“Apenas me casé, en el año ‘84, vine con mi marido. Él no tenía trabajo y desde ese entonces hasta hoy, que se jubiló, siempre tuvo trabajo. Y vengo a agradecer eso y a pedir por mis hijos”. Claudia Reinoso está en la fila para entrar al santuario de San Cayetano desde la mañana del sábado 6 de agosto. La separan menos cien metros del templo, ubicado en Cuzco 150, Liniers, y está acompañada de tres amigas a quienes conoció hace años en otra vigilia. Para ellas, San Cayetano es lo más parecido a la esperanza.
“En un momento vino el Padre que estaba bendiciendo la fila y le di el celular con la foto de mi nieto porque está mal de salud, yo quería que lo bendijera, y el Padre lo miró y en la foto se movió un brazo, era como si estuviera en una videollamada. El Padre saludaba pensando eso, y fue muy fuerte. Son esas cosas que genera la fe. Y por eso estamos eternamente agradecidas”, dice, luego de recibir la bendición, cuando comenzó a caer la noche sobre el sábado.
Como ella, cientos de fieles se acercaron a Liniers a pedir o agradecer algo a San Cayetano, patrono del pan y del trabajo. Tal como marca la tradición, se armaron dos filas para llegar al santuario: la rápida (que permite a los seguidores del santo entrar al templo sin detenerse), y la lenta (que habilita a las personas a tocar la imagen de San Cayetano). Cada 7 agosto -día en que falleció el santo italiano, en el año 1547- la gente se reúne a esperar el comienzo de su día y celebrarlo. Los que se acercan todos los años suelen ocupar la fila rápida, mientras que aquellos que peregrinan para pedir algo concreto o agradecer suelen ocupar la fila lenta.
Pero, ¿qué piden los argentinos? ¿Y qué piden en este contexto de crisis? La respuesta rápida es mayormente trabajo y salud. Pero la respuesta lenta -para ir análogamente a la celebración- se puede leer detenidamente en esta nota, contada en primera persona por alguno de los más devotos seguidores de San Cayetano.
Marcela Sanchez tiene 53 años y está en la fila lenta, a dos cuadras del santuario, casi donde termina la fila. “Hace 40 años que peregrino, desde los 13. Empecé a trabajar a los 12 años, soy de una familia humilde de siete hermanos. Conocí a San Cayetano a través de una vecina a la que yo le hacía los mandados, y desde entonces vine siempre”, dice.
-¿Qué te motiva a venir?
-Vengo a agradecer, y a pedir por los que no tienen trabajo. Él siempre me dio. Yo he comido de ésta iglesia. Hubo un momento de nuestras vidas con mi marido que no teníamos trabajo ninguno de los dos, y a mi me dieron de comer acá y me han ayudado. Vengo todos los 7 de agosto, solo no vinimos en la época de la pandemia.
-¿Este año particular cómo los agarra? ¿Qué piden?
-Pedimos que mi marido pueda tener un trabajo efectivo. Él hace changas, siempre hizo changas. Gracias a San Cayetano es una persona muy querida en el barrio y le tienen mucha confianza. También pedimos salud para mis suegros y trabajo para mis hijos.
Agustina (de 19 años), es hija de Gabriela y sobrina de Juliana, con quienes está en la fila. Viene al santuario desde que tiene 9 años. Desde entonces, no faltó nunca, ni en la pandemia. “Mayormente venimos a agradecer porque gracias a Dios nunca nos faltó ni el trabajo ni el pan. Y además me gusta hacer la fila, ver los fuegos artificiales a las 12, entrar a la iglesia. Todo. Espero al 6 de agosto de cada año para venir a festejar”, dice.
-¿A qué viene la gente que conoces cada año?
-Mucha gente viene a agradecer el propio trabajo o el trabajo que consiguió un hijo o un familiar. La gente de la cola lenta es más para pedir o para cumplir una promesa, y los que venimos siempre a celebrar a San Cayetano en general venimos a la fila rápida.
-¿Vos le pediste trabajo alguna vez? ¿Cumplió?
-Sí, a los 15. Vine y le pedí conseguir trabajo, y al año siguiente conseguí. Y al día de hoy nunca me faltó. Ni trabajo ni comida.
-¿Por qué creés que hay menos gente que otros años?
-Creo que la gente pierde la fe, porque se ve hace ya unos pares de años que hay menos. Cuando mi mamá empezó a venir las colas llegaban hasta más allá de la autopista (más de ocho cuadras), y ahora venir el mismo día al mediodía y podés estar cerquísima de la iglesia.
-Ustedes vienen a agradecer, pero si tuvieran que pedir algo, ¿qué sería?
-Que nunca falte el trabajo.
El caso de José y Carolina es particular. Él tiene 23 años y es de Lima, Perú. Ella tiene 22 y es de Buenos Aires. Están de novios hace un año y medio y él llegó a vivir al país hace apenas una semana. Dicen que quieren armar una vida juntos, pero para eso necesitan trabajo. Carolina fue la de la idea: hasta este año, ella siempre venía con su familia, que le inculcó la fe. Ahora se fue de la casa para vivir con José y le propuso que fueran juntos a la vigilia para pedir a San Cayetano encontrar un trabajo cada uno.
“En Lima hay otros santos de este estilo así que estoy acostumbrado a este tipo de tradiciones, aunque no conocía a San Cayetano. Pero acá estamos con fe para pedir y salir adelante. Yo vine a trabajar y estudiar y confío en que vamos a poder crecer juntos”, dice él. Carolina sonríe. Dice simplemente que quiere un trabajo y estar con José. “Lo necesitamos para armar nuestro hogar”, dicen antes de que el padre Giobando llegue a donde ellos están.
Ernesto Giobando es el Obispo Auxiliar en Buenos Aires y uno de los encargados de bendecir las filas. Escucha a los fieles y es uno de los que más sabe qué se está pidiendo este año. Sin embargo, no varía mucho del año pasado y los anteriores: San Cayetano da pan y da trabajo, y eso es lo que la gente que lo sigue parece querer más que nada, junto a la buena salud.
“Esto es un signo de la profunda fe que tiene nuestro pueblo. Esta gente que está aquí viene hace 20, 30 o 40 años. Y eso es preparar el corazón para encontrarse con el santo que nos protege, el que intercede por nosotros. Y el santo que nos da el pan y el trabajo. Dos cosas que cuando uno anda bien por ahí no las piensa, pero cuando uno anda mal lo primero que piensa es cómo voy a llevar el pan a mi casa, qué voy a comer hoy… Lamentablemente en la Argentina hoy tenemos situaciones de mucha pobreza, de indigencia, pero esta fe es la que nos sostiene. No digo que hay que tener una fe kilométrica, hay que tener un poquito al menos, porque esa fe mueve montañas”, dice Giobando.
-¿Qué pide la gente mayormente?
-Acabo de caminar por la fila y muchos agradecen. Eso es un signo muy importante, porque en la vida primero hay que agradecer y después pedir. Algunos vienen con una necesidad muy grande, jóvenes que no tienen trabajo y llevan horas en la fila. Y eso también es tener fe. Pero después hay que buscar el trabajo, no te cae del cielo. Pero la gente lo busca, y eso es lo que escucho y lo que siempre está presente en San Cayetano. Así que ojalá podamos seguir esperando en él.
-Hay menos gente que otros años. Sin embargo, suena poco realista pensar que es porque hay menos necesidad. ¿A qué lo atribuye? ¿Hay menos fe?
-Creo que la fe es una decisión muy personal, es un don de Dios. Jesús empezó con 12. Las multitudes lo seguían y él bendecía a todos. Creo que los que están acá son los que tienen que estar. Y los que no están ojalá algún día sientan el deseo de venir a San Cayetano. Dios nos agarra en cualquier momento de nuestra vida, en una fila de San Cayetano o en cualquier circunstancia. No se trata de si la fe es más o menos, es un regalo y hay que responder a eso.
Además de la iglesia, en la celebración hay distintos grupos de voluntarios como los Boy Scouts y grupos de parroquias. Pero hay también -sobre todo- organizaciones de amigos que, unidos por la fe en San Cayetano, se congregan cada año para ofrecer alimento a los que llegan. Es el caso de Peregrinos de San Cayetano, un grupo de amigos de varias zonas del conurbano bonaerense que prepararon un locro para dar a todos los que pasaron la noche en vela.
Reynaldo tiene 64 años, participa de la celebración desde 1981 y es uno de lo cocineros del grupo de amigos que ahora se prepara para servir el locro. “Todos los años nos juntamos. Somos gente de Fuerte Apache, Laferrere, La Boca, Fiorito, La Tablada… Y hacemos la peregrinación y a la noche acompañamos a la gente que está pasando la noche y les servimos un locro o lo que se pueda. Venimos a agradecer y a pedir por los demás, por los que no pueden estar acá. Hace décadas que venimos todos los años sin faltar, salvo los últimos dos años por la pandemia”, dice.
Su mensaje es contundente: hoy ellos pueden, y su deber es pensar en los que no. “Siempre venimos. Agradecemos primero y pedimos mantener el trabajo. Y después pedimos por aquellos que no lo tienen. Muchos de los cuales no pueden estar acá justamente porque no tienen los medios para llegar. Yo toda mi vida vine en colectivo, y este año por primera vez pude venir en la chatita. Y acá estamos presentes todos los años, pedimos por los hijos, por los nietitos, y que no falte el trabajo a nadie, eso es lo principal. Porque si tenés trabajo podés tener el pan y tener salud. Pero sino, todo eso se vuelve escaso”, dice.
Y los amigos repiten: “trabajo, hermano… Trabajo antes que todo”.
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