Parece un bosque encantado en medio de la ciudad. A plena luz del día y a la vista de todos, el lugar es mágico. El Jardín Botánico se extiende por 79.000 metros cuadrados en el barrio de Palermo y tiene una historia de 124 años. Aunque no siempre fue tan mágica como parece. En el año 2008, un revuelo mediático puso en el centro de la escena al Jardín Botánico. Los medios lo bautizaron un “cementerio clandestino”. Decían que allí habían enterrado gente. Todo terminó con una ardua investigación donde fueron expulsados varios empleados del espacio. Es un pasado oscuro que nadie quiere recordar. Uno de los tantos secretos que atesora este jardín frondoso, antiguo y lleno de luces y sombras.
“Llegué para cambiar la mala fama del lugar y lo transformé en el mejor jardín de la ciudad”, afirma Graciela Barreiro. Hace 13 años que habita el botánico. Es la persona que conoce todos sus secretos, y que constantemente innova para convertirlo en un mejor lugar. Dedicó su vida a las plantas: es ingeniera agrónoma por la Universidad de Buenos Aires y tiene una maestría en gestión ambiental de la USAM. No hay un día de su vida en el que no camine por el espacio ni que deje de pensar en él.
La mujer es elegante: esta mañana luce un tapado naranja. Es tranquila, estructurada, y sumamente pasional. “Amo lo que hago”, repite constantemente. Su cabello rubio termina en su nuca y sus ojos son casi cristalinos. “Soy completamente transparente, alguien que no oculta nada”, dice con un café entre manos.
Nació en Avellaneda, pero hace 40 años que trabaja y vive en la ciudad. Tiene 7 nietos, y la última en nacer fue Miranda. “Mirala qué linda, tiene 3 kilos y la fui a ver el domingo”, comenta con su foto en la pantalla. Le gusta tocar el violonchelo, es su hobby. Desde el 2002 la historia de Carlos Thays marcó su destino. Por tres meses ocupó el mismo cargo que alguna vez tuvo el paisajista en el año 1891, al ser nombrada Directora General de Espacios Verdes. Su paso fue breve: después de una gran decepción se aisló en un vivero del barrio de Caballito.
El tiempo lo cura todo, dice el refrán. Después de 6 años de pegar un portazo, se encontró un anuncio en el diario. Tras una intervención judicial buscaban al primer Director del Jardín Botánico, y por primera vez en la historia se realizó por concurso público. No lo dudo, armó una propuesta y se presentó.
“Éramos más de 20 postulantes, la elección duró un año y me eligieron junto a mi propuesta”, explica Barreriro, la ganadora por tercer periodo consecutivo del concurso como Directora General del Jardín Botánico. Llegó sin recursos ni equipo, ni si quiera amigos, a un espacio que solo gozaba de mala reputación. De la miseria del espacio armó, a su manera, un imperio verde.
Su trabajo es gestionar y administrar todo lo que ocurre en el jardín. Llega antes de que se abra al público, a las 8 de la mañana. Todos los días recorre cada uno de los sectores. Es la última en irse, y la que siempre atiende a la hora que sea. Conoce cada una de las plantas y ella misma sembró varias especies desde su llegada. “Lo que más me gusta es la gente que trabaja conmigo”, comenta mientras abraza a una de las jardineras qué pasó a saludarla.
“Las plantas son eternas, muchas especies de ellas no se conocen. Son los seres más inteligentes del mundo. Pensá que hay ejemplares que tienen más de 4 mil años”, comenta. “Imagínate los secretos que pueden esconder, las nuevas especies que siguen apareciendo, puede que ahí dentro está la respuesta de todo, por eso hay que estudiarlas”, agrega.
Más de 5.000 especies de plantas adornan el paisaje palermitano. Entre tierra, pasto, y vegetación, 28 esculturas deslumbran a los visitantes. Piezas únicas talladas en mármol custodian la historia de la ciudad. Algunas de ellas inspiradas en canciones, como la Sinfonía de Beethoven -esculpida por el italiano Leone Tamassi hace más de 70 años-, otras en momentos del año, como la Primavera, que a pesar de estar restaurada todavía no se encuentra en exhibición, permanece bajo el techo del edificio principal.
Son tan reales que parecen gárgolas, listas para bailar entre medio de la música. Los violines marcan el ritmo del espacio, es habitual que los estudiantes de música practiquen en un ambiente tan relajante y dinámico como este. “Quizás Thais esté enojado, porque solo es un busto y no podría bailar si las esculturas tomaran vida propia”, dice entre risas la ingeniera.
El busto del paisajista marca el inicio de la aventura. Está en el centro de la escena, frente a lo que una vez fue su casa familiar. Lo inmortalizaron grabándolo en piedra, y Graciela le susurra cuando lo ve: “Hoy está feliz, es un muy lindo día”, dice con complicidad, dando inicio al recorrido.
Leyendas urbanas
Uno de los mitos del Botánico es que allí habita el fantasma del paisajista. Incluso uno de los 49 empleados del lugar asegura haberlo visto en más de una ocasión. Se trata de Carlos, el sereno que pasa las noches en el predio, y comenta: “Hay historias de fantasmas. La noche es complicada, y yo siento que alguien me observa cuando está muy oscuro. Se siente la presencia de algo. Vi alguna vez un fantasma, era como transparente. Pasó por al lado mío, y otras veces me lo encontré en el reflejo de los vidrios como una imagen borrosa. Por eso le doy de comer a los gatos, para que lo espanten”. Sin embargo, de la plaga de felinos que había hace años atrás se logró pasar a sólo cinco, asegura la directora.
Por otra parte, uno de los jardineros afirma haber encontrado un frasco de vidrio con aceite y monedas. “Parecía que lo dejaron de algún ritual”, comenta el empleado. El sereno asegura haber encontrado unas plumas de una gallina con pintura roja y restos de velas.
“Yo solo encontré flores, nada más”, comenta Graciela. En relación a la muerte, la Directora, explica: “Algunas veces se encontraron cenizas que familiares vinieron a dejar”. Aclara que se trata de una práctica clandestina dentro del mal uso del espacio.
En cuanto a las historias de fantasmas, Graciela lo niega rotundamente, y sé ríe. “El espíritu de Thays, para mí sería una buena presencia, algo lindo, mira todo lo que hizo por la historia”, comenta. “Hay visitantes que dicen percibir algo. Una especialista en rosas me dijo que sentía una carga cuando caminaba por acá. Para mi antes entendían el jardín como un sitio oscuro porque no sabían ver el espíritu de bosque. Pero es la percepción de cada uno, vienen 750 mil visitas al año y cada uno puede vivirlo distinto”, agrega la académica.
Hoy ciencia, ayer noches salvajes
“El Jardín Botánico es uno de los pulmones verdes con los que cuenta la Ciudad de Buenos Aires y recorrerlo es algo indescriptible. Incluso pone al alcance de todos el disfrute de todas las especies vegetales nativas e internacionales que hay en el lugar”, dice el subsecretario de Políticas de Infraestructura Verde Urbana y Desarrollo Sostenible, Ariel Alvarez Palma.
Pero Graciela Barreiro lo percibe con una mirada completamente cientificista: “Es un banco de genes. Una herramienta de conservación de elementos fuera de su lugar. Incluso es un espacio para la ciencia, donde por ejemplo investigamos qué efecto tiene en ellos el cambio climático”.
El cambio está en el uso del espacio. Lo que alguna vez fue caos, hoy se transforma poniendo en primer plano la ciencia y la educación. Entre frascos con hongos y heladeras repletas de semillas, hay un laboratorio, al lado de los baños donde en el pasado era habitual encontrar preservativos usados, residuos de noches de lujuria clandestina.
“Una vez vi una pareja teniendo sexo en el baño y otra vez me encontré una persona masturbándose atras de un árbol, fue hace 17 años, un asqueroso”, asegura el jardinero. Mientras que el sereno de la noche, agrega: “A mi me ofrecieron dinero para entrar a tener sexo, me paso algunas veces, y no los dejé pasar. Cada uno puede tener la fantasía que quiera, pero eso es mucho”. Incluso, los cuidadores afirman haber expulsado a más de una pareja en situaciones comprometedoras. Por esta razón, desde la administración decidieron cambiar el horario de ingreso al establecimiento, y así evitar las escenas desagradables, y seguir impulsando la educación.
Desde el 2010 se comenzó a crear un seguimiento sobre el origen de todas las especies que allí habitan, una investigación muy detallada sobre botánica, ya que hace decenas de años se perdieron las guías oficiales. Y desde hace 10 años se abrió una biblioteca para niños con más de mil ejemplares de libros sobre medio ambiente. Entre juegos, se enseña y se aprende algo nuevo.
Mientras que la creación de una huerta educativa acompaña en todo el recorrido, y es uno de los destinos más preciados del lugar. Plantas que van desde romero hasta caléndulas que espantan a las plagas, se mezclan entre colibríes y mariposas.
Entre las novedades se encuentran los códigos QR para descubrir en detalle las instalaciones. Luego de escanearlo, se ofrece seguir un circuito interactivo que te explica cada una de las principales atracciones del lugar, como las esculturas o el origen de la vegetación.
Desde adentro
La inclusión es la parte menos conocida del espacio. Más del 10% del personal presenta certificado de discapacidad y los eventos al público son adaptados bajo los criterios de inclusión. Además, cuentan con actividades diseñadas específicamente para personas con autismo.
Con miras al futuro, Graciela señala: “Quiero hacer un proyecto que quedó pendiente, es el jardín de los sentidos para personas con discapacidad visual. Es una forma de recorrer y guiarte por sensaciones”.
Como una forma alternativa de turismo, el jardín esconde un viñedo y una pequeña plantación de yerba mate. Ambas fueron realizadas como puestas en valor de empresas privadas a través de padrinazgo.
Nunca se produjo vino -ya que los pájaros se comen todas las uvas- ni se secaron las hojas del mate para generar yerba. Funcionan más bien como una expresión de los elementos simbólicos de la construcción de la cultura argentina.
Otras personas hacen uso del lugar para recrearse. Las clases de Tai Chi y los ciclos de poesía son parte de todo lo nuevo que emerge en el lugar. Y bajo el verde se esconden las historias. “Este año floreció un árbol mexicano que una sola vez en la vida da frutos y luego se seca hasta morirse”, comenta la directora. Lo señala: “Es parte de toda la diversidad cultural que habita en nuestro espacio”, concluye.
Pese a los intentos de cambiar la escena, los problemas continúan. “Sigue existiendo el vandalismo: rompen los carteles rojos que explican qué es cada especie. No entiendo el significado del gesto, si es un lugar de todos que tenemos que cuidar”, alerta preocupada. El sol se esconde, la puerta principal se cierra. La oscuridad domina la escena, y la sombra gana terreno, como siempre lo ha sido: un lugar lleno de incógnitas, pero esta vez con una guardiana que hacer malabares para mejorar la historia.
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