El otro, el más grande que es el comedor San Cayetano en el barrio Colonia Osvaldo, sigue. Allí hay un hogar para abuelas y abuelos, un centro de primera infancia, otro de salud con farmacia comunitaria y el comedor, por supuesto”.
-¿Cómo está la situación de sus otros comedores?
-Es como en todos lados. Nos golpea mucho porque cobijamos a mucha cantidad de de familias y y a todas hay que darle lo que necesiten. Dentro de lo que podemos tratamos de estar, que tengan un buen almuerzo, un desayuno, una merienda, que coman bien a la noche, el turno que viene más cantidad de personas. Son los que vienen de trabajar, y traen su tuppercito para llevar la cena para las casas.
-¿Qué le dice la gente que viene? ¿Cuáles son sus preocupaciones?
-A veces la gente no tiene que decir nada. Llevo 26 años con este comedor, y el silencio de la gente habla. Les veo la mirada lejana y perdida. Eso te dice muchas cosas, no necesito preguntarles. Te transmiten en la cara la poca esperanza, la desolación que tienen hoy. Pero bueno, yo la esperanza no la perdí. Siempre lucho hasta el final y la gente lo sabe. He criado a muchos hijos, como tantos que siguen luchando para criar a los suyos, para mandarlos a la escuela, que hoy cuesta mucho más.
-¿La mayoría de los que vienen a su comedor tienen trabajo o viven de planes sociales?
-Hay gente que viene con trabajo pero no le alcanza, otros no tienen... Mire, acá cerca están haciendo una obra en el Parque Indoamericano y todos los días llegan a buscar comida o se sientan a comer, porque sino, no les alcanza para que coma su familia o para viajar. En el último tiempo se nota un deterioro muy importante. Soy alguien que si usted me dice que tengo una hora y media para dormir y después tengo que seguir trabajando, le juro que lo hago, pero en estos últimos tiempos es como que perdí un poco la fuerza. Me cuesta.
-¿Qué le hace perder su fuerza?
-Yo me mantengo muy informada las 24 horas del día. Me acuesto y pongo un canal de noticias, me despierto y vuelvo a mirar... Es muy triste la situación que estamos viviendo. Y mire que viví muchas cosas, no tuve nada de nada y seguí luchando. Pero esto es muy triste. Te deteriora un montón porque ves a los políticos burlarse de una, ay Dios mío...
-¿De usted?
-No lo digo por mí. Se han burlado del país, de la forma que llevan esto adelante. No tenemos un rumbo económico, algo que me involucra. Voy al mercado, y en primer lugar paso por la góndola de los fideos, el arroz, el azúcar y el harina, yo no me voy a ver cuánto sale un perfume porque no me importa, lo fundamental para mí es la comida. Entonces veo que algo estaba a 180 y ahora está a 220. La inflación me indigna mucho, porque me hace pensar en las diez mil personas que tengo que dar de comer y las otras que viven en la misma situación que nosotros, que trabajan del cirujeo o vendiendo en la calle. Acá hay familias, chicos que venden en la calle y vienen a comer o a retirar una bolsita de mercadería.
-¿Cerraron muchos comedores por no poder sostenerse?
-Si. Y ahora más que nunca no por la falta de ayuda. La persona que te donaba 30 mil pesos de mercadería te sigue donando 30 mil pesos, pero ya es menos cantidad por la inflación.
-¿Vio a la mujer que se jactó de tener planes y dijo que “tener trabajo no nos sirve”?
-Mire, yo siempre dije que no tendrían que existir los planes, como tampoco los comedores. Tiene que existir un trabajo digno para que la gente elija lo que quiero comer, no yo por ellos. Esa mujer es realmente una pobre ignorante. Lo mismo que el día del piquete de los camioneros había uno que se burlaba de la gente que estaba trabajando. Son faltas de respeto y educación. Es la degradación de nosotros. Disculpe, pero si fuera periodista ni siquiera le daría una nota para que me diga buen día, porque es burlarse la gente.
-Y se ha convertido como en un personaje, incluso ahora parece que está grabando un disco...
-Si, olvídese... después va a aparecer haciendo toples en la etapa de una revista también. Ayer escuchaba a un periodista que decía que ella cobraba 15 mil pesos por una nota de 10 minutos. Entre mi me golpeaba los dientes y decía “¿y cuánto tengo que cobrar yo entonces?”.
-Mire que no traje nada, Margarita...
-(ríe) Nooo... a mi se me caería la cara de vergüenza.
-Usted conoce a la gente y tiene proyectos de salida laboral para los que vienen acá. ¿Qué se puede hacer para regresar a la cultura del trabajo?
-Y, la mitad tendría que nacer de nuevo... Hay que cambiar la mentalidad de la gente. Acá hablamos de hacer talleres de dibujo para estampados de remeras ahora. Pero encontrar a quien quiera trabajar es lo más difícil. Puedo ponerles todas las máquinas, pero si no están... Ahora, si sacamos los planes habría un estallido social, porque mucha gente se acostumbró a vivir sin trabajar. Entonces, en vez de aumentarle a un jubilado, y me incluyo, que tenemos que tomar muchísimos remedios, hay que aumentar los planes. (Suspira) Ay, si yo retrocediera para atrás, no desearía que Perón o Alfonsín vivieran, pero sí que vieran esto. Y hacer que los políticos que prometen muchas cosas, algo cumplan. Sobre todo en dar trabajo.
-Usted estuvo en la mesa contra el hambre como muchos otros referentes sociales. ¿Qué quedó de todo eso?
-Mire, yo nunca estuve, a mi nunca me invitaron. A último momento me llamaron para ver si quería participar. Vi que había grandes personalidades, que jamás en su vida pasaron hambre, y si pasaron hambre fue porque el restaurante donde comen estaba lleno y tenían que esperar. Ese día se hizo un zoom. Intenté hablar, creo que la (Victoria) Donda dirigía la mesa. Intenté hablar dos veces y no me dejó, entonces dije nunca más.
-¿No le dieron la palabra?
-No. Y aparte, ¿qué me va a venir a hablar la Donda o quien sea cualquier político del hambre, de la necesidad y de cómo vive la gente? No me pueden mentir. Ellos no se embarran los pies, no pasan calores ni frío, no les agarra viento ni tormenta por los caminos.
-Usted reconoció que estuvo cerca de Macri en un momento y el presidente Alberto Fernández la recibió en el 2021. ¿Cuando habla de “los políticos” se refiere a un sector o engloba a todos?
-Mire, no voy a decir que este gobierno es como volver al 2001, porque no tiene absolutamente nada que ver. Al gobierno de Macri la gente, hasta el último momento, le tuvo mucha esperanza. Yo viajo por muchos lados y me ha tocado parar en estaciones de servicio y la gente me decía ‘Margarita, vamos a ganar’, había una euforia. Esa misma gente, cuando se perdió, empezó a decir ‘no peleó como tenía que pelear...’. Después dije algo que no le gustó, pero bueno, ya pasó.
-Siempre que un político gana una elección la gente tiene esperanza...
-Si, pero yo nunca tuve esperanza en este gobierno. Ni en este ni en los gobiernos de los Kirchner. Nunca he sido kirchnerista, nunca he sido peronista ni lo voy a ser. Respeto a todos los grandes peronistas. Admiro y me saco el sombrero adelante de Perón. Pero... de Perón. Después hay muchos que se dicen peronistas... El que fue todo para mí fue Raúl Alfonsín. Yo conocí la Democracia de su mano. Le puso tanta garra a su gobierno, pero desgraciadamente otros lo entorpecieron...
-¿Fue el presidente a su comedor de Santiago como prometió?
-Macri fue. Fernández no. Hubo una discordia ahí, que si voy, que no voy, que no quieren que vaya. A mi me prometió que me iba a ayudar.
-¿Y la ayudó?
-No. El único ministro que me ayudó y me escuchó fue Juanchi Zabaleta. Arroyo no.
-¿Quién la ayuda?
-La gente, ustedes desde la prensa, algunas empresas...
-¿Desde los gobiernos? ¿Desde la Ciudad?
-Horacio (Rodríguez Larreta) nos manda para la comida de todos los días de los chicos del jardín y una parte para el comedor. La otra la conseguimos nosotros.
-Le voy a insistir con una pregunta: ¿cómo cree que se puede volver a la cultura del trabajo?
-Es tan difícil. A veces pienso qué podemos hacer por la educación. Pero no solamente de los chicos, sino de los padres, porque los padres están mal educados y se lo transmiten a los chicos. Creen que sólo la maestra y la escuela son responsables de educar a sus hijos y no es así. Yo crié hijos míos y no míos... Me acuerdo de una señora paraguaya, que se fue cinco meses a su país y me dejó a sus hijos. Todos los días los mandaba a la escuela. Así como ella, cantidad de madres que se han ido dejando hijos aquí. Y los hice estudiar. Hoy le conté de mi padre. Era una persona que no sabía si leer ni escribir, mi mamita tampoco. Pero él se levantaba la madrugada, comía una tortilla y tomaba sus mates amargos, largos, y conversaba con mi madre. Nos levantaba antes de irse, nos agarraba del hombro y nos decía: ‘No se olvide nunca que por estas cuatro horas de su vida, la maestra es su madre. Respetenla y que yo no vaya a saber que le faltaron...’. Hoy la maestra dice ‘sentate bien Rogelio’ y Rogelio le tira con la carpeta. Y si la maestra le levanta la carpeta y la pone en la mesa vamos todos y patoteamos a la maestra. Tenemos que abrir una escuela pero de educación para padres y adolescentes.
-Le hago la última: ¿quién es la chica que tiene en el altarcito?
-Guillermina, una niñita que tiene cáncer y lucha por su enfermedad. La tengo ahí, en mis oraciones, y todos los días le prendo velas.
-¿Viene mucha gente enferma a pedirle por la salud?
-Si. Un día me llegó muy fuerte al corazón un hombre que tenía cáncer y vino para que yo lo toque. Pero no quiero eso. Quiero que la gente coma.
La Cena a Beneficio de Los Piletones
Por estos días, Margarita Barrientos se prepara para el gran evento anual, la Cena a Beneficio del Comedor Los Piletones, un aporte fundamental para sostener la nutrición de miles de personas que regresa en forma presencial luego del parate por la pandemia. Será el 31 de octubre en el Salón Rojo de La Rural, esperan 1300 personas y habrá distintas opciones para participar. Quienes deseen colaborar podrán comprar un cubierto que va desde los 10 mil a los 45 mil pesos, o formar parte de la compra de mesas para diez personas, que tendrán valores entre 250 mil y 500 mil pesos. Para adquirir la ubicación hay que llamar a los teléfonos 1140-341267 y 49191333 o escribir al mail ayudafundacionmbarrientos@gmail.com o ingresando al sitio www.fundacionmargaritabarrientos.org.ar. Quienes se pusieron en primera línea para ayudar al director de la Fundación Margarita, Ezequiel Eguía Seguí, que está a cargo de la organización, fueron Rogelio Frigerio, Fernando Burlando, Roberto García Moritán y Claudia Villafañe. Varios artistas ya comprometieron su presencia. La conducción estará a cargo de Pampita y Barby Franco. Diego Leuco manejará la subasta. Actuarán el grupo Ráfaga, Jey Mammon y Lizy Tagliani, entre otros.
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