Entre julio y septiembre de 1975 la crisis generalizada en la Argentina atenazaba cualquier vía de solución institucional e Isabel Martínez de Perón se tomaría una temporada de descanso sin abandonar la banda y el bastón presidencial. La reemplazaría el senador nacional Ítalo Argentino Luder hasta su vuelta a mitad de octubre. En el medio, Antonio Cafiero, el nuevo Ministro de Economía, intentaba remediar sin éxito los devaneos de los anteriores gestores de las finanzas. Como si no faltaran sorpresas, en agosto se desató una crisis militar que hizo saltar por el aire al teniente general Numa Laplane y abrió las puertas del comando a Jorge Rafael Videla.
Veamos: frente a los acontecimientos, el embajador Robert Hill informo a Washington, el 10 de septiembre de 1975, que los EEUU no iban a hacer nada para modificar la estabilidad institucional porque lo deberá hacer la propia dirigencia argentina: “Básicamente, está en Argentina poner su casa en orden. Si ellos no pueden hacerlo, nadie puede por ellos”. Y la dirigencia oficialista, a la hora de las decisiones, se mantuvo inmóvil. Principalmente el senador Luder a quienes muchos, de todos los colores políticos, le pidieron de una u otra manera que aceptara –a través de la Ley de Acefalía—salvar la institucionalidad. En esas semanas el almirante Emilio Massera les dijo a un par de legisladores oficialistas: “Si la sacan a Isabel gobiernan ustedes. Si la sacamos nosotros gobernamos nosotros.”
Ante los graves problemas argentinos, con la firma del embajador Hill, se envió a Washington un largo análisis, observando: “El resultado de la reciente crisis militar señala claramente que el poder político real ya no reside más en la Presidente. En este punto, que la Presidente permanezca o no en el cargo es una cuestión de interés académico. Hay un vacío de poder y ella no es quien lo va a llenar; por lo tanto, sea que quede como cabeza visible por algún tiempo o que un nuevo gobierno encabezado por Luder o alguien como él la reemplace, la Señora de Perón ya no está en el centro de la ecuación. Otros pueden tratar de llenar el vacío y cuando lo hagan deben modificar la economía y los problemas inmediatos que cualquier gobierno debe enfrentar. (…) ¿Por qué esto le importa a Estados Unidos? USA tiene importantes intereses en Argentina. Los más tangibles son los 1.5 billones de dólares en inversiones que tenemos aquí. Menos tangible, pero no menos importante, son cierto número de consideraciones políticas. Argentina es uno de los cuatro países más ricos de América Latina. Domina el Cono Sur y continúa teniendo marcada influencia en la OEA. (…) El gobierno es inestable y está acosado por problemas internos que le impiden ser un socio efectivo en los esfuerzos internacionales. Lo peor sin embargo, parece estar todavía unos cuantos escalones más abajo. Esperemos que Argentina nunca llegue allí, pero dado el grado de deterioro de los últimos seis meses, nadie puede ser excesivamente optimista.”
La revista nacionalista Cuestionario, en tapa, mostraba las caras de jefes militares, sindicales y políticos, bajo el título: “¿Quién gobierna?”. Buena pregunta para responder a tantas disputas dentro del oficialismo. Los problemas económicos y financieros se filtraban en todas las ediciones y comentarios de los diarios. Por ejemplo, el periodista Horacio Chávez Paz relató, el viernes 1º de agosto, un diálogo que reflejaba el clima del mercado.
-¿Hay muchos dólares argentinos rondando por el mundo?
-El doctor Juan Quillici, ex ministro de Hacienda y Finanzas, había denunciado que la cifra llegaba a 8.000 millones de dólares en 1972. Ahora, serán más de 10.000 millones. Habría que decir que el capital argentino expatriado equivale, aproximadamente, al total de la abrumadora deuda que el país tiene con el exterior.
-¿Cómo se explica que no se hayan conseguido los 250 millones de la carta de intención anunciada por el ministro Rodrigo?
-En realidad, nadie que entienda este negocio creyó en esa posibilidad. No diga que lo dije yo, pero usted puede publicar esto: las posibilidades de la Argentina de conseguir créditos en el exterior en este momento son nulas… y la Argentina no compra un tornillo en ningún mercado del mundo.
Por otro sendero también transitaba la crisis económica: el 4 de agosto, el gobierno anunció un aumento salarial del 160% para la administración pública. El sueldo mínimo quedó fijado en 500.000 pesos moneda nacional. Días antes el secretario de Coordinación y Programación Económica, Benedicto Caplán, había estimado que un aumento del orden del 90% elevaría el déficit presupuestario a 120.000 millones de pesos ley. Esta medida lo elevaba a mucho más.
Agosto de 1975 fue un mes clave. Asumirá Antonio Cafiero el Ministerio de Economía, creando una gran expectativa esperanzadora en todos los sectores. Podría decirse que fue la última carta que jugó el peronismo. No llegó solo, vino en medio de una gran reestructuración del gabinete nacional. Desde otro costado, aunque inmerso en la crisis del país, en este mes el teniente general Alberto Numa Laplane abandonaría la jefatura del Ejército para dar paso a Jorge Rafael Videla. Cafiero, en pocas palabras, habría de enfrentar una situación delicadísima. Además de los profundos debates internos del peronismo, se encontró a los pocos días de asumir con una crisis en el Ejército; con la tensión social que llevó por delante al gabinete nacional; con una situación de guerra que se extendía desde Tucumán a provincias más densamente pobladas y con un marco exterior donde la Argentina carecía de credibilidad.
“Se agrava la crisis”, fue el título a 4 columnas de la tapa de La Opinión del domingo 10 de agosto, al informar sobre el profundo cambio del gabinete nacional. Ese domingo, como era su costumbre, el canciller Juan Alberto Vignes almorzó plácidamente el tradicional puchero del Hotel Plaza. Lo acompañaban dos funcionarios del Palacio San Martín. Se lo veía exultante, horas antes había estado con la Presidente y estimaba que se quedaba en el gabinete aunque no sabía dónde. Él sospechaba que iría a Interior o a Defensa por sus relaciones con Washington. También había llegado el embajador Ángel Federico Robledo, convocado con urgencia de Brasil, en donde había presentado cartas credenciales dos días antes. El mundillo político lo señalaba para comandar el Palacio San Martín. Por su parte, Antonio J. Benítez, no tenía ninguna esperanza de permanecer como ministro de Justicia: fue acusado como el funcionario que hizo equivocar a la Presidente con la firma de unos cheques de la Cruzada de la Solidaridad -una entidad de bien público- para solucionar problemas personales.
El lunes, por juegos de presiones que se llevaron a cabo en las últimas horas, Vignes dejó el gabinete y Ángel Federico Robledo volvió a ser ministro, esta vez, de Relaciones Exteriores. Carlos Federico Ruckauf, un hombre ligado al sindicalismo, en Trabajo; Pedro Arrighi en Educación y Carlos Emery en Bienestar Social. Seguían en sus cargos Jorge Garrido (Defensa) y Ernesto Corvalán Nanclares (Justicia). Pedro Bonani dejó vacante Economía y lo sucedió, interinamente, Corvalán Nanclares.
El 11 de agosto de 1975, el coronel Vicente Damasco fue designado Ministro del Interior. El 13 de agosto de 1975, se supo que el coronel Damasco le ofreció, en nombre de la Presidente, la cartera de Economía a Antonio Cafiero. En realidad los candidatos del coronel eran otros: uno fue Lucas Mario Galigniana, el otro Juan Homero Soubelet. Los dos habían sido profesores en la Escuela Superior de Guerra. El militar aparecía como hombre fuerte en el gabinete desde el ministerio del Interior.
El nombramiento de Damasco generó una sensación de rechazo en los altos mandos del Ejército. Era un militar en actividad. Había sido jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo de los presidentes Héctor Cámpora, Raúl Lastiri y Juan Domingo Perón. Los que criticaban a Damasco veían, o querían ver, un “compromiso” político del Ejército con el gobierno, algo que para ellos desnaturalizaba la misión del Ejército. Los 34 días de la gestión de Damasco y su caída marcarían a fuego al gobierno de Isabel de Perón, porque cuando renunció melló severamente la autoridad presidencial.
El sábado 23 de agosto, el PRT-ERP abandonó en un baldío de Rosario el cadáver del teniente coronel Argentino del Valle Larrabure, lacerado y con visibles marcas de haber sufrido tormentos. Su sacrificio fue el paradigma de la crueldad del terrorismo que aseguraba que “ellos no torturaban.” En sus exequias habló el teniente general Alberto Numa Laplane, volviendo a reiterar la tesis del “profesionalismo integrado”. Sus palabras profundizaron el clima de rechazo en el Ejército. Los altos mando de la Fuerza decidieron pedir su relevo por no interpretar el sentir del Ejército. El martes 26, Alberto Numa Laplane presentó el retiro pero Isabel de Perón, en un gesto de autoridad, lo rechazó y le ratificó su confianza. A pesar de eso, el jefe del Tercer Cuerpo, general Carlos Delía Larroca, por razones de antigüedad, asumió la comandancia, trasladándose de Córdoba a Campo de Mayo. Laplane advirtió que no tenía ningún respaldo y, el miércoles, se fue a su casa. Otro capítulo estaba por comenzar.
En esas horas, la residencia de Olivos se fue llenando de funcionarios, sindicalistas, las legisladoras amigas y asesores de todo tipo. Primaban, a grandes trazos, dos líneas de acción. Una que instaba a la Presidente a designar al general Alberto Samuel Cáceres Anasagasti y descabezar a la institución. Apoyaban esta tesitura Lorenzo Miguel, el ministro Carlos Emery y sectores nacionalistas críticos de José López Rega. La otra, pujaba por respetar el orden de antigüedad, posición que conducía a Delía Larroca a la comandancia. Respaldaban la idea, Ítalo Argentino Luder, Antonio Cafiero, Casildo Herreras y otros sindicalistas.
La balanza la inclinó el almirante Emilio Eduardo Massera, de la siguiente manera: llamó por teléfono al edecán naval presidencial que era testigo de los cónclaves y preguntó: “¿Dónde está la Presidente?”. “Arriba en su habitación”, fue la respuesta. “Bueno, haga que no baje hasta que yo llegue a Olivos. Quiero hablar con Garrido” (el ministro de Defensa). Como a la media hora arribó a Olivos. La casa principal estaba inundada de funcionarios y dirigentes. El hedor a cigarrillo era casi insoportable. Apenas entró a la vieja casona de Olivos, se instaló en un pequeño despacho con chimenea que está inmediatamente a la derecha y ordenó: “Haga venir a Garrido”. Pocos minutos después entró el diligente escribano con una sonrisa. Massera, sin diplomacia, fue al grano: “Dígame, pedazo de pelotudo, desde cuándo a usted los sindicalistas le eligen al comandante en jefe del Ejército”. Poco más tarde conversó a solas con la Presidente y fue designado Jorge Rafael Videla (tercero en antigüedad).
El martes 2 de septiembre, ya se hablaba de que la Presidenta tomaría una prolongada licencia, aunque se aclaraba que no delegaría el mando. De todas maneras, el senador Francisco Cerro (Alianza Popular Revolucionaria) presentó un proyecto de ley por el cual el Congreso otorgaba a la Presidente el permiso para ausentarse de la Capital Federal hasta el 30 de abril de 1976. El proyecto contemplaba delegar el mando de acuerdo a la Ley de Acefalía, esto es, en el vicepresidente primero del Senado, o en el titular de la Cámara de Diputados, o en la Corte Suprema de Justicia. Ricardo Balbín fue más enfático: “Esta señora presidente debió haber pedido su licencia antes, no recién ahora. Ejercer la presidencia es una tarea importante, no es una espontaneidad. Cuando se entra un poco improvisadamente en la escena, recapacitar se hace necesario. Desearía que la señora presidente me estuviera escuchando y le repetiría este honorable consejo: todavía es tiempo”. Un mes y medio antes, Balbín había hablado de un “descanso” para Isabel Perón.
Los rumores de la licencia de Isabel aparecieron en los diarios, mientras el Ministro de Economía se encontraba realizando gestiones en Washington, a fin de recuperar la confianza externa. Los rumores “no son el mejor aliado para la delicada gestión que (Antonio Cafiero) desarrolla ante el mundo financiero internacional”, escribió el enviado especial José Ignacio López. Tampoco lo era la noticia de que el índice del costo de vida registró en agosto (el mes anterior) un aumento de 23,4 por ciento. El INDEC informó que desde agosto de 1974 a agosto de 1975 el costo de la vida acusó un alza del 238,6 por ciento. A pesar de estos datos, el secretario de Coordinación y Programación, Guido Di Tella, llegó a calificar de “alentadoras” las primeras reacciones tras las conversaciones de la banca privada norteamericana con el equipo económico: “Según trascendió, la discusión se llevó en términos de absoluta franqueza; los financistas preguntaron detalles sobre la política financiera argentina, y el ministro contestó las preguntas, insistiendo en la base económica sana de que dispone el país”.
A pesar de las desmentidas oficiales, el sábado 13 de septiembre de 1975, la Presidente solicitó un período de licencia “por razones de salud”, delegando el mando en el vicepresidente primero del Senado, Ítalo Argentino Luder. “El gobierno queda en buenas manos”, dijo Isabel Perón durante la ceremonia que se realizó a las 19.10 en el Salón Blanco de la Casa Rosada. Luego, Isabel viajó a Ascochinga y se recluyó en un hotel administrado por la Fuerza Aérea. La acompañaron, además de su fiel Rosarito, “Cuca” Demarco y las esposas de los comandantes generales de las Fuerzas Armadas. En los más importantes despachos de la Argentina comenzó a crecer la versión de la renuncia de Isabel Perón. Que ella no asumirá a su vuelta de la serranía cordobesa.
“No hay que equivocarse, yo vengo a cumplir un interinato”, aclaró Luder. De todos modos, el mandatario interino comenzó a poner orden: el 15 de septiembre alejó a Vicente Damasco de la cartera de Interior, ubicando a Ángel Federico Robledo. Desplazó a Jorge Garrido y designó a Tomás Vottero en Defensa y Manuel Aráuz Castex es destinado en el Palacio San Martín. Limitó los poderes del secretario técnico de la presidencia, Julio González, con la designación de su hijo como secretario privado. Hasta se dio el gusto de pasar un fin de semana en Olivos, donde escuchó misa dominical.
“Sin duda, Luder contempló, desde el primer momento, la posibilidad de que la señora de Perón no regresase, o tardara mucho en hacerlo. Sabía que las Fuerzas Armadas y los principales partidos políticos estarían satisfechos de contarlo como presidente efectivo”, opinó Cuestionario en octubre de 1975. Él se encargó de desmentirlo.
“El 15 de septiembre, la llegada del doctor Ítalo Argentino Luder a la Casa de Gobierno, y sus primeros actos como presidente interino, llenaron de euforia a los medios políticos. Sin embargo, ayer, apenas cinco días después, la euforia dejaba pasó a un sentimiento generalizado de incertidumbre: las divisiones del oficialismo, los problemas económicos, la lentitud del gabinete, convocaron al desánimo. Si bien se mira, la crisis lo ha devorado todo: hasta la iniciativa de los gobernantes”, publicó La Opinión.
“Cuarto plan económico en 5 meses” fue el título de tapa de La Opinión del 30 de septiembre de 1975. José Ignacio López observó: “Lo cierto es que el ministro de Economía no parece contar ya con el amplio margen de acción que tenía hace un mes. En ese lapso, excesivo para una situación de crisis, el doctor Cafiero se ha mostrado carente de iniciativas”. ¿Margen de acción? ¿Qué margen de acción podía tener Antonio Cafiero para desarrollar su plan (si es que lo tenía), en medio del desorden general del país? Basta observar los medios gráficos de la época, espejo de la realidad, hoy mudos testigos del caos que reinaba en todos los aspectos: el jueves 2 de octubre, La Opinión publicó en tapa el siguiente comentario: “¿A qué negarlo? El trasfondo de todos los temas que circulan en los medios políticos y militares -salarios, seguridad, verticalismo, antiverticalismo, inflación- se centra en el futuro papel de la señora María Estela Martínez de Perón. De este tema se habla libremente en privado, pero no se formulan declaraciones públicas, más que a través de parábolas. La casi totalidad de los sectores castrenses estiman que, al menos ahora, no debiera la señora presidenta reasumir su cargo.”
“Pienso que el desgobierno ha colmado la paciencia de los argentinos y ese desgobierno se ha venido aceptando fundamentalmente por el culto a la personalidad de la señora presidente, y que su partido llama verticalismo. (…) Las consecuencias han sido obvias: crisis de gabinete el 2 de junio, el 11 de julio, el 11 de agosto y el 16 de septiembre el cambio de presidente. La gente se pregunta qué va a suceder ahora en octubre”, dijo el titular del Partido Intransigente, Oscar Alende, el 3 de octubre de 1975.
En ese entonces, los escenarios que habían circulado en el universo político argentino desde muchas semanas antes no habían sido alterados. En resumen, unos intentaron que la licencia de Isabel de Perón fuera “sine die”. El 7, el presidente interino Luder y el ministro Robledo la visitaron en Ascochinga. Algunos dirán que Robledo intentó convencerla de extender su interinato. Lo cierto es que la Presidente anunció a través de Pedro Eladio Vázquez (no a través del presidente interino Ítalo Argentino Luder) que estaría presente en el acto del 17 de octubre en Plaza de Mayo: “La Presidente está en perfecto estado, reasumirá antes del 17 y hablará en el acto de Plaza de Mayo”. El 16, la señora de Perón retornó a Buenos Aires.
Y el desarrollismo advirtió en el país un “estado de colapso”. El dólar desde que había asumido Antonio Cafiero había aumentado de 33,50 pesos ley a 37,70 (mercado comercial). Y el mercado financiero de 42,50 a 48,30. El turístico o “especial” pasó en dos meses de 60 a 68,80. Así, los extranjeros barrían con los negocios.
En esos días, un observador privilegiado como Robert Hill, embajador de los Estados Unidos, informó al Departamento de Estado, respecto de Isabel Perón: “Su autoridad y posición está tan socavada que no puede tomar las riendas del poder. La manera en que deje estas riendas, de buena voluntad, tendrá mucho que ver con quién la reemplazará. En caso de que retorne el 17 de octubre a retomar la presidencia y se dedique a gobernar, poco después tendría lugar un golpe militar, posiblemente hacia fin de año.”
Frente a las inquietudes que observaba en la sociedad el ex presidente Arturo Illia consideró que el proceso había ingresado en su “etapa más crítica” y que la estabilidad institucional hacía necesaria “un renunciamiento patriótico” de la presidenta. Como suele suceder, en el gobierno nadie escuchó nada.
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