La historia de la estatua de San Martín en la plaza que lleva su nombre y hacia dónde apunta su brazo derecho

Según las Memorias Municipales de los años 1856 y 1857, la premisa era convertir esa plaza en un paseo público. El 13 de abril de 1862, la estatua llegó desarmada a Buenos Aires y dos meses después se realizó la inauguración en el “Campo de Marte”

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En 1812, el General San
En 1812, el General San Martín instaló en esa zona los cuarteles del Regimiento de Granaderos a Caballo, de ahí que al cumplirse el centenario de su nacimiento en 1878 se le diera el nombre de Plaza San Martín (Google Street View)

La iniciativa chilena a instancias del historiador Benjamín Vicuña Mackenna de erigir una estatua ecuestre en Santiago de Chile y la prédica encendida de Sarmiento fueron dos poderosos antecedentes que contribuyeron a movilizar en Argentina la concreción de una estatua que glorifique al Libertador.

Será la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires la encargada de llevar adelante las diligencias y los gastos necesarios para materializar en el bronce el homenaje que a lo largo del país, y por diversos factores, todavía estaba inconcluso.

Esa corporación tenía entre sus proyectos trabajar en el embellecimiento del Paseo de Marte, así lo indican las Memorias Municipales de los años 1856 y 1857 de convertir esa plaza en un paseo público.

Recién en 1860 se formó una Comisión destinada a tal fin, compuesta por los señores Joaquín Cazón (presidente), Constant Santa María (vicepresidente), Santiago Albarracín (tesorero), Leonardo Pereira (secretario), Hilarión Medrano y Manuel Aguirre, que dispuso que “en la parte alta y central del paseo, además de las hileras de árboles, bancas y pequeños jardines de ornato laterales, habrá una esplanada que facilitará una hermosa perspectiva, una fuente y dos estatuas ecuestres de bronce. Una de ellas será la del General José de San Martín…”.

Se encargó la escultura al francés Louis Joseph Daumas el mismo que ya estaba moldeando la solicitada por Chile con algunas diferencias; aquí el escultor optó por representar a San Martín con su brazo derecho extendido hacia la Cordillera y “apuntando con el dedo el punto por donde llevó sus legiones a la victoria”.

En 1861 se verificaron importantes progresos en el proyecto municipal, así surge de las Memorias Municipales: “Lo que más mérito dará a este paseo es la magnífica estatua ecuestre del general San Martín, que debe llevar en su centro, y cuya hermosa base de mármol blanco, está ya depositada en el local inmediato al lugar donde debe erigirse el monumento”.

La estatua (desarmada) llegó a Buenos Aires el 13 de abril de 1862 y se la inauguró sobre el pedestal de mármol blanco mirando hacia el este. El grupo ecuestre en bronce tiene 3,5 metros de alto y 3,5 toneladas de peso.

El escultor fue el francés
El escultor fue el francés Louis Joseph Daumas, quien decidió representar a San Martín con su brazo derecho extendido hacia la Cordillera (Getty Images)

Últimos preparativos

El 9 de julio de 1862, la Comisión de Fiestas del Municipio cursó la correspondiente invitación al General Mitre, gobernador de la Provincia de Buenos Aires y encargado del Poder Ejecutivo Nacional, señalando el día 13 de julio de 1862 como el elegido para la solemne inauguración.

A medida que se aproximaba la fecha inaugural de la magistral escultura, la Municipalidad tomaba las disposiciones del caso: entre ellas se designó al general Matías Zapiola como padrino de ceremonia, que a la postre y por razones de salud debió ser reemplazo por el general Enrique Martínez el día 13.

Un día después, se envió una Circular a los Generales y otros Jefes de la Guerra de Independencia indicándose como punto de reunión el Cuartel del Regimiento de Artillería en la Plaza de Marte.

Con todo ya dispuesto, y a fin de dar toda la solemnidad que correspondía al acto de la inauguración de la estatua del fundador de tres repúblicas, el 11 de julio el gobierno nacional dictó un decreto que entre otras cosas ordenaba: “Descubierta la estatua, será inmediatamente saludada con música, dianas, vivas y una salva de 21 cañonazos. Concluida la ceremonia, las tropas se retirarán a sus cuarteles, quedando desde este momento establecido un centinela al pie de a estatua que lo dará la guardia de los cuarteles vecinos”.

Al decir del historiador y cronista de estos acontecimientos, Don Juan María Gutiérrez: “Todas estas disposiciones se cumplieron con la mayor exactitud. La Municipalidad por su parte, se esforzó por contribuir a la solemnidad de aquella ceremonia, representando dignamente al pueblo de Buenos Aires. La antigua plaza del Retiro estaba adornada con banderas patrias y de todas las Naciones (…) La estatua estaba cubierta con un velo azul y blanco: un viento fuerte y frio que venia desde las Cordilleras lejanas, quería a cada momento desgarrarle, como para satisfacer la impaciencia que manifestaba el pueblo para contemplar la figura del héroe” .

Disposición de la comitiva

Ubicados en un tablado levantado para la ocasión para la comitiva y los concurrentes oficiales, estuvieron presentes entre otros: el Brigadier General Bartolomé Mitre, el doctor Cosme Beccar, representante de la Municipalidad de Buenos Aires, el Ministro Plenipotenciario del Perú, Buenaventura Seoane; el Brigadier General Enrique Martínez; los Ministros de Gobierno y de Guerra; y quién fuera dilecto amigo del Libertador, el general Tomás Guido.

Alrededor de las 13 horas de aquella jornada, tuvo lugar un notable discurso del General Bartolomé Mitre: “La justicia póstuma de los pueblos ha comprendido al fin en el gran Capitán y el hábil político, al hombre superior a las ambiciones vulgares, que supo dirigir la fuerza con inteligencia y con vigor, y usó del poder con moderación y con firmeza, para hacer servir todo al triunfo de la grande y noble causa a que había consagrado su espada, su corazón y su cabeza (…) Al fin, señores, después de aquella larga y tenebrosa noche de ingratitud y de olvido, la gloria de San Martín se ha levantado como una estrella del cielo americano. La República del Perú, la primera que le decretó en vida una estatua, ha glorificado dignamente su memoria, y ha atendido generosamente a sus descendientes. Chile, que durante parte de su destierro lo consideró como el generalísimo de su ejército, abonándole el sueldo que su patria no se creía en el deber de darle, ha sido la primera que ha realizado el pensamiento de erigirle una estatua, que inmortalice su memoria para los presentes y para los venideros. Y Buenos Aires, por último, presidida por su Municipalidad, asociada al pueblo y al gobierno en representación de su patria agradecida, ha erigido también una estatua ecuestre, cincelada en el bronce, para perpetuar dignamente el recuerdo de sus altos hechos, y presentarlo a la admiración de los presentes y de los venideros, montando un caballo del metal de sus cañones que no se fatigará jamás de llevarlo sobre sus hombros, como no se fatigará jamás el genio y la gloria, de levantar en alto su corona cívica y militar de luces y laureles”.

Mitre no desaprovechó la oportunidad para resaltar que aún quedaba pendiente la concreción del deseo de San Martin para que su corazón descansara en Buenos Aires: “El breve espacio que llena ese soberbio pedestal de mármol será el único pedazo de tierra que San Martín ocupará en esta tierra libertada por sus esfuerzos, mientras llega el momento en que sus huesos ocupen otra pedazo de tierra en ella”. Como bien lo indicó el historiador Enrique Mario Mayochi, posiblemente hayan sido muy pocos los que entendieron el mensaje existente en lo mas hondo de aquellas palabras.

"Buenos Aires ha erigido también
"Buenos Aires ha erigido también una estatua ecuestre, cincelada en el bronce, para perpetuar dignamente el recuerdo de sus altos hechos", dijo Bartolomé Mitre, en la inauguración de la escultura

Finalizado el discurso de Mitre, se descorrió el velo que cubría la estatua del prócer, lo que dio lugar a un saludo con salvas de artillería, conjuntamente de un repique general de campanas, acompañado de la música castrense.

A continuación tomó la palabra el general Enrique Martínez, padrino de ceremonias quién sirviera bajo las órdenes del Libertador, pronunció: “Los pueblos que estiman sus glorias jamás olvidan los servicios de aquellos ciudadanos que han contribuido a conquistar su independencia. La prueba de lo que acabo de indicar es que hoy se hace la inauguración de esta majestuosa estatua, a la vez que se prepara otra para el ilustre General Belgrano”.

Llegó el turno de don Tomás Guido, que hizo uso de la palabra ante la mirada emocionada de los concurrentes: “¡Que no me sea dado el poseer el divino don de la elocuencia para usarle en este momento con toda la vehemencia de mi alma, empezando por animar esta estatua al resplandor de los gloriosos recuerdos que ella inspira! (…) De aquí, de esta misma plaza, donde la multitud palpitante de emoción y de santa alegría contempla la imagen del General San Martín, partieron adiestrados por él en el noble ejercicio de las armas, la segunda falange de guerreros, destinados a llevar adelante la empresa de emancipar un mundo. Eran los granaderos a caballo”. Y concluyó: “Inclinémonos con respeto a la presencia de ese bronce que simboliza tanta gloria, modelado por la más bella de las artes. Queda la amistad misma eclipsada y silenciosa ante las manifestaciones entusiastas del pueblo ansioso de conocer a nuestro General hasta en sus facciones varoniles y en su gallarda apostura; y que ese recuerdo sirviendo de perpetúo estímulo al patriotismo y al honor, venga a sustituir y a borrar la palabra ingratitud en el libro de oro de la República Argentina”.

Esta iniciativa de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires no sería la última para honrar al prócer, varios años después, más precisamente el 15 de febrero de 1878, en el marco de la preparación de los festejos por el centenario del natalicio del Gran Capitán, una comisión especial conformada en el seno de dicha corporación, resolvió por medio de una ordenanza que la entonces Plaza de Marte se denominase en adelante “Plaza General San Martín”, tal y como se la conoce en la actualidad.

En aquel escenario, el prócer había formado el Regimiento de Granaderos a Caballo con metódica preparación y estrictez, que como bien sentenció Bartolomé Mitre: “Fue la escuela rudimental en la que se educó una generación de héroes”.

Desde entonces, la plaza histórica lleva, con justicia, el nombre de quién le dio un nuevo nervio a la revolución americana, del hombre que mantuvo incólume a lo largo de su vida pública la capacidad de superar una tras otra las adversidades que dificultaban su misión, aquella a la que subordinó su misma existencia: la Independencia de la América del Sud, con la particularidad de haberla transcurrido y alcanzado dejando un legado cubierto de valores y la lección moral de una conducta, que con suma justicia lo hizo acreedor a ser considerado como el Padre de la Patria.

* El artículo es un capítulo del libro “Repatriación de los restos del general San Martín. Un largo viaje de 30 años (1850-1880)” (Edición de autor. Buenos Aires, 2019), escrito por los autores de la nota.

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