Héctor J. Cámpora comunicó al país su renuncia al cargo de presidente de la Nación el 13 de julio de 1973. Su obligada decisión fue parte de una larga cadena de hechos -en su mayoría reservados- que gran parte de la dirigencia desconocía. Las razones de su renuncia habían nacido tiempo antes, en especial en España, cuando el teniente general Juan Domingo Perón observó el grado de infiltración ultraizquierdista que sufría su Movimiento, previo al 25 de mayo de 1973 y los días posteriores.
No convalidaba el anuncio de “brigadas populares” de Rodolfo Galimberti (en abril); tampoco las designaciones de Cámpora en el Ministerio del Interior y Relaciones Exteriores; el caos reinante en la Plaza de Mayo y las horas siguientes en la cárcel de Villa Devoto; la liberación a ultranza de los terroristas detenidos; la ocupación subversiva de edificios del estado y, en definitiva, la escasa capacidad de Cámpora para contener el vendaval de Montoneros y sus organizaciones de superficie. Además, por qué no decirlo, Perón y su entorno imaginaban volver al poder.
En la primera semana de junio, Perón fue a la clínica del doctor Antonio Puigvert en Barcelona, para que lo revisase y para despedirse. Puigvert contó en sus memorias que Perón “aunque su aspecto no lo denotara tenía ya ochenta años. Y no volvía a la Argentina para pasar bajo arcos triunfales entre aclamaciones y en olor a multitud. Volvía para luchar (…) A mi me lo explicó muy claro y en muy pocas palabras: ‘No me queda otra solución que volver allá y poner las cosas en orden. Cámpora ha abierto las cárceles y ha infiltrado a los comunistas por todas partes’”. En esos días con su médico también le confesó: “Mire, Puigvert. En estos años he estudiado mucho, he revisado mucho y me he dado cuenta de los errores que cometí en mi primer período. Errores que voy a hacer lo posible de no repetir. Como yo ya tengo conciencia de lo que es gobernar, no volveré a caer en ellos”.
El martes 12 de junio de 1973, Armando Puente fue invitado a conversar un rato por Perón en la quinta “17 de Octubre”. El periodista tenía una relación de larga data con el ex presidente. “Perón me recibió brevemente para hacerme un par de comentarios que le interesaban. Me dijo: ‘Andan diciendo que estoy enfermo… no tengo otra cosa que un pequeño resfriado’, como diciéndome ‘hable usted de que yo no estoy enfermo’. Perón nunca me ordenó nada, él se limitaba a sugerir. Además, me expresó, entre guiños y medias frases, que las cosas no andaban bien en la Argentina y ‘que estaba preocupado porque estos aventureros marxistas están entrando en el gobierno… este es un gobierno de putos y de aventureros’”. “¿Cómo relato esto?”, se preguntó Puente. Se quedó helado (testimonio grabado).
El jueves 14 de mayo de 1973, contrariando lo que le confió a Puente, Perón comunicó al Ministerio de Relaciones Exteriores español que no podría ir a la cena de gala que le iba a dar Francisco Franco a Cámpora en el Palacio de Oriente por “motivos de salud”.
El viernes 15 de junio de 1973, a las 11 horas, el vuelo charter de Aerolíneas Argentinas que traía al presidente Héctor Cámpora, su esposa, algunos miembros de su gabinete, funcionarios del Palacio San Martín, de otros organismos del Estado e invitados especiales, llegó al aeropuerto de Barajas. Al pie de la escalerilla lo esperaba el gobierno español, con Francisco Franco Bahamonde a la cabeza. Esa noche, Armando Puente pasó a buscar al canciller Juan Carlos Puig, con quien había compartido sus estudios en la Universidad de Rosario, y se fueron a comer a un restaurante cercano a la Plaza Mayor. Fue en ese encuentro que el periodista le adelantó a su amigo que el gobierno de Cámpora tenía los días contados. ”Le anuncié que estaban sentenciados”. Puig no podía creer lo que estaba escuchando y “creo que no terminó de creérselo hasta poco después”.
El sábado 16 de junio, a las 21.15 horas, Cámpora tenía previsto asistir al Palacio de Oriente con su delegación, donde Franco le ofrecería una cena de gala con todos los honores correspondientes a su jefatura de Estado (el programa preveía “uniforme de gran gala o frac con condecoraciones”). Cerca del mediodía, se traslado a la quinta “17 de Octubre” con la idea de convencer a Perón de que asistiera. El Presidente de la Nación, con un elegante traje de diario, fue recibido por un Perón que lucía una guayabera colorada y un gorrito blanco, estilo “pochito”, y no lo hizo entrar en la casa. Tras un cuarto de hora, el presidente argentino se retiró mustio y Perón, desde lejos, saludo al periodismo levantando los dos brazos.
Por la noche el presidente Héctor Cámpora, de frac, investido con la banda presidencial -que por lo general no se usa en los viajes al exterior-, el collar de la Orden de Isabel la Católica y, a la altura del bolsillo del pañuelo del saco, la medalla de la Lealtad peronista por “Leal Colaborador”, intentó explicarle que sería trascendental su presencia a la recepción… y se refirió a las relaciones con España. Ahí, nuevamente, en presencia de unas pocas personas, Perón, irritado, le dijo que no se atreviera a hablarle a él de relaciones internacionales y volvió a repetir las mismas palabras que le había dicho a Armando Puente, utilizando “homosexuales” y cambiando “aventureros” por “marxistas”. El edecán militar, teniente coronel Carlos Corral, sentado entre Perón y Cámpora, hizo el ademán de levantarse y el dueño de casa le tocó la rodilla, diciéndole “no m’ hijo, usted quédese”. Luego, Perón lanzó una frase terrible: “Ustedes son una mierda, el país en llamas y ustedes haciendo turismo.” Angustiado, el Presidente intentó darle su bastón y banda presidencial y Perón comentó: “No necesito el bastón para tener poder”. Como estaba previsto, Perón no fue al Palacio de Oriente y Cámpora, como consecuencia de su visita a Puerta de Hierro, llegó tarde a la recepción.
El domingo 17 de junio de 1973, el protocolo preveía “día de descanso” y Benito Llambí y su esposa aprovecharon para quedarse un rato más en la habitación del Ritz. Esa mañana sonó el teléfono y atendió Beatriz Haedo de Llambí y, después de identificarse, Perón la saludo. Luego le paso el tubo a Benito y Perón los invitó a acompañarlos a la misa y más tarde se quedarían a almorzar en la quinta. Benito le dijo que dada la distancia no llegarían a tiempo para ir a misa, pero que con todo gusto irían a Puerta de Hierro. En ese encuentro telefónico, Benito Llambí escuchó que Perón le dijo: “Yo, ya con Cámpora no voy a hablar nada”. Y a continuación le pidió que él trate con el Presidente y que cualquier cosa se lo debía contar. No figura en sus Memorias pero así sucedió, tal como me lo relató Beatriz Haedo de Llambí.
Con la discreción y cautela con que trazaba su camino, Llambí solo comentó el almuerzo en la residencia “17 de Octubre” al que asistieron los dueños de casa, los Cámpora, los Llambí y José López Rega, diciendo que fue “muy especial, porque era ostensible la manera en que el general ignoraba a Cámpora. Después del café, me levanté por dos o tres veces para saludar y retirarnos, ya que mi intención era dejarlos a solas, y en todos los casos Perón nos retuvo. Finalmente, dirigiéndose a Cámpora le agradeció la visita y lo invitó a acompañarlo a la puerta. Allí lo despedimos. La realidad era que la suerte de Cámpora estaba echada”, acotó Llambí. “A Perón le bastaron veintitrés días –los que mediaron entre el 20 de junio, día de su regreso, hasta el 13 de julio, en que renuncia Cámpora– para terminar con la ‘experiencia juvenil’ de administración”.
El miércoles 20 de junio de 1973 (en Madrid), el Rolls Royce azul para jefes de Estado con el embajador Carlos Robles Piquer, por entonces subsecretario de Asuntos Iberoamericanos del ministerio de Asuntos Exteriores de España, llegó a Navalmanzano 6 a buscar al matrimonio Perón para conducirlo al Palacio de la Moncloa. Cuando llegaron a La Moncloa los esperaban los miembros de la delegación argentina, e instantes más tarde arribó Franco. Se realizó la ceremonia de la firma de la declaración conjunta, titulada “Declaración de Madrid” que ponía término a la visita oficial de Cámpora. Era un documento cargado de buenas intenciones que el Caudillo quiso que se firmara con la presencia de Perón. Al finalizar el acto, Franco, Perón y Cámpora atravesaron dos salas y se encerraron a solas. Nadie supo de qué hablaron. El único periodista que permaneció del otro lado de la puerta fue el argentino-español Armando Puente.
Cumplidos los saludos protocolares de despedida, alrededor de las 7 de la mañana, el vuelo charter de Aerolíneas Argentinas que transportaba definitivamente a Perón a la Argentina decoló de Barajas. El mismo día -20 de junio de 1973-, cuando aterrizó en la Base Aérea de Morón, el viejo líder palpó la situación. El embajador Benito Llambí recordó que “ingresamos a una sala en la que de inmediato se le expuso a Perón el problema de Ezeiza. Sin disimular para nada su fastidio, hizo responsable de toda la situación al ministro del Interior Esteban Righi, a quien retó en términos durísimos delante de todo el mundo”. A Perón e Isabel los subieron a un helicóptero UH-1H para trasladarlos a la residencia presidencial de Olivos. Al general se lo vio cansado y preocupado.
El jueves 21 de junio de 1973, a primera hora de la mañana, Juan Domingo Perón y su séquito abandonaron Olivos en dirección de su residencia en Gaspar Campos 1065. Desde allí, José López Rega comenzó a citar a algunos ministros del doctor Héctor Cámpora. No fueron de la partida Esteban Righi y el canciller Puig. Luego de comenzada la reunión llegó el presidente Cámpora con el edecán presidencial, coronel Carlos Alberto Corral, quien atinó a retirarse y Perón le pidió que se quedara (como lo hizo en Madrid), obviamente para tener un testigo militar. En esa ocasión, Perón volvió a reiterar lo que ya decía en Madrid, y le reprochó a Cámpora, en términos muy duros, la infiltración izquierdista en el gobierno. Y le criticó los nombramientos que, dentro de esa tendencia, había producido.
Perón levantaba el dedo índice mientras hablaba. “Yo nunca lo había visto así”, diría una de las fuentes consultadas hace años. “Estaba muy enojado, muy disgustado. Estaba marcada ya la ruptura con Cámpora”. En términos similares recordó ese momento, en su libro El último Perón, el entonces Ministro de Educación, Jorge A. Taiana, cuando Perón, ostensiblemente nervioso y de mal humor, arremetió contra Cámpora. También contó que Perón realizó una muy ácida alusión a la inoperancia gubernamental, incluida la de los hijos y amigos del presidente Cámpora, mientras, de pie, contra la pared, el edecán militar Carlos Corral escuchaba atentamente.
Esa noche del 21, Perón habló por televisión, flanqueado por el presidente Cámpora y el vice Vicente Solano Lima. Atrás, parados, José López Rega y Raúl Lastiri, completaban la escena. En la ocasión, leyó un texto que en parte traía escrito de Madrid y envió un claro y enérgico mensaje a todas las “organizaciones armadas”, en especial a Montoneros: “Nosotros somos justicialistas, no hay rótulos que califiquen a nuestra doctrina y a nuestra ideología (...) Ninguna simulación o encubrimiento por ingeniosos que sean podrán engañar. Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse que, por ese camino, van mal… a los enemigos embozados, encubiertos o disimulados les aconsejo que cesen en sus intentos, porque cuando los pueblos agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento.”
“Pocos días después del 20 de junio -relató años más tarde Benito Llambí en sus Memorias de medio siglo de política y diplomacia- recibí un llamado de Raúl Lastiri (presidente de la Cámara de Diputados), quien quería verme con cierta urgencia. Al día siguiente me visitó, acompañado por (el Ministro de Economía, José Ber) Gelbard, tal como habíamos combinado”. Llambí no lo dice pero según todos los indicios la reunión fue el 23 de junio. A continuación Llambí relató que Lastiri le dijo que venía a concretar “un cometido solicitado por Perón”. Era inminente la caída de Cámpora y había que organizar una transición que permitiera llamar a elecciones presidenciales donde pudiera ser candidato el general Perón. El vicepresidente de la Nación, Vicente Solano Lima, estaba de acuerdo y ofrecería su renuncia.
“De lo que se trataba era de asegurar un gobierno provisional que se limitara a dos cosas: por un lado depurar los cuadros de la administración pública de aquellos elementos adscriptos a la ‘Tendencia’, y por el otro, convocar de inmediato a elecciones y garantizar su realización con absoluta limpieza”.
El plan general lo trató Gelbard al explicar que Lastiri asumiría como presidente interino, previa maniobra para ausentar de su cargo a Alejandro Díaz Bialet, presidente provisional del Senado y tercero en la línea sucesoria. Seguidamente, Lastiri le comunico que Perón había pensado en él para ocupar la cartera de Interior. Llambí se sorprendió y le dijo que se sentiría más cómodo en la Cancillería, porque estaba preparado para ser el jefe del Palacio San Martín.
El domingo 24 de junio de 1973, regia un gobierno constitucional pero seguían actuando las organizaciones armadas. Ese día, La Opinión informaba que no habían novedades de los paraderos de cuatro empresarios secuestrados: John Thomson, presidente de Firestone Argentina por quien pedían 1.500 millones de pesos y se pagó 1.000.000 de dólares; Charles A. Lockwood, un empresario británico que llevaba más de tres semanas de desaparecido (se abonaron 2.300.000 dólares al PRT-ERP por su liberación); Kart Gerbhart, un alemán, gerente general de Silvana S.A. y en Córdoba había sido secuestrado por grupos armados en plena calle Manuel Ciriaco Barrado, un empresario de una fábrica de papel. Todo esto mientras el gobierno preparaba una ley de inversiones extranjeras.
En esas horas, la historia comenzaba a trazarse en otro lado, durante el encuentro que mantuvo Perón con el líder del radicalismo, Ricardo Balbín, en el ámbito del Congreso de la Nación. La cumbre se iba a realizar en la casa de Balbín en La Plata, como devolución a la visita que el jefe radical hizo a la casa de Gaspar Campos el 19 de noviembre de 1972, pero por razones de seguridad se concretó en las oficinas de Antonio Tróccoli, jefe del bloque de diputados de la Unión Cívica Radical. “Mi casa en Buenos Aires es el bloque legislativo”, había opinado Balbín. Oficiaron de mediadores el propio Tróccoli y el presidente de la Cámara Baja, Raúl Lastiri.
De esa reunión Tróccoli dejó constancia escrita: ”Yo estuve con los dos y yo lo escuché decir a Perón: ‘Los dos hagamos de copresidentes. Los dos apuntalando un gobierno para poner en orden al país’”. Ricardo Balbín quedó sorprendido por la forma de hablar de Perón sobre el gobierno de Cámpora. La feroz censura se abatió sobre el propio Cámpora y algunos de sus ministros y fue directamente al grano: no estaba de acuerdo las ocupaciones a las oficinas públicas y de los excesos que se cometían a diario, y le dijo que se intimaría a los grupos armados para que se desarmen “y si no actuará la Policía que para eso está”.
Balbín nunca imaginó la profundidad y la vecindad de la crisis. Al referirse a los hechos de Ezeiza, el jefe radical le comentó: “No se equivoque general, esos tiros eran también para usted”. Perón le adelantó que se habrían de producir cambios en el gobierno. “Claro, respondió Balbín, es de suponer que cuando se sancionen las modificaciones a la ley de ministerios, todos ofrecerán sus renuncias y entonces se producirán los cambios”. La respuesta de Perón no se hizo esperar: “No, no podemos esperar tanto; tendrán que producirse ya mismo”.
El lunes 25 de junio de 1973, Cámpora dirigió un mensaje al país, sosteniendo que el marco político de la reconstrucción y liberación no admitía ni la anarquía ni la intolerancia y que el gobierno ejercería su autoridad con plenitud. Pocas horas antes, en Campana, provincia de Buenos Aires, había caído muerto a escopetazos el ex diputado nacional Alberto Armesto, un peronista ortodoxo, ex colaborador del sindicalista Augusto Timoteo Vandor (asesinado por proto montoneros en junio de 1969) y que se había opuesto a la candidatura a gobernador de Oscar Bidegain (respaldado por Montoneros).
El martes 26 de junio de 1973 ocurrió lo inesperado: cerca de la 01.30 de la madrugada, Perón tuvo fuertes dolores de pecho. Mucho más intensos y duraderos a los que ya había sufrido a bordo del avión que lo trajo a la Argentina unos días antes. Llamado el doctor Pedro Cossio a media mañana, observó que había padecido un infarto agudo de miocardio. Hasta ese momento lo había atendido de urgencia el doctor Osvaldo Carena.
Cossio recetó reposo absoluto dentro de Gaspar Campos, pero el 28 registró “un episodio que, por sus características, se diagnostica y trata con éxito como pleuropericarditis aguda, con agitación y fiebre”. A partir de ese instante, Pedro Ramón Cossio es integrado al equipo de su padre, para atender a Perón y, sin proponérselo, pasó a convertirse en un testigo privilegiado, porque estuvo durante doce días, de 10 de la mañana a las 22, sin separarse del enfermo. Fue testigo de las vejaciones de Perón a Cámpora: en uno de esos días de junio en los noticieros se observa cómo el Presidente de la Nación entraba a Gaspar Campos. Mientras Cossio permanecía con Perón en la habitación del primer piso, Cámpora se quedaba un rato en la planta baja, sin ser recibido, y al salir relataba al periodismo que había conversado con Perón y lo había encontrado muy bien. “Allí intuí -razono el médico- que Cámpora dejaría pronto su investidura”.
El miércoles 4 de julio de 1973, sin la inclusión de los ministros del Interior y Relaciones Exteriores, los miembros del gobierno fueron citados a trasladarse a la residencia de Gaspar Campos por la tarde. Perón recibió a los asistentes en el living, departió un rato, invitó con café, y luego se retiró a la planta alta. Estaba todo planeado: los asistentes pasaron al amplio comedor e Isabel tomó la cabecera, dejando a Cámpora a la derecha y López Rega a su izquierda. La otra punta de la mesa la ocupo Vicente Solano Lima, con Gelbard y Ángel Federico Robledo a sus flancos.
Luego tomó la palabra López Rega para reiterarle a Cámpora las mismas críticas que sobrevolaban en Gaspar Campos a las que se sumó Isabel, llegando a amenazar a todos con llevárselo a Perón de vuelta a Madrid. En ese momento, Cámpora rompió el silencio: “Señora, todo lo que soy, la misma investidura de Presidente, se la debo al General Perón. Por lo tanto usted lo sabe, el cargo está a disposición del general Perón, como siempre lo estuvo”. Le tocó a Vicente Solano Lima dar el golpe de gracia al reconocer que estando Perón en la Argentina y como respuesta al anhelo de la gente él presentaba su renuncia indeclinable de vicepresidente.
Siete años más tarde reiteraría en un reportaje las mismas palabras que pronunció: “Como lo ha señalado el señor Presidente de la Nación, el pueblo argentino quiere ser gobernado por el general Juan Domingo Perón. Pero para que ello sea posible presento en este mismo acto mi renuncia indeclinable de vicepresidente”. Luego, el viejo dirigente conservador popular agregaría que “los ministros sabían ya de qué se trataba porque para eso habían estado en la reunión del 21 de junio”.
Terminada la sesión en el comedor, Isabel, López Rega, Cámpora, Solano Lima y Taiana subieron al primer piso donde Perón estaba sentado en una mecedora. El Presidente en ejercicio volvió a reiterar su gesto de reconocimiento y generosidad y Perón, como desentendido, dijo que “habría que pensarlo”. López Rega exclamo que no había nada que pensar y que no había que demorar las cosas.
-¿Y los militares?, preguntó Perón.
-No hay ninguna preocupación.
-Bien.
Las escenas de esas horas se repiten con simples diferencias de detalles. Hay que decir que Perón nunca le pidió la renuncia a Cámpora porque ese “detalle” era tarea de otros. Sin embargo existe un agujero en los relatos de esos días que nadie contó.
Tras esta reunión del 5 de julio, algunos colaboradores de Cámpora pretendieron resistirse a la renuncia de su jefe. En uno de esos días, en ocasión de coincidir José Ignacio Rucci con Cámpora en Gaspar Campos, el líder sindical le previno que no se opusiera a la decisión porque si lo hacía iba a mandar a los diarios y revistas unas fotos “comprometidas” de una “fiesta negra” en la que intervino un pariente cercano y que además le iba a hacer un paro general. La esposa de Aníbal Demarco tuvo que presenciar el duro diálogo. La misma engorrosa situación me fue relatada en dos ocasiones por el edecán militar de Perón, cuando explicó por qué Cámpora no cumplió con la designación de Antonio Benítez en el gabinete presidencial acordado con el ex presidente en Madrid. Rucci fue asesinado el 23 de septiembre de 1973.
El general Raúl Carcagno sale de su entrevista con Perón
El martes 10 de julio de 1973, a las 17.50, en la casona de Gaspar Campos, Perón se encontró a solas con el comandante en Jefe del Ejército (acompañado por el coronel Jaime Cessio). El encuentro había sido largamente buscado por el jefe del Ejército. En la oportunidad Carcagno leyó un texto y, según el escritor Miguel Bonasso, recibió una primicia de parte del dueño de casa: “Voy a hacerme cargo del gobierno y quiero que el Ejército lo sepa antes que nadie.”
La noticia de las renuncias de Cámpora, Solano Lima y el gabinete de ministros, una vez ultimados todos los detalles, debía ser conocida el sábado 14 de julio, día de la toma de la Bastilla, fiesta nacional de Francia. Pero se adelantó en un día porque Clarín publicó unas declaraciones del vicegobernador de la provincia de Buenos Aires Victorio Calabró en las que sostenía que “estando el General Perón en el país nadie puede ser Presidente de los argentinos más que él”. Luego de las palabras del vicegobernador bonaerense, Cámpora y sus allegados estimaron que era preferible adelantarse antes que ser empujados fuera de la Casa Rosada por la “pandilla” (termino con el que se referían a los que rodeaban a Perón).
El viernes 13 de julio de 1973, a las 19 horas el diputado Raúl Lastiri asumió provisionalmente, ante las dos cámaras. A las 21, en la Casa Rosada, Raúl Lastiri y dos ministros dejaron el gabinete: el de Interior, Esteban Righi, y el canciller Juan Carlos Puig, reemplazados por Benito Llambí y Juan Alberto Vignes.
Inmediatamente, teniendo a los tres edecanes a sus espaldas, Lastiri dirigió un mensaje en cadena, explicando que en las elecciones del 11 de marzo “la soberanía del pueblo se ejerció a través de actos distorsionadores de su verdadera voluntad” y que había llegado el momento de repararlos y su gestión marchaba en esa dirección.
El 13 de julio de 1973, José Ber Gelbard contó a los periodistas acreditados en su Ministerio que “este ha sido uno de los secretos mejor guardados de la historia política argentina. Sólo catorce lo sabíamos” y entre esos hombres estaba Perón. La frase del día la pronunció el secretario general de la CGT en la sala de prensa de la Casa Rosada: “Se terminó la joda”.
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