El hermano jesuita César Fretes murió en el año 2015, a los 45 años, producto de un cáncer. En su muro de Facebook recibió mensajes de despedida y de cariño. Ninguno decía nada sobre su verdadero carácter, y nadie escribió una sola línea sobre lo que hacía con los chicos en su despacho de ventanas tapadas.
Pero un día, ya mucho después de su muerte, ese silencio se rompió. Lo hicieron primero dos de sus víctimas, Pablo Vio y Gonzalo Elizondo. Fue un acto valiente que empujó la primera pieza del dominó, y las voces comenzaron a llegar.
Los abusos sucedieron entre fines de los años noventa y el año 2003, en el colegio jesuita Del Salvador, en la Ciudad de Buenos Aires. Fretes era tutor de los alumnos de sexto grado, una suerte de preceptor del último año de primaria. Luego los chicos pasaban al secundario y ya no volvían a verlo. Así, los abusos se sucedían año tras año sin que se los denunciara. Finalmente una de sus víctimas -que aún prefiere no hablar- lo charló con un compañero. “Yo tenía un mejor amigo que se juntaba mucho a hablar con César, tenían mucha confianza. Y un día mi amigo me cuenta que se estaba sintiendo muy incómodo porque estaban sucediendo cosas que lo incomodaban… le tocaba los genitales y lo masturbaba un poco. Yo le dije que me parecía raro y que se lo tenía que contar a sus viejos. Y lo mismo escuché de otro amigo más, que también era de mi curso. Yo les insistía a los dos que se lo contaran a sus padres, porque no entendía bien qué pasaba, pero me parecía raro”, cuenta a Infobae ese compañero, que prefiere mantener el anonimato para no exponer a quienes prefieren no hablar públicamente.
La actuación de este compañero fue clave para que los abusos se detuvieran. Corría el año 2003 y fueron los últimos meses con Fretes en la escuela. “Un día antes de ir al colegio, en el palier del ascensor, se lo conté a mi madre. Le dije lo que estaba pasando y que mi amigo no lo quería contar. Esa semana el tipo se va del colegio y no vuelve a aparecer. Años más tarde me enteré de cómo fue toda la secuencia. Esa misma noche que yo le conté a mi vieja había una reunión de padres, y mi mamá le contó a los padres de mi amigo. Al día siguiente se juntaron con el rector del colegio y a partir de eso lo sacaron. Y no lo vimos más”, relata. Si esto no hubiera sucedido, los abusos hubiesen continuado. Y si Pablo y Gonzalo no lo revelaban, esto nunca se hubiera sabido.
“Por incomodidad, o porque nadie tuvo la valentía que tuvieron Pablo y Gonzalo al hacerlo público, esto no se hablaba, pero hace años es un secreto a voces, porque lo sabíamos todos. Mucha gente estuvo afectada y tiene algo para sanar. Y creo que, tal vez, con esto hoy, lo están sanando”, agrega este ex alumno de El Salvador.
Otro compañero de la misma camada, también de forma anónima, suma elementos y asegura que para él hubo al menos 25 casos. “En el colegio no lo hablamos, pero una vez egresados lo volvimos a charlar mucho porque jugando a la pelota con chicos cinco años más grandes que nosotros, circulaba este tema también. Es decir, el accionar de este tipo llegó por lo menos a seis camadas”, dice.
Según él, hay un factor identitario para gran parte de los alumnos de Del Salvador y eso produjo que no se hable antes. “Yo soy egresado de una camada menor a la de los chicos que denunciaron los primeros abusos”, dice. “Cursando sexto grado, César Fretes, nuestro tutor, fue trasladado a Mendoza. Pero César siempre repetía su modo de accionar: todo ocurría en su despacho, de forma individual, y con la excusa de los cambios fisiológicos por la pubertad introducía el tema “sexualidad e higiene genital”. Esas conversaciones las tenía con la gran mayoría. Luego hay casos de chicos a quienes en ese contexto les hacía bajarse los pantalones. Y luego otros casos de acceso corporal”, relata.
“Cuando comenzó a circular este tema, me puse a buscar recuerdos de aquella época de manera muy obsesiva, revisando con padecimiento y hasta el hartazgo cada imagen y vivencia que había tenido con esta persona. No recuerdo abuso, pero si charlas individuales en su despacho sobre higiene genital. Me preguntaba ‘si me tiraba el prepucio para atrás’... Recuerdo que su despacho estaba cubierto de cartulinas en las ventanas laterales, y una cortina plegable en la ventana de la puerta que él bajaba durante estas charlas, evitando la visibilidad de lo que pudiese ocurrir en el interior”, recuerda.
Los relatos, una vez que Pablo y Gonzalo dieron el primer paso, comenzaron a aparecer. Muchos aún prefieren no hablar en público, pero todos comparten el mismo deseo de que quienes eran responsables del colegio en ese entonces se hagan cargo del ocultamiento que facilitaron en su momento.
En un comunicado publicado esta semana, el colegio aceptó lo sucedido, pidió perdón y aseguró que no podían denunciar el hecho porque no estaba en sus facultades y solo las familias podían hacerlo. Sin embargo, Carlos Lombardi, abogado de Pablo y Gonzalo, explica: “La obligación legal que tenía la autoridad del colegio era la de hacer la denuncia contra el hermano César Fretes, porque hay un principio establecido en la convención de los derechos del niño que es el del interés superior del niño. Es un principio general del derecho que prevalece por estar incluido en una convención internacional con jerarquía constitucional”.
“Que esta persona haya muerto impune genera mucha impotencia. Te hace sentir que te quedaste sin la posibilidad de justicia. Este tipo se murió, con quién te vas a quejar, ¿no? Pero después entendés que más allá de lo que hizo esta persona, en algún punto existieron complicidades y cosas que no estuvieron bien hechas. Es todo un verdadero proceso ir entendiéndolo”, dice Gonzalo Elizondo ahora.
Tanto él como Pablo tienen hoy 31 años y su vida se vio revolucionada por la denuncia. A una semana de haberlo contado, hablaron con Infobae para relatar lo sucedido y reflexionar sobre la importancia de visibilizar la enorme cantidad de casos de abuso que aún hoy permanecen ocultos en la sociedad, tanto adentro de la iglesia como en cualquier otro ámbito.
-¿Están aliviados de haberlo contado?
Gonzalo: Sí, mucho. También generó muchas emociones y mucho cansancio. De hecho, hoy estoy con una contractura violenta. Pero sentí mucho alivio porque lo veníamos charlando hace un tiempo y teníamos ganas de avanzar, y es importante haberlo concretado. También recibimos muchos mensajes de cariño y hay compañeros que se están animando a contar lo que vivieron. Entre todos los compañeros había un secreto a voces que nadie estaba diciendo y muchos nos agradecieron el haberlo puesto en palabras, haber puesto la cara y destapar la olla.
-Sé que hay mucho sentido de pertenencia en el colegio. ¿Se sintieron acompañados a partir de la denuncia pública?
Pablo: Hay varias cosas que siento. Por un lado sentí el apoyo 100% de lo que podríamos llamar la comunidad del colegio. Uno de los temores más grandes que teníamos era la sensación de que a muchos le estábamos dañando el recuerdo del colegio. Y si bien no me siento parte de esa comunidad, muchos de mis amigos sí lo son y sabía que por ahí les iba a herir ese sentimiento. Pero nada de eso sucedió: todos los mensajes que recibí de mis compañeros y de otras camadas fueron 100% positivos. Ahora, del otro lado de la moneda, me sorprendió no recibir mensajes de profesores, de ex tutores, de personas que eran de la comunidad y ni aparecieron. Y me sorprendió también que hubo mucho más mensajes de parte de mujeres que de hombres, me escribieron hasta novias de amigos míos que ellos mismos no me escribieron. Eso fue muy loco. Pero más allá de esto, creo que todos sintieron que fue correcto lo que hicimos.
-¿Qué recuerdo tiene de lo sucedido con César Fretes?
Pablo: Él aprovechaba nuestro despertar sexual, porque sexto grado era un poco esa etapa. Nosotros íbamos a un colegio solo de hombres, entonces ni siquiera veíamos a una mujer. Y él fue el primero que me habló alguna vez de algo sexual sin pudor. Me hubiera gustado que esa primera persona fuera alguien que nos cuidara y no una persona que me pidió que me bajara los pantalones… Creo que por eso él entendía cómo operar con nosotros, por ese momento de nuestras vidas. Claramente nosotros quedábamos como embobados, un poco con ese Síndrome de Estocolmo. Sentíamos un amor hacia él a pesar de que lo que estaba haciendo era horrible, pero en ese momento no lo podíamos ver y él lo aprovechaba.
-En tu caso, Gonzalo, ¿qué sucedió?
Gonzalo: Teníamos algo en el colegio llamado Encuentros con Cristo, que eran como retiros espirituales. Nos íbamos un fin de semana a algún lugar y dormíamos ahí. Fretes aprovechaba esos espacios. En mi caso particular, en uno de esos retiros él entró en mi cuarto mientras estaba durmiendo, me desperté y lo tenía al tipo tocándome. Ahí sacó la mano y me dijo: “uh, estabas sonámbulo, seguí durmiendo”. Y se fue. Yo seguí durmiendo, por eso no entendía lo que había pasado. Y al día siguiente el chabón me hacía chistes con que era sonámbulo y qué sé yo. No había entendido. Y cuando escuché que lo habían sacado del colegio por una situación de abuso con otro chico, ahí entendí.
-¿Cuando sucedió no lo hablaron con nadie? ¿Él les decía que no dijeran nada?
Gonzalo: En mi caso, yo no lo entendí. Pero un año después empieza a circular el rumor de que a Fretes lo habían mandado a Mendoza por abusos, ahí entiendo que lo que me había pasado no era un accidente sino que había sido un abuso. Y ahí lo que yo pensé ingenuamente fue que en el colegio ya sabían e iban a tomar medidas, iban a actuar bien, entonces por vergüenza o lo que sea asumo que lo mejor es no decir nada y cuidarme. Yo era muy chico, viste, y nadie vino a preguntar nada, nadie dijo nada, y así fue por largo tiempo. No conté nada de nada durante casi 20 años.
Pablo: A mí estos días me llegó un relato de un ex compañero que cuenta que su experiencia fue similar pero me aportó algo que no me acordaba. Primero hacía preguntas sobre la sexualidad, después te hacía bajarte el pantalón, tocarte, buscar una erección, etcétera… Eso lo sabíamos, pero este compañero cuenta que le decía que eso solo lo hacía con un grupo selecto de la camada y que no tenía que contarlo, y te hacía sentir especial. A mí por ejemplo me pedía que en el baño me comparara el pene con el de mis compañeros para ver si lo tenía grande o no. Y después se lo tenía que contar. Teníamos once años… En ese momento me traumó desde un lugar distinto. Yo no solo que no supe que era un abuso, sino que se puso en el lugar de persona que me enseñó algo. Y no solo que no me enseñó nada sino que me generó un trauma que era siempre que estaba en un baño miraba los genitales del otro y estaba acomplejado con lo mío porque él me metió eso en la cabeza, cuando nunca antes en mi vida yo había estado en un vestuario mirando a los otros porque era chico y no me interesaba.
-Cuándo lo sacan del colegio, ¿qué pensaste?
Pablo: Cuando se corren los rumores y lo sacan, en mi cabeza yo lo defendía, porque sentía que había tenido una buena experiencia con él, porque teníamos un lazo de confianza. Él fue la primera persona que me habló de masturbarse por ejemplo, y yo me fui a masturbar a mi casa porque él me lo dijo. Y hoy entiendo que eso está completamente mal, pero tardé mucho en procesarlo.
-¿Qué sentías vos respecto a él todos estos años?
Gonzalo: Yo ya en la época del colegio secundario sentía mucho odio hacia esta persona. Pensaba: el día que lo vea venir lo voy a apuñalar. No se lo decía a nadie, solo pensaba: que no aparezca porque lo mato. Pero no lo vi nunca más.
-¿Tenías la necesidad de que te pidiera perdón alguna vez?
Gonzalo: No, la verdad que es lo último que me importaría. Primero porque no se lo creería nunca, un tipo que abusó más de 30 pibes, ¿qué perdón puede pedir? Me hubiese encantado que fuera preso. Pero se murió.
-¿Cómo fue la primera vez que lo contaron y por qué?
Gonzalo: A mí me pasó después de lo de Thelma Fardín, que se empezó a hablar de abuso. No solo el caso de ella sino todo lo que alentó. Ella habló a fines del 2018, y yo hasta ese momento no se lo había dicho a nadie. Y ahí me di cuenta que no podía ser eso. Y le escribí a un amigo por whatsapp porque quería saber qué había pasado. Le dije medio tanteando: “che, a mi me pasó algo con esto, ¿vos te acordás?, ¿qué viviste?”. Como hasta tratando de hacerme el boludo incluso, hasta que entendí que tenía que empezar a hablarlo. Y ahí empecé a preguntar para ordenar las piezas y saber lo que había pasado.
-¿Qué esperan del colegio hoy?
Pablo: Yo no sé si espero algo del colegio como tal, me gustaría que accionen las personas más de arriba. La institución es una institución educativa con sus cosas buenas y sus cosas malas, pero la falencia acá es de una institución mucho más grande donde sucede esto constantemente y su accionar es así, trasladar a las personas… De todo esto la verdad lo que queremos que salga como positivo es que se hable. Que se hable y que se pueda pasar la vergüenza al otro lado, al que corresponde, y que se visibilicen estos casos.
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