Guillermo Rawson, ministro del Interior de Bartolomé Mitre se sorprendió cuando los galeses Love Jones-Parry y Lewis Jones le dijeron que sus intenciones eran la de fundar una nación galesa en la Patagonia, con su idioma, su religión, sus escuelas, sus costumbres y hasta con moneda propia.
Escapaban de una Gran Bretaña marcada por la hambruna y las imposiciones de las leyes inglesas, y ahora buscaban mayor libertad. A pesar de las condiciones que pretendían imponer, Rawson no quiso desanimarlos y los ayudó. Los galeses regresaron a su tierra, donde relataron que en el lugar que habían elegido pastaban gran cantidad de animales en praderas interminables, colmadas de árboles frutales en una inmensidad que pedía a gritos ser colonizada.
Partieron del río Mersey, en Liverpool el 28 de mayo de 1865. Fueron 153 hombres, mujeres y niños que debían ir en un barco que no llegaba a puerto. Entonces consiguieron el velero Mimosa, al mando de George Pepperrell, un capitán de 25 años.
Durante el viaje fallecieron cinco niños, uno antes de zarpar, mientras que otros dos nacieron en plena travesía. El 28 de julio de 1865 desembarcaron 150 personas en un lugar al que bautizaron como Puerto Madryn, en homenaje a Love Jones Parry, del castillo de Madryn, en Arfon, Gales. “Arisca, solitaria, deprimente”, fue la primera impresión de los colonos.
La aridez de la zona, el frío y la falta de alimentos los llevó a dirigirse hacia el sur, en dirección al valle del río Chubut. Casi sin agua y comida, estuvieron por bajar los brazos cuando alcanzaron el río. Improvisaron chozas y el 15 de septiembre el comandante militar de Patagones Julián Murga les otorgó la posesión de esas tierras. A cada uno le correspondió 26 hectáreas.
Era la primera colonia galesa, a la que llamaron Rawson, en honor al ministro que tanto había hecho por ellos.
Fueron tiempos difíciles y de Buenos Aires debieron enviarles provisiones y medicinas. La mayoría de ellos eran mineros y carpinteros, que habían trabajado en fábricas y que de agricultura poco conocían.
Aarón Jenkins, que había llegado junto a su segunda esposa Rachel Evans, ante la gran sequía de 1867, encontró la solución a la falta de agua. Descubrió la forma de regar con las aguas del río Chubut a través de un sistema de canales.
Un día el encuentro se produjo: “¡Llegaron los indios!”. El reverendo Mathews recuerda que “hicieron su aparición un anciano, una anciana y dos mozas, ataviados todos con pieles de guanaco. Tenían un toldo hecho de cueros y algunos palos y un gran número de caballos, yeguas y perros. Tanto ellos como nosotros desconfiábamos los unos de los otros, y no sabíamos cómo tratarnos, pues no entendíamos ni una de las palabras que nos decíamos. Poco a poco llegamos a entendernos bastante bien”. Los tehuelches les enseñaron a cazar y a sembrar, a criar ganado y hasta a manejar las boleadoras.
En 1874 llegó otro contingente de galeses, más duchos en el oficio de vivir de la tierra, y todo cambió. Y nacerían otros poblados, como Gaiman, palabra tehuelche que significa piedra de afilar.
John Daniel Evans tenía tres años cuando llegó en el Mimosa junto a sus padres Daniel y Mary Jones. Había aprendido a vivir y a trabajar de la tierra patagónica gracias a la amistad con el hijo del cacique Wisel, quien le enseñó muchos de los secretos para sobrevivir en las praderas. Eran “hermanos del desierto”.
Luego que el capitán Richards llegase con la novedad de que en el oeste había oro, nueve jóvenes organizaron, en noviembre de 1883, una expedición para ir en la búsqueda del precioso metal. Cinco de ellos retornaron a los pocos días de la partida; solo John Parry,s, Richard John Hughes, David y el propio Evans continuaron con la travesía.
Cerca de la cordillera, en febrero de 1884, se habían encontrado con dos araucanos de la tribu del cacique Foyel, quienes con engaños pretendieron llevarlos a sus tolderías, ya que los consideraban espías del ejército. Como pudieron, los galeses se negaron, hubo un intercambio de regalos y consideraron prudente regresar. Llevaban en arreo a 14 caballos.
Cuando creían que ya los indígenas se habían olvidado de ellos, el sábado 4 de marzo fueron sorprendidos por una treintena de araucanos, haciendo temblar la tierra con “unos alaridos espantosos nos hicieron helar la sangre en las venas”, diría Evans. Tan confiados estaban que las armas largas las habían guardado con el resto del equipaje. Solo tenían a mano revólveres.
Evans, que vio a Parry caer por un lanzazo clavado en su lado derecho, logró romper el círculo que habían armado los atacantes. Logró esquivar una lanza, aunque una flecha lo hirió en su brazo. Clavó espuelas y comenzó a galopar desesperado, perseguido por los indígenas. Trataron de bolearle el caballo, y podía escuchar los gritos de que “¡el huinca no escape!”, mientras Evans les respondió con disparos de revólver.
La lucha por salvar su vida lo llevó a no dudar subir una cuesta empinada y al encontrarse con un profundo zanjón que le cortaba el camino se zambulló con su caballo. El animal, al que había bautizado Malacara, cayó con las patas abiertas y logró salir sin lastimarse gracias al fondo arenoso que amortiguó la caída.
Cabalgó ese día y durante la noche, tratando de ocultarse en la vegetación, tomando agua de donde podía y preocupado por los rastros de sangre que dejaba el caballo, que tenía los cascos destrozados. Recorrió unos 150 kilómetros y el domingo 5 estaba a salvo en el valle del Chubut.
Ocho días después se organizó una partida de 40 voluntarios bajo el mando de Lewis Jones para saber qué había ocurrido con el resto de los galeses. Un kilómetro y medio antes de llegar, Evans fue recibido por sus dos perros, que habían permanecido en el lugar.
El vuelo circular de caranchos y chimangos anunciaron lo peor. Hallaron los tres cuerpos mutilados; les habían quitado el corazón y los genitales y algunas de las partes de sus cuerpos nunca fueron halladas. Recibieron sepultura en el mismo lugar. Desde entonces al kilómetro 203 de la ruta nacional 25 se lo conoce como Valle de los Mártires. Y el cruce del río se llama Paso de las tumbas.
Tiempo más tarde, Evans habló con el comandante militar Luis Fontana acerca de colonizar los territorios al pie de la cordillera. De Rawson, Gaiman y Dolavon partieron hacia el oeste. Así es como nació la Colonia 16 de Octubre -en honor a la fecha en que había sido sancionada la ley que creaba la gobernación nacional-y posteriormente se fundó el pueblo de Trevelín, que en galés significa “el pueblo del molino”, ya que Evans construyó en 1918 un molino harinero.
La identificación de los galeses con el país fue determinante cuando en 1902 la zona -disputada por Chile- se sometió al arbitraje británico. El 30 de abril, en un histórico plebiscito, unos 300 colonos galeses decidieron, por mayoría, pertenecer a nuestro país. La reunión cumbre fue en la Escuela N°18 de río Corintos –en ese momento era la escuela nacional más austral del país- se celebró la reunión presidida por el británico Thomas Holdich, por el chileno Hans Steffen y por el argentino Francisco P. Moreno. El mediador inglés fue recibido por un cartel de “Wellcome” y una gran bandera argentina.
“Queremos seguir perteneciendo a la patria que nos cobijó”, declararon.
Evans, que se había transformado en una figura de antología en la Patagonia, falleció en su casa de Trevelín el 6 de marzo de 1943. El caballo Malacara, llamado así por sus manchas blancas en la cabeza y en las cuatro patas, ya viejo en el invierno de 1909 resbaló en el hielo y murió. Tenía 31 años. Evans lo enterró cerca de su casa. Su lápida dice “Aquí yacen los restos de mi caballo Malacara, que me salvó la vida en el ataque de los indios en el Valle de los Mártires el 4/3/84 al regresarme de la cordillera. RIP. John D. Evans”.
De la escuela donde se realizó la histórica votación, no queda nada. El precario edificio se construyó en 1895 y allí enseñaba el maestro Pritchard. En 1922 se construyó un nuevo edificio –el que actualmente permanece- que alberga un museo que nos recuerda la historia de un grupo de galeses que quisieron ser argentinos.
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