Unos pocos meses más tarde del golpe militar contra Arturo Umberto Illia en junio de 1966, un reducido grupo de ex funcionarios radicales se juntaron a comer en la casa de José Luis Cantilo. El dueño de casa era un hombre de larga prosapia radical y durante el gobierno de José María Guido había ocupado la cartera de Defensa y con Illia fue presidente del Banco Industrial. Uno de los presentes fue Leopoldo Suárez, ex Ministro de Defensa de Illia, quien con la lucidez que lo distinguía hizo un análisis del Partido Peronista, desde 1955 hasta ese momento (1967). En un momento llamó la atención de los comensales al sostener que se debía dar un cauce, una participación en el panorama político, al peronismo para que no se deslice hacia la izquierda. Y sostuvo, además, que “si a la juventud no se le da un camino de expresión vamos a entrar en un clima de violencia, en el que va a pesar la influencia de la revolución cubana.” Sabía de qué hablaba don Leopoldo.
Veintidós años después, Alejandro Agustín Lanusse, uno de los generales que participaron del golpe, diría que “el error más grave lo cometí en 1966 (con el grado de General de Brigada) al contribuir a que las Fuerzas Armadas asumieran la responsabilidad de un golpe de Estado que consumó la destitución del Presidente de la República -Arturo Illia- (…) con más de un año de antelación ese golpe de Estado había sido promovido, alentado y hasta programado abiertamente por los más diversos sectores de la ciudadanía. La pasividad o no adopción de oportunas y eficaces medidas por parte de las autoridades competentes, en particular el Poder Ejecutivo, me llevan a dudar aún hoy de su real decisión de cumplir con su obligación de ‘hacer observar fielmente la Constitución Nacional’. Pero esto no explica ni mucho menos justifica mi proceder.” Lanusse fue el último presidente de facto de ese período militar (1966-1973). Cuando entregó el poder al peronista Héctor J. Cámpora el país estaba en llamas.
Una suerte de fatalidad persiguió a algunos de los que desalojaron a Illia de su despacho la noche del 28 de junio de 1966. El general de división Julio Rodolfo Alsogaray perdió a su hijo Juan Carlos, “Hippie”, durante un enfrentamiento del Ejército con una patrulla de monte de Montoneros en la zona de El Cadillal, provincia de Tucumán, el 23 de febrero de 1976. Unos meses antes, también en Tucumán, Juan Carlos había participado en el ataque con bomba a un avión Hércules-C130 que decolaba transportando gendarmes. Con el paso de los años el teniente general Alsogaray le pidió una entrevista personal al ex mandatario radical, solamente para pedirle disculpas por el error que había cometido. Quizás el más indecoroso esa noche-madrugada de la caída de Illia fue el coronel Luis César Perlinger, el que le comunicó al Presidente que “en nombre de las Fuerzas Armadas vengo a decirle que ha sido destituido”.
Illia respondió: -Ya le he dicho al General Alsogaray que ustedes no representan a las Fuerzas Armadas.
Perlinger: -Me rectifico, entonces… En nombre de las fuerzas armadas que poseo lo invito a irse.
Años más tarde, el coronel Perlinger pidió perdón por carta por el hecho: “Hace diez años el Ejército me ordenó que procediera a desalojar el despacho presidencial. Entonces el Dr. Illia serenamente avanzó hacia mí y me repitió varias veces: ‘Sus hijos se lo van a reprochar’. ¡Tenía tanta razón! Hace tiempo que yo me lo reprocho porque entonces caí ingenuamente en la trampa de contribuir a desalojar un movimiento auténticamente nacional para terminar viendo en el manejo de la economía a un Krieger Vasena (…) Ud. me dio esa madrugada una inolvidable lección de civismo”.
En 1976, tras el golpe militar que entronizó a Jorge Rafael Videla, Perlinger fue detenido acusado de tener relaciones con el Partido Revolucionario de la Trabajadores (PRT) y su brazo armado el Ejército Revolucionario de los Trabajadores (ERP). Permaneció detenido hasta 1983.
Antes de entrar en el somero primer listado de la “guía azul” de la guerrilla –o terrorismo argentino—digamos que ya en 1966 la Argentina estaba siendo atacada por el gobierno castro-comunista cubano, con el que había roto relaciones en 1962, como la mayoría de los países de América Latina. Fue cuando una columna encabezada por el periodista Jorge Masetti, integrada por soldados cubanos, intentó establecerse en Orán, Salta en 1964. Ese grupo armado fue diseñado por el comandante Ernesto Guevara Lynch de la Serna, integrante de una familia de larga trayectoria en el país, que se paseaba entre “lo mejor” de la sociedad cordobesa, hasta que el Che partió hacia su destino que lo llevaría a Guatemala, México y La Habana.
Guevara no era precisamente un exponente del campesinado o desheredado de la tierra cuyo sueño era reivindicar su pertenencia de clase. Era, contrariamente, un descendiente del último virrey del Perú. ¿Qué lo llevó a considerar “el odio como factor de lucha”? Pues bien, como dicen sus biógrafos, cuando el 2 de enero de 1959 toma el cuartel de La Cabaña a la espera de la llegada de Fidel Castro ya era comunista y exigía a sus subordinados “el odio intransigente”.
Poco más de un año de aquella cena en lo de Luis Cantilo, Fernando Abal Medina pasaba por Praga rumbo a La Habana. No era tampoco un campesino a la intemperie. Era miembro de una familia de clase media porteña de clara vocación católica. Su hermano, Juan Manuel, sería la mano derecha de Marcelo Sánchez Sorondo en la revista nacionalista Azul y Blanco. Fernando, sin embargo, sería uno de los que tiró a matar (hubo dos más) al cuerpo inerme del ex presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu.
En ese mismo tiempo Emilio Jáuregui ya era un hombre fogueado en la guerrilla marxista leninista y maoísta. Como periodista había pasado por la redacción de La Nación y luego se integró al Sindicato de Prensa gobernado por la ultraizquierda. Ya era un connotado militante de Vanguardia Comunista. Era un revolucionario, no un simple “condenado de la tierra” como imaginaba Frantz Fanon, que había leído a Mao Tse Tung y su Manual de la guerra de guerrillas y lo mismo que su maestro chino pertenecía a una acomodada familia. Su padre, el ingeniero Emilio Mariano Jáuregui, había sido Consejero Económico en la embajada argentina en París durante el gobierno de la Revolución Libertadora y su madre “Julita” López Pinedo era, nada menos, que sobrina de Federico Pinedo. A diferencia de Fernando Abal Medina, él había transitado por China comunista, Vietnam y, como correspondía, por Cuba. Todos eran alumnos de un PETI (campo militar de “preparación especial de tropas insurgentes”).
El 27 de junio de 1969, al mes del Cordobazo, Emilio Jáuregui será asesinado por tropas policiales en la zona del barrio de Once. Estaba “marcado” según escuché decir a su padre en el velorio en el Sindicato de Prensa. En esa capilla ardiente –a la que llegué acompañando a mi madre—pude palpar el odio que se nos venía encima. Antes de morir Jáuregui reclutó para su causa a varios amigos. Entre otros a Pepe Lamarca Ledesma, hijo de José María Lamarca Guerrico y la “Negra” Rosario Ledesma.
Aunque muchos lo desconocen, todos eran vecinos en el haras de Alvear de San Isidro, creado por don Federico y su esposa Ortiz Basualdo. En el predio se levantaba una casa de piedra, donde vivía los días de estío con su mujer y sus tres hijas: Ana casada con Manuel Mujica Láinez, otra con Luis Santa Coloma y la tercera con Toto Rocha. Mirándola de frente, desde el jardín se destacaba una gran terraza adornada con mesa redonda y sillas de metal pintadas de blanco. No tenía pileta de natación y esa era la excusa principal por la que “Manucho” y Anita huían del lugar para pasar las tardes en la quinta de Carlos Bonorino Udaondo, donde los esperaba Felipe Yofre y su familia. Cuando Federico se avivó hizo construir una, casi, olímpica.
Con los años el vecino jardín y la pequeña pileta de los Lamarca se fueron poblando de los amigos del matrimonio y sus hijos, en especial de Fernando y Pepe. Que eran también amigos o conocidos de los Mujica Láinez. A veces aparecía Diego Muniz Barreto, al comienzo relacionado a la compraventa de antigüedades y años después con la película sobre la vida de “Rosas” que pensaba producir, en la que trabajó su esposa Teresa Escalante Duhau.
Diego había sido “comando civil” contra el peronismo, luego funcionario del gobierno de Juan Carlos Onganía y más tarde Diputado Nacional por el peronismo montonero. Ignacio Vélez, uno de los fundadores de Montoneros, lo definió como “un niño bien… un enfant terrible que había heredado mucha guita” y terminaría sus días financiando al PRT-ERP. Como era natural no faltaba una Mitre. Claro, Fernando Lamarca se casó con María Elena del Rosario “Quinucha” Mitre, la hija del director de La Nación. No faltaba tampoco la presencia de Salvador del Carril Estrada, luego implicado en Salta con la guerrilla de Masetti.
Una tarde, Manucho los escuchaba conversar y comentó, levantando su ceja: “Muchachos inquietos, qué raro es de lo que hablan”. En esos jardines, en ese ambiente, en medio de esas conversaciones que trataban sobre la presidencia de José María Guido, los inicios de la revolución cubana, “Cité Catholique” y la llegada de Los Beatles y la situación de la quinta La Torcaza (que se la adjudicaban maliciosamente al ex vicepresidente Carlos Perette), los invitados pasaban sus horas lejos de los calores de Buenos Aires.
Mientras los años pasaban muy rápidamente, Illia ya no estaba en la Casa Rosada, tampoco sus temporarios moradores Juan Carlos Onganía y Roberto Marcelo Levingston. En marzo de 1971 el nuevo presidente de facto era Alejandro Agustín Lanusse. A diferencia de los dos anteriores, “Cano” se convenció que iba a terminar con el terrorismo con “la ley en la mano” y se creó la Cámara Federal Penal de la Nación con jueces y secretarios de larga trayectoria en los tribunales. Eran jueces probos, en serio. Los abogados de los guerrilleros la llamarían “el Camarón o la Cámara del terror”. Le he dedicado a esta institución mi libro Volver a Matar en 2009.
Pues bien, el 26 de julio de 1971 un comando de las FAR secundado por Montoneros copó la subcomisaría de Villa Mariano Moreno, en los alrededores de San Miguel de Tucumán, mediante el engaño de dos terroristas vistiendo uniformes de la policía provincial. En el hecho se robaron armamento, encadenaron al personal de la unidad e hicieron pintadas alusivas a la organización armada. Una rápida señal de alerta lanzada por uno de los policías que logró liberarse, además de la identificación que logró realizarse de los automotores utilizados, permitió que se los ubicara y terminó en un nutrido tiroteo que dejó como saldo dos policías gravemente heridos y facilitó la huida a pie de los guerrilleros.
Tras otros actos terroristas realizados en la zona norteña y severas investigaciones, el 29 de agosto de 1971, la policía tucumana detuvo en plena calle a un sospechoso que intentó resistirse con una pistola. Se trataba Candioti de Forno, montonero confeso, en cuyo domicilio se establece una vigilancia que, al día siguiente, permite la detención de Alicia E. Staps de Lorenzo y Fernando Vaca Narvaja, ambos con documentos falsos. Este último se resiste violentamente a la orden de arresto disparando cuatro veces su pistola sin éxito cuando se traba en lucha con un policía hasta que es reducido con un culatazo dado por un segundo agente.
De esta manera surgen tres causas o expedientes diferentes que tienen como característica la participación de los mismos actores en por lo menos dos de ellas. La Causa Nº 10, Sala III, vocalía 2ª, por “robo a mano armada, atentado a la autoridad con armas y privación ilegítima de la libertad”. Los procesados: José Carlos Coronel, Edmundo J. Candioti, Jorge R. Mendé, Fernando Vaca Narvaja, Martín T. Gras y Susana G. Lesgart de Yofre. Los abogados defensores de los detenidos fueron: Mario Hernández, Eduardo Luis Duhalde y Roberto Sinigaglia. Susana Lesgart se había casado con Alejandro Yofre Newton, miembro fundador de Montoneros en Córdoba, quien participa en la toma de La Calera, y tras su paso por Buenos Aires, se aleja de la organización y parte al exterior vía La Habana, radicándose en Europa. Era conocido en la organización como “Felipe”, un nombre tradicional en la familia Yofre. Tras separarse de “Felipe”, la Lesgart forma pareja con su primo Fernando Vaca Narvaja Yofre y al año siguiente habrá de morir en la masacre de la base naval Almirante Zar, de Trelew.
En el expediente judicial consta que: A las 9.45 del 31 de agosto de 1971 Fernando Vaca Narvaja reconoce su identidad. Es quién es y no “Carlos Alberto Ramírez” ni “Roberto Fernández” y expresa su intención de “exponer en estas actuaciones de manera espontánea”. Relata que tiene 23 años, es estudiante de cuarto año en la carrera de Ingeniería en la Universidad del Litoral, donde tuvo militancia activa como integrante de grupos religiosos del Tercer Mundo y “acrecentó su prestigio a raíz de tener algunos antecedentes por su diaria posición mantenida a través de los conocidos grupos clandestinos que se crearon a mediados de 1966. Que asimismo mantenía contactos con otros grupos, no orgánicos, dentro del mismo medio de extracción cristiana con quienes participó en la ocupación de la Facultad de Ingeniería Química de Santa Fe, el 22 de abril de 1970, donde arrojaron por las ventanas la documentación de los concursos de los profesores”. Que luego comenzó a reunirse con otros que habían compartido estudios en el Liceo Militar General Paz de donde había egresado como subteniente de la reserva. Y que recuerda a Martínez, Valdés y Bustos “acordando con los mismos a adoptar como medida de seguridad llamarse con nombres supuestos”, lo mismo que “no llevar documentación personal en las reuniones que se realizaban (…) en el mes de abril tomó conocimiento que era buscado por la Policía a raíz de que su libreta de Enrolamiento apareció en las vías del FFCC General Belgrano, Laguna de Paiva, próximo al lugar donde una bomba voló los rieles y una alcantarilla ferroviaria al paso de un convoy”. Dijo que él no participó de ese hecho aunque le pareció muy difícil “poder justificarlo” y por esa razón se fue al norte del país.
Recordó que estando en La Quiaca toma conocimiento por versiones periodísticas de la vinculación de su primo Alejandro José Yofre y de su amigo Ignacio Vélez del copamiento de La Calera en Córdoba “a lo que se debe sumar la aparición de su nombre como supuestamente implicado en el hecho. Ello obligó que revisara su pensamiento político para fijarse una postura definida a seguir” y luego de escribirse con sus compañeros de Santa Fe “estimaba que lo de La Calera abría una perspectiva de acción futura”. Que se citan para encontrarse en Córdoba y que la entrevista fracasó y perdió contacto con Valdéz, “por cuyo motivo de ningún modo pudo estar en el asalto al Hospital Italiano de Santa Fe” tal como lo asignan los periódicos. Piensa que ello se debe a la cantidad de amigos del Ateneo Universitario donde se hablaba de cambiar las estructuras actuales mediante la acción de un grupo político-militar “pensamiento compartido por el que habla”. En diciembre de 1970 retoma contacto con Valdez y éste le presenta a María Judith D’Jorge (Susana Lesgart, esposa de su primo Alejandro Yofre Newton) quien lo lleva a una finca para hacer adoctrinamiento montonero. Por sus antecedentes se lo asigna a la zona norte del país y se lo nombra “militante para infraestructura” adoptando como cobertura el corretaje de vinos marca “Montoneros” en la ciudad de Tucumán.
Saltando los tiempos procesales, la requisitoria del fiscal Fassi del 31 de mayo de 1972, es categórica y pide condena para los tres imputados. Fernando Vaca Narvaja se fugará a Chile el 15 de agosto de 1972 del penal de Rawson.
Tampoco Fernando “El Vasco” Vaca Narvaja era un simple campesino abandonado por la mano de Dios. Era el hijo de Miguel Hugo Vaca Narvaja, ex Ministro de Hacienda de la Provincia; presidente del Banco de Córdoba 1958-1962, Ministro del Interior de Arturo Frondizi (1962), sucesor de Alfredo Roque Vítolo. Para decir la verdad, Vaca Narvaja llegó al gabinete presidencial coincidiendo con la anulación de las elecciones provinciales en las que había triunfado el peronismo. En particular en la provincia de Buenos Aires con la fórmula Framini-Anglada. El matrimonio tendrá innumerables hijos. La mayoría afirmarían sin sonreírse que habían nacido para luchar contra “la oligarquía”, olvidando que eran nietos de Felipe Alejandro Yofre Frías y Dalmira Pizarro Quintana y entre sus antepasados están los más connotados abogados cordobeses; gobernadores; diputados y senadores nacionales. Como si faltara algo Elías Yofre García, fue presidente del Jockey Club de Córdoba durante varios períodos. “El Vasco” no cuenta ante los jueces toda la trama de su inicial y violenta trayectoria. En otra oportunidad dijo: “Yo empecé a militar en el Liceo Militar General Paz, en un grupo que se armó alrededor del Capellán del Liceo, que era el cura Alberto Fulgencio Rojas, que fue uno de los curas que podríamos decir que empezó lo que después se llamaron los “curas del tercer mundo”. Fernando ingreso en el liceo en el ‘61 y egreso en 1966. Contemporáneamente estudiaban allí Emilio el “Gordo” Maza e Ignacio Velez (secuestradores de Aramburu) en fin, “hay una generación de compañeros que si bien estaban en años más avanzados que la camada nuestra, había una interrelación, siempre alrededor del cura Rojas”.
“Ahí empezamos como un grupo de jóvenes católicos comprometidos con el tema social y un debate sobre la historia. Con el cura había charlas todas las mañanas”. En ese mismo tiempo el cura “Beto” Rojas pasa por Praga y va a la “meca” de los revolucionarios de La Habana. Como veremos, los Yofre de Córdoba van a tener otros integrantes revolucionarios, “campesinos desheredados”. Que sin tomar conciencia, seguro, repitieron como Fidel Castro, el 25 de noviembre de 1956, antes de embarcarse en el “Granma”: “No vamos a Cuba a realizar cambios políticos sino sustanciales. Transformaciones que garanticen a cada cubano un trabajo decoroso, el disfrute pleno de la libertad y el ejercicio absoluto de la soberanía, y el precio que tengamos que pagar vale la pena.” Lo cierto es que Castro convirtió a la isla en un gigantesco campo de concentración que ya lleva sesenta y cuatro años. La historia de los revolucionarios argentinos que combatieron a “la oligarquía” o “su oligarquía” seguirá.
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