“El trabajo doméstico y de cuidados no remunerado representa el 15.9% del Producto Bruto Interno (PBI), actividad con mayor aporte a la economía, por encima de la actividad industrial (13,2%) y comercio (13%)”, según resalta el boletín del Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA).
En 2020 se estimaba que, lavar, planchar, cocinar, curar y ayudar a hacer los deberes tiene precio: todos esos besos, sacrificios, insomnios y levantadas tenía un valor: $4.001.047 millones de pesos. Los datos se desprenden del estudio “Medición del aporte del Trabajo doméstico y de cuidados no remunerado al Producto Interno Bruto”, de la Dirección de Economía y Género, durante la gestión de Mercedes D´Alessandro.
Aunque con la inflación meteórica de Argentina la calculadora estalla en millones de pedacitos y el cansancio de las madres que se cargan en la espalda dar de comer con una remarcadora en la cabeza también se dispara. No es solo el trabajo de cocinar, sino la preocupación por tener con qué cocinar y no es solo ir a hacer las compras, sino lograr comprar y no tener una sensación de infarto en el intento.
El 22 de julio se conmemoró el Día Internacional del Trabajo Doméstico. La fecha quedó en el calendario regional a partir del Segundo Encuentro Feminista Latinoamericano y Del Caribe, que se llevo a cabo en Lima, Perú. El trabajo doméstico es el que permite el resto del trabajo pero no es remunerado y el más invisibilizado. Ser invisible no es un super poder, como dice la comediante Vero Lorca, sino una forma de ningunear eso que parece que se hace solo y lo hacen ellas.
Hoy, que la economía es la vedette de las noticias, también debería importar esta pata de la economía que sostiene el resto de la mesa. Pero, en general, se ve cuánto aumenta el transporte o si los empresarios agrarios no liquidan la soja o no hay repuestos para los autos, pero no como hacen para aguantar las que cambian las bolsas de basura de los tachos, lavan los platos, pelan las papas, hacen fila en la guardia de los hospitales con sus hijos con fiebre, compran los cuadernos antes de la vuelta a clases y llevan la torta del cumpleaños al jardín de infantes.
Toda la cadena económica importa. No obstante, la cadena de cuidados que sostiene toda la cadena de trabajo, no se ve, pero es fundamental para que la rueda gire. Y, en un país, con un riesgo país interno -que no se mide pero que es peor al externo- al ir al mercado, al almacén, pasarle plata por una billetera electrónica a los hijos para que salgan con los amigos, tomar un auto, mirar el resumen de la tarjeta de crédito o ver atravesar una factura por debajo de la puerta o en la entrada del mail es un trabajo de alto riesgo.
Ser trabajadora doméstica en Argentina vale doble o triple, que la inflación ya pasa del 60% y esa es una que sabemos todas. El trabajo doméstico, no solo tiene que valorarse: tiene que valorarse con indexación, medalla, copa y recreos para aliviar el stress. Sin embargo, no hay alivio fiscal ni paritaria que propongan o alcancen para las que paran la olla y hacen la vertical también para que en la olla haya algo para rascar, comer y revolver.
“En Argentina tenemos un registro muy traumático entre los precios y el dinero porque, básicamente, es un país con una inflación alta y persistente, que atraviesa generaciones y destruye cualquier tipo de planificación que podamos hacer de nuestras vidas. En pocos lugares del mundo las personas podrían responder tan rápido y tan bien qué es la inflación y además esbozar algún tipo de explicación de cuales son las causas”, contextualiza la periodista económica Estefanía Pozzo, en el flamante libro Es la economía, vos no sos estúpida, de Editorial Paidós.
“El concepto de la inflación es una de las nociones económicas que las mujeres de la casa manejan con especial versatilidad por el manejo de los precios”, acentúa Pozzo, que cursa una maestría sobre finanzas en la Universidad Di Tella, mientras explica un país en llamas a las que tienen que apagar el incendio de poner un plato en la mesa, cada día, en sus casas.
Argentina está inmersa en un contexto de crisis global con la pandemia (que paralizó al planeta con las personas enfermas, fallecidas o guardadas en sus casas), la guerra entre Rusia y Ucrania (que generó mayor escasez de alimentos y energía), la inflación en carrera y el dólar blue en pleno vuelo. Las crisis son generales, pero la pagan particularmente algunas más que otras.
Por ejemplo, durante la pandemia, el 74% del apoyo escolar a los chicos de la casa recayó en las madres y maestras de doble función, el 70% del cuidado de personas (niños y niñas y ancianos) estuvo en las espaldas de madres e hijas y el 64% de las labores domésticas también se acumuló en las manos de las mujeres, según un informe del INDEC, en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA).
“La reactivación económica y las políticas públicas deben contemplar esta desigual distribución del trabajo de cuidados para brindar herramientas de inclusión en el empleo remunerado de calidad y poder reducir las brechas de género y socioeconómicas que esto produce”, reclaman desde ELA.
En Argentina 9 de cada 10 mujeres lavan la ropa, pasan la escoba, ordenan el placard, preparan café y cuentan un cuento a la noche, entre muchas tareas no visibles pero indispensables para la vida: 92% de las mujeres realiza trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, mientras que el 74% de los varones también lo hace.
En general, si se dice en voz alta, los varones comienzan a decir que ellos hacen y que su casa o su caso no forma parte de las estadísticas. Pero el punto no es la excepción (que hagan pero menos que ellas) o que ellos sean extraterrestres ideales u “HOVNIS” (hombres que se comportan como Objetos No Identificados por el Sexismo). La diferencia no es si una vez van al colegio a buscar a las hijas, sino cuántas veces lo hacen y cuántos son los que lo hacen.
Ellas dedican un promedio de 6,4 horas por día a esas tareas y ellos, 3,4 horas diarias (promedio). Tiempo y dinero, los dos valores más preciados se conjugan en un subibaja en donde ellas ganan menos (se estima que, en la Argentina, las mujeres ganan 24,9% menos que los varones) pero ponen más tiempo y ganan menos dinero porque tienen menos tiempo para producir afuera mientras producen (o sobreviven) en sus hogares. Soportar la crisis desde adentro vale doble.
Si el trabajo doméstico está tercerizado y es una empleada la que deja tartas en el freezer, saca las telas de arañas, despeja los vidrios y le pone suavizante a las toallas no es que eso favorece la igualdad porque son mujeres las que, en el 98% de los casos, realizan el trabajo doméstico. Si en la pandemia muchos varones descubrieron cuánto se ensucia y cuánto cuesta pasar el trapo del piso, empujar el cepillo en el inodoro o lavar los vasos parecía que ese trabajo iba a valorarse más. Pero todo optimismo quedo arrumbado en el rincón de la desilusión post pandemia (post pero ni pasó).
¿Y qué tiene de malo? Que es un trabajo desvalorizado y que, aunque implique mucho esfuerzo, no es bien remunerado. En una Argentina que todo es más caro y las más pobres son más pobres todo dato puede empeorar pero ya es grave lo que podemos mirar: la actividad del servicio doméstico alcanzó una tasa de pobreza femenina del 48% (la más alta por rama de actividades realizadas por mujeres), durante el segundo semestre de 2021, según datos del INDEC, procesados en un informe del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec).
Hoy existe un auge del consumo en restaurantes y bares post pandemia (consumo revancha) pero si la cocina del hogar está engrasada y la pileta llena de vasos sin lavar no podríamos hidratarnos ni nutrirnos. Sin embargo, el trabajo esencial es el más desvalorizado (trabajo olvidado). “El trabajo doméstico remunerado es la rama de actividad con mayor informalidad, la más afectada por la pandemia, la más feminizada y la de menores remuneraciones de todo el mercado de trabajo”, informa CIPPEC.
En nuestro país, casi el 90% de las mujeres llega a la edad jubilatoria sin los 30 años de aportes necesarios para acceder a este derecho. No es que no trabajaron, sino que es un trabajo no reconocido, hasta que ANSES implementó el reconocimiento por tareas de cuidado para ayudar a las madres que no llegan con los aportes a alcanzar con dignidad una jubilación para vivir.
“La alta informalidad y las bajas remuneraciones inciden sobre el acceso de las trabajadoras domésticas a una jubilación, condicionando sus años de aportes y sus ingresos percibidos”, señalan Florencia Caro Sachetti y Juan Camisassa, autores del documento de CIPPEC “Esenciales, pero no reconocidas: las trabajadoras domésticas remuneradas y el impacto de la pandemia”.
En Argentina está presentado un proyecto de ley de cuidados por el Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad. La crisis política y económica y la dispersión de demandas por parte del feminismo no lo están poniendo en agenda para que pueda aprobarse e implementarse con un presupuesto que implique una diferencia y no solo una declamación de buenas intenciones.
“La creación de un Sistema Integral de Cuidados (SIC) que reorganice, profesionalice y garantice ingresos dignos para estas tareas será fundamental. A su vez, es necesario que las políticas se diseñen teniendo en cuenta que las mayorías de menores ingresos se componen de mujeres y que las condiciones en las que esas mujeres se insertan en el mercado laboral son más precarias y volátiles”, reclaman desde Economía Feminista.
La crisis de Argentina no tiene una luz al final del túnel, pero se debe sostener a las que buscan precios, las que hacen cuentas a la noche en vez de contar ovejitas, las que ven que sacan de la lista del súper y como hacer para que sus hijas se calcen un pantalón de gimnasia o unas nuevas zapatillas. Las que tienen que llevar el desayuno y pagar la tarjeta con la que compran la leche o el remedio cuando hay anginas. Las que cuidan no pueden ser invisibles en un país donde el mayor riesgo es el descuido.
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