Decía que había nacido un día 12 de julio, aunque todos lo saludaban el 13, día de San Anacleto. Vio la luz en la casa de su abuelo materno Leandro Alén, un rubio de ojos azules, que murió ajusticiado -junto al temible Ciriaco Cuitiño- en la plaza de la Concepción el 29 de diciembre de 1853, acusado de haber cometido crímenes incomprobables cuando trabajó en la policía rosista. No alcanzó la defensa que hizo Marcelino Ugarte y sobraron las muestras de desprecio de muchos porteños hacia la familia por el pasado mazorquero del desgraciado Leandro.
Alén se había casado con Tomasa en 1825, una mujer con antepasados indígenas. Cuando quedo viuda, sobrevivió haciendo pastelitos y dulces que su hijo Leandro -futuro fundador del radicalismo- vendía en los hoteles. También bordaba y cosía para afuera, y ese esfuerzo posibilitó que el joven pudiera entrar a la universidad. Vivía en una quinta de doscientos metros de fondo sobre la calle Federación -actualmente Rivadavia- y en la esquina de Matheu, su esposo había instalado una pulpería y había construido un par de casitas que alquilaba. Estaba en las afueras miserables de la ciudad, muy cerca de los corrales de Miserere.
El primer hijo había demorado cuatro años en llegar. Fue una mujer, la llamaron Tomasa, y sería la mamá de Hipólito Yrigoyen. Era una morena de ojos oscuros y melancólicos, de frente alta, la nariz lejos de la boca y el aire sereno, características que heredaría su hijo.
Martín Yrigoyen Dolhagaray era un vasco nacido en Sare, un poblado francés pegado a los Pirineos y muy cerca del mar Cantárbrico. Frente a la plaza, en la hostería Maitagarria se había alojado Napoleón Bonaparte antes de invadir España.
El padre de Yrigoyen nació en 1821 en una casa construida en 1668 que estaba situada en lo alto de una colina. Originariamente, el apellido se escribía con “h”, y en vasco significa “lo alto de la villa”.
De joven emigró a América. No sabía leer ni escribir y trabajaba en las caballerizas de Rosas. Tenía una mano especial con los caballos, a quienes curaba con palabras y procedimientos que solo él conocía. Preparó caballos de carrera para el gobernador, a quien le hizo ganar varias competencias. Se casó con Marcelina el 25 de enero de 1847. Falleció el 1 de noviembre de 1888.
Hipólito nació el 12 de julio de 1852 en la casa de sus abuelos maternos. Las persecuciones que fueron moneda corriente a la caída de Rosas hicieron que los Alén viviesen aterrorizados, a tal punto que demoraron cuatro años en bautizar a la criatura, en Nuestra Señora de la Piedad, con los nombres de Juan Hipólito del Sagrado Corazón de Jesús. Fue el 19 de octubre de 1856 y el padrino fue Juan Martín Núñez.
Creció en un hogar donde las mujeres se lamentaban por las desgracias en las que había caído la familia. Hipólito no tenía amigos, sus compañeros de juegos fueron sus hermanos menores, Roque y Martín y su tío Lucio, que nació el mismo año que él. Su otro tío Leandro, le lleva diez años, era de carácter retraído y taciturno. Durante mucho tiempo debió soportar que lo llamasen “el hijo del ahorcado”. Tanto que hasta se cambió el apellido de Alén a Alem. Y agregó a su nombre una N, que cuando le preguntaban qué significaba, respondía “nada”. Cuando ingresó a la Universidad, sufrió el maltrato de compañeros y la venganza de profesores que volvían del exilio.
Su madre Marcelina quedó como dueña de la casa de la calle Federación, mientras que la abuela de Hipólito compró otra casa con la ayuda de su hijo Leandro. Allí Hipólito vivió largas temporadas y otras las pasaba en la quinta de su padrino Núñez, en Barracas.
Junto a su hermano Roque fueron enviados como pupilos al Colegio San José, donde se educaban muchos hijos de vascos. En la escuela ambos niños no se daban con nadie y fueron objeto de burlas de sus compañeros. Roque era el que reaccionaba más violentamente. Sus otros hermanos eran Amalia y Marcelina.
En el Colegio de San José estuvo un año y de ahí pasó al Colegio de la América del Sur, dirigido por el educador español Lorenzo Jordana, donde su tío Leandro era profesor de filosofía, empleo que había aceptado para ayudar a la economía familiar. Allí terminó sus estudios secundarios.
Su padre tenía un corralón sobre la calle Pichincha, donde guardaba los carros que se adentraban en el río para descargar la carga de los barcos o acercar a pasajeros a la orilla. Cuando esto ocurría, los chicos preferían no ir a la escuela y pasaban un día de jolgorio en el río. Hipólito nunca fue de la partida. Siempre se lo veía solo, con libros bajo el brazo.
Por referencias despectivas que Leandro haría mucho tiempo después, ya distanciados, cuando lo llamaba “carrerito”, se supuso que trabajó un tiempo con su padre; pero sí se sabe que fue dependiente en una tienda y empleado en una empresa de tranvías. A los 15 años su tío lo hizo entrar como pasante en el estudio de un amigo abogado, donde se ocupó de hacer copias de los escritos. Gracias a este trabajo, mejoró notablemente su caligrafía.
Por entonces, Hipólito admiraba a su tío Leandro, que a esa altura ya era abogado, había peleado como voluntario en la guerra del Paraguay, donde había sido herido, se había metido en política, y militaba en el Partido Autonomista. El tío de larga barba asumió el papel de hermano mayor, lo guiaba y aconsejaba.
A los 17 años, Hipólito se quedó sin trabajo porque el estudio de abogados cerró y el 29 de marzo de 1870 fue nombrado escribiente primero en la Contaduría General de gobierno, en la oficina de Balances de Importación, puesto en el que no estuvo demasiado tiempo.
Cuando estalló la epidemia de fiebre amarilla, Leandro se contagió pero pudo curarse. La tarde del 16 de agosto de 1871 su madre Tomasa Ponce, caminando por la calle Piedras, a la altura de Europa, cayó muerta. Primero fue confundida con otra persona y luego fue llevada a la comisaría 16° donde Leandro e Hipólito reconocieron el cuerpo al que habían acostado en el piso de ladrillos y cuyo rostro habían tapado con un pañuelo.
El 17 de agosto de 1872 Hipólito fue nombrado comisario de policía en Balvanera, seguramente por gestión de su tío. El muchacho tenía 20 años, un mes y cinco días, aunque aparentaba ser mayor. Era alto, vestía con elegancia y supo hacerse respetar. Mientras que su hermano Roque, en el barrio, es conocido por ser “gallero”, tener gallos de riña.
A los seis meses fue suspendido por algunos días por querer seducir a una mujer. Denunciaron que había sido de mala manera y había llegado a amenazarla. El negó las acusaciones y luego le llegaron denuncias de que el marido de la mujer, dueño de un almacén, había corrido a pedradas a dos niñas que habían cometido travesuras en el local. La denuncia terminó archivada.
Al mes siguiente se le labró otro sumario que se archivó cuando se descubrió que era una falsa acusación y quince días más tarde estuvo por pelearse a golpes de puño con un oficial en la puerta del Departamento de Policía.
En esa época tuvo su primer romance. Fue con Antonia Pavón, una chica de familia humilde, hija de un empleado de policía y quien trabajaba en la casa de Luisa Alén. Tuvieron una hija, Elena. Yirgoyen estuvo a su lado toda su vida.
Cada tanto iba a visitar a Marcelina, su tía abuela y la cocinera de la casa, que solía prepararle sopa de papas, uno de sus platos preferidos.
Siendo comisario, decidió estudiar Derecho. Al inscribirse, alegó que había perdido el certificado de estudios secundarios y presentó como testigos a dos profesores, uno de ellos su tío. Casi no pudo entrar porque era mitad de año pero el rector Vicente Fidel López lo hizo figurar como ingresado en abril y asunto resuelto. En 1878 terminó de rendir las materias, cumplió las prácticas en el estudio de Alem y Silveira, pero no llegó a rendir la tesis. Pudo llegar a ser doctor gracias a una ley de 1880 que reconocía ese título a quienes tuvieran aprobadas las materias básicas y no hubieran hecho la tesis.
En 1877 perdió su cargo de comisario. El gobernador de Buenos Aires lo acusó de “haber permanecido durante el año electoral en la parroquia de Balvanera, en vez de atender la comisaría a su cargo”.
Cuando Yrigoyen fue elegido presidente de un comité parroquial del Partido Republicano, cuyo referente era su tío, hizo ingreso a la política. En 1878 fue elegido diputado a la legislatura de Buenos Aires. Ese niño retraído y solitario le daba paso a otro Yrigoyen, que llegaría a ser dos veces presidente.
Fuentes: Guía Radical, de Carlos Quirós; Vida de Hipólito Yrigoyen, de Manuel Gálvez; Yrigoyen, de Félix Luna; César Tiempo entrevista a Hipólito Yrigoyen, diario La Opinión del 11 de marzo de 1973; colección revista Caras y Caretas.
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