“Lo primero que pensé cuando la vi salir del hogar fue: ‘¿Me va a querer algún día?. Y yo, ¿la voy a querer?’. Le había comprado golosinas y algunos accesorios que me parecían que le iban a gustar. Como me habían dicho que le gustaba el trap, los días previos me puse a escuchar y a estudiar las letras de Wos, de Paulo Londra y de Cazzu. Pero cuando se abrió la puerta, ella salió con la trabajadora social y no me miró. Nunca me miró”, recuerda Daniela acerca del día en que conoció a Mariana.
Mariana (el nombre que ella misma eligió para esta nota en la que, por cuestiones obvias, no se puede mostrar su cara) tenía 13 años y una larga historia en hogares.
El encuentro fue el 18 diciembre de 2019, seis días después del cumpleaños número 52 de Daniela. Dos años y siete meses más tarde, ambas recuerdan esa fecha y la celebran yendo a comer afuera. Sin embargo, ese miércoles en el que se vieron por primera vez, todo fue “un gran signo de pregunta”.
Arrancaron con una caminata hasta que decidieron parar en una estación de servicio a tomar algo fresco. Con la trabajadora social haciendo de intermediaria, Daniela y Mariana empezaron a hablar “de a poco”. “Ella me preguntaba algunas cosas, pero así como probándome. No sonreía para nada. Entonces yo le nombré a Cazzu y como que arrancó un ida y vuelta. ‘¿Sabés dónde nació?’, me preguntó. ‘Me parece que nació en Jujuy’, le contestaba yo. ‘A ver, decime una canción de ella’, me desafiaba”.
Para ese momento, hacía casi una década que Daniela se había anotado en el RUAGA, el Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos domiciliados en la Ciudad de Buenos Aires. Si bien nunca había llegado a una instancia como la que estaba transitando, dice que se sentía “preparada” para afrontar el llamado “período de vinculación”, es decir, el tiempo necesario para conformar un vínculo afectivo, en este caso, con Mariana. Todo eso se lo habían explicado en un taller, al que asistió durante un año, donde la prepararon para la adopción junto a otras familias monoparentales.
A la distancia, hoy destaca esos encuentros y agradece haberse informado. “Hay mucha romantización con respecto a la adopción. Se cree que los chicos llegan corriendo a tus brazos porque están esperando a sus papás o mamás y lo cierto es que esas cosas tienen más que ver con la ficción que con la realidad. Yo siempre digo que lo nuestro no fue amor a primera vista. Nuestra relación fue, y sigue siendo, una construcción de cariño y de amor, y de estar atenta la una de la otra, pero no fue amor a primera vista. Tampoco me llamó desde el primer día: ‘Mamá'”, asegura Daniela.
Según los últimos datos de la Dirección Nacional del Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos (DNRUA), a la fecha hay 2465 legajos de personas y parejas inscriptas para adoptar en Argentina. De ellos, el 86.77% están anotados para bebés de hasta un año y poco más del 1% ( el 1.34%, es decir unas 33 familias) recibiría a chicos de 12.
Con la premisa de que garantizar el derecho de los niñes y adolescentes a crecer en el seno de una familia, desde hace dos meses, se viralizó una campaña en twitter con el hashtag #AdoptenNiñesGrandes. A través de su usuario (@lamatancera) Daniela -al igual que Gabriela, quien adoptó a una niña de 10 años- contó sus vivencias en la red social. La idea, dice, es incentivar a que sean cada vez más las personas que se animen a ahijar a chicos más grandes.
En su caso, aunque adoptar un niñe grande no fue su primera opción, dice que esa decisión superó todas su fantasías. Es que, cuando empezó a contemplar la idea de ahijar, como la mayoría de las personas, Daniela se anotó para chicos de 0 a 6 años. Con el tiempo fue extendiendo el rango de edad hasta llegar a los 8. En el medio, cuenta, también intentó ser mamá a través de una fertilización asistida que no dio resultado. Pero jamás abandonó el camino de la adopción. De hecho, hasta participó de un proceso para adoptar chicos con HIV y un grupo de hermanos: en ninguno quedó seleccionada.
A los 46, recuerda, tuvo un momento de quiebre. “Empecé a pensar y no me parecía bien que yo estuviera anotada para un bebé porque ya no tenía la misma edad que cuando me había inscripto: no me veía sin dormir y cambiando pañales. Ahí fue cuando comencé a mirar convocatorias para chicos más grandes”, cuenta.
Tres meses después de ese primer encuentro en la estación de servicio, en marzo de 2020, la pandemia por el COVID-19 pausó al mundo y, también, amagó a hacerlo con el proceso de vinculación entre Daniela y Mariana, que venía viento en popa. Para no entorpecerlo, el hogar donde estaba Mariana la habilitó para que se fuera “a pasar unos días” a la casa de Daniela.
“Empezamos a estar las 24 horas juntas y a conocernos. Me di cuenta de que tenía un problema de vista importante y no usaba anteojos. Tampoco comía verduras y le costaba dormirse a la noche porque no estaba acostumbrada al silencio. Al principio quería que todas las noches le cantara una canción, pero no de María Elena Walsh: una canción de Cazzu, de Manuel Turizo o de Daddy Yankee”, recuerda Daniela que, meses después, accedió al pedido de Mariana de adoptar un perro: fue así como Ezequiel llegó a la familia.
“Quienes adoptamos chicos más grandes muchas veces nos planteamos: ‘Bueno me perdí tal cosa, me perdí tal otra’, pero hay tantas primeras veces que vamos a vivir. Los chicos grandes saben cuál es su historia, de dónde vienen, qué es lo que les pasó: son perfectamente conscientes. Pero cuando empiezan a transitar otra historia, hay montones de cosas que se viven por primera vez. Hoy Mariana es una nena que se ríe: se ríe de mí y se ríe conmigo. Sonríe y te muestra toda esa cantidad de dientes preciosos que tiene, y se divierte y se aburre, y se enoja y me pelea. A veces nos reímos de la relación que tenemos”, agrega.
La convivencia costó, pero también sirvió para afianzar el vínculo. “Muchas de nuestras charlas se daban de noche. Ella me contaba las cosas más tristes de su vida, lo que había atravesado, y me preguntaba por qué yo había elegido esto. Hay un componente de desconfianza que es natural porque hay muchos adultos que le han fallado”, apunta Daniela.
En una de esas conversaciones, Mariana le dijo que iba a empezar a llamarla “Mamá”. Daniela lo recuerda y se seca las lágrimas, como hizo aquel día. “Ese fue solamente el primer paso, porque vos te sentís mamá más adelante, cuando realmente te reconocés mamá. Cuando ves cómo dependen de vos, cómo buscan tu aprobación, cómo buscan tu ayuda: ahí empezás a sentirte mamá. Cuando están esperando que los pases a buscar y no te podés retrasar porque tenés que estar ahí o cuando te descubren a lo lejos. Vos decís: ‘¿Me verá?’. Y ahí ves la miradita”, dice.
Antes de despedirse, Daniela vuelve a hacer referencia a la campañana #AdoptenNiñesGrandes: una movida clave para que no transiten su infancia y adolescencia en hogares sino dentro de una familia. A los futuros adoptantes les aconseja: “Busquen acompañamiento, terapia o talleres, pero no se priven de ver esas sonrisas, de reirse mucho y hasta de llorar cuando amerita la situación, porque de eso se trata el estar vivos, ¿no?”.
En la pantalla de su computadora, desde donde se conectó para conversar con Infobae vía zoom, lleva el nombre con el que participa de las reuniones escolares: “Daniela, mamá de Mariana”.
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