Lauren Rea es una catedrática británica que adeuda el último capítulo de un libro académico que publicará una editorial universitaria en inglés y que será de acceso gratuito en e-book. Está en pleno proceso creativo: intenta destrabar las últimas líneas de un proyecto que comenzó en 2012. Es la parte más compleja de la obra: asumir un protagonismo que le aterra para transmitir, en primera persona, la experiencia, el impacto, la interpelación. Lauren escribe, desde Sheffield, una ciudad inglesa del condado de Yorkshire del Sur, un libro sobre el centenario de Billiken.
Pero antes de Billiken, la revista infantil de más larga trayectoria del mundo, Lauren vio el musical de Evita, conoció Mendoza, se enamoró de un informático porteño, leyó El beso de la mujer araña escrito por Manuel Puig y se hizo amiga de su mamá, María Elena Delledonne, vivió en Buenos Aires en diciembre de 2001. En su casa ubicada en el corazón del Reino Unido se habla en argentino, que no es lo mismo que hablar en español.
Nació un año antes de que se desatara la guerra entre los ejércitos argentinos y británicos en el Atlántico Sur. Era hija única. Argentina era para ella lo que había aprendido cuando tenía nueve años y con sus padres fueron a ver el musical de Evita. Ese año, 1990, murió el escritor argentino Manuel Puig en Cuernavaca, México. La pequeña Lauren no supo, por entonces, que mientras la embargaba una curiosidad incipiente por Argentina, fallecía el autor que la impulsaría a elegir un país por encima de las otras naciones latinoamericanas.
En la secundaria, aprendió francés, alemán y latín. Tenía catorce años ya. La currícula le otorgaba la posibilidad de seguir estudiando latín o cambiar de idioma. Las opciones eran ruso o español. Estableció una proyección anclada en la lógica: más personas hablan español, más países hablan español, más difícil era incorporar otro abecedario como el ruso. “Seguí más mi veta lingüística. Pero tenía catorce años, no sabía que esa decisión iba a marcar mi vida”, dice ahora, con cuarenta años, sentada en un bar de Palermo, tomando un cortado, dispuesta a degustar un alfajor.
Una amiga en Madrid, la correspondencia y las visitas asiduas habían anestesiado su simpatía por la tierra del musical de Evita. En España entabló vínculo íntimo con el idioma. Tras graduarse del secundario y antes de comenzar una licenciatura de grado King’s College London, un programa estudiantil revitalizó su deseo: un viaje de cuatro meses a Latinoamérica para enseñar inglés. Por Evita y la huella imborrable a sus nueve años, eligió Argentina. Le asignaron una familia de cinco hermanos en Mendoza capital.
“Mi primera impresión en el país era que mi español no servía. En ese momento estaba hablando con acento madrileño, conjugando el vosotros. Tuve que hacer un cambio bastante rápido para que me entendieran: era una inglesa hablando con vosotros en Mendoza. Fue una experiencia hermosa. Estuve solo cuatro meses, pero cuando tenés 18 años y estás en otro país, todo se convierte en algo muy intenso”, describe.
El primer recuerdo de su catálogo de anécdotas es un asado entre docentes mujeres orgullosas de haber podido prender el fuego: era 1999. El segundo retrata el peligro de la penetración cultural de los estereotipos. La familia mendocina intentó desde el primer día hacerla sentir a Lauren como en su casa. Su trabajo era en un instituto nocturno, por lo que las mañanas y las tardes las pasaba en el interior del hogar. Durante la primera semana de su estadía, religiosamente a las cinco de la tarde, la familia la convocaba a la mesa para tomar un té. Esa rutina dejó de ser tan estricta en la segunda semana. Un día bajó a las cinco de la tarde y no había té ni hermanos sentados en la mesa. “Ahí me enteré del ‘five o’ clock tea’ -cuenta-. Pero culturalmente en el norte de Inglaterra no existe tal costumbre, tal vez en el sur y en un ámbito más aristocrático. Fue un momento de confusión. Ellos lo hacían por mí y yo lo hacía porque creía que era una tradición argentina”.
Estrenó el nuevo siglo en el King’s College London cursando la carrera de idiomas de español y portugués: “Es bastante ecléctico porque seguís los intereses de los profesores. Mientras estudiaba la historia de África lusófona en portugués también aprendía literatura latinoamericana en español”. El tercer año de la carrera ya implicaba un viaje hacia un país con lengua nativa. Le preocupaba perfeccionar su español antes de 2002. Leyó un aviso en la cartelera de la universidad de un argentino que quería hacer intercambio de idiomas. Se llamaba Luis. Él le contó a un amigo que había conocido a una mendocina en la universidad. Ese amigo era Daniel y esa mendocina era, en verdad, una inglesa que solo había vivido cuatro meses en Mendoza. El malentendido duró poco. Lauren y Daniel, un informático porteño que formó parte de la fuga de cerebros de los años 2000, se enamoraron.
Ella ya quería regresar a Argentina, quería conocer Buenos Aires, quería seguir hablando español, quería seguir profundizando su interés por el país antes de conocerlo a Daniel. Pero ese amor oportuno favoreció su búsqueda. Así fue que en diciembre de 2001, Lauren vivía en un departamento de Palermo mientras un estallido social en una Argentina que cambiaba presidentes con voracidad llenaba las tapas de los diarios del mundo: “Fue un momento interesante para estar acá. Entrar a un negocio y no saber a qué precio venderte algo y en qué moneda. Era complicado contárselo a los que me preguntaban. Pasaban las imágenes de los saqueos y las protestas en los noticieros del Reino Unido. No se le presta mucha atención a Latinoamérica en los medios de allá, pero cuando pasó esto sí. ‘Sí, estoy ahí pero estoy bien’, respondía”.
Para entonces, en la licenciatura, uno de los cursos era literatura latinoamericana. Leyó El beso de la mujer araña de Manuel Puig y se maravilló. Dice jamás haber leído algo así. Se lo comentó a Daniel, a quien recién había conocido. Sin saberlo, le dio un dato que le permitió a él congraciarse: “Conozco a su familia”. Lo dicho: el escritor argentino había muerto en Cuernavaca, México, el sábado 21 de julio de 1990, a los 57 años. Tras el fallecimiento de su hijo, María Elena Delledonne regresó para instalarse en Buenos Aires en el mismo edificio donde vivían los padres de Daniel.
“La pude conocer y se armó una amistad muy linda. Charlábamos, mirábamos películas juntas, nos escribíamos cartas. Nunca hablábamos de Manuel porque era siempre difícil para ella y yo no le quería preguntar nada, salvo que ella me contara. Fue una experiencia hermosa: yo tenía 20 años y ella más de noventa. Me marcó muchísimo, una mujer con mucho empuje, con mucha vida, con muchas historias para contar”, relata Lauren. La gestación de un vínculo sano y cautivante le inoculó un propósito: leer toda la obra de Manuel Puig. “Quería conocerlo más”, dice.
Llegó a Boquitas pintadas, la segunda novela del cronista, guionista y novelista argentino, publicada en 1969. La fascinación por esa obra la introdujo en el universo de la radionovela argentina durante la década infame. “Se convirtió en mi tesis de doctorado: la radionovela argentina en los años treinta, la construcción de la nación a través de la cultura popular. Me centré fundamentalmente en dos. Chispazos de tradición, una radionovela hecha por un español, un inmigrante acriollado que se llamaba Andrés González Pulido y se tenía que transmitir en las salas de cine. Era una novela gauchesca: un español usando la figura del gaucho para apelar a que los inmigrantes se integren a la sociedad. Y en una radionovela creada por Héctor Pedro Blomberg y Carlos Viale Paz que se llama Bajo la santa federación, de una línea anti rosista”.
Su foco de estudio era la cultura popular. La fuente de información, los archivos de papel, los folletines que guardaban polvo en los depósitos de Buenos Aires. “Me interesaba ver cómo las radionovelas tomaban y retomaban narrativas existentes de la literatura y las reconfiguraban para la audiencia popular. Y la idea de que en la radio es el primer momento en que la gente vive la cotidianeidad de una nación sin tener que saber leer. Todos escuchaban lo mismo en el mismo momento y en distintas partes del país. Eran narrativas transmitidas en los años treinta pero que hablaban del siglo pasado, hablaban de la conformación de la nación”, expresa.
Se recibió en 2004 en Londres, hizo una maestría en Estudios Latinoamericanos en Cambridge que duró solo un año y regresó a la capital inglesa a trabajar como supervisora de tesis. Consiguió una beca para la tesis de doctorado sobre radionovela, que entregó en 2009, un año después de obtener un cargo permanente en la Universidad de Sheffield, donde actualmente ejerce como docente e investigadora. Su tesis fue libro en 2013: se llamó Argentine Serialised Radio Drama in the Infamous Decade (1930-1943): Transmitting Nationhood -Radioteatro serializado argentino en la década infame, (1930-1943): Transmitiendo la nacionalidad-.
Se casó, tuvo dos hijos. Vivía en Londres y trabajaba en Sheffield, a tres horas de distancia. La entrega de la tesis le inauguró un vacío académico. Le seguía seduciendo la Argentina de los años treinta. Deseaba constatar desde otro archivo y desde otro enfoque social si lo que había estudiado en las radionovelas también eran discursos que consumían los niños y niñas del país. Así fue como después de Evita, Mendoza, su marido, la crisis social de diciembre de 2001, Manuel Puig y las radionovelas, recaló finalmente en Billiken.
En 2012, Jorge de Luján Gutiérrez, director de la revista Gente y del Consejo Editorial de Atlántida, le autorizó el ingresó a un archivo de más de cinco mil ejemplares. Su interés radicaba en la literatura infantil de la época y Billiken, que había salido a la calle por primera vez el lunes 17 de noviembre de 1919, ofrecía un parámetro representativo. “Pensé que iba a encontrar replicado en Billiken lo que había visto en las radionovelas de mi tesis. Y obviamente nada que ver: no hay guachos en Billiken, hay cowboys que son de cuentos británicos robados, traducidos. Ahora se la recuerda porque sigue el calendario escolar, las efemérides y los próceres, pero antes de la década del cuarenta, la revista era más literaria. Era otra la forma de ver el mundo y de contar la historia de Argentina”.
Había ganado una convocatoria del Consejo de Investigación en Artes y Humanidades del Reino Unido que le había permitido subvencionar el proyecto, costear los traslados, los asistentes, los costos logísticos. “Pero nadie te da un subsidio por investigar una década de una revista del otro lado del océano. Así que tuve que pensar en grande”, dice. Su búsqueda había despertado la curiosidad de Euhen Matarozzo, director de Billiken. Hablaban de la literatura infantil de los años treinta y de otras naturalezas constitutivas de la revista: las imágenes, el diseño, el producto, las temáticas. Lauren empezó paulatinamente a cranear un plan.
“No soy argentina y no crecí leyendo Billiken, pero estaba empezando a entender lo que era Billiken para la historia de este país”, acredita. Ideó una propuesta superadora: el Proyecto Centenario Billiken, una monografía académica sobre los cien años de la mítica revista infantil que recibió, a su vez, apoyo adicional por parte de la Iniciativa de Artes de la Universidad de Sheffield y del Festival de Ciencias Sociales del Consejo de Investigación Económica y Social del Reino Unido.
“Lo interesante de Billiken es que es un caso único en el mundo -reflexiona-. No hay muchos ejemplos de revistas infantiles en el mundo que tengan historietas, cuentos, seguimiento escolar, material gráfico. Tampoco hay revistas tan amplias que hayan logrado insertarse en el imaginario de un país. Más allá de que sea la revista infantil de más larga trayectoria del mundo, es única en ese sentido de haber construido la identidad nacional”.
Su estudio es académico y vierte una mirada sagaz y neutral sobre el recorrido de la revista. “Billiken es una forma de proyectar la identidad nacional que homogeniza a una población inherentemente diversa y que no da cuenta de esa diversidad. También cuestiono la línea que obedece a los gobiernos y al poder, como por ejemplo en la época de la dictadura, una situación bien emblemática. Lo que lo hace fascinante a Billiken es también que sea una obra llena de contradicciones. Es una revista creada por muchísimas personas: tiene mucho bueno y mucho malo, y esa mezcla lo hace interesante”.
Lauren dice que Billiken es una ventana para entender al país. El libro que proyecta publicar a mediados del año próximo aborda el recorrido cronológico de una revista que se involucró con la formación de una sociedad. “Billiken intentó instalarse en la historia argentina, habló tanto de eso que empezó a pertenecer a la historia del país. Por ejemplo, ayudó a instalar el delantal blanco. En 1919, cuando se hizo oficial, empezó a publicar las fotos de alumnos con el delantal y contribuyó a lograr una identidad común”.
Hace veinte años, Lauren Rea convive entre Sheffield y Buenos Aires. En sus dos casas se habla español. A sus hijos de once y nueve años le hablan como si fuesen argentinos. También les habla de que alguna vez en la tierra de su papá hubo un escritor versátil llamado Manuel Puig, novelas que se transmitían por radio y una revista de consulta escolar llamada Billiken.
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