Es una piedra chiquita que recogimos hace más de seis años en una playa de Croacia. Es mínima, blanca y suave, pero pesa toneladas. Tiene tu nombre de soltera escrito con marcador indeleble negro. Porque nada de lo que hacías era borrable. La letra es del lawyer, tu yerno. La nuestra -la de los hermanos que dejaste- hubiese sido demasiado desprolija. Vos con tu impecable y redonda caligrafía de otra época te reías a carcajadas de nuestros garabatos de zurdos, ilegibles, que siempre nos dejaban las manos manchadas de tinta.
No fue algo planeado, vieja querida. Se dio no más este domingo pasado al mediodía, cuando terminamos de sacar los libros de tu biblioteca en tu casa medio vacía. Fuimos caminando esas cuadras céntricas y despobladas que nos separaban de la Plaza de Mayo con la piedra en el bolsillo y hablando de cualquier cosa. Al llegar, vimos que había un muro de vidrio. Tirarla no daba. ¿Cómo hacíamos? Le contamos a dos mujeres policía, que estaban a unos metros, que queríamos dejarte dentro. Tuvieron la mejor onda. Corrieron las vallas y con mucho respeto nos habilitaron el paso: “Quédense el tiempo que haga falta”, dijeron.
Era raro. Éramos los deudos. Los turistas, los sin muertos por Covid, estaban fuera. Estar adentro de ese monumento espontáneo era muy extraño, vieja. ¿Qué hacemos acá? ¿Qué carajo hacemos? Había mucho sol y estaba fresco. Sonreí por dentro mientras me sonaba la nariz pensando en eso. Fresco… fresco el día y Fresco tu apellido. Una boludez que me hizo gracia mientras desparramaba lágrimas en la manga de tu campera gris que tanto te gustaba. Mis mocos en tu campera nueva, seguí pensando como una imbécil. No puedo dejar de mezclar tonterías con tanto desgarro.
Sé que la Rosada no es un lugar donde hubieras querido descansar. Un cafecito preparado por Diego, bajo una sombrilla en el balneario Cacho, y un pucho te hubieran gustado muchísimo más. Pero tocó dejarte acá, entre miles de otras piedras de distintos tamaños. Todas tienen días, nombres, deseos. La tuya solo dice Carola Fresco y debajo tiene esa fecha horrible: 3 de junio 2021. Era jueves, de eso también me acuerdo. Pasé tu piedra con cuidado por debajo del vidrio y para arrimarla al resto la empujé con mi enorme cuaderno de notas… Bueno vieja acá te quedás con tus nuevos amigos. Sos un testimonio más del desacuerdo permanente entre políticos y ciudadanos. Entre lo moral y lo amoral. Entre la civilización respetuosa y la prepotencia del choreo de las vacunas. Aquellas vacunas que puestas a tiempo quizá te hubiesen permitido seguir puteando, tomando café y malcriando nietos. Ellos también te extrañan. ¡Parece mentira mamá que sean tantas las piedras!
Pero no sos una piedra seca. Sos huesos húmedos, un ancla familiar llena de abrazos. De piedra son los muros, las fortalezas, los caminos… Si te tocó ser piedra, y no tijera o papel, me consuelo pensando que sos piedra jugosa, con venas, piedra maquillada y adorada y perfumada. Te convertiste en piedra también para ser grito, para dar batalla por un futuro mejor que, por ahora, nos esquiva.
El domingo 3 de julio se cumplieron 13 meses de tu ausencia. Y fuimos a recordarte con esta piedra que viajó de lejos en el bolsillo. Las otras miles te harán compañía por las noches. Sabemos que, desde que papá no vivía con vos, no te gustaba estar sola. Te dejamos a la intemperie, para que la lluvia te riegue y crezcan los testigos. Y para que con las demás piedras se vuelvan columna vertebral de una nueva Argentina valiente, respetuosa, amorosa, trabajadora y honesta.
Tranquila mamá, ya lloramos un poco menos. Tu ausencia se volvió mala costumbre. Eso también da un poco de culpa. Pero vos nos dirías práctica, contenedora y con tu dignidad de siempre: “Déjense de joder. Hagan su vida, cuiden a su padre, no se peleen. Yo fui feliz”.
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