“Para mí era aburrido ver estas historias de hombres siempre confundidos, cometiendo errores, siendo un poco malos, pero luego buenos, aprendiendo algo, bla, bla, bla. Y en ese contexto los personajes femeninos no cambiaban, eran siempre estables. Yo no conozco señoras así, pero sí mujeres que cometen errores, que pueden ser maravillosas y malas, con fallos y muy capaces. Necesitamos ver a esas mujeres en pantalla”, le dijo la danesa Sidse Babett Knudsen a El País hace unos años, mientras presentaba en San Sebastián La doctora Brest.
Era, junto con Westworld (la distopía futurista de Johnatan Nolan), su primer gran trabajo internacional desde que conoció la fama mundial por su papel de la primera ministra Birgitte Nyborg en Borgen. Por entonces no esperaba volver a ponerse el traje de esa política imperfecta, pero humana, que siempre termina por priorizar sus valores.
“Estaba en paz con haberla dejado atrás, y con el lugar en dónde la habíamos dejado. Había hablado con Adam (Price, el creador de Borgen) y los dos acordamos en que había estado buenísimo, pero era tiempo de parar… Salvo que surgiera una buena idea”, dijo sobre Birgitte a The Guardian en 2020, a una década del estreno de la serie en Dinamarca –en septiembre de 2010–, cuando Netflix anunció el rodaje de una cuarta temporada a modo de continuación independiente, siete años y medio después de que la televisión danesa emitió el último episodio.
Es que la plataforma de streaming consagró a la serie como una de las mejores ficciones políticas de los últimos tiempos, y el guionista volvió a inspirarse mientras escribía otro proyecto basado en la historia de un ministro de Relaciones Exteriores que se enfrentaba a la lucha por el control del Ártico tras hallazgo de petróleo en Groenlandia. Pero a medida que avanzaba en la historia, más la imaginaba como parte del universo de Borgen. Ahí estaba la buena idea, pero faltaba convencer a la protagonista. Sin ella, no había spin-off posible.
“Cuando me lo contó, tuve muchas dudas. Pensaba, ‘mejor no lo toquemos’. Pero cuanto más hablábamos, más aumentaba mi curiosidad: quería saber qué había sido de Birgitte y cómo le iba ahora”, le confió hace un mes a Big Issue. Borgen: Reino, Poder y Gloria, se estrenó el mes pasado en Netflix con todos los personajes de las tres temporadas de la versión original, y volvió a ser un suceso de audiencia en todo el mundo.
“Me gustó mucho la evolución de Birgitte y la idea de que ahora esté tan sola –dijo en esa entrevista–. Puede dedicarse por completo a salvar al mundo, porque su familia siempre tuvo que acostumbrarse a que para ella hubiera otras prioridades, y ahora ya no necesita esconder eso”.
Hay algo en común entre Knudsen y su primera ministra. También para ella, desde muy chica, la prioridad fue su vocación. Nacida en Copenhague el 22 de noviembre de 1968, creció en Tanzania, donde sus padres –un fotógrafo y una maestra que se conocieron en Perú, mientras navegaban– hacían trabajos voluntarios. En ese país fue a la primaria y aprendió el inglés perfecto que le permitió sumarse a Inferno y El holograma del rey (ambas de 2016 y con Tom Hanks), y más recientemente a la miniserie británica Roadkill (2020), donde encarna a la mujer de un ministro cuya vida privada se vuelve un problema.
Unos años antes, con su desembarco en Hollywood, había asegurado a Inews que se la pasaba rechazando ofertas de grandes productoras que la llamaban para hacer roles de esposa: “Creo que tengo una cierta responsabilidad… si fui Primera Ministra, no puedo hacer ahora a la mujer del Primer Ministro que dice ‘Tu hijo te extraña, ¡deberías estar más en casa!’. No puedo ser ese cliché. Sería traicionar todo”.
Pero hubo algo, sin embargo, que la llevó a aceptar su participación en Roadkill. Su marido en la ficción sería nada menos que Hugh Laurie, y Knudsen es fanática de la serie Veep, donde Selina Meyer, el personaje de Julia Louis-Dreyfus, tiene una fascinación obsesiva por el ex Dr. House. “Pensé en que podría hacerme una selfie en la cama con él y mandársela”, contó con gracia a The Guardian. Y eso que, aunque interpretó roles muy sexuales, como su femme fatale de Westword y la lesbiana sado-masoquista del drama erótico The Duke of Burgundy (2014), jamás hizo un desnudo en toda su carrera.
Hay una razón para no querer desnudarse, que defiende como Birgitte Nyborg a sus ideales: “No puedo evitar ver a alguien desnudo y pensar, ‘Ah, ¡así es como se ve de verdad esta actriz!’, o ‘Tiene unos pechos increíbles’, o ‘Qué raras son sus rodillas’. Y no quiero que la gente se distraiga de la historia para pensar eso de mí. Por algún motivo, creo que la desnudez provoca eso”.
Tampoco le gustan demasiado las escenas de sexo: “Es que no hay muchas maneras de tirar la cabeza hacia atrás y arañar las sábanas. Eso también se vuelve un cliché demasiado rápido”.
Nunca llegó a sacarse la foto con Hugh Laurie, porque dice que el rodaje fue en un clima muy serio. Así es como se tomó desde el comienzo su deseo de ser actriz. Tenía nueve años cuando dijo por primera vez que se iba a dedicar a eso. “Sé que tenía exactamente esa edad porque lo escribí en un cuaderno. A continuación escribí que debía tener cuidado y no acabar siendo alcohólica”, recordó entre risas en la nota con El País.
Tras la aventura familiar en Tanzania, donde Sidse era la única alumna blanca de su clase, los Knudsen volvieron a Dinamarca y la actriz terminó la secundaria en su país natal. Tras graduarse, se fue de viaje a Francia por unos meses, pero terminó por quedarse seis años para estudiar interpretación en L’École Jacques Lecoq de París. En el 90 se mudó a Nueva York, y a su regreso a Copenhague comenzó a participar en obras de teatro experimental y algunas series de televisión.
Su debut en el cine fue en 1997 con la comedia de improvisación Let’s Get Lost, por la que recibió dos de los premios más importantes de la industria danesa como Mejor Actriz. La crítica, deslumbrada, ya estaba entonces su “especial habilidad para retratar a la mujer moderna con su inseguridad y fortaleza”. Dos años después, llegaría otro éxito con la comedia romántica Den Eneste Ene, como una mujer embarazada de su marido infiel que además ama a otro hombre. Volvió a ganar todos los premios nacionales a la Mejor Actriz. En 2006 cruzó las fronteras cuando Después de la boda fue nominada al Oscar como Mejor Película Extranjera.
Mientras tanto, resguardó su vida privada bajo siete llaves. En 2004 había tenido a su hijo, Louis Ray Knudsen, a quien nunca mostró en público. En estos 18 años logró algo casi imposible –o sólo posible en el feliz mundo danés–: jamás difundió fotos del chico. Tampoco se sabe quién es el padre. Knudsen, de 53, nunca se casó ni habla de sus parejas ni de casi nada que no tenga que ver con la actuación.
Tiene redes sociales, pero las usa para postear asuntos profesionales: los premios (en 2016 ganó el prestigioso César como Mejor Actriz Secundaria por L’Hermine y fue nominada otra vez como Mejor Actriz el año siguiente), los rodajes, sus colegas. Nunca sube fotos familiares, y lo máximo que cuenta sobre su intimidad es que su lugar en el mundo es Copenhague. Ni siquiera se supo con exactitud la fecha en que nació Louis y parece manejar la autoridad amable de Birgitte que obliga a los periodistas a detenerse siempre antes de seguir haciendo preguntas pese a que hoy es considerada la actriz más popular de Dinamarca y también una de las más ricas.
Dice que suele tomarse recesos de la actuación para resetearse: “No es natural ser otro y a veces simplemente te tenés que tomar un tiempo para ver quién sos de verdad”. Pero es parte de lo que la apasiona desde que era una niña: “Básicamente, elegí este trabajo porque quería vivir mil vidas”.
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