“Mi papá tiene su grupo de amigos desde los 4 años, todos tuvieron hijos. A la vez, todos nosotros somos amigos y tenemos un grupo. Y ahora empiezan a nacer hijos de nuestro grupo de amigos. Más que amigos, una familia”, escribió en su cuenta de Twitter la usuaria Brunela Haddad y acompañó con dos fotografías de un gran grupo humano.
La primera foto, tomada en la playa durante una de las tantas vacaciones compartidas, muestra a la “segunda generación” en su tierna infancia e incluso algunos eran bebitos en brazos de los flamantes jóvenes padres. La siguiente imagen es actual: los retoños están crecidos y con Conrado, el primer integrante de la “tercera generación”, en brazos.
Esta historia, que conmovió en las redes sociales hace unas semanas, se inicia en 1970 cuando los hoy padres se conocieron con apenas cuatro años. Crecieron juntos y lo compartieron todo: se contaron sobre sus primeros sueños, las primeras citas, los desamores y cada uno fue cómplice y testigo de la historia de amor del otro. Cada una de las novias fue integrada al grupo, se hicieron amigas entre ellas y, con el paso de los años, el grupo se agrandó con la llegada de los primeros hijos: Juan Pablo y Brunela Haddad fueron los primeros en nacer y la tercera fue Agustina Camenforte. Les siguieron una docena de niños más.
Esos hijos también se hicieron amigos entre ellos y formaron su propio grupo. Hoy son quienes comienzan a dar vida a la tercera generación que, están seguros, mantendrán a flote la amistad que los une.
“Para nosotros esta relación es tan natural como es natural el grupo de amigos de los padres, que hacen sus planes solos; como el grupo de las madres y a la vez los subgrupos que hay divididos por edades. ¡Ja, ja! Fue gracias al posteo que se hizo viral en Twitter que todos nos dimos cuenta de lo loco que es para la gente la relación que tenemos porque nosotros nacimos con esto y lo vivimos con naturalidad”, le admite a Infobae Agustina, miembro del grupo y mejor amiga de la mujer que hizo viral la historia de los casi 70 amigos que se inició con ocho niños del Valle de Mendoza.
“Los 8 en el valle”
Fernando Peiró, Ariel Bernardi, Edgardo Camenforte Torfe, Luis Roberto Mirabile, Gustavo Bernardi y Pablo Haddad tenían apenas 4 años cuando se conocieron en una escuela de Mendoza y también compartían clases de esquí en Las Leñas. Sus padres (que con el tiempo también se hicieron amigos), eran quienes los llevaban a practicar ese y otros deportes, típicos de montaña y que aún los mantiene activos no solo a ellos sino a sus familias.
“El nombre del grupo original es porque eran ocho niños que salían a divertirse esquiando por el valle de Las Leñas, en Mendoza, y más tarde reforzaron ese grupito que aún mantienen”, cuenta la de Edgardo y Claudia, que elijen como vocera del grupo para responder el llamado de Infobae.
Esos niños crecieron y siguieron juntos. “Compartieron toda la escuela, hicieron los primeros viajes de adolescentes juntos, juntos vivieron absolutamente todo”, reconoce con orgullo sobre el inicio de la amistad de los hombres que hoy tienen entre 56 y 57 años.
Con el tiempo, al grupo de ocho se sumaron dos amigos más y años más tarde, las novias y futuras esposas (y exmujeres, en algunos casos). “Entre ellas también se hicieron muy amigas porque se cayeron bien no porque debían hacerse amigas, eso fue lo fantástico. Y más tarde llegamos nosotros, los hijos”, cuenta.
Lo maravilloso es que esos hijos también crecieron muy cerca y decidieron continuar la historia. “En el caso de Brunela y mío, somos amigas desde la panza. Nuestras madres son muy amigas y se acompañaron en sus embarazos y nosotras también nos hicimos mejores amigas. Pero, además, nuestras abuelas se hicieron amigas”, cuenta asombrada al darse cuenta del gran vínculo que las une y que asume poco frecuente.
“Crecimos considerando como algo normal que nuestros padres viajaran solos al igual que lo hicieran nuestras madres. También compartimos vacaciones todos juntos, sobre todo cuando éramos chicos que íbamos en caravana en los autos familiares hasta la costa de Buenos Aires”, detalla.
Las vacaciones
Antes de comenzar la vida en pareja, “Los 8 en el Valle” solían compartir juntos las vacaciones. La costumbre pasó a los viajes con sus novias y luego a las vacaciones familiares. Ello no quitó que los amigos mantuvieran sus viajes en solitario, al menos una vez al año.
“Para ellos la prioridad siempre fue irse solos de viaje. La amistad de ese grupo de amigos era prioridad en la vida de cada uno de ellos, entonces todos los hijos nacimos con esa prioridad en la cabeza. Por eso, creo que también somos tan amigos todos y por eso entre los hijos, más que sentirnos amigos nos sentimos primos”, admite.
Cada viaje ameritaba una serie de preparativos y tiempo de anticipación debido a la cantidad de camas a reservar en plena temporada de verano.
“Solíamos ir a un apart hotel de Mar de las Pampas, que reservaban con bastante anticipación y casi lo ocupábamos todo. Cada familia tenía su espacio, pero cada vez que bajábamos a la playa era todo un movimiento de gente porque imagínate que de las ocho parejas del grupo original, cada una ya tenía entre cinco y tres hijos... Los hijos más grandes éramos como 13, solo nosotros... ¡Ahora cuando nos juntamos somos como 70!”, saca cuentas asombrada.
Otras de las vacaciones esperadas eran la temporada de esquí en el Cerro Chapelco. “Cuando invitaba a sumarse a esos viajes a amigas que no son del grupo, no entendían cómo podíamos tener un grupo tan gigante, con la dinámica que manejamos. ¡Se sorprendían mucho!”.
La unidad que tiene también cuenta con grupos reducidos. “También tenemos subgrupos: los padres, claro, por un lado; las madres, por otro; los hijos que tenemos entre 27 y 29 años; los de 25 y 26, por otro; y los de 21 a 23 años son otro grupito... ¡Nos dividimos por edades para salir y compartir otras cosas también! Pero desde que el posteo de Brune se hizo viral decidimos juntarnos en un grupo de WhatsApp que hasta entonces no teníamos y nos llamamos The Magnifics”.
Debido a la relación de familiaridad que mantienen, pocas veces hubo “roces” románticos o confusiones entre hijas e hijos. “Tenemos una relación más de primos que de amigos, entonces si bien alguna vez hubo un roce entre algunos, se le dio prioridad a la amistad y no pasó nada más, aunque siempre fue muy difícil que eso sucediera por el tipo de vínculo. Además, todo esto está super hablado entre nosotros”.
Como toda familia, de sangre o por elección, se cuidan mucho. “Somos un grupo de pertenencia, entre todos y con cada uno. ¡No sé cómo explicarlo! Pero, por ejemplo, si los padres se juntan solos en una casa, y estamos juntos en otra casa un grupo de hijos, les caemos y todos somos un grupo de amigos más y solo padres e hijos. Compartimos entre todos algún fernet y miles de anécdotas”, revela y admite que al no haber fanatismo por ningún club de fútbol, no hay motivos para peleas.
Una divertida anécdota del grupo
No recuerda el año exacto, sí que aún eran chicos. Estaban de vacaciones en Chapelco disfrutando de la temporada de esquí cuando pasó algo que pudo cambiar el destino del grupo, pero, pese a todo, es una de las mejores anécdotas que recuerda Agustina.
“Las madres se habían quedado en el departamento y los hijos más grandes fuimos con los padres a escalar y a buscar una cascada en medio de la montaña. Hicimos una caminata larga y, cuestiones que fueron pasando en el camino, ¡nos perdimos! Ya estábamos en la frontera con Chile y no sé cómo nos perdimos, nos quedamos sin señal de celular, con la camioneta atascada en el terreno y para sacarla había que remolcarla... ¡Estábamos muertos de hambre y no teníamos cómo volver!”, inicia el relato.
Sigue: “Éramos unos 30 entre padres e hijos perdidos en medio de la nada. Comenzamos a caminar buscando ayuda y luego de unas horas vimos una casona gigante, en medio de la nada, y tocamos la puerta... ¡Era un hotel abandonado o cerrado, nunca lo supimos! Pero nos atendió una mujer que tenía ropa de trabajo. Nos hizo entrar y nos preparó una mesa para comer. Había cocinado porque le contamos que estábamos perdidos... Recuerdo que había hasta ensalada de rúcula que la cosechaban del invernadero. Allí, los hijos pasamos casi todo el día, recordando las horas perdidos por buscar una cascada; los padres habían regresado por la camioneta. Ya casi de noche pudimos volver al departamento, con la camioneta remolcada. Las madres estaban muertas del susto porque nadie había respondido los teléfonos en todo el día y cuando nos preguntaron qué había pasado no pudimos hablar por la risa que nos dio recordar que habíamos imaginado historias paralelas de nosotros muriendo de hambre mientras los padres se perdían buscando la camioneta... Fue, para mi, el mejor recuerdo de mi vida y el que resume el hermoso vínculo que tenemos”.
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