El año 1816 pasó a la historia como el verano sin sol. La erupción del volcán Tambora en 1815, en la actual Indonesia, había cubierto de cenizas los cielos del hemisferio norte impidiendo ver el sol y bajando las temperaturas medias. Este clima destemplado impedía el goce de las actividades estivales. Ese año, por el frío imperante, un grupo de escritores y poetas ingleses se reunieron en una casa a orillas del lago de Ginebra a inventar historias. De ese grupo que contaba con la presencia de Lord Byron, Percy Shelley, su esposa Mary y el Dr. Polidori surgió un mito literario que invadió la literatura primero y el cine después. Mary Shelley ni se imaginaba que el monstruo que parió esa noche de frío, Frankenstein (que se publicó en 1818), le ganaría fama imperecedera.
Tampoco sabían aquellos escritores que mientras ellos dejaban correr su imaginación, en una lejana ex colonia española, un grupo de abogados, curas y un solo militar, estaban sellando el destino de una nación. Sin proponérselo, ellos también crearon sus Frankensteins criollos e hispanos...
El 27 de marzo se inauguró el Congreso de Tucumán, cuando hacía casi un año que había hecho erupción el Tambora (en las Indias Orientales holandesas), pero sus efectos aún se sentían con fuerza. Para entonces más de cien mil personas habían muerto a consecuencia de este sismo que fue la mayor erupción volcánica de la historia.
A este Congreso no asistieron los representantes de las provincias mesopotámicas ni la Banda Oriental, ni Santa Fe, por la agresión de las fuerzas porteñas al puerto de esta última provincia.
Los comerciantes de Buenos Aires pretendían mantener sus prerrogativas y la única ciudad (además de Montevideo) que podía competir con los porteños era Santa Fe. Por tal razón, la ciudad a orillas del Paraná había sufrido un ataque por mil quinientos hombres encabezados por el general Viamonte quien logró imponer a Francisco Tarragona como un gobernador social al mandato de Buenos Aires. Para los porteños era mejor gastar fuerzas y municiones en someter a un pueblo criollo al vasallaje comercial que reforzar al ejército del Norte, que acababa de sufrir una humillante derrota en Sipe Sipe.
En mayo de 1816, el Congreso nombró a Juan Martin de Pueyrredón, diputado por San Luis, como Director Supremo. Durante su gestión que duró cuatro años, tuvo aciertos pero tomó muchas medidas discutibles, cuando no perjudiciales. Por un lado, asistió a San Martín en sus preparativos para que el ejército de los Andes llevase la libertad a Chile, pero en nada ayudó a los orientales a luchar contra la invasión lusitana que había irrumpido en la Provincia Cisplatina, el 6 de junio de 1816. Ocho mil portugueses asesorados por el mismo Willian Car Beresford, aquel de las invasiones inglesas, amenazaron las fronteras de la futura República Oriental de Uruguay.
El 9 de julio fue declarada solemnemente la independencia de las Provincias Unidas pero apenas 10 días después se agregó al acta redactada en castellano, quechua y aymara, una aclaración: no solo se era independiente de Fernando VII sino “de toda otra dominación extranjera”. Era un rumor a voces que Pueyrredón favorecía la alianza con los portugueses para dominar a la liga artiguista de los Pueblos Libres.
Existía un entusiasmo popular por la nueva independencia y una semana más tarde, ante la tumba de los caídos en la batalla de Tucumán, el pueblo y las milicias juraron defender la independencia en un momento muy complicado para el movimiento libertario en América hispana. La derrota de Sipe Sipe fue un duro revés para el Ejército del Norte y puso en peligro la frontera de Jujuy. Sólo la enérgica intervención de Güemes logró frenar las irrupciones realistas en las provincias del noroeste.
El ejército de Morillo, organizado para reconquistar el Río de la Plata, había sido desviado a Venezuela y para mayo del 1816 habían tomado Bogotá. Ese mismo año Bolívar había fracasado en un intento de recuperar Venezuela desde Haití.
Entre el 12 y 24 de julio, Pueyrredón y San Martín se reunieron en Córdoba a fin de elaborar el plan para la campaña emancipadora en Chile. Con la independencia declarada podía, de una vez por todas, iniciar su plan libertador.
Los congresistas tenían la misión de declarar cuál sería la forma de gobierno que debían asumir las Provincias Unidas, pero no pudieron ponerse de acuerdo entre las tres opciones: la federal, la unitaria o una monárquica parlamentaria. Fue entonces cuando Belgrano propuso la unción de un rey incaico, ya que venía de fracasar en su intento de traer un príncipe español a regir al antiguo virreinato.
Pueyrredón, por su lado, abrigaba la posibilidad de coronar un príncipe francés.
A fines de agosto las tropas porteñas fueron expulsadas de Santa Fe.
Los primeros días de septiembre, los congresistas enviaron a dos diputados a parlamentar con el jefe de las tropas portuguesas, el general Lecor, con instrucciones de negociar “la libertad e independencia de las provincias representadas en el Congreso” –una forma de decir que tanto la Banda Oriental como las provincias mesopotámicas quedaban libradas a su suerte–.
Mientras esto acontecía, el comandante Juan Francisco Borges en Santiago de Estero, declaraba a esta provincia parte de los Pueblos Libres seguidores de Artigas. La sublevación federal fue sofocada y el comandante Borges fusilado por orden de Belgrano.
Los ingleses, atentos a lo que acontecía en América del Sur, estudiaban la conveniencia de unir Brasil a las Provincias Unidas, aprovechando que tanto Fernando VII como su hermano Carlos se habían casado con las hijas del príncipe Juan Braganza –regente de Portugal y marido, a su vez, de Carlota, hermana de Fernando y Carlos–. Obviamente su intención era aumentar el comercio con las ex colonias.
A fines de 1816 el Dr. Manuel José García, representante del Directorio ante la corte de Río de Janeiro, le escribió a Pueyrredón “Creo que en breve desaparecerá Artigas de la Banda Oriental”. Pocos días más tarde, Montevideo caía en manos portuguesas después de cinco meses de asedio, pero Artigas y los suyos sostuvieron una guerra dispar ya que Pueyrredón, a pesar de los reiterados pedidos de los representantes orientales, en ningún momento asistió a Artigas y los suyos. El mismo general San Martín se sinceró en una carta a su amigo Guido, “hablando a usted con franqueza, prefiero (la vecindad de los portugueses) a la de Artigas”. El federalismo para muchos era sinónimo de anarquía.
Así fue como terminó el año 1816, con un gran compromiso asumido por los congresistas que permitió el inicio de la campaña libertadora cuyo primer gran hito sería la notable victoria de Chacabuco, en febrero de 1817. Pero la concreción de una constitución que consagrase una forma de gobierno permaneció esquiva y Argentina vivió la paradoja de ser el primer país en librarase de yugo español exitosamente pero el último en consagrar una constitución.
Si bien el artiguismo fue combatido como una “infección”, sembró en las provincias el germen del federalismo o, como lo llamaba el mimo Artigas, la independencia absoluta de España y la relativa de cada provincia. El comandante Borges, en Santiago del Estero, fue la primera víctima de la lucha por las autonomías provinciales.
La falta de un acuerdo como proyecto nacional, los intereses localistas, la ausencia de una constitución y la forma de gobierno atentó contra nuestro progreso como nación.
El puerto de Buenos Aires priorizó sus intereses comerciales sobre la integridad territorial, prefirió perder la Banda Oriental y atacar Santa Fe, hasta que enérgica respuesta de Estanislao López permitió terminar con el hostigamiento porteño.
Al final, el año 1816 resultó ser una sucesión de luces y sombras como las ocasionadas por las cenizas que arrojara un volcán llamado Tambora.
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