Durante más de 2.000 años, los alquimistas persiguieron la búsqueda de la piedra filosofal, a la que creían capaz de convertir el metal en oro y de garantizar la vida eterna. Con un objetivo menos ambicioso, aunque trascendental para los tiempos que corren, una iniciativa transforma residuos plásticos en madera.
El proyecto, que tiene como objetivos la educación ambiental en las escuelas y creación de puestos de trabajo para recicladores, es impulsado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y la Fundación Botellas de Amor.
“En las botellas de amor podemos poner paquetes de fideos, de snacks, de alfajores, de galletitas. Todos estos plásticos no cuentan hoy con un mercado de reciclaje, entonces ‘las botellas de amor’ son una posibilidad para poder reciclarla”, explica Jaqueline Schell Delon, subgerente de Residuos Especiales Domiciliarios de la Secretaría de Medio Ambiente.
Una vez que la botella está llena de esos residuos, solo queda consultar en la web dónde está el punto verde móvil más cercano y allí lo pueden dejar.
“Tenemos un foco social y uno ambiental, en éste cumplimos una doble función que es retirar estos plásticos del medio en donde vivimos, que no estén contaminando, y hacerles un upycling y, a partir de eso, transformarlos en un producto, constructivo, como la madera plástica y también evitamos la tala de árboles”, detalla Daniel Hartman, fundador y CEO de 4E Madera Plástica, donde actualmente se procesan 60 toneladas de plástico por mes.
Cómo lo hacen
El proceso de transformación se realiza en la planta de la empresa 4E Madera Plástica, en la localidad de Bernal. Hasta allí llegan las botellas de amor (envases rellenos con residuos plásticos de consumo diario) que los vecinos de la Ciudad entregan en los puntos verdes móviles que tiene la Secretaría de Ambiente porteña en distintos puntos.
Una vez dentro de la fábrica, las botellas llegan a mano de los recicladores, quienes las abren para separar el envase de PET (que volverá a convertirse en botella) y el resto de los residuos plásticos: paquetes de galletitas, snacks y fideos; cepillos de dientes; máquinas de afeitar sin el cabezal, etc.
El siguiente paso es clasificar ese contenido, separarlo y someterlo a un proceso que convierte al plástico en una especie de papel picado. Esa mezcla pasa por una extrusora que la calienta hasta volverla maleable, como si se tratara de una inmensa masa de plastilina.
Por último, el material se inyecta en moldes de hierro que son enfriados en una pileta y le dan forma de machimbres, listones de distintas medidas y postes.
En esa carpintería realizan las terminaciones que permitirán usar esa madera plástica (más resistente a la corrosión, a la humedad y a las plagas que la real) para construir muebles, maceteros y juegos de plaza para niños.
También tendrán forma de tablones como los que se usaron para renovar el piso del Puente de la Mujer, en Puerto Madero, y en otros mobiliarios urbanos adquiridos a través de un convenio de intercambio con la Agencia de Protección Ambiental de la Ciudad.
“¿Qué hacer con los residuos plásticos?”, la pregunta que originó el proyecto
El proyecto nació en 2017 a partir de una crisis personal de su fundador, Daniel Hartman. “Había trabajado siempre en relación de dependencia y sentía que tenía que dejar un legado a mis hijos, porqué. Ahí surge la idea de ver qué estaba pasando con el plástico de un solo uso. Vimos que no se estaba reciclando y que, en el mejor de los casos, terminaban barriéndolos. En el peor de los casos, terminaba contaminando el mar o incinerándose”, explica el CEO de 4E Madera Plástica, donde actualmente se procesan 60 toneladas de plástico por mes.
Esa empresa comenzó a funcionar en 2018 poniendo el foco en la cuestión ambiental y también en lo social. “Desde lo social, a través de la fundación que está aliada con nosotros, brindamos un sistema de intercambio donde esos plásticos que recolecta la comunidad vuelven transformados en bienes”, señala Hartman.
Al mismo tiempo, la 4E busca favorecer la inclusión social. “El único requerimiento para trabajar acá es tener ganas, es lo único que pedimos. No importa la condición social ni ningún otro aspecto”, asegura el cabeza de la empresa que hoy cuenta con 32 empleados.
A ese doble objetivo, asegura, lo completan las acciones impulsadas desde la Fundación Botella de Amor.
“Una de las actividades principales del proyecto es la educación y concientización ambiental, dirigida a toda la comunidad”, destaca Nicole, miembro de la fundación que en 4 años de trabajo lleva recolectados 586.700 kilos de ‘botellas de amor’.
Allí, explica, se realizan charlas, talleres y capacitaciones, de manera presencial como virtual, en escuelas, clubes, organizaciones. “Hasta el momento, han participado más de 19.000 personas comprometidas por el cuidado del planeta, listas para seguir propagando y replicando los buenos hábitos”, subraya.
A este proyecto también se sumaron algunas escuelas: entre 2018 y 2022 entregaron 24.500 kilos de plásticos post.
Cómo se arman y qué se puede poner en las “botellas de amor”
Para Jaqueline Schell Delon, de Residuos Especiales Domiciliarios del GCBA, se tratan de “una oportunidad para poder reciclar todos los plásticos que hoy en día no cuentan con mercado de reciclaje y se pueden reintroducir de vuelta en el proceso productivo para transformarse en nuevas cosas”.
En lo que va de 2022, la Secretaría de Medio Ambiente recolectó en los puntos verdes móviles más de 4,5 toneladas de plástico a través de esta iniciativa. Ese número trepa a 25 toneladas desde que se puso en marcha el programa, en 2019.
Quienes deseen sumarse a la propuesta deben utilizar una botella y rellenarla de plásticos comprimidos: una botella de 1,5 litros debe pesar aproximadamente 500 gramos.
Dentro del envase se colocan plásticos de un solo uso, como envoltorios de comida, bolsas de supermercado, tapas plásticas, sorbetes, vasos, cubiertos y platos descartables, paquetes de fideos, arroz, legumbres, bolsas de supermercado, paquetes de galletitas, pan, alfajores.
También pueden incluirse paquetes de papel higiénico, rollo de cocina y toallitas femeninas, blister de remedios, sachets de leche, papel film, repuestos de productos de limpieza, etiquetas de botellas y cepillo de dientes.
Todo debe estar limpio y seco. No van papel, cartón, globos, metal, arena, vinilos, telgopor, guantes de látex, radiografías, esponjas, aluminio, paquete de yerba, tierra, tetra pack y telas.
Los puntos verdes móviles reciben además pilas, aceite usado de cocina, aparatos eléctricos y electrónicos, cartuchos de tinta y tóner, tela friselina y lámparas en desuso.
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