“A Ramoncito lo asistí en el parto, un domingo a las 3 de la madrugada. Nació en mis manos”, comenta el criador José Luis Pereyra cuando le preguntan por el ejemplar de 13 meses que lo acompaña en la Exposición Rural Argentina. La criatura nació producto de una fertilización in vitro, y por supuesto, Pereyra estuvo allí. El bovino vio la luz en la cabaña “Don Rodolfo” del municipio bonaerense de Carmen de Areco, su raza es Gallowey -una de las más antiguas de Escocia, que llegó al país en 1920- y su carne es una de las más cotizadas. Pero a José Luis eso no lo conmueve. “Mi Ramoncito se va a morir de viejo, nadie se lo va a comer”, dice con guiño de ojos.
Lalo, un petisero de 60 años que también acompaña al animal, explica: “Criarlos tiene su trabajo, lleva su tiempo, hay que sacarlo todos los días, atenderlo. Come un pasto que no puede estar muy seco. Hay que ver qué no le falte ni agua ni comida, y tenga una ventilación adecuada”, agrega. “Es muy querido, vino en camión hasta acá, y se portó muy bien. No tuvimos que amansarlo”, concluye el petisero.
El animal, cansado, se tumba entre pastos secos en el piso, y cómo si nadie lo estuviese observando continúa comiendo un pasto verde -ni seco, ni vivo-, y solo se levanta cuando lo estiran de una cuerda, para hacerlo desfilar entre los centenares de visitas.
La Exposición Rural regresó después de la pandemia para su edición número 134. Con una inversión de 500 millones de pesos y la creación de 9.000 puestos de trabajo, más de 400 expositores, 2500 animales en exposición, 200 conferencias e infinidad de actividades hasta el domingo 31 de julio.
Tras pasar las puertas de ingreso, los atuendos hablan por sí solos. Las escarapelas argentinas se ven de a centenares, los ponchos están por todas partes, y las botas acomodan a la perfección un atuendo tranquilo. Hay boinas, y por supuesto, mate, indispensable para caminar por los 45.000 metros cuadrados del predio.
La amante de los búfalos
Cuando Maria Nilda Silva heredó un campo, su hijo (el luchador olímpico Yuri Maier, quien se encontraba en la India) le recomendó: “Mamá, tendríamos que comprar búfalos, mira cómo la gente los quiere, hasta los veneran en las calles”. El mensaje estaba acompañado por imágenes de los animales. Era 2014, y de un instante a otro, Nilda dejó su casa en Ciudad de Buenos Aires para instalarse en el paraje Paso Florentín de General Paz, Corrientes. “Me trajeron 110 búfalos. Nunca había visto uno. Estaba yo sola en el campo, agarré una cría, la abracé y lloré toda la noche. Se llama Olivia, y ahora todos quieren uno de esos”, revive con ternura.
Algunos ya la ungieron como “la influencer de los búfalos”, ya que no solo los cría entre sus brazos y les canta canciones en el Establecimiento Pedro Antonio Silva y la Cabaña Little Punjab, sino que también comparte todas sus vivencias en su cuenta de Instagram (@bufalos.marianildasilva), que cuenta con más de 8.000 seguidores. “Abrazarlos es simplemente hermoso, es extraordinario. Yo me levanto y lo primero que hago es compartir en mis redes cómo están mis animales”, comenta.
La productora agraria, que fundó el primer centro de inseminación bufalino, es reconocida como “la encantadora de los búfalos”. Cría las razas Mediterránea y Murrah, unos animales de gran tamaño que parecen bestias de algún cuento de terror -con cuernos y aros en sus narices- y pesan entre 600 y 800 kilos. Pero a María nada la asusta, ni siquiera quedar muy pequeña entre esas moles. Simplemente danza, se sube a sus espaldas y los abraza con pasión.
Ella misma los domestica con muchísima paciencia. Mientras descansa sobre un búfalo de Delhi en la Rural, comentó: “Soy una de las pocas mujeres que trabaja en el campo, que está todo el día allí, sola con ellos. Son como mis hijos. Responden cada uno por su nombre y aunque durante el día tengo ayuda para darles de comer, yo los atiendo hasta la noche”. Sus expectativas son “que más personas los consideren para leche, ya que con cinco litros se produce un kilo de queso. En nuestro caso nos dedicamos a la genética, a mejorarlos y amansarlos, con muchísimo amor”.
El amor de las ovejas
En Argentina existen más de 14 millones de ovejas de diversas razas, pero pocos animales son tan dóciles como Jerónimo, un carnero de la raza Hampshire Down, que de la mano de su cabañero Jorge Linares, desfila entre los espectadores. “Estuvimos seis horas para peinarlo, lo arreglamos y lo pusimos así de lindo”, comenta el cabañero.
Jorge tiene 41 años, nació en un campo en Pergamino, provincia de Buenos Aires, y desde que tiene 10 años cría ovejas. Hace más de ocho años que lo hace de manera profesional en su cabaña “Don Jerónimo de Los Cinco Ases S.A.”, y en la edición de la Rural del 2019, uno de sus animales se llevó el título Gran Campeón Macho Hampshire Down. “Mi padre siempre me decía que deje de molestar con las ovejas, después de que vieron que me fue bien, me motivaron”, dice entre risas el exitoso emprendedor agropecuario. Con Jerónimo entre sus brazos, confiesa: “Yo destiné mi vida a estos ejemplares, lo hago con pasión, y es lo que me gusta, por eso gané competencias”.
“Se parecen mucho a los perros, cuando una madre se muere en el parto se les llama guachos, estos te reconocen por el nombre cuando los llamas, nosotros tenemos a Ringo”, dice mientras saca su celular para enseñar un video en el que un cordero juega con un perro y su pequeño hijo, llamado igual que el carnero.
Pero la mayoría de sus ovinos del Pabellón Ocre -que superan las 50 cabezas- se encuentran entre el pasto seco y las rejas de corral. Están cubiertos, vestidos con una especie de túnica animal. ”En las competencias se los valora más cuando los ven limpios, por eso los tapamos, es para que no corran el riesgo de ensuciar el pelaje”, explica el productor, que asiste por tercera vez al evento.
50 años de artesanos en la Rural
En la entrada del Pabellón Ocre, se encuentra la sección de Artesanías Argentinas. Allí se pueden encontrar desde telares autóctonos producidos por comunidades wichi y expuestos por la Fundación Nikow, hasta infinidades de diseños de mates tallados a mano y decorados con una infinidad de cueros.
“A mí la Rural me salvó la vida, me hizo criar a mis 10 hijos”, inicia Escolástico Guillermo Ramos, un jujeño de más de 80 años que en su infancia cuidaba llamas, hasta que comenzó a comercializar sus manualidades. “En una feria me encontré la señora Uriburu y me ayudó a venir a vender, empezamos en 1986. Hoy solo quedamos dos de esa época”, comenta. En su stand se puede destacar unas maravillosas piezas de barro rojo pintadas con paisajes del norte del país, y fueron elaboradas en familia bajo el nombre “Eco de los Originarios”.
Las artesanías cumplen medio siglo de presencia en la feria, y Eclesiástico es parte de toda esa historia. Pero a 15 metros de distancia, todavía aguarda el entrerriano Antonio Garita (de @artesaniasgaritas), quien hace 50 años que hace mates. “Cuando empezamos, nosotros exponíamos nuestras piezas en fardos de pastos, hasta que un día nos movieron a este sector cuando vieron que todos los turistas querían venir a ver nuestras artesanías. Hoy nos dan mucha importancia”, comenta.
Conciencia ecológica
A diferencia de otras décadas, el cuidado por el medio ambiente resalta en infinidad de puestos. Entre las opciones que se ofrecen, se encuentran las de clases de huertas para chicos. Pero, para quienes no quieren ensuciarse las manos con tierra, existe la posibilidad de acercarse a la Casa de Córdoba para comprar especies autóctonas para plantar en casa: un jacaranda cuesta 800 pesos, o cualquier aromática para una huerta, 300.
Detrás de la oferta ecológica, un profesor y activista cordobés, Miguel Angel Dragovich, se expresa: “Hicimos este proyecto para disminuir la huella de carbono, nosotros somos parte del cambio del mundo”. En cuanto a la participación en la exposición, comenta: “Vinimos a la Rural para mostrarnos, somos productores de plantas, y nuestra misión es tener un mundo más verde. Como vivero funcionamos dentro de un colegio secundario -La Escuela de la Familia Agrícola- y todo lo vinculamos con los chicos. Ellos son los generan el cambio de conciencia cuando participan de las actividades”.
Las plantas nativas, se ponen en el medio de la escena. Entre risas, agrega: “A mucha gente no les gusta, cuando son chiquitas parecen maleza, pero en realidad son las que mejor se adaptan a cualquier clima y menos cuidado necesitan”. Una de ellas, el algarrobo, es la favorita del ingeniero. Posa con ella, y remarca: “plantar una autóctona es un cambio enorme en todo un ecosistema”. Además de no requerir cuidado y disminuir la huella de carbono, traen mariposas que danzan con libertad a su alrededor.
En esta ocasión los cestos de reciclaje están disponibles dentro de todo el predio, e incluso se brinda información sobre el compostaje. El cambio también empezó en la Rural. Es verde y contempla a los más chicos.
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