Un joven stalinista, el amor fingido por una mujer y un pico clavado en el cráneo: el brutal asesinato de Trotsky

Stalin dio la orden: lo consideraba un rival peligroso. El intelectual se había refugiado en México luego de un largo periplo escapando por Europa. El elegido para matarlo fue el joven barcelonés Ramón Mercader, quien había sido reclutado por su propia madre, una fanática stalinista, El engaño a una mujer enamorada como estrategia del crimen y la orgía de sangre y furia al asesinarlo

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Leon Trotsky en su escritorio. El intelectual fue asesinado en México en 1940 por orden de Stalin (PhotoQuest/Getty Images)
Leon Trotsky en su escritorio. El intelectual fue asesinado en México en 1940 por orden de Stalin (PhotoQuest/Getty Images)

Rusia, 1917. Tiempo de multitudes, odios eternos, ríos de sangre, líderes legendarios. Lenin, el máximo. Stalin, el lobo. Trotsky (Lev Davídovich Bronstein), su enemigo.

Stalin, el poder sin límites y la revolución interna: millones de muertos con tal de edificar una potencia. Trotsky, el intelectual, la revolución permanente. Con medallas: crea el Ejército Rojo, vencedor de catorce batallas en la guerra civil. ¿Qué piensa de Stalin? “Es un traidor a la revolución, y un criminal que no se detiene ante nada”. ¿Qué piensa Stalin de Trotsky? Que es su rival más peligroso. Y no pierde tiempo. Ordena:

–¡Maten a Trotsky!

En 1936, luego de un largo periplo escapando por Europa, el condenado y su mujer, Natalia Sedova, se refugian en México. Único país que los recibe.

Iósif Stalin y Leon Trotsky en las calles durante la revolución rusa (Keystone/Getty Images)
Iósif Stalin y Leon Trotsky en las calles durante la revolución rusa (Keystone/Getty Images)

Ese mismo año, Ramón Mercader, barcelonés y en la guerra civil española, lucha en el bando republicano. Columna Carlos Marx, luego 27 División del Ejército, de la que llegó a ser comandante.

Mientras, en Moscú, Stalin pone en marcha el asesinato de Trotsky. En realidad, sólo un enemigo intelectual sin más armas que su pluma: los artículos políticos que escribe para diarios de todo el mundo.

Pero debe morir.

Stalin encarga la operación a la NKVD, la policía secreta creada en 1934.

Consejo de sus jefes: "Trotsky vive muy protegido. Rodeado de guardias armados. Hay que matarlo desde adentro de su refugio. Hay que fabricar un asesino que gane su confianza".

Ramón Mercader en sus tiempos de soldado
Ramón Mercader en sus tiempos de soldado

La búsqueda y el enlace del elegido recae sobre la cubana Caridad Mercader, comunista, stalinista fanática y agente de la NKVD. Candidato ideal: su hijo Ramón. También comunista. Pero éste se resiste:

–Terminada la guerra quiero quedarme a vivir en España.

–Tu no eliges. Ninguno de nosotros elige. Sólo hacemos lo que decide el partido.

–Me niego.

–Métete esto en la cabeza de una puta vez. No piensas, solo obedeces. No actúas por tu cuenta, sólo ejecutas. No decides, solo cumples. Tú serás mi mano en el cuello de ese hijo de puta, mi voz será la del camarada Stalin, y Stalin piensa por todos nosotros.

Fin de la conversación.

Casi inmediatamente empiezan a transformarlo en otro. La metamorfosis empieza en París. Ramón Mercader se convierte, con los papeles falsos necesarios, en el caballero Jacques Mornard, nacido en Bélgica, hijo de un diplomático, educado por los jesuitas, y un dandy. Sombreros, trajes a la última moda, departamento y auto de lujo, cigarros cubanos, lentes de montura metálica.

Última orden se su madre:

–Ramón Mercader murió. Y cuidado: de esto no se sale.

Sylvia Ageloff, joven, bella, judía, trostkista, a quien se acercó Mercader para llegar a Trotsky
Sylvia Ageloff, joven, bella, judía, trostkista, a quien se acercó Mercader para llegar a Trotsky

Su physique du rôl lo ayuda. Según Teresa Pàmies en su libro Cuando éramos capitanes, “Ramón era exaltado, simpático y muy alto. Deportista notable y buen jefe militar. Muy presumido: le gustaba lucir buen uniforme y calzar polainas sobre pantalones de montar color café con leche. Guapo, las chicas se lo disputaban. Le conocí tantas novias que he perdido la cuenta. Pero amó a Lena Imbert más que a ninguna, y su muerte, en 1944, lo hirió profundamente.”

El nuevo hombre “de negocios”: así se presenta, se encuentra en un café con una amiga –encuentro no casual: parte del plan–, que le presenta a Sylvia Ageloff, joven, bella, judía, trostkista, que dice ser psicóloga, vivir en Brooklyn, y trabajar con chicos en problemas.

Se despiden. Al otro día, él le manda un ramo de rosas. Al tercero la seduce. Al cuarto comparten una habitación. Ella le dice:

–No te obligues a nada. Sé que soy un romance de verano.

En ese punto entran en colisión dos sentimientos: el amor fingido como estrategia del crimen, y el amor real que crece día a día. Pero ganará el primero. Ramón El Vengador no puede ni debe retroceder.

Ramón Mercader cambió de identidad. Ahora es el norteamericano Frank Jackson, rico, fuerte exportador, que como su falso antecesor también se da la gran vida: las arcas de Stalin han sido generosas con el ejecutor
Ramón Mercader cambió de identidad. Ahora es el norteamericano Frank Jackson, rico, fuerte exportador, que como su falso antecesor también se da la gran vida: las arcas de Stalin han sido generosas con el ejecutor

Mercader ha dado pruebas de obediencia y crueldad. Su madre le ha regalado un perro. Lo bautiza Brunete, como una de las batallas perdidas, librada en 1937, pero más heroicas y sangrientas de la guerra civil. Ama a ese perro. Pero para demostrar ante sus jefes su renuncia a toda debilidad…, lo mata de un balazo.

Avanzado el romance, Sylvia le confiesa que le ha mentido:

–Voy a trabajar con León Trotsky. El Viejo necesita una secretaria, y soy su gran admiradora.

Ramón Mercader ha encontrado su Caballo de Troya.

Entretanto, el hombre de la Revolución Permanente se ha mudado a su morada definitiva luego de pasar dos años en la Casa Azul del muralista Diego Rivera y su pareja, Frida Kahlo.

León Trotsky, colíder de la revolución rusa, cuando llegó a Tampico, México, como un refugiado llevado de un país a otro, desde Noruega. Llegó en un carguero junto a su esposa, y fueron recibidos por  la pintora mexicana Frida Kahlo y Schachtman, líder del Comité Comunista estadounidense viajó a México especialmente para esta ocasión (Bettmann/Getty Images)
León Trotsky, colíder de la revolución rusa, cuando llegó a Tampico, México, como un refugiado llevado de un país a otro, desde Noruega. Llegó en un carguero junto a su esposa, y fueron recibidos por la pintora mexicana Frida Kahlo y Schachtman, líder del Comité Comunista estadounidense viajó a México especialmente para esta ocasión (Bettmann/Getty Images)

Mudanza inevitable. La casa no es muy segura para un hombre convencido de que “no tardarán en venir a cortarme la cabeza”, y Diego y Frida se aman y se rechazan de modo tormentoso, volcánico: ámbito poco apto para un intelectual.

El nuevo refugio está en el número 45 (antes, 19) de la calle de Viena, Coyoacán, DF. Un paraíso abundante en jardines –Trotsky cultiva hierbas y flores, y cría conejos–, amplio, con recovecos, y un techo alto en el que pueden instalarse los guardias armados que le concede el coronel Leandro Sánchez Salazar, jefe del Servicio Secreto mexicano.

Ramón Mercader ha cambiado de identidad. El belga Jacques Mornard ha quedado atrás. Ahora es el norteamericano Frank Jackson, rico, fuerte exportador, que como su falso antecesor también se da la gran vida: las arcas de Stalin han sido generosas con el ejecutor.

Jackson, que decide representar ante su cada vez más enamorada Sylvia un rol escéptico. "Me horroriza México, es un país salvaje, no me interesa la política. Y no creo en la revolución". Ardid para que, poco a poco, Sylvia lo convenza de lo contrario y lo acerque a la presa.

Demostrar fervor por conocerlo podría ser sospechoso.

Leon Trotsky y su esposa Nathalia Sedova Trotsky en el exilio. Tenían miedo de ser asesinados. No se equivocaron (Hulton-Deutsch Collection/CORBIS/Corbis vía Getty Images)
Leon Trotsky y su esposa Nathalia Sedova Trotsky en el exilio. Tenían miedo de ser asesinados. No se equivocaron (Hulton-Deutsch Collection/CORBIS/Corbis vía Getty Images)

Por aquellos días, el muralista David Alfaro Siqueiros, stalinista fanático, decide matar a Trotsky. Reúne una patota de pintores y esbirros armados con fusiles, y alta la noche, disparan más de doscientos balazos hacia el cuarto en el que duermen León y Natalia, que salen ilesos.

¿Un milagro? No para el coronel Sánchez Salazar:

–No acertaron una sola bala porque estaban borrachos.

Pero hace reforzar la guardia y blindar la casa. Salvo la puerta principal, custodiada por guardias, las demás y casi todas las ventanas son cerradas a cal y canto. Ladrillo sobre ladrillo, a pesar del desencanto de Trotsky:

–En esta casa no se puede respirar, pero así y todo no tardarán en matarme.

La casa de Leon Trotsky en el DF
La casa de Leon Trotsky en el DF

Llega el gran momento. La presentación oficial del próspero y atildado Frank Jackson a León y Natalia, llevado de la mano de Sylvia, la secretaria del hombre señalado.

El encuentro se afianza en una buena relación después de varias visitas con el invariable té en el jardín. Conversaciones en las que Jackson finge interesarse en la política, y hasta le promete a León que escribirá un artículo sobre el tema, rogándole que lo juzgue.

Algo llama la atención de la pareja: el tal Jackson, pese al calor y la humedad de México DF, lleva saco, chaleco e impermeable.

Un policía mexicano sostiene el piolet usado por Ramón Mercader para herir mortalmente a Leon Trotsky. Fue el 20 de agosto de 1940 en la Ciudad de México. Mercader, también conocido como Jacques Mornard y Frank Jackson, era considerado un “amigo de la familia” por Trostky. Este último, antes de morir, aseguró que su muerte había sido ordenada por Iósif Stalin (AP)
Un policía mexicano sostiene el piolet usado por Ramón Mercader para herir mortalmente a Leon Trotsky. Fue el 20 de agosto de 1940 en la Ciudad de México. Mercader, también conocido como Jacques Mornard y Frank Jackson, era considerado un “amigo de la familia” por Trostky. Este último, antes de morir, aseguró que su muerte había sido ordenada por Iósif Stalin (AP)

Antes y durante semanas, ante sus jefes y en secreto, Ramón Mercader ha practicado un extraño rito. Empuña un piolet, piqueta de montañismo que se compone de hoja ancha y pica puntiaguda. Un arma tan brutal como infalible que clava una, dos, cien veces en una sandía que remeda la cabeza de Trotsky.

Dos días antes del final de la misión, Mercader-Jackson le lleva a León, El Viejo, el artículo prometido:

–Vamos a leerlo a mi escritorio –le dice.

Instante clave: asesino y víctima entran al escenario de la tragedia. Mientras Trotsky lee y corrige, Ramón camina a su alrededor, midiendo la distancia para el golpe, y de a ratos se sienta en el borde del escritorio. Esa actitud sorprende a León:

–Qué extraño, Natalia. Ese hombre caminó a mis espaldas y se sentó, confianzudo, en un lugar inadecuado. Eso no es digno de un hombre bien educado. Pero volverá. Le he dicho que su artículo es confuso, y que lo rehaga a máquina, porque no entiendo muy bien su letra.

Ramón Mercader recibe tratamiento en el Hospital Cruz Verde de México, el 23 de agosto de 1940. Tras cometer el atentado fue golpeado por los guardaespaldas de Trotsk y con las culatas de sus armas (AP)
Ramón Mercader recibe tratamiento en el Hospital Cruz Verde de México, el 23 de agosto de 1940. Tras cometer el atentado fue golpeado por los guardaespaldas de Trotsk y con las culatas de sus armas (AP)

Y en la tarde del 20 de agosto de 1940, retorna. Como siempre, de impecable traje, sombrero e impermeable doblado sobre el brazo izquierdo. Prenda con un fuerte y largo bolsillo agregado para contener el piolet…

Se repite la escena. Saludo, escritorio, lectura del artículo, paseo alrededor del escritorio –mucha vacilación–, y de pronto, la descarga de la hoja del piolet sobre el cráneo de Trotsky.

Escena aterradora. La víctima lanza gritos y aullidos a todo pulmón, e interminables, mientras su cabeza sangra a chorros y sus manos se aferran al cuello del asesino, hasta que cae. Casi al instante entran los guardias y golpean con saña al ejecutor, que no llega a usar su pistola, pero no lo matan.

La agonía del hombre condenado a muerte por Stalin termina al otro día. Muere, a sus 60 años, sin recobrar el conocimiento.

El cuerpo de León Trotsky, minutos después de fallecer a causa de las heridas infligidas por el agente del NKVD Ramón Mercader, en la Ciudad de México el 21 de agosto de 1940 (AP)
El cuerpo de León Trotsky, minutos después de fallecer a causa de las heridas infligidas por el agente del NKVD Ramón Mercader, en la Ciudad de México el 21 de agosto de 1940 (AP)

Ramón Mercader es sometido a un largo interrogatorio que incluye trompadas y patadas. Pero, como los soldados que caen prisioneros, responde con una letanía:

–Me llamo Jacques Bornard, nací en Bélgica, soy comerciante… Me llamo Jacques Bornard…

Lo condenan a veinte años de cárcel. Al salir viaja a Moscú, donde le otorgan la ciudadanía y lo condecoran con la Estrella al Héroe de la Unión Soviética.

Su madre, María Caridad del Río Hernández, o Caridad Mercader, que lo acompañó en taxi hasta la casa de Trotsky el día fatal, para comprobar que no fallaría, no fue a Moscú, donde la esperaban con honores. Prefirió la libertad y la belleza de París hasta 1975, año de su muerte. Como tantos fanáticos militantes en todas las latitudes.

Ramón Mercader en un avión de las líneas aéreas cubanas en México, el 8 de mayo de 1960. Lo acompañan el agregado de la embajada de Checoslovaquia en México, Olldrich Novicki y el abogado defensor, Eduardo Cisneros. Mercader había sido liberado tres meses antes de prisión, tras cumplir 20 años de sentencia (AP)
Ramón Mercader en un avión de las líneas aéreas cubanas en México, el 8 de mayo de 1960. Lo acompañan el agregado de la embajada de Checoslovaquia en México, Olldrich Novicki y el abogado defensor, Eduardo Cisneros. Mercader había sido liberado tres meses antes de prisión, tras cumplir 20 años de sentencia (AP)

El asesino (Jaime Ramón Mercader del Río) murió de cáncer de pulmón, en La Habana, el 18 de octubre de 1978, a sus 65 años.

Los restos de madre e hijo fueron llevados al cementerio moscovita de Kúntsevo.

Sylvia, la enamorada y el Caballo de Troya, le escupió la cara al verlo en prisión. Mientras Ramón mataba a Trotsky, ella lo esperaba en un hotel, hechas las valijas, para el viaje en el que se casarían y vivirían su luna de miel.

Volvió a Brookyn y murió en 1995, a los 82 años.

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