Lucila llegó a Buenos Aires con apenas 18 años y se instaló en el barrio La Mascota de Benavídez. Provenía de Cajamarca, Perú, desde donde decidió huir por un conflicto personal gracias a la ayuda de su mamá Joselina, quien utilizó sus ahorros para que pudiera irse del país. En Argentina, se dedicó a cuidar a una señora de edad avanzada. En el lugar conoció a su pareja. Se juntaron en el 2016. Ella pensó que su oscuro pasado quedaría atrás y formaría una familia. En un terreno empezaron a edificar su casita. Pero aquella historia de amor se desmoronó cuando se convirtió en madre: su compañero se convirtió en su mayor enemigo. “Mi nene nació el 31 de agosto de 2019 acá en la Argentina. Pero desde ese momento todo cambió. Me dediqué mucho a mi hijo porque es todo para mí. Mi marido me empezó a faltar el respeto, con celos por el niño y porque quería trabajar. Pero me hicieron cesárea y no me podía mover. Ahí empezaron los golpes. Él decía que cambiaría, pero volvía a hacerme lo mismo”, cuenta Lucila.
Pensó en volver a su país pero sabía que en Perú no tenía apoyo. No sabía a quién acudir. Esos celos, que se transformaron en golpes y maltrato constante, tuvieron un punto final. En diciembre del 2021, con su niño en brazos, su marido la golpeó tan fuerte que temió por su vida. Ella afirma: “pensé que me iba a matar, me pegó con el nene en brazos y me escapé, me animé a denunciarlo”. Juntó mucho valor, y realizó la denuncia en la Comisaría de la mujer de Pacheco, y volvió a huir, esta vez de la casa que estaba construyendo, donde todo el amor se volvió violencia.
En ese momento se contactó con la Fundación Cultura de Trabajo, y consiguió un refugio para vivir segura con su hijo. También le ofrecieron asistir a un programa y acompañarla. El duelo se le hizo más sencillo al no estar sola. Además del amor de la red de contención, contó con una tutora que la acompañó: “Carla fue como una amiga. Siempre la recuerdo. La verdad es que por mi nene tuve que reaccionar, tuve que hacer algo para que no se quedara sin mamá, por eso hice la denuncia. Recién entró al jardín maternal. Carla me ayudó a eso también. Ya está en adaptación. Sufrió muchísimo, y yo también, pero ella nunca nos dejó solos”.
El siguiente paso fue comenzar a trabajar. “Desde la Fundación me ayudaron a armar un currículum. Luego me comentaron que había una capacitación, si quería aprovecharla. Pensé en asistir, y acepté. Era un poco lejos, en Capital y no conocía por allá, pero me animé. Viajaba tres horas en colectivo y lo hacía muy feliz. Fueron varios encuentros a los que asistí; la capacitación es muy entendida, las chicas me brindaron mucho apoyo. Si había un trabajo siempre me avisaban y me hacían un seguimiento. Me siento muy agradecida con cada una de ellas. Las horas que mi hijo va al jardín las aprovecho para trabajar y después venimos al hogar donde estoy”, resume la experiencia.
Entre las ofertas que le realizó la Fundación hubo una que le cambió para siempre su vida, un curso llamado “Home Manager”, que forma de manera profesional y gratuita a los participantes que quieran ser asistentes domésticos. De esta capacitación, Lucila, explica: “Cuando en tu casa tenés el piso de tierra no sabes qué hacer en esos de las oficinas o de otras casas. Ahí aprendí sobre el cuidado, la limpieza de una oficina o una casa de familia, cómo se inicia y se termina. Que todo va de arriba para abajo, empezando por las paredes y lo último que se limpia es el piso. La organización de la ropa, nos enseñaron técnicas de doblado y sacar todo lo que no usamos, dejar lo que más usamos. Veíamos hasta videos de limpieza de cocina, de adornos, el lavado correcto de verduras y frutas. Y también ves qué comer, cómo atender a un chico, ahí te dan todo...”.
Una de las fundadoras de la Fundación Cultura de Trabajo, la Lic. Alexandra Caraballo Frascá, explica: “El 50% de nuestra población son mujeres cuya salida laboral de subsistencia es el empleo en hogares particulares. Nuestro proyecto de formación profesional permite revalorizar su trabajo, empoderándolas, y permitiéndoles proyección de futuro, así como el reconocimiento por parte de los empleadores de su profesionalismo. De esta manera se reduce la informalidad, la rotación e inestabilidad laboral. Queremos que el trabajo en hogares particulares deje de ser una mera salida laboral de subsistencia para que sea considerado como lo que realmente es”. No sólo se dedican a la reincorporación laboral y social de mujeres víctimas de violencia de género; sino también acompañan a adultos mayores y personas en situación de vulnerabilidad que decidan cambiar su destino.
Para Lucila fue mágico, encontró apoyo y una razón por la que luchar. Hoy tiene su primer trabajo gracias a la bolsa de trabajo de la Fundación. Como si fuera poco, también le enseñaron técnicas de reanimación cardiopulmonar (RPC), para poder utilizarlas en caso de emergencias. Y las necesitó: cuando el hijo de 2 años se ahogó por tragar una moneda, pudo evitar un desastre con sus propias manos y en cuestión de segundos.
Para ella, el día de su graduación fue un volver a nacer: “Fue el primer título de mi vida. Me puse a llorar de tanta alegría que tenía, fue hermoso. Sin dudarlo fue el día más feliz de toda mi vida, el conocimiento que aprendí al estar ahí es muchísimo. Me sentí más fuerte, fue un antes y después. Hoy se que nada es imposible. Yo poco a poco salí adelante. Ahora gano 750 pesos la hora y con eso vivimos. A veces se me dificulta, pero sigo”. Hoy, la joven comenzó un curso de asistente de farmacia.
(Para colaborar. www.culturadetrabajo.org.ar)
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