Robledo Puch y la fatal atracción por su mejor amigo: amor prohibido, celos enfermizos y un crimen

A 41 años de la “extraña” muerte de Jorge Antonio Ibañez, el cómplice del asesino serial que purga prisión perpetua. Los secretos de una relación que terminó trágicamente. Y los motivos que lo podrían haber llevado a matar a su secuaz

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Jorge Antonio Ibáñez nunca imaginó que aquel 5 de agosto de 1971 iba a ser el último día de su vida. Tenía 17 años y sus últimos segundos los pasó como acompañante de Carlos Eduardo Robledo Puch, de 18, que en ese momento manejaba el Siam Di Tella de su padre antes de chocar contra un taxi en la avenida Cabildo y Quesada, en Núñez. El asesino con cara de ángel saltó del auto antes del impacto, pero su amigo murió en el acto.

En ese episodio, “El ángel negro” que mató a once personas mientras dormían o estaban de espaldas, ocultó los dos mayores secretos de su vida.

El primero: los familiares de Ibáñez, que tenía 17 años, siempre estuvieron convencidos de que Robledo mató a su amigo y simuló un accidente de tránsito.

Tras el hecho, su comportamiento fue errático: salió corriendo y se llevó los documentos de su amigo. La comisaría 35a de la Policía Federal cerró la causa como accidente.

La detención de Robledo Puch
La detención de Robledo Puch

“Fue un crimen planificado. A Carlos siempre le gustaba chocar, contra árboles o contra ovejas en las rutas, y practicaba saltar antes de salir golpeado, tenía una gran habilidad. Pero esa vez con Jorge creemos que armó todo. Lo mató y sabemos los motivos”, dijo a Infobae la única familiar viva que queda de Ibáñez, el amigo y cómplice de Robledo.

“Fue una desgracia. Yo me salvé de milagro”, declaró Robledo, que no fue al velatorio de su mejor amigo con la excusa de que tenía el brazo vendado y se sentía dolorido.

A Ibáñez le decían Queque: era un joven rosarino que se jactaba de entrar por las noches en las iglesias a robar la limosna que dejaban los fieles y soñaba con actuar en cine. “Robar te da adrenalina”, le dijo a Robledo Puch el día que lo conoció. Lo que siguió fue vértigo y muerte: la dupla cometió unos 20 robos y no dejaron vivo a ningún testigo. En una pizzería de Vicente López, El Ancla, habían sellado un pacto por el que no dejarían vivo a ninguna de sus víctimas.

¿Por qué Robledo habría matado a su mejor amigo?

La teoría que maneja la familiar de Ibáñez es reveladora: “Los policías sospecharon que lo había matado para que no lo delatara, pero eso era imposible porque ellos habían hecho un pacto de sangre y de hermandad. Eran cómplices. Pero Robledo se había enamorado de Jorge. Me lo dijo a mí. Y Jorge me lo contó una vez. No sé si tuvieron algo, pero Carlos no se sintió correspondido. A esa altura Jorge quería dejar el delito para dedicarse al mundo del espectáculo. Y salía con varias chicas”, dijo a Infobae.

Otro detalle que agrega la fuente: los asesinatos más sangrientos de Robledo fueron los de Ana María Dinardo y los de Eleuteria Higinia Rodríguez, a quienes mató de varios balazos por la espalda después de que Ibáñez lo echara del auto para violarlas. Otro episodio en el que Robledo actuó con alevosía, quizá celoso de su amigo, fue cuando Ibáñez intentó violar a Dora Bianchi en su casa y su amigo le disparó a la cuna donde lloraba una beba de seis meses.

Ana María Dinardo, la modelo víctima de Robledo Puch. Una de las teorías es que se ensañó con ella por celos hacia su amigo Jorge Ibañez, que la había violado
Ana María Dinardo, la modelo víctima de Robledo Puch. Una de las teorías es que se ensañó con ella por celos hacia su amigo Jorge Ibañez, que la había violado

Robledo había dejado a su novia Mónica, que tenía una hermana melliza. Y el dúo con Ibáñez crecía en intensidad. Después de cada crimen iban a bailar a boliches caros y a dormir en hoteles baratos.

Al Carlos Robledo Puch real le gustaba bailar, pero no lo hacía tan bien como el Robledo Puch ficticio que Lorenzo Ferro interpreta en El ángel.

En un robo ocurrido en 1971, en un supermercado, después de matar a un sereno, Robledo y su amigo y cómplice Jorge Ibáñez sacaron una botella de champán de las góndolas y bailaron, aunque no había música. De sus braguetas y bolsillos sobresalían los billetes.

Los amigos se conocieron en el segundo año del Instituto Cervantes de Vicente López. Ibáñez era un chico alto, morocho, espaldas anchas de nadador, que estuvo detenido dos veces por robo. En 1971 tenía 16 años, dos menos que Robledo, y también era fanático de las motos. Robledo lo admiraba porque era decidido. Robledo le contó que robaba motos. Ibáñez le dijo: “Hay que ir por cosas más grandes”.

En el Cervantes los dos tuvieron mala conducta y terminaron expulsados. Pero aprendieron algo: a usar el soplete, clave para abrir cajas fuertes.

A Queque Ibáñez le gustaba la acción. Quería vivir al límite. Lo demostró el primer día que invitó a Carlos a su casa.

—Vení, Carlos, vamos al fondo. Te voy a presentar a mi viejo, es macanudo—le propuso Ibáñez.

Robledo caminó ansioso por el pasillo. Cuando llegó al patio ve a un hombre robusto con un arma en la mano. Era Jorge Eduardo Ibáñez, un misterioso hombre con antecedentes policiales, que sostiene una escopeta calibre 22. Está por tirar al blanco, que en realidad es un cartón con círculos concéntricos pintados a mano. Al ver a su hijo, suspende el disparo para saludar al invitado: —¿Qué hacés, querido? Mi hijo me habló mucho de vos. Vení, acercate y probá —le dijo el señor Ibáñez a Carlos. Luego le da la escopeta con el caño apuntando al piso. El chico agarró el arma y no hizo falta que le explicaran cómo es la posición de tiro. Lo vio en las películas de cowboys. Empuñó la escopeta, cerró el ojo derecho y puso el izquierdo en la mirilla.

Tomó aire y disparó.

El tiro quedó a unos diez centímetros del centro.

—Nada mal, muchacho —lo alentó el señor Ibáñez.

Robledo mejoraría la puntería mucho antes de lo que se imaginaba.

Jorge Ibañez, el cómplice de Robledo Puch. Según su familia, el Angel Negro lo mató por despecho. Para la policía, murió en un accidente
Jorge Ibañez, el cómplice de Robledo Puch. Según su familia, el Angel Negro lo mató por despecho. Para la policía, murió en un accidente

Lejos de la escuela, los amigos comenzaron a robar y matar sin freno. Vivieron una vida de boliches y autos caros y hoteles baratos, donde reparten el botín y pasan noches pensando robos. Robledo tenía novia, pero siempre en la historia del caso sobrevoló un rumor de romance entre él e Ibáñez, lo que aparece reforzado en la película de Ortega.

La amistad sufrió el primer golpe el día que Robledo deja abandonado a Ibáñez en una comisaría, después de que fueran detenidos por la Policía porque no tenían los papeles de una moto. Por entonces, Ibáñez buscó acercarse al mundo del espectáculo. Quería ser actor.

Después de un corto distanciamiento, los amigos se reencontraron. Fueron de bares. Robledo notó que su amigo no parecía el mismo: estaba agrandado. Decía que con las mujeres era un ganador y que le ofrecieron participar en el programa Música en libertad, que emitía canal 9. Tomaba cerveza y cantaba la canción de Los Náufragos que pensaba interpretar en la tevé: “Subite, chiquita, subite. Subite a mi ritmo feroz. Cuidate. Estoy hecho un demonio, y la culpable sos vos”.

Uno de los golpes más conocidos del dúo fue el robo y el doble crimen en Enamour, la disco. Antes de irse de ahí, los amigos robaron quinientos mil pesos de un armario metálico que rompieron con un cuchillo que encontraron en la cocina.

Robledo se reía porque ese dinero equivalía a un año de alquiler de su casa. Se abrazó con Ibáñez por el botín. Fueron a la pista, bailaron en la oscuridad, sin música. Había olor a pólvora. “Es mi boîte preferida”, dijo Robledo.

Un día después del doble crimen, La Nación informa: “En un club nocturno de Olivos hallaron muertas a dos personas”. Robledo e Ibáñez leyeron el diario en un café. Les gustaba recortar las noticias de sus crímenes.

Cuando lo detuvieron a Robledo, culpó a Ibáñez por los crímenes. “Yo sólo robaba, él me ordenaba matar, pero como yo me negaba lo terminaba haciendo él”, dijo pero no le creyeron.

Por entonces, en 1972, existía una aberración jurídica: se consideraba a la homosexualidad no una condición sexual sino una posible desviación.

El diario Crónica también puso la sexualidad de Robledo Puch bajo la lupa con una delirante prosa. “Durante la reconstrucción de sus crímenes, el joven asesino evidenció síntomas feminoides. Llamó la atención, tanto del periodismo como de los presentes, la frecuencia con que la fiera se recogía el cabello, de modo muy similar al que utilizan las mujeres. Otro rasgo que completaría la más extraña y salvaje personalidad de la criminología argentina, tanto que llegó a decirle a los fotógrafos: ‘no estoy para que me saquen fotos’. Aquel gesto tan femenino de recogerse el cabello estuvo acompañado por miradas que le fueron sorprendidas, dirigidas a un joven atractivo que se encontraba entre el público curioso. Por eso dijimos que acaso no escape esta especie humana de sumar a sus tareas criminales otra no menos deleznable”.

Para Crónica, "el joven asesino evidenció síntomas feminoides". Llegaron a esa conclusión por "la frecuencia con que la fiera se recogía el cabello, de modo muy similar al que utilizan las mujeres". Una muestra de las ideas que pululaban en la década del '70
Para Crónica, "el joven asesino evidenció síntomas feminoides". Llegaron a esa conclusión por "la frecuencia con que la fiera se recogía el cabello, de modo muy similar al que utilizan las mujeres". Una muestra de las ideas que pululaban en la década del '70

—¿Usted es homosexual? —le preguntó el forense Osvaldo Raffo en las pericias.

—De ninguna manera —respondió Robledo enojado—, eso es un invento. Salí con chicas circunstancialmente. A mi novia la amo, no le contesté las cartas porque la sigo queriendo y por cobardía nunca le toqué un pelo. Personalmente soy muy posesivo.

—¿A qué edad tuvo su primera relación sexual?

—A los 15 años, durante una de las fugas del hogar paterno. Fue con una chica que conocí en un hotel. Nunca anduve con prostitutas.

—¿Cuál era la frecuencia de las relaciones?

—Unas siete veces por mes. No me lo pedía el cuerpo. Nunca violé a ninguna.

El perito escribió en su libreta: “Niega firmemente la homosexualidad, aunque como interno está alojado en un pabellón que los agrupa”.

Cuando pasó a máquina de escribir esta parte de la pericia, Raffo diagnosticó: “En su historia vital, las amistades femeninas son excluyentes, las preponderantes son las masculinas; hay hacia el sexo opuesto, más que frialdad indiferente, una aversión activa. Tan pervertido es el homosexual como el Don Juan, el sádico como el masoquista. La homosexualidad se presume pero no puede probarse. En cuanto si el encausado tiene desviaciones sexuales, podemos decir que el sadismo sí ha existido, y ésta es una forma de desviación sexual, que se manifiesta frecuentemente en la personalidad perversa”.

Para sus familiares, a Ibáñez lo pudo haber matado de un tiro o directamente dejó que muriera en el accidente porque estaba borracho.

“Jorge quería abandonarlo, dejar esa mala vida. Quería ser actor, trabajar en novelas o en películas. Quería de dejar de ser un don nadie. Además antes de morir le dijo a mi mamá que se fuera porque podía llegar a pasar algo. Quería cortar el vínculo que tenía con él. Carlos lo amaba y lo mató porque Jorge iba a dejarlo. Jorge tenía un gran corazón, era buen mozo y quería retirarse del delito, pero el monstruo de Robledo Puch lo arruinó”, dice el familiar de Ibáñez.

El “Angel Negro” lleva 50 años detenido. Pese al tiempo transcurrido recuerda sus años salvajes con Ibáñez. Pero mantiene el silencio.

Sus secretos morirán con él.

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