En 1885, el hombre de más de setenta años caminaba por las ruinas de lo que había sido el tétrico cuartel rosista de Santos Lugares, del que se contaban historias que hacían erizar la piel. Habían pasado demasiado tiempo y aun recordaba los detalles del hecho. Antonino Reyes, una suerte de comisario político del cuartel, acompañado por el historiador Adolfo Saldías se detenía, como si fuera un vía crucis, en los últimos rincones por donde transitaron Camila O’Gorman y Ladislao Gutiérrez antes de ser fusilados.
“Este fue el calabozo que ocupó Camila, el mejor que pude darle”, se lamentó. Luego señaló el muro del patio donde ocurrió la ejecución. “Fue aquí donde cayó, empapada en sangre; la mandé enterrar al pie de este sauce, junto con Gutiérrez…”
Como todo drama, el de Camila y Ladislao tuvo un final trágico.
Ella nació el 9 de julio de 1825 y fue bautizada como María Camila O’Gorman. Sus padres eran Adolfo O’Gorman y Joaquina Ximénez Pinto. Vivía en la calle Potosí, hoy Alsina, entre San José y Santiago del Estero. Fue criada en una familia de renombre en la ciudad -con antepasados irlandeses, españoles y franceses- y siempre desafió los estrictos límites de la época. Aún cuando no era bien visto que una mujer anduviese sola por la ciudad, ella visitaba a sus amigas, iba a las librerías De la Merced, de Ibarra o De la Independencia y, como enumera el historiador Adolfo Saldías, compraba partituras en los almacenes de Guión o de Amelong, que ejecutaba en el piano mientras cantaba.
También sola iba a la Iglesia del Socorro, y allí conoció al cura Ladislao Gutiérrez.
Gutiérrez, que también figura como Uladislao, era un joven tucumano, un año mayor que Camila, sobrino del gobernador de esa provincia, Celedonio Gutiérrez y, con cartas de recomendación, estaba bajo la protección del canónigo Palacio. Cuando se produjo una vacante en el Socorro, hacia allí fue. Pero el muchacho descubrió que su vocación sacerdotal no era tal y cuando conoció a Camila a través de Eduardo, hermano de la chica, que estudiaba para cura, se despertó en él una profunda pasión que fue correspondida.
En sus visitas pastorales, Gutiérrez solía concurrir asiduamente la casa de los O’Gorman. Los paseos y los regalos se sucedieron y nació un profundo amor entre ellos.
Decidieron escapar para vivir una vida juntos, lejos de la segura condena de la sociedad. El 12 de diciembre de 1847 abandonaron la ciudad, sin tener un plan determinado, aunque la idea era perderse en Río de Janeiro. Fueron para Luján y continuaron hacia Santa Fe. Cruzaron el Paraná con nueva identidad: él se llamaba Máximo Brandier, comerciante jujeño y ella su esposa Valentina Desan y contaban que venían viajando desde Salta. De Entre Ríos continuaron a Corrientes y eligieron a Goya para afincarse. Se ignora por qué no continuaron viaje hacia el norte. En el mismo rancho donde vivían abrieron una escuela para ambos sexos.
La familia de Camila y las autoridades eclesiásticas enseguida se dieron cuenta de lo que había ocurrido y acordaron mantenerlo en secreto para evitar el escándalo. Los O’Gorman esperaron que la chica recapacitase y regresase al hogar y las autoridades religiosas enviaron discretamente al presbítero Manuel Velarde tras los pasos de la pareja, pero sin suerte.
Juan Manuel de Rosas se enteró varios días después, de boca de la propia iglesia, que evaluó poner en conocimiento del gobernador la situación, al ver que el caso se le había ido de las manos. Le hablaron de un “suceso horrendo”. Seguramente, ante el previsible reproche de Rosas, el canónigo Palacio se defendió en una carta: “Pensé que la denuncia correspondía al teniente cura de su parroquia. Por otra parte, el tamaño del atentado, y el interés que mostraba la familia en disimularlo, me pusieron en un conflicto que sin duda no me dejaba expedito para acertar con lo que mejor convenía”.
El padre de Camila también le escribió a Rosas pidiendo que se hiciera justicia.
Al gobernador no le cayó bien que fueran a advertirle diez días después de ocurrido el hecho. Intuyó que la oposición unitaria se le vendría encima, tal cual sucedió. A través de la policía, repartió reportes con los datos de los prófugos y mandó avisos a los distintos gobernadores.
Una fiesta en Goya fue el principio del fin para la pareja. El 16 de junio de 1848 Gutiérrez fue reconocido por el cura irlandés Miguel Gannon, y alertó a las autoridades. La pareja fue detenida y por orden de Benjamín Virasoro, gobernador correntino, encerrada por separado.
Rosas mandó preparar dos habitaciones en la Casa de Ejercicios Espirituales para alojar a Camila. Le ordenó al jefe de policía Juan Moreno acondicionar un calabozo en la cárcel del Cabildo para el cura. Se dispuso que una fonda cercana le llevaría la comida. Hasta habían blanqueado las paredes de la celda. Dos días después, los dos alojamientos quedaron preparados. Los muebles para ambos lugares los habían comprado en la mueblería de Blanco.
Rosas quedó acorralado por la opinión pública y por la campaña de los emigrados, tanto desde Uruguay como de Chile, que hablaban de inmoralidad incestuosa, degradación moral e indecencia.
De Goya mandaron a Camila y al cura Gutiérrez a la ciudad de Buenos Aires en barco. Los fuertes vientos y el mal tiempo hicieron que el capitán, cuando comprobó que le resultaba imposible continuar, hizo desembarcar a la pareja en San Nicolás. Se esperó a la medianoche para partir por tierra a Santos Lugares, donde funcionaba el cuartel rosista. Llegaron el 15 de agosto de 1848 a las cuatro de la tarde. Entraron en dos carretas entoldadas, rodeados por una multitud que pugnaba por verlos.
Santos Lugares estaba a cinco leguas de la ciudad de Buenos Aires. El General Agustín Pinedo era el jefe militar, aunque el que llevaba la voz cantante era Antonino Reyes. También conocido como “La Crujía”, por haber sido una construcción del convento de los mercedarios, estaba situado en la localidad de San Andrés, partido de San Martín. Su entrada principal estaba sobre la actual calle Ayacucho.
Reyes había nacido en 1813 y trabajaba para Rosas desde 1832. Era capitán de milicias cuando se incorporó al círculo de colaboradores del gobernador. Casado con la porteña Carmen Olivera, en 1838 fue ascendido a sargento mayor. Era el jefe civil del cuartel campamento de Santos Lugares.
Las carretas entraron al patio. Reyes vio a una muchacha de rostro demacrado y despeinada. Dijo que su hablar era gracioso y sencillo.
Cuando supo quién era, ella le preguntó si Rosas estaba muy enojado y qué pensaban hacer con ella y con el cura. Dijo sentirse enferma. Reyes la alojó en su habitación y mandó que la atendiera el doctor Martínez, el médico del cuartel.
Mariano Beascochea les tomó declaración. Reyes le pidió que fuera benevolente con la chica. Ella dijo que tenía su conciencia tranquila, que lo que habían hecho no era ningún delito. Esas declaraciones fueron enviadas a Rosas la noche del 17.
Todos creían en Santos Lugares que la chica terminaría encerrada en su casa y Gutiérrez sometido a la justicia de la iglesia.
Pero Reyes recibió la orden de engrillarlos. Para ella mandó buscar los hierros más livianos y los hizo forrar con orillo para que no la lastimasen.
En Buenos Aires, el ambiente se convulsionó cuando se supo que la pareja estaba detenida. El padre de ella, en una entrevista con Rosas, le pidió un castigo rápido y ejemplar. La familia había quedado marcada con los escándalos amorosos de Ana Perichon, la abuela de Camila, y para ellos fue revivir una pesadilla.
Rosas le pidió consejo a Dalmacio Vélez Sársfield, Lorenzo Torres y Baldomero García, reconocidos juristas, quienes se inclinaron por la condena. Eduardo Lahitte se pronunció en contra.
En la madrugada del 18, Rosas le ordenó a Reyes que los detenidos recibieran el consuelo de la confesión y fueran fusilados ese día antes de las 10 de la mañana. No sirvieron los pedidos de su hija Manuelita, ni los argumentos de su cuñada Josefa Ezcurra, quien había sido madre soltera con Manuel Belgrano.
Reyes arriesgó una última movida. Le escribió una carta a Manuelita, en la que pedía que intercediese ante su padre, y advirtiéndole que Camila estaba embarazada. Un oficial voló a Palermo, pero en lugar de entregarle la carta a la muchacha, el oficial de servicio Eladio Saavedra se la dio al propio gobernador, que se estaba levantando. Estalló de ira y ratificó la orden.
El mayor Torcida fue el encargado de comunicarles a los jóvenes que serían fusilados. El cura que confesó a ella le hizo beber agua bendita, por el bebé que llevaba en sus entrañas.
Gutiérrez preguntó si Camila sería también fusilada. En una tira de papel, le escribió: “Camila: mueres conmigo, ya que no hemos podido vivir juntos en la tierra, nos uniremos ante Dios. Te abraza tu Gutiérrez”.
Reyes no tuvo el coraje de presenciar la ejecución y se encerró en su habitación.
Fue el viernes 18 de agosto de 1848 a las 10 de la mañana. Los llevaron al patio del cuartel en sillas y los ubicaron contra una de las paredes. El mayor Rubio mandaba el pelotón de cuatro soldados y a ambos condenados les vendaron los ojos.
Cuando los tiradores apuntaron a Camila, lo hicieron displicentemente. Ella se inclinó hacia un lado, por un disparo en su costado. El fogonazo de un cartucho le había prendido fuego la ropa. Un soldado le echó un balde de agua. Otro, sin mirarla, le dio el tiro de gracia.
Los cuerpos fueron enterrados junto a un sauce.
La noticia sacudió a Buenos Aires. Los mismos que pedían un castigo ejemplar, ahora decían que con purgar una pena de prisión hubiera sido más que suficiente, si en resumidas cuentas, todo se debió a un romance y no habían perjudicado a nadie.
Después de Caseros, Reyes fue amnistiado por Justo José de Urquiza. Al involucrarse en la revolución del 11 de septiembre de 1852 debió huir y fue detenido en Luján. Defendido por Estévez Seguí, en primera instancia fue condenado a muerte pero luego de apelar en 1857 fue absuelto.
Desde su exilio en Southampton, su antiguo jefe -sabiendo que su secretario estaba siendo sometido a juicio- mandó a Buenos Aires un paquete sellado con una carta: “Para el caso que Reyes sea condenado a muerte y no le quede otro recurso para salvarse, abra este paquete que contiene los informes para la ejecución de Camila O’Gorman”.
Reyes murió en Montevideo en 1897. El 2 de septiembre de 1852 los restos de Camila fueron exhumados y trasladados al cementerio de la Recoleta. A pesar de que algunos ponen en duda que allí descansen sus huesos, lo importante es que fue una chica que, luchando con los prejuicios y los cánones de la época, lo había dado todo por su amor. Hasta su vida.
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