Pelotudo, mierda y carajo: cuando Fontanarrosa pidió una amnistía para las “malas palabras” en un Congreso de la Lengua

El 20 de noviembre de 2004, el humorista gráfico y escritor argentino expuso en el Congreso Internacional de la Lengua Española una defensa hilarante sobre las “malas palabras” y la necesidad de integrarlas al lenguaje. El recuerdo de su memorable intervención pública y el discurso completo en un auditorio en Rosario, su tierra natal, a 15 años de su muerte

El escritor y humorista gráfico participó del Congreso de la Lengua Española de 2004, en Rosario, y dio un discurso memorable

Hubo una vez que un escritor insultó ante un auditorio lleno, sobre un escenario, acompañado por intelectuales, académicos y escribanos. Ocurrió el 20 de noviembre de 2004 en Rosario, Santa Fe. El escritor se sentía cómodo. Era local, oriundo de esa ciudad. Él insultaba y la gente se reía: sus colegas también lo aprobaban. Lo vitoreaban todos en el Teatro El Círculo. Su despedida, después de sugerir una “Navidad sin malas palabras”, de bregar por su “condición terapéutica”, de solicitar una amnistía para ellas y de aconsejar su integración al lenguaje, inspiró un baño de aplausos. El video que honra la participación de Roberto Fontanarrosa en el Congreso Internacional de la Lengua Española concluye con casi cincuenta segundos de ovación ininterrumpida.

Tres años después, el 19 de julio de 2007, murió. Padecía una enfermedad neurodegenerativa que paulatinamente lo hizo perder su movilidad. Tenía 62 años y estaba internado en el Sanatorio Centro de Rosario donde había sido trasladado desde su domicilio por una insuficiencia respiratoria. Un año antes de su exposición en el congreso había sido diagnosticado con Esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Su defensa hilarante y majestuosa de las malas palabras ante la plana mayor de los guardianes del idioma es recordada como su última gran intervención en público.

A su ponencia la llamaron “la internacionalización del español”. Él se rio de esa definición. “A mí se me ocurrió hablar sobre las malas palabras. Y hay apoyo popular por lo que escucho -reaccionó ante las risas del público-. Repito, no sé qué tiene que ver con esto de la internacionalización. Que aparte, ahora que pienso, ese título lo habrán puesto para decir ‘bueno, una persona que logra decir correctamente internacionalización es capaz de ponerse en un escenario y hablar algo’, porque es como un test que han hecho”.

En la mesa sobre el escenario había, además de escritores y representantes diversos del lenguaje, un escribano. Fontanarrosa, a tono con su modismo y en contraste con la solemnidad característica del foro, dijo que “se nota que es tan polémica esta mesa que es a la única que le han asignado un escribano para controlar lo que se dice en ella”. Las carcajadas volvieron a descontracturar un recinto desacostumbrado. Era solo el comienzo de una presentación que prometía ser maravillosa. Hoy se la conoce como “el día que Fontanarrosa hizo reír en un Congreso Internacional de la Lengua Española”. También como “el día en que Fontanarrosa explicó por qué pelotudo es una palabra irremplazable” o “el día en que Fontanarrosa halló la razón de los problemas de la revolución cubana”.

El miércoles 17 de noviembre de 2004 había comenzado el Congreso Internacional de la Lengua Española en Rosario. La edición pasó a la historia por lo que sucedió tres días después, cuando Fontanarrosa tomó la palabra

“Obviamente no voy a lanzar una teoría ni nada porque no tengo capacidad para ello, pero me parece que es un ámbito más que apropiado un Congreso de la Lengua para plantearse preguntas ¿no? Yo como casi siempre hablo desde el desconocimiento”, propuso y aseguró: “La pregunta que ahora me hago es por qué son malas las malas palabras. O sea, quién las define. Por qué, qué actitud tienen las malas palabras. ¿Le pegan a las otras palabras? ¿Son malas porque son malas de calidad, o sea, ¿cuando uno las pronuncia se deterioran y se dejan de usar? ¿Tienen actitudes reñidas con la moral? Sí, obviamente. Pero no sé quién las define como malas palabras. Tal vez sean como esos villanos de las viejas películas que nosotros veíamos que en principio eran buenos pero que la sociedad los hizo malos. Tal vez nosotros al marginarlas las hemos derivado en palabras malas ¿no es cierto?”.

“Cuando yo decía lo de que tal vez sean de mala calidad, arriesgando una teoría francamente disparatada, no parecería ser el caso, porque a muchas de ellas cada vez se las escucha más saludables y más fuertes, al punto que en alguna época, y creo que se las sigue denominando, palabrotas, con un aumentativo. Al menos en Argentina. Lo que no deja de ser un reconocimiento. A mí me hace acordar, por ejemplo, a las carotas ¿no? Recuerdo esas películas de (Federico) Fellini donde casi todos los personajes, incluso los personajes laterales, los que estaban detrás, tienen carotas ¿no? Lo que significaba una búsqueda indudable del director para, más que nada, la expresividad. Y eso creo que es lo que reflejan muchas de estas palabras, una expresividad y una fuerza que difícilmente las haga intrascendentes”, continuó.

Retomando el tema de las llamadas malas palabras, el escritor señaló. “No es que haga una defensa incondicional, y yendo al tema, quijotesca de las malas palabras; algunas me gustan, otras no me gustan. Al igual que las palabras de uso natural, ¿no? Yo me acuerdo que en mi casa mi señora madre, mi vieja, no decía muchas malas palabras, era correcta. Es correcta. Mi viejo, en cambio, era en ese aspecto lo que se llama, o lo que se llamaba, un ‘mal hablado’. Que es una interesante definición, de alguien que es ‘mal hablado’, cosa que no era mi viejo, que se expresaba muy bien pero como era un tipo que venía del deporte y del básquet e iban a jugar a esos barrios terribles, entonces realmente usaba muchas malas palabras. También se le llamaba ‘bocasucia’, una palabra un tanto antigua, pero que aún se puede seguir empleando. Vamos a ver qué determina este Congreso al respecto. Es más, era otra época indudablemente ¿no? Había unos primos míos que jamás decían malas palabras que a veces iban a mi casa y decían: ‘Vamos a jugar al tío Heberto’. Entonces iban, se escondían en una habitación y puteaban. Lo que era la falta de la televisión en esa época ¿no? Para tener que caer en esos juegos realmente ingenuos. No se impuso ni como disciplina olímpica lo de jugar al tío Heberto. Pero en ningún momento apareció eso de, bueno, ‘eso no se dice, eso no se hace, eso no se toca’, que es un aporte de un gran amigo de nuestra ciudad a quien recordamos, Joan Manuel Serrat”.

En otro de los fragmentos de su memorable intervención, Fontanarrosa apuntó sobre estos términos, muchas veces considerados “malos”: “Lo que yo pienso es que brindan otros matices algunas de ellas. Yo soy fundamentalmente dibujante, con lo que uno se preguntará ‘qué hace este muchacho acá arriba del escenario’ ¿no? Manejo muy mal el color, por ejemplo. Bueno, pero a través de eso sé que mientras más matices tenga uno, más se puede defender para expresarse, para transmitir algo, para graficar algo. Entonces hay palabras, hay palabras de las denominadas malas palabras, que son irremplazables. Por sonoridad, por fuerza. Algunos incluso por contextura física de la palabra. No es lo mismo decir que una persona es tonta o zonza que decir que es un pelotudo. Tonto puede incluso incluir un problema de disminución neurológica realmente agresivo. Y aparte hay una cosa, y a eso voy con lo de la contextura física: el secreto de la palabra pelotudo, ya universalizada, no sé si está en el Diccionario de dudas, me voy a fijar (...). Se puede hacer referencia lógicamente a algo que tiene pelotas, podría ser un utilero de fútbol es un pelotudo porque traslada las… Pero digo, el secreto, la fuerza está en la letra “T”. Analicémoslo, anoten las maestras, está en la letra “T”. No es lo mismo decir zonzo que decir ‘pelotudo’". A esta altura, todos los presentes, deleitados, volvieron a reír con fuerza.

Escritor, dibujante y humorista rosarino, Roberto Fontanarrosa fue uno de los autores más queridos por el medio y por el público. Murió a los 62 años, el 19 de julio de 2007 (Télam)

“Hay una palabra maravillosa, maravillosa, que en otros países está exenta de culpa. Esa es otra particularidad: porque todos los países tienen malas palabras, pero se ve que las leyes de algunos países protegen a algunas palabras y en otros no. Hay una palabra maravillosa que es ‘carajo’. Yo tendría que recurrir a mi amigo y conocedor Arturo Pérez Reverte en cuanto a la navegación, pero tengo entendido que el carajo era el lugar donde se colocaba el vigía en lo alto de los mástiles de los barcos para divisar tierra o lo que fuere. Entonces, mandar a una persona al carajo era estrictamente eso. Amigos mexicanos con los que estuve cenando anoche que me enseñaron una enorme cantidad de malas palabras mexicanas (ahora que lo pienso creo que me estaban insultando, porque se suscitó un problema con la cuenta para pagar) - dijo el escritor y otra vez el público estalló en júbilo-. Pero también me explicaban que las Islas Carajo son unas islas que están en el Oceáno Índico (...) Pero que las Islas Carajo están en el Océano Índico, por arriba. En España el ‘carajillo’ es el café con cognac. Y acá apareció como mala palabra, ¡apareció como mala palabra! Al punto que se llega a los eufemismos de que se decía ‘caracho’. Es de una debilidad absoluta y una hipocresía ¿no? Entonces cuando a veces hay periódicos que ponen: ‘El senador Fulano de Tal envió a la m… a su par’. Y pone puntos suspensivos. La triste función de esos puntos suspensivos, realmente el papel absurdo que están haciendo ahí, merecería también otra discusión acá en el Congreso de la Lengua”.

Hacia el final de su intervención, Fontanarrosa hizo una desopilante disquisición: “Voy a ir cerrando. Hay otra palabra que quiero apuntar que creo que es fundamental en el idioma castellano que es la palabra ‘mierda’. También es irremplazable. Y el secreto de la contextura física está en la 'R'. Anoten las docentes, en la 'R'. Porque es mucho más débil cómo lo dicen los cubanos, ‘mielda’. Que suena a chino. Y no solo eso, yo creo que ahí está la base de los problemas que ha tenido la Revolución Cubana, la falta de posibilidad expresiva”.

“Voy cerrando después de este aporte medular que he hecho al lenguaje y al Congreso. Lo que yo pido es que atendamos a esta condición terapéutica de las malas palabras. Mi psicoanalista dice que son imprescindibles incluso para descargarse, para dejar de lado el estrés y todo ese tipo de cosas. Lo único que yo pediría -no quiero hacer, repito, una teoría ni nada- lo único que yo quería reconsiderar la situación de estas malas palabras. Pido una amnistía para la mayoría de ellas, vivamos una Navidad sin malas palabras e integrémoslas al lenguaje, que las vamos a necesitar. Muchas gracias y buenas tardes”, concluyó.

El discurso completo

Fontanarrosa sobre las malas palabras, en el Congreso de la Lengua Española, noviembre de 2004

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