Desde el 23 de diciembre de 1994, cada martes 9 de agosto se celebra el Día Internacional de los Pueblos Indígenas en conmemoración de la primera reunión del Grupo de Trabajo sobre Poblaciones Indígenas de la Subcomisión de Prevención de Discriminaciones y Protección a las Minorías de las Naciones Unidas. En Latinoamérica, esta fecha cobra una especial relevancia tras la conquista española, que en tan sólo 100 años fue responsable de la muerte de más del 90% de los pobladores originarios: cerca de 56 millones de personas.
Según la Organización de las Naciones Unidas, existen más de 476 millones pobladores indígenas viviendo en más de 90 países, que representan un 6,2% de la población global (si se toma como referencia el total de personas pobres, el porcentaje aumenta al 15%). En Argentina, por su lado, aún se aguardan los datos del Censo 2022. Al mismo tiempo, la ONU estima que, del total de 7000 lenguas usadas en todo el planeta, alrededor del 40% están en vías de desaparecer. El proceso de globalización y la no enseñanza de estas lenguas en las escuelas son las dos principales causas de su desaparición.
Históricamente, estos pueblos han luchado -y continúan haciéndolo- por un reconocimiento de su cultura, costumbres y preexistencia. La invisibilización y marginación de todas estas comunidades ha generado consecuencias similares en los distintos países del mundo: negación, exclusión social y laboral, y marginación a rincones del territorio. Las estadísticas de hoy en día lo demuestra: el 47% del total de personas indígenas que trabajan no han recibido educación -una cifra que aumenta si se pone el foco exclusivamente en las mujeres-. En el caso de las personas “no indígenas”, la ONU asegura que tan sólo el 17% de las personas que trabajan no han recibido educación. Una brecha del 30% que expone una gran desigualdad.
Cada año, la ONU toma un foco a partir del cual se conmemora a los pueblos indígenas. Así como en 2020 el foco fue la brecha de desigualdad generada tras la pandemia de covid-19, y en 2021 se tituló “No dejar a nadie atrás: los pueblos indígenas y el llamado a un nuevo contrato social”, este año el foco está puesto en “El papel de las mujeres indígenas en la preservación y transmisión del conocimiento tradicional”.
La cosmovisión de los pueblos indígenas de Sudamérica estaba íntimamente ligada a la naturaleza y los seres humanos: todo integraba una suerte de orden universal, y la interrelación de los seres, el ambiente y el cosmos, era la norma. Adrián Moyano, en su libro Crónicas de la Resistencia Mapuche, hace una descripción intensiva de su cultura, sus lenguas y costumbres, sus batallas, y las disputas aún hoy vigentes. En este sentido, la profesora Susana Rotker no duda en afirmar que “toda imagen del pasado que no se reconozca activamente en el presente, amenaza con desaparecer irreparablemente (…): las supresiones tienen más que ver con la identidad del presente que con la cultura del pasado”.
Hay muchas pruebas y documentos que mantienen vivas aquellas tradiciones y costumbres, al mismo tiempo que evidencian una omisión por parte de la historia posterior. “La Lautaro”, por ejemplo, fue una fragata que luchó por la emancipación de Chile y Perú en la larga guerra por la independencia que comenzó San Martín.
Pero ¿quién fue Lautaro? También conocido como Leftraru en idioma mapuzungun (mapuche), fue un mapuche, hijo del cacique Curiñanco, asesinado por los españoles que vivían en la región que llamaban Araucanía. Nacido en el seno de la conquista, secuestrado siendo niño por el ejército realista bajo el comando de Pedro de Valdivia, Lautaro creció viendo a los españoles. Lo que más le llamó la atención fue la dominación de los caballos -animales desconocidos en América, introducidos por las expediciones de Cristóbal Colón-, cómo lograban los conquistadores domarlos y utilizarlos para luchar, algo impensado para las comunidades originarias. Tal es así que Adrián Moyano relata que “habituado a los caballos, les ha perdido el miedo y trata de hacérselo perder a los mapuches, les demuestra que son mortales”. Con tan solo alrededor de 18 años, logra escapar de las manos de Valdivia y su lugarteniente Villagra, y busca reunir a los pueblos para dar un contrataque en defensa de sus tierras, hogares y pueblos hermanados. Instruyó a sus iguales diciendo que un español debajo de un caballo era tan mortal como ellos, por lo que enseñó a derribarlos con armas largas, así como a defenderse de las espadas. Mientras se preparaba la contraofensiva, hubo un hecho que quedó documentado en una carta escrita por el mismísimo Valdivia: le cortó las narices y un pie a más de 200 prisioneros indígenas. Hasta que un día llegó la batalla de Tucapel: tras un estudio minucioso como niño esclavo del dominio español de la guerra, una arremetida comandada por Lautaro logró, el 25 de diciembre de 1553, el primer levantamiento victorioso que derribaba el mito de la invencibilidad de los españoles. Pedro de Valdivia fue llevado al centro del campo mapuche, y ejecutado por el mismo Leftraru.
Claro que la victoria fue temporal, ya que la conquista española y luego los procesos que dieron nacimiento a los Estados, lograron sobreponerse. Pero bastó para que Lautaro se convierta en una leyenda, y se le ponga su nombre al buque insignia que luchó por la liberación de las Provincias Unidas del Río de la Plata y América del Sur en la campaña iniciada por José de San Martín.
Manuel Olazábal cuenta en una de sus cartas y memorias lo que el general argentino le dijo: “Un día se sabrá que esta patria fue liberada por los pobres y los hijos de los pobres y los negros que ya no volverán a ser esclavos de nadie”. Tal fue su relación con los pueblos patagónicos que a la hora de tener que reunirse con el Brigadier O’Higgins, San Martín realizó un parlamento con “indios pehuenches” con la finalidad de obtener el permiso para atravesar sus tierras y buscando apoyo en la guerra. Logrado el acuerdo, los pobladores indígenas no sólo le permitieron el paso, sino que le compartieron sus conocimientos del territorio y los mapas, y articularon una serie de insurrecciones para debilitar con guerrillas al Ejército Real mientras lo desinformaban para despistar sus defensas.
Las memorias de Manuel Olazábal dan cuenta de una historia no contada, oculta en sus páginas, incluso cuando los mismos héroes de la patria supieron reconocerla. El lado B de la historia, aquella que también sucedió pero se omite, es parte de la memoria. Esto se puede ver en el relato de Aristóbulo del Valle sobre la llamada Conquista del Desierto: “Hemos reproducido las escenas bárbaras de que ha sido teatro el mundo. Hemos tomado familias de los indios salvajes, las hemos traído al centro de civilización (…): al hombre lo hemos esclavizado, a la mujer la hemos prostituido, al niño lo arrancamos del seno de la madre, al anciano lo llevamos a servir. (…) en una palabra, hemos desconocido y hemos violado todas las leyes que gobiernan las acciones morales del hombre”.
En este sentido, Osvaldo Bayer (historiador, periodista, filósofo y, entre otras cosas, un estudioso de amplia trayectoria de La Conquista del Desierto) sostiene en el texto Historia de la crueldad argentina que no se trata de buscar “vengarse”, sino de que la historia oficial reconozca aquel lado B: no sólo las injusticias, sino los acuerdos, la paz y la cooperación. Así, Jorge Luis Borges decía: “La historia universal es la de un solo hombre”. En este 9 de agosto, Día Internacional de los Pueblos Indígenas, la frase de uno de los más grandes escritores del país recobra vigencia.
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