El joven hauptsturmführer de las SS Erich Priebke tenía 30 años y estaba destinado en Roma como ayudante del jefe de la policía alemana y servicios de seguridad de la capital italiana, Herbert Kappler, cuando el 23 de marzo de 1944 obligó a subir a 335 hombres a camiones del ejército alemán y los condujo a unas minas abandonadas en las afueras de la ciudad.
Los sacó de diferentes cárceles. Algunos eran partisanos condenados a muerte que esperaban su ejecución, otros eran detenidos en espera de juicio por supuestos delitos de terrorismo, 75 eran judíos confinados que iban a ser deportados a campos de exterminio nazis, y los restantes eran apenas sospechosos de algo.
Cuando la caravana llegó a esas viejas minas abandonadas, conocidas como las Fosas Ardeatinas, los soldados al mando de Priebke hicieron bajar a los hombres, los hicieron entrar en grupos de a cinco a las cuevas cavadas en las piedras y, sin prisa pero sin pausa, los fueron ejecutando con tiros en la nuca. Priebke y su segundo, Karl Hass, no se limitaron a dar las órdenes y observar las ejecuciones; también dispararon, no una sino muchas veces. Cuando terminaron con la última de las víctimas, llamaron a los dinamiteros del ejército alemán que habían llevado con ellos para que sellaran las entradas a las minas volando la roca con explosivos.
De regreso a Roma, Priebke fue felicitado por la eficiencia con que había ejecutado su misión, una represalia ordenada por el propio Adolf Hitler por la muerte de 33 soldados alemanes en un atentado realizado por la resistencia italiana con una bomba escondida en un carro de basura. Diez por uno había sido la orden del Führer y se cumplió con creces: en lugar de asesinar la cifra exacta de 330, se agregaron otros cinco.
El hecho quedó en la historia como la masacre de las Fosas Ardeatinas y su principal ejecutor, el hauptsturmführer Erich Priebke vivió setenta años más para recordarla, porque llegó a vivir cien, la mayoría de los cuales no solo los pasó impune, sino a la luz pública, utilizando su propio nombre, y tratado como un ciudadano de prestigio por sus vecinos en la ciudad argentina de Bariloche.
Porque terminada la guerra, Priebke fue capturado y enviado a un campo de prisioneros en la ciudad de Rimini, de donde escapó en 1946 con la ayuda de Odessa, la organización secreta desarrollada por grupos nazis para ayudar a escapar a miembros de la SS desde Alemania a otros países donde estuviesen a salvo.
Con un nombre falso y pasaporte de la Cruz Roja suministrado por El Vaticano, llegó al puerto de Buenos Aires en 1948 y pocos días después se dirigió hacia Bariloche, una ciudad donde, desde mucho antes de la guerra, los inmigrantes alemanes tenían una notable presencia.
Allí, aprovechando una amnistía del gobierno peronista para quienes hubieran entrado al país con identidades falsas, recuperó su nombre en 1950. Desde entonces, no hizo otra cosa que hacerse notar.
Erich Priebke, nacido en Hennigsdorf, Alemania, el 29 de julio de 1913, cumpliría hoy 109 años.
Si no murió tranquilo e impune en la Argentina –donde no pocos conocían su historia, pero la contaban casi como una anécdota de entrecasa– se debió al interés y la perseverancia de un antiguo alumno del colegio alemán que el propio Priebke había dirigido en Bariloche que, ya adulto y dedicado a realizar documentales, quiso contar algo que lo inquietaba desde muy chico: la transmisión de generación en generación de ciertos esquemas ideológicos dentro de la comunidad alemana en su ciudad en particular y en la Argentina en general.
El documentalista se llama Carlos Echeverría y estaba en eso cuando filmó una escena cuyo desarrollo no había previsto.
Tumulto en una iglesia
El documental de Carlos Echeverría se llama Pacto de silencio y junto con un libro del periodista Esteban Buch y unas imágenes logradas por un equipo de la cadena norteamericana ABC encabezado por el reportero Sam Donadson, resultaron determinantes para que Erich Priebke no terminara sus días impune en la Argentina.
La escena del documental de Echeverría dura apenas unos segundos. Es el 24 de agosto de 1995 y un hombre de pelo ralo y canoso, con los ojos enmarcados por unas cejas más que pobladas, camina por la nave central de una iglesia del centro de Bariloche rumbo a la puerta. El hombre había presenciado la misa completa. A su paso se escuchan aplausos. La cámara lo enfoca y el periodista y cineasta intenta hablar con él.
-¡Priebke, Priebke! – lo llama.
-No – responde secamente el hombre antes que una muralla de personas se interponga entre la cámara y él.
-No va a hacer declaraciones – dice en tono agresivo uno de sus acompañantes.
Y una mujer, fuera de cámara, le grita dos veces el mismo reproche al periodista:
-¡¿Para qué fuiste al Colegio Alemán?!
A todo esto, Erich Priebke ha ganado la puerta y alcanza a subir a un auto que parte a toda velocidad.
La imagen se corta.
Movilidad social ascendente
El documental de Echeverría no sólo muestra a Priebke saliendo de la iglesia, también cuenta su vida, casi como un hilo conductor para narrar la fuerza de la impronta nazi en Bariloche.
-En realidad, yo no quise hacer una película sobre Priebke, sino que él fuera el vehículo para mostrar lo que yo venía observando desde antes de ese puntapié inicial que fue el rechazo a mi presencia en la capilla donde quise entrevistarlo. Eran distintas cosas que notaba desde chico y que tenían que ver con la transferencia ideológica de abuelos a nietos o de padres a hijos, porque si bien yo fui ajeno a eso, porque no era parte del núcleo duro de la comunidad alemana porque mi madre se había casado con un argentino, lo viví de muy cerca y siempre me impactó – le contó Echeverría al autor de esta nota cuando lo entrevistó para Infobae.
Sin embargo, la historia de Erich Priebke y de su ascenso social en Bariloche está contada paso a paso. Desde un poco antes, incluso.
En su breve estadía en Buenos Aires, cuando todavía se ocultaba bajo una identidad falsa, Priebke trabajó como mozo en una de las cervecerías de la cadena Münich, cerca de Retiro.
-Era lógico -explicó Echeverría en esa entrevista – porque antes de enrolarse en las SS, Priebke había trabajado en el rubro gastronómico en Inglaterra y en Italia.
Al llegar a Bariloche, con su verdadero nombre, siguió en el rubro. Primero en el Hotel Catedral y luego en otro hospedaje famoso de la ciudad, el Hotel Bellavista, donde llega a ser encargado. Su dueña lo recuerda como un hombre correcto y eficiente, pero también cuenta con no poca reticencia un episodio en el que dos turistas que se habían alojado allí se espantaron al verlo y que le dijeron que ese hombre tan correcto era un criminal de guerra. “Yo no sabía nada”, dice la mujer y también reconoce que no hizo nada al saberlo.
Erich Priebke abandonó su puesto en el Hotel Bellavista por su propia voluntad. Sus planes de crecimiento económico y ascenso social lo requerían. El siguiente paso fue poner una fiambrería especializada en delicatessen en el corazón del barrio alemán de la ciudad.
El fiambrero nazi
Fue precisamente ahí, en esa fiambrería, donde Carlos Echevarría lo vio por primera vez, cuando tenía unos diez años. No supo quién era, pero un comentario de su madre le quedó grabado en la memoria.
-Fui a la fiambrería con un compañero de colegio. Yo nunca había ido, porque en casa no se hacían cenas alemanas, con mucho fiambre, creo que porque era caro. Cuando lo vi, me impresionó, porque me clavó la vista. Me dio la sensación de que al tipo no le gustaba que yo lo observara en ese lugar de fiambrero, de una fiambrería diminuta, con ese uniforme, el delantal blanco. Como diciendo: “Yo soy otra cosa, yo no soy esto” - recuerda.
Al volver a su casa, Echeverría les contó a sus padres que había ido a la fiambrería con su amigo. Fue entonces cuando a su madre se le escapó una exclamación:
-¡Uh, el nazi!
Echeverría nunca olvidó el episodio y, más de diez años después, cuando lo convocaron a hacer la filmación de un acto en el Colegio Alemán lo reconoció de inmediato. Ese hombre que estaba en el palco era aquel “nazi”.
El ciudadano notable
Para entonces, Erich Priebke había cumplido su aspiración de transformarse en personaje notable y referente de la comunidad alemana de Bariloche.
-Comienza a ser un personaje más notorio a fines de los 70, principios de los 80, porque empieza a crecer el Colegio Alemán, que era al principio un establecimiento pequeño, de primaria nomás, pero por esa época construye un edificio, arma también el secundario y el Instituto terciario. Priebke integraba la comisión directiva y se mostraba en distintas ceremonias. Aparece ahí junto a otras figuras de la sociedad barilochense, como un tipo que no necesita esconderse – dice Echeverría.
De esos años datan fotografías y grabaciones en video de Erich Priebke en actos y fiestas en compañía de jefes militares y de fuerzas de seguridad, y más tarde de concejales, la intendenta de la ciudad y legisladores. También encabeza los actos de entrega de diplomas a los egresados de los diferentes niveles del Colegio Alemán. La Comisión Directiva era una suerte de poder en las sombras dentro del Colegio, donde no se hablaba del Holocausto y se “sugería” a autoridades académicas y docentes cómo encarar -o no encarar– ciertos temas. Por caso, los alumnos del Colegio fueron los únicos en no concurrir a las proyecciones que se hicieron en Bariloche de La lista de Schindler.
Erich Priebke estaba en su apogeo social, protegido por un importante sector de la comunidad alemana de Bariloche, hasta que su afán por figurar hizo que su imagen traspasara las fronteras de la ciudad.
Perdido por el perfil alto
El principio del fin de la edad de oro de Erich Priebke ocurrió en 1991, cuando el periodista Esteban Buch publicó El pintor de la Suiza argentina, un libro que revelaba al mundo la presencia del criminal de guerra nazi en Bariloche.
Para su investigación, el autor contó con una ayuda que parecía impensable dentro de la cerrada comunidad alemana de la ciudad. “La publicación de mi libro fue posible gracias a la ayuda de un grupo de amigos que juntó contribuciones de cerca de cien personas de Bariloche que querían que la presencia de nazis fuera denunciada y discutida públicamente. Eso ocurrió sólo de manera muy discreta en aquel momento, pero el recuerdo de ese dato al menos le pone un bemol a la imagen difundida en los medios de una comunidad formada exclusivamente de gente indiferente o favorable a la presencia nazis”, contaría después Buch.
El libro llegó a manos de una productora de la cadena de noticias estadounidense ABC, que se abocó a investigar los crímenes cometidos por Priebke en Italia. Con ese material recopilado, en 1994 un equipo televisivo encabezado por el periodista de ABC Sam Donadson viajó a Bariloche y abordó sorpresivamente a Priebke en la calle. Su imagen recorrió el mundo y acabó con su impunidad.
Poco después, Echeverría intentó entrevistarlo en la iglesia para su documental.
La comunidad de Bariloche se dividió entre quienes defendían a uno de sus ciudadanos ilustres y quienes repudiaban su presencia en la ciudad. Mientras tanto, la justicia italiana y la alemana realizaron pedidos de extradición, lo que dio comienzo a una larga batalla judicial.
Extradición, condena y muerte
En noviembre de 1995, el gobierno argentino concedió la extradición a Italia, donde fue sometido a dos juicios sucesivos. En el primero, un tribunal militar decidió “no proceder, ya que el delito extinguió por prescripción”, y ordenó la libertad inmediata de Priebke.
Sin embargo, el Tribunal Supremo de Italia anuló la sentencia y ordenó un nuevo juicio en su contra. Finalmente, después de numerosas apelaciones, en marzo de 1998 fue condenado a cadena perpetua, pero debido a su avanzada edad y a las leyes italianas cumplió con arresto domiciliario en Roma, hasta su muerte ocurrida el 11 de octubre de 2013.
La Cancillería argentina rechazó el deseo póstumo del criminal de guerra que había encontrado refugio en el país durante casi medio siglo: que sus restos fueran enterrados junto a los de su esposa en la ciudad que lo había transformado en uno de sus ciudadanos más notables, Bariloche.
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