Dicen que hay amores que no se olvidan, como el de Epi y Blanca, una verdadera historia que contradice al juramento religioso que repite “hasta que la muerte los separe”.
“Lo más lindo es lo que hemos vivido, lo que hemos luchado, cómo crió a nuestros hijos; por ellos lo dio todo. Fue una esposa y una madre de primera. Por eso, aunque nunca hay que decir nunca, Blanca se fue y para mí quedó mi corazón sólo para ellos dos”, dice refiriéndose a sus hijos.
Su historia se hizo viral porque una popular cuenta de Instagram subió una foto de su flete con la frase: “Mirá la declaración que mete este y el que está con vos no te responde el wasá”. Su ahijada, Andrea, la puso en Twitter y contó: “El dueño de esa camioneta es mi padrino, amigo de papá de toda la vida. La esposa murió hace más de 20 años y él quedó solo, con sus dos hijos que en ese momento eran chiquitos. Todavía la sigue extrañando”. Más de 19 mil personas le dieron me gusta.
En realidad no pasaron 20 años; Blanca murió hace 9 pero José Eduardo Burgos o Epi, como lo conocen todos los vecinos de Glew, no la puede olvidar. Al relatar su historia sabe que va a llorar, la presencia de la mujer que amó sigue intacta tanto en su corazón como en su casa: “Sigo usando la azucarera y los platitos que nos regalaron en nuestro casamiento”, dice. Y el sólo hecho de mencionarla lo emociona hasta las lágrimas.
Todo comenzó en 1980 en la casa de Hugo, el mejor amigo de Epi desde la adolescencia y papá de Andrea, la autora del tweet que se hizo viral. Los dos, junto a Mabel (la novia de Hugo) eran inseparables. Tan pegados eran los tres que cuando Hugo y Mabel partieron a su Luna de Miel, los amigos preguntaban dónde estaba la valija de Epi.
Esa tarde, la familia de su amigo lo invitó a participar de la compra de un billete de Lotería: “34194, no me lo olvido más ese número, ganamos el sorteo de Reyes, nos tocaron unos 7 mil pesos para cada uno y lo primero que hice fue comprarme el terreno y la casa donde vivo ahora; ayudé a mi familia; y tuve a mi vieja como una reina”. Pero el premio mayor de Epi todavía estaba por llegar.
Con la plata que les quedó, Epi y Hugo abrieron un almacén que, obviamente, llamaron: “Los amigos”. Y ahí, en Avenida 29, entre 111 y 113, pleno centro de Guernica, empezó la magia: “En el ‘81 apareció un ángel en mi vida (llora). Y sí, cuando entró al almacén me flechó”, se emociona reviviendo el momento.
El ángel era Blanca y enseguida comenzaron una amistad. Ella iba cada día a comprar, charlaban, tomaban mate: “En ese momento el destino juntó todo, fue la primera vez que alguien me gustó tanto, ella me cambió la vida”. Blanca tenía 16 años, exactamente 10 menos que su pretendiente, lo cual al principio les costó cargadas en el barrio. Los meses pasaban, las charlas de almacén también pero el enamorado no tenía el coraje de dar un pasito más: “Me gustaba tanto, y a la vez no me animaba a decírselo, aunque parezca mentira es la verdad, y ahí es donde intervino Hugo”. El amigo hizo de celestino y la cita ya estaba concretada: “Le dije que venga a última hora así cuando cerramos el almacén vos la acompañás a la casa”, indicó el plan.
Los clientes de “Los amigos” eran testigos del enamoramiento de Epi, que no le sacaba los ojos a Blanca desde que entraba a la tienda hasta que se iba, momento en que su sonrisa se diluía: “Hugo ya sabía: ¡a ella la tenía que atender yo!”, se ríe.
Entonces con el visto bueno de su amigo -”ya la estuve tanteando, casi seguro que te dice que sí”-, Epi acompañó a Blanca caminando las cuatro cuadras que separaban su casa del negocio, ensayando para adentro la pregunta que salió ni bien llegaron a la puerta: “‘¿Querés ser mi novia?’, le dije. Ella me miró, se sonrió, la veo todavía, y por fin me dijo ‘Sí’. Ahí toqué el cielo con las manos por primera vez, porque después lo toqué tres veces más”, refiriéndose a la posterior llegada de sus hijos Néstor y Joaquín, y su nietito Facundo.
“Blanca era una dulzura, pero lo mejor que yo me guardo era su honestidad. ¡Pero tenía un carácter fuerte!”, cuenta el viudo hablando de su mujer con un amor íntegro. Con su estilo chapado a la antigua, Epi pidió la mano de Blanca -a su hermano porque era huérfana de chiquita-, al año se comprometieron y luego, el 27 de mayo de 1983, se casaron en la iglesia Santa Ana de Glew.
“Para la noche de bodas fuimos a un hotel en Burzaco y nos quedamos dormidos porque el festejo fue muy a pulmón: un hermano me regaló la torta que fuimos a buscar a Ezeiza, todo a las corridas, pero volvería a hacer lo mismo, fue todo muy hermoso”.
Para ese tiempo los amigos Epi y Hugo seguían siendo íntimos como lo fueron hasta el final -Hugo ya falleció- pero el almacén que honra su amistad había cerrado. Fue cuando Epi compró la camioneta y empezó su carrera de fletero.
A pesar de que ya hacía rato querían agrandar la familia, les estaba costando debido a un problema glandular que sufría Blanca. Mientras se sometía al tratamiento, decidieron que era un buen momento para tomarse su Luna de Miel postergada. Así, en 1988 viajaron una semana a Entre Ríos, para disfrutar y relajarse. “Ahí debe haber pasado algo porque a los meses nació Néstor Adrián”, el hijo mayor de la pareja.
Luego del nacimiento de su primer hijo, la salud de Blanca comenzó a deteriorarse cada vez más. Le habían descubierto el síndrome de Cushing, un trastorno hormonal que requería atención médica y tratamientos específicos. A pesar de los pronósticos y cuidados que precisaba, años más tarde, en 2001 llegó al mundo Joaquín, el más chico de la familia.
Pero su enfermedad seguía avanzando. El 30 de abril del 2013 a Blanca la operaron para quitarle un tumor suprarrenal que se había instalado en su cuerpo, y quedó internada en estado delicado: “Cuando iba a cuidarla al hospital, charlábamos y esperaba hasta que se durmiera para irme. Y al otro día, cuando llegaba, ella me retaba: ‘Ah, yo me duermo y vos te vas’, decía y me partía el alma. Yo me hubiese quedado a dormir todos los días ahí con ella, pero no podía dejar a los nenes solos, eran chicos, tenía que salir a trabajar y llevarlos a la escuela”.
Hasta que en un momento, Blanca fiel a su carácter, se impuso: “Aunque en el hospital no le dieron el alta, no tuve forma de convencerla que no se viniera a casa. Me hicieron firmar unos papeles y me la traje de vuelta”, dice Epi recordando que la fue a visitar los 40 días que estuvo en terapia. La realidad es que su cuerpo ya estaba muy débil: “Ella me decía: ‘la verdad es que no doy más’. Y yo sólo le pedía a Dios que me pusiera a mí en su lugar”.
Pero a los 20 días y con 47 años, el corazón de Blanca dejó de latir.
Hermanos, vecinos y amigos fueron el sostén del querido Epi, quienes ayudaron de todas las formas posibles. “Fue muy duro pero me puse en la mente que tenía que salir adelante por mis hijos que, gracias a Dios y a la Virgen los tengo. Ellos fueron la fuerza esa que uno cree que no tiene pero que cuando hay que salir, aparece”.
En la casa quedó todo tal cual como cuando Blanca vivía, todo: “No hay receta para no olvidar pero nosotros nos sentimos bien así”. Aunque enfrentarse con el vacío de su amor, resultaba demasiado triste. Entonces, un día se le ocurrió una idea: llevaría a Blanca a cada lugar donde esté. “Grabé en la lona de ‘la gorda’ -como su mujer había bautizado a la camioneta- lo que siento por ella, es mi homenaje y, además, así me protege”.
“Blanca, te amaré siempre”, escribió. En Glew la camioneta es famosa y los vecinos las primeras veces que la veían le tiraban flores, besos y aplausos.
“El recuerdo de Blanca lo tengo todos los días y algo hermoso que me pasa es que sueño seguido con ella y para mí es fabuloso. Los últimos años a causa de su enfermedad había engordado mucho pero siempre la sueño como en los primeros tiempos. Le encantaba retarme y a veces en los sueños me sigue retando”, expresa entre risas.
Un tiempo antes de morir, Blanca le dijo a Epi que le gustaría ser cremada y que sus cenizas descansen en el mismo lugar donde ellos se casaron: “Dios me la dio por 32 años y ahora él la está cuidando ahí porque está en un pozo santo en la iglesia Santa Ana”. La misma donde se juraron su amor eterno.
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