El sen de campo, la salvia guaranítica, y la malva rosa son algunas de las plantas que crecían en libertad antes que se construyera Buenos Aires. Hoy, diez vecinas del barrio de Coghlan, en la esquina de Iberá y Conde, se unieron para que la Ciudad volviera a ver esa vegetación autóctona. Ellas lo llaman “veredas vivas”, un espacio donde se siembran plantas nativas de una bioregión. Marina Méndez Mosquera tiene 60 años, es arquitecta y vive en el lugar desde hace 38 años. Ella explica cómo nació esta inquietud, que hoy le devuelve al paisaje un poco del espíritu que tenía antes de la urbanización: “Cuando en 2017 las veredas del barrio se volvieron de cemento, afectó tanto al espacio que incluso la temperatura aumentó. Nuestro proyecto nació como una forma de recuperar la biodiversidad y pensar estratégicamente el uso del espacio público disponible”.
Pero no sólo cultivan plantas nativas, regalan árboles y relevan la vegetación de la zona. En los canteros que trabaja el grupo de mujeres también nacen árboles frutales. Rosa Geldstein, tiene 73 años, es socióloga, fue investigadora del Conicet, y vive hace 48 años en el barrio. Cuando crecieron las semillas que sembraron en septiembre del 2021, se encontraron con una gran sorpresa: nacieron zapallos y sandías. No hicieron más que compartirlo, y celebrar, una vez más, la maravilla de la naturaleza puesta en acción. “No fue planeado, creció del compost orgánico que arrojamos como abono en las macetas. Cuando los vecinos vieron que crecían alimentos, se sumaron con mucho más entusiasmo. Gente que antes no le prestaba atención comenzó a participar”.
Desde que comenzaron en 2016, comparten los frutos de la naturaleza con la comunidad. El antecedente, sin duda, fue cuando recolectaron las naranjas ácidas de un pasaje y las transformaron en un acompañamiento dulce para el desayuno. “Compartimos la receta de mermelada de la vecina Irma, recuerdo ese día con mucha claridad porque cocinamos con mi nieto”, comenta Rosa. Otra compañera, Susan Levin, tiene 72 años y vive hace 42 años en el barrio; ella se encarga especialmente de la comunicación, comenta: “Yo me ocupo del contacto con los vecinos y la comuna, los busco y les llevo las propuestas, ya que es muy importante involucrarnos a todos”.
Las vecinas de Coghlan denominan a su grupo “Barrios Arborescentes”. Además de Marina, Rosa y Susan, lo componen María Inés, Mel, Cristina, Carolina, Adriana, Soledad, y Luz. Desde que hicieron equipo en 2016, ya llevan más de 73 árboles plantados, 20 planteras abiertas, y 3 veredas vivas con más de 23 metros cuadrados verdes incorporados. No solo eso, sino también crearon un mapa interactivo, para que cualquier interesado pueda descubrir cuál es la planta de su cuadra y dónde se encuentran los limoneros, los fresnos, los jacarandás-.
Las veredas verdes son el inicio a un nuevo viaje por el tiempo: al del pasado de la biodiversidad local. Lo que había en aquellas calles, previo a la existencia de la urbanización, aquellas plantas que llevan cientos de años dominando -a su manera- el paisaje; aunque más de una vez fueron podadas, cortadas, maltratadas, e incluso suplantadas por otras especies más atractivas a la vista; hoy, renacen gracias a una nueva conciencia ecologista que se impone en los distintos barrios de la ciudad. “Es súper valiosa esa acción entre las vecinas y su espíritu reparador, pedagógico e integral. Además me conmueve que luego de tantos años de antropocentrismo viremos al ecocentrismo, donde el ser humano es otro más, es parte de un ecosistema y no es el centro; y que a través de la flora autóctona también se integre a la fauna y se pierda el miedo a los insectos”, dice la especialista Ana Armendariz, quién es la huertera de la plaza Luna de Enfrente y miembro de la red de huertas agroecológicas comunitarias -Interhuertas-.
En forma de comunicar lo que está sucediendo, las vecinas colocaron códigos QR en los canteros, así cualquier vecino puede identificar los árboles nativos y descubrir la historia y seguimiento de cada plantación. En seis años de actividad -y con constante innovación- ya lograron hasta el apoyo de una influencer ecológica -Miss Eco Argentina-, Bárbara Cabrera: “Es increíble lo que lograron estos vecinos”, se entusiasma. “Y la idea de implementar tecnología como el QR para dar más información es algo que nunca vi. Me parece muy importante poner la información al alcance de todos, y de esta forma lo están logrando”.
En la urbanización, donde el contacto se pierde, el ecologismo comunitario viene a ocupar un rol de unión, ya que, según un vecino: “nadie podría estar en contra de cuidar el planeta que habitamos”. La colaboración se impone, como en la esquina de Conde e Iberá, donde una “frentera” puso una canilla en la puerta de la casa, y de manera voluntaria riega todos los días las plantas. “En Barrios Arborescentes aportamos lo imprescindible, por ejemplo cuándo pusimos una canilla nueva para regar el biocorredor, el dinero salió de nuestros bolsillos. Todos aportan algo, desde su tiempo para participar o difundir lo que hacemos hasta colaborar en algún proyecto”, dice la arquitecta.
Frente a una farmacia, la naturaleza domina como quiere el paisaje. Para algunos, el espacio se trata más bien de una maleza que crece, a su propia voluntad, sin ser detenida por las manos de los hombres. “La gente piensa que son yuyos”, dice Rosa. “Sin embargo, nosotras nos cansamos de explicar que son plantas nativas. y tienen su función en el medio ambiente. Algunas atraen mariposas, otras atraen pájaros. La naturaleza es sabia. Sabe lo que necesita”, agrega una vecina. Cuando hay una planta en peligro, ellas son capaces de todo. “Una vez se estaba muriendo un árbol de Fumo Bravo, una planta preciosa. Y hubo una chica que le dio remedios naturales. Otras le hicieron reiki, y por último, muchas rezamos por él. No sabemos cuál de todas fue la solución, pero el árbol se salvó”, dice Rosa entusiasmada.
El Subsecretario de Medio Ambiente de la Ciudad de Buenos Aires, Ariel Álvarez Palma, opina al respecto: “Estamos extremadamente felices con lo que sucede en la Comuna 12, ya que es muy importante que se involucren los vecinos -como padrinazgo- para que puedan llevarse a cabo estos cambios. La suma de la participación del vecino y el Estado, es la mejor forma de entender las necesidad reales de lo que está sucediendo, y llevar a cabo una solución. Para nosotros es tan importante la participación, que acompañó la sanción de la Ley Yolanda, para que los funcionarios recibirán formación integral en medio ambiente, cambio climático, y desarrollo sostenido”.
Con el tiempo tomaron confianza y hasta comenzaron su propia fiesta, que ya va por la sexta edición. Se celebra el tercer domingo de septiembre. Allí cierran la calle, comparten semillas, experiencias, toman mate, y escuchan música. La experiencia es acompañada por ONGs, como: Un árbol, Germinar, y Semana del árbol, además de la Comuna 12.Y en tiempos de pandemia, cuando no podía salir a la calle a festejar, se les ocurrió una alternativa: repartieron semillas. No cualquier semillas. “Era un árbol muy querido en el barrio”, comenta Marina. Su nombre lo dice todo: el árbol del amor.
Este terreno ganado a las baldosas y al cemento se transforma en campo fértil para especies nativas. Se convirtió en un lugar de encuentro para la comunidad, de apropiación cultural, y la resignificación de las calles -que pese a encontrarse en invierno- ahora están más verdes que nunca.
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