La enorme barra de tragos de madera estaba ahí, donde siempre estuvo, contra una pared de la planta baja de Michelangelo. Luis Machi, el nuevo dueño, lo sabía. Solía ir a ver los famosos shows que se ofrecían en la década del ‘80. Siempre quiso ser el propietario del lugar. Y lo logró. Hasta creó, en esa década, un sitio similar, casi un espejo, justo al lado: La Ventana. “Ahora se le cumplió el sueño del pibe”, como definió Marcelo Páez, un ex empleado suyo. Así que en 2019, después de firmar la escritura y poner un pie adentro, caminó por el salón y miró a la barra como si viera al mismo diablo. Sintió una energía que no le gustó. “Este lugar está maldito”, soltó. Llamó a un primo y le dijo: “Tomá, llevátela, no quiero saber nada con esto”. El primo, a su vez, se la regaló a un cuñado evangelista. Al poco tiempo recibió un mensaje en su celular: “Edu, te tengo que decir algo. Tuve que prender fuego la barra, me transmitió algo que estaba mal”.
Alan Machi, el hijo menor de Luis, cuenta la anécdota sentado en uno de los salones del restaurante, frente a un vaso de agua mineral. “Por eso mismo no dejamos nada de lo que había antes”, dice. La estatua de madera de un angelito, que estaba en la planta baja junto a la escalera, también desapareció. Nadie podría asegurar si salió volando gracias a sus alitas, pero sí que voló. “Hicimos una obra maestra bajo la tutela del arquitecto Pablo Véliz, porque el edificio estaba venido abajo. Siempre dijimos que en los últimos años nada funcionaba acá porque venía arrastrando herencias anteriores. Hubo que hacer un trabajo especial de inyección de aire por la humedad que había, por ejemplo, no se podía entrar. Lo único que dejamos fue la estructura, pero hasta repintamos los ladrillos. Todos los pisos, la mueblería, la iluminación, los caños de luz y gas, la cocina, los baños, pusimos ventilación anti COVID, hasta el escenario se cambió de lugar. Donde estaba la cocina hicimos el bar. Había otro piso sobre los techos y lo sacamos para que el edificio dure mucho más. Es un pasillo donde vamos a hacer una huerta. Se colocaron ascensores, se hizo inclusivo también: una persona con silla de ruedas puede deambular tranquilamente. Se invirtió muchísimo dinero y tiempo. Comenzamos antes de la pandemia en el 2019 e inauguramos el 10 de julio de este año”. Alan no dirá el monto, pero cuenta que en la inversión se jugaron los ahorros de toda la vida de su padre. Y eso, en una Argentina con una inflación creciente desde hace años y un dólar de electrocardiograma, es para ponerse de pie y aplaudir.
Michelangelo es, históricamente, uno de los emblemas del tango y el folclore argentinos “for export”. Una de las mecas porteñas de una categoría conocida como “shows para turistas”, aunque en su caso fue mucho más que eso. La fórmula de su éxito siempre pareció sencilla, aunque no todos los empresarios que poseyeron la marca la tradujeron en éxitos: artistas consagrados, populares, sólidos; una gastronomía robusta y una ambientación de ladrillo a la vista, paredes anchas cómo abrazar a un gordo, madera y media luz. Un espíritu setentista. Huelga decir que en una época, en el lugar se sucedían hasta tres shows por noche en los fines de semana; si había alguna mala energía no se notaba. Pero siempre es mejor eliminar la duda.
La historia del predio donde está Michelangelo es tan antigua como la misma ciudad que fundó Juan de Garay en 1580. Comprendía dos lotes que terminaban en las barrancas del río De la Plata: uno propiedad de Domingo de Irala; el otro, de Alonso Gómez. Ninguno de ellos se hizo cargo jamás de los mismos. El terreno culminó en poder de los frailes dominicos alrededor de 1608. La parroquia de Santo Domingo, cuya entrada está sobre la avenida Belgrano, era parte de ese predio.
Más adelante, en ese lugar funcionó la llamada “Casa del Real Asiento de los Ingleses”, el lugar donde operaban los comerciantes esclavistas de esa nacionalidad. Luego, el predio fue adquirido por Vicente de Azcuénaga, quien a su vez lo vendió para que allí funcionara, desde 1784, la Aduana Vieja o “De Santo Domingo”, por su proximidad con la iglesia. Allí precisamente, durante las invasiones inglesas, los soldados heridos fueron curados por los frailes, y los fallecidos enterrados en el pequeño cementerio que estaba ubicado junto a la huerta de la congregación, donde hoy se encuentra la cortada 5 de julio, que se abrió en la segunda década del siglo XIX con el nombre de Sarandí, en 1880 se llamó Tupac Amaru y más tarde tomó el nombre de la fecha en que los ingleses fueron derrotados en 1807. Entre los 609 objetos que fueron hallados durante las excavaciones realizadas por el arqueólogo Daniel Schavelzon y su equipo en la década del ‘90 en Michelangelo, encontraron una jeringa y frascos medicinales, que probablemente -señala el mismo- quedaron allí desde entonces. Por eso Tony Peró, el gerente de la casa, aventura una teoría: “dicen que muchos cuerpos fueron devueltos a Inglaterra, pero que algunos huesos todavía quedaron”.
Más acá en el tiempo, el arquitecto Edward Taylor construyó la nueva Aduana -que tomó su apellido- sobre la barranca, detrás del Fuerte. Comenzó a levantarla en 1885 y fue inaugurada en 1857. Lo que hoy es Michelangelo -cuya propiedad ya tenía la familia Huergo, quienes construyeron el edificio casi como se lo ve hoy-, fue usado como depósito y, más tarde, como destilería. Su constructor no se pudo precisar, pero Schavelzon señala que muy probablemente haya sido el propio Taylor, que murió en 1868. La fachada, por entonces, estaba sobre la cortada 5 de Julio. Todavía se conserva el imponente portón de madera, elevado con respecto a la calle Balcarce, aunque se perdió el viejo revoque. El ingreso actual, en realidad, fue construido en 1969 y modificado en 1971.
La edificación cambió de manos varias veces en el siglo XX, hasta que en 1967 comenzó la historia de Michelangelo como emblema de la porteñidad con su logo de los tres aros, que se mantuvo inalterable. Uno de los artistas que hoy actúa cada noche y hace gala de una voz inoxidable es Néstor Fabián. Tiene 84 años y es testigo de aquel comienzo: “El primitivo dueño fue Hiriberto Isaac. Pero no venía nadie, porque no había turismo. Había tres escenarios con tango, folclore y jazz. Recuerdo que el tipo decía ‘pensar que me estoy gastando toda la guita’. Se lamentaba todos los días. Entonces aparecieron Carlos Rodríguez Redonda y Donadío, dueños de una fábrica de envases de lata en Avellaneda, y lo compraron. Y empezaron a venir los turistas al país “. Carlos Rodríguez Redondas, uno de los dueños, estaba casado con la española María de la Paz Ares y tuvieron dos hijos, Carlos y Cristina, que luego de su fallecimiento se hicieron cargo de sus empresas.
En 1969 aparecieron Astor Piazzolla (que le dedicó el tango Michelangelo 70) con Amelita Baltar. “No me dijo si cantaba bien o mal -señala Fabián-. Pero vio que tenía buenos músicos, como el pianista Osvaldo Tarantino y el bandoneonista Oscar Pane. Y me fui al Viejo Almacén. Acá trabajaron todos, pero la que más trabajó fue Virgina Luque”.
En cada época, la presencia de un presentador fue relevante. En el momento de apogeo del local, quien se encargaba del micrófono era el conocido Miguel Core, que hoy tiene un programa en la AM 770 llamado “Hola Sábado” de 19 a 21 horas. “De los dueños en la década del ‘70, Donadío era el que estaba detrás de todo, que las paredes estuvieran impecables, por ejemplo. Pero cuando falleció Rodríguez Redonda, tuvo roces con la mujer y el hijo de éste, Carlos, por la manera de ver el negocio. Se fue y abrió otro boliche, La Ciudad, en la calle Talcahuano, donde estaban Ginamaría Hidalgo y Berugo Carámbula, pero no tenía la magia de Michelangelo”, recuerda.
En 1976, Core trabajaba en Pantalla Gigante -un programa de Canal 11- cuando lo llamaron para presentar los shows de Michelangelo: “El dueño ya era Carlos Ares hijo. Es conocido como admirador de Elvis Presley, produjo a Virus, a Soda Stereo, le gustaba el rock. Mantenía Michelángelo porque la mamá amaba ver los espectáculos. Venía con su rodete negro y se sentaba a mirar. Ares le pidió a Emilio Ariño un locutor para reemplazar a Reinaldo Mompé. Fui y me reuní con Carlos y su madre, a la que le decían ‘Pasita’ y entré. El director artístico entonces era Víctor Buchino, el papá de Vicky”.
Core se quedó desde el ‘76 al ‘82 y trabajó junto a otros directores artísticos, como Osvaldo Mazzoni y Horacio Rízzola. “Había dos shows por día de lunes a jueves y 3 viernes y sábados. Yo me iba a casa a las 5 de la mañana. El domingo descansaba. Me reemplazaba Lucía Marcó, la mujer de Atilio Stampone, locutora de Caño 14. Lo que recuerdo bien es cómo arrancaba mis presentaciones…”. Para quien se pregunte por qué Luis Machi mandó a tirar todo lo que había dentro del local, lea: “A los turistas les contaba la historia del fantasma de Epifanio Lamas, que había sido marino, porque donde está Michelangelo era la zona del puerto. La leyenda dice que Lamas se acostó a dormir sobre unos bultos, creció el río y murió ahogado. Cuando se construyó Michelangelo había túneles que tenían relación con la iglesia de Santo Domingo. Dicen que encontraron restos de este marino. Y al turismo se le contaba que seguía por ahí, porque los técnicos y mozos escuchaban ruidos de cadenas y decían ver una persona ataviadas con ropas extrañas”.
Esto mismo refiere Marcelo Páez, encargado de la parte técnica de los shows cuando el dueño era Ares, con quien trabajó durante diez años. Recuerda que lo hizo entrar Hugo ‘Pajarito’ Montenegro, que era el coordinador y asistente de dirección. También a sus compañeros Sergio Gómez, Antonio Guerrero y Oscar Giménez. Para él, Michelangelo es muy especial: su esposa, Rosemary, era la recepcionista. Como Cores, la historia de Lamas es una anécdota muy presente: “Había un sótano, al que le decían ‘el Salón azul’, que se usaba cuando estaba muy lleno el restaurante. Cuando lo reconstruyeron se vino abajo y encontraron huesos, vasijas y otras cosas. Lo único que yo noté fue que, cuando nos quedábamos a la madrugada, sentía un ruido como de cadenas arrastrándose. Pensaba que eran mis compañeros y ellos pensaban que era yo. Ninguno era, un misterio… Pero el sereno dijo que vio a alguien o a algo. Es creer o reventar”. Luego, a través de Horacio Rízzola, que era el gerente, lo volvieron a llamar en la década del 90, pero no estuvo mucho tiempo.
Por supuesto, Michelangelo es mucho más que esas historias. Un somero listado de quienes pisaron sus escenarios no podría dejar de mencionar a María Martha Serra Lima, Sandro (que filmó allí Subí que te llevo), Alberto Olmedo, Jorge Porcel, Moria Casán, Astor Piazzolla (a quien el afamado violinista Isaac Stern fue a ver una noche y salió maravillado), Amelita Baltar, el Sexteto Mayor, Osvaldo Agri, Leopoldo Federico, Mariano Mores, Olga Guillot, Los Chalchaleros, Los Fronterizos, Jaime Torres, Caviar, los Botton Taps, Pedro Vargas, Lola Flores y Andrés Percivale, entre muchos otros. Fue el germen, con los bailarines Nélida y Nelson, de Tango Argentino, el espectáculo que triunfó en París y en Broadway.
Por esa época, además, todas las figuras internacionales que pasaban por la Argentina iban a ver los shows. Core recuerda especialmente a Liza Minelli: “Tuve la suerte de presentarla la primera vez que vino a la Argentina. La trajo Cacho Fontana, que era el interventor de Canal 11. Liza entonó a capella y acompañada por los músicos de Michelangelo pedacitos de sus canciones. Le di un ramo de flores en la mesa. Y estaba tan emocionado, que le dije ‘Liza please kiss me’ y me dio un beso en la boca. Me quedé duro, no sabía cómo reaccionar. Pero eso no fue todo: una señora y un señor que cuidaban los baños, cuando Liza ingresó, le pidieron sacarse una foto. Les prometió hacerlo antes de irse. Cuando terminó el show la llevaron al auto y ahí se acordó. Se bajó del auto y empezó a correr. Pero esa calle tiene adoquines, así que se sacó los zapatos, entró a los baños e hicieron la foto. Una mujer de una gran calidez humana”.
Desde finales de la década del ‘90 hasta hoy, el lugar sufrió altibajos. Fue escenario de eventos, se transformó en un estudio de grabación y hasta epicentro de reuniones políticas en lo que se llamó el Grupo Michelangelo, que de la mano de Carlos Kunkel reunía a lo más selecto del kirchnerismo. También la última década del siglo pasado lo tuvo al padre de la modelo Dolores Barreiro, el exmilitar Horacio Barreiro, a cargo de la gerencia. Como casa de espectáculos, tuvo dos regresos: en 1998, con Enrique Venturino como gerente, y en 2004.
Hoy, Luis Machi es el dueño, Alan (32) está a cargo de la cocina y los shows y su hermano Luciano (36) se ocupa de la administración. La historia familiar es común a la de muchos empresarios de pymes: “Mi papá arrancó en La Ventana por Michelangelo. Estaba por comprar un terreno en Costanera, pero vio cómo funcionaba esto y se decidió a replicar lo que hacían. Mi viejo siempre fue muy laburante, muy hecho a pulmón. Tenía un negocio en la zona oeste, lo vendió y con lo poco que tenía compró al lado. Empezó con mi abuela Susana cocinando…”
Ahora la apuesta es fuerte. Los cinco salones del restaurante (que se especializa en carnes y además tiene un buffet) están abiertos desde las 19.30 hasta las 24 y tienen dos turnos. A las 21.30 arranca el show, y las 350 personas que cenan suben al primer piso para ubicarse en el teatro. Mientras tanto, la misma cantidad de nuevos comensales llega a cenar y a disfrutar de los tragos que prepara Mateo Castro en el bar Dante, que no fue bautizado así por el autor de la Divina Comedia, sino por la mascota de los dueños.
El show, con orientación al tengo y al folclore, tiene la dirección musical de Nicolás Ledesma, que ganó un Grammy en el 2016 y hoy se pone al frente del Sexteto Mayor. Como cantantes están el ya mencionado Néstor Fabián y María Pisoni. Y hay cinco parejas de baile. A partir de septiembre habrá otros dos shows en trasnoche. Estarán Carmen Barbieri, Nito Artaza, Alberto Bianco, Osvaldo Piro, Amelita Baltar, Miguel Angel Cherutti, Raúl Lavié y Dany Martin.
En este momento, Luis Machi está en los Estados Unidos, promocionando el lugar. “No nos perdemos ninguna feria de turismo”, cuenta Alan. El mes de agosto, señala, es el de menor afluencia de visitantes de otros países. “La temporada alta se inicia en septiembre. Y en noviembre empiezan a llegar los cruceros. Para los extranjeros, el país está regalado. Esto se va a llenar”, se esperanza.
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