“Las penas y las vaquitas se van por la misma senda/ Las penas son de nosotros/ Las vaquitas son ajenas.
Yupanqui/Del Cerro. 1944
Ricardo Mollo, el excelso guitarrista, cantante y compositor de Divididos, me refirió una pequeña historia que habla mucho del valor que alguna página valiosa de nuestra música popular argentina, que mas allá de haber sido grande en su momento, trasciende la frontera del tiempo y renueva su valor en cada versión.
Andaban los Divididos de gira en bus por el interior del país. El trio y su crew iban recorriendo las rutas inmersos en ese placer indescifrable que sienten los músicos andando de rutas. Ricardo Mollo, Diego Arnedo -bajista de increíble ductilidad, energético y genial- además del baterista, que debía ser o Federico Gil Solá o Jorge Araujo, ya que esto data de antes de la llegada de Catriel Ciavarella, baterista actual de Divididos. Estaban presentando “La era de la boludez”, excelente álbum de la banda de 1993. Así que de esos años estoy hablando.
Me decía Mollo que llegando a Tandil deciden parar a comer en uno de esos bares al costado de la ruta, así que estacionan el micro y bajan. Siempre, saliendo de CABA, una banda de rock, plomos, asistentes más acompañantes, llama la atención superlativamente cuando deciden acampar en algún territorio lugareño. Así que la llegada de Divididos + crew + invitados ocasionales fue presenciada con interés y curiosidad por los parroquianos.
Nada fuera de lo habitual.
Uno de los habitués del lugar, que había salido unos minutos después de la llegada de Divididos al local, regresa con un chico, ambos vestidos a la usanza del campo: camisa, bombacha de gaucho y alpargatas. Se dirigen directo a la cabecera de la mesa “dividida”, donde alguien le había señalado a Mollo. Con educación y respeto, después de presentarse, se disculpan por la intromisión. Entonces el hombre mayor, agarrando al pibe del codo, inquiere a Ricardo...
-¿Ustedes son Divididos?... –
Ante la afirmativa respuesta, se acerca aun más a Ricardo Mollo y casi secretamente le dice:
-Podría aclararle a mi hijo que “El arriero va” no es de ustedes, que la hizo Atahualpa...
Es que en “La era de la boludez”, ese gran disco consagratorio de Divididos, una versión powerosa de " El arriero va” fue de las canciones mas difundidas y celebradas por su público que había llenado una decena de veces el estadio de Obras y un Velez inolvidable en el marco de la presentación oficial del álbum.
Contaba siempre Mollo que la versión nació de una zapada blusera, a la que le faltaba una letra, asi que como quién no quiere la cosa, literalmente, comenzó a meter en el medio la inoxidable letra de Yupanqui, y quedó nomás. Es que “El arriero va” mas allá del alegato y la denuncia, posee una nostálgica belleza en sus tonos tristes que la hace universal.
Como “Strange Fruit” de Billie Holiday (que no es de ella, pero la canta y termina siendo de ella) o “What a wonderful world” a la Louis Armstrong, “El arriero va” es poseedora de esa medular melancolía de la que están hechas las canciones que le meten belleza al dolor, amor a la injusticia, esas cosas que a los demás mortales nos resultan casi imposibles de lograr. Ese será el secreto de la trascendencia entonces. Como bien decía Emile Cioran: ”la vida sin música, es como la belleza sin melancolía”
La historia, mínima, que cuenta Atahualpa en “El arriero va”, es simplemente triste, pero la música la dota de una preciosura que hace que todos los que la escuchamos una vez no la olvidemos nunca más.
Grabada originalmente en 1944, ese año en este pintoresco lugar del planeta, gobernado dictatorialmente por el gral. Farrell, el entonces coronel Perón conoce a una actriz llamada Evita Duarte en un espectáculo a beneficio de las victimas de un terremoto reciente ocurrido en San Juan. Dicha jornada benefactora se realizaba en el Luna Park porteño.
Ese mismo año en Normandia desembarcan los aliados y acaban con la ocupación nazi. Los nazis con alguna jerarquía interna, salen corriendo para todos lados cobardemente asustados por lo que venía. Para todos lados.
En esos días, Atahualpa Yupanqui junto a su esposa Nenette Pepin Fitzpatrick compone la canción.
Ella se había convertido en su socia artística, además de la madre de su cuarto hijo y su cómplice cuando la autoridad lo perseguía.
Atahualpa ya había conocido el destierro por política a sus 22 años, cuando participó de la revolución Yrigoyenista de Entre Ríos y terminó desterrado en Montevideo y el sur de Brasil. Eso determinó que se separara de su prima y primer esposa Maria Alicia Martinez, ella se quedó acá con sus tres hijos de Atahualpa mientras él se las veía horrible exiliado.
Unos años después, ya casado via Montevideo con Nenette, también tuvieron que salir corriendo sin valijas varias veces, perseguidos y acusados de comunistas por los militares de turno. En una de esas escapadas, de Madrid mueven para París, donde Edith Piaf, maravillada por el talento de don Ata, lo recomienda a su sello grabador, que edita sus discos en toda Europa haciéndolo ídolo.
Eso sucedió en los 50´s, donde se desafilia del partido comunista de una vez y ya puede volver a tocar aca.
Volviendo a su casamiento con Nenette, juntos engendran gran cantidad de canciones, convirtiéndolo en una referencia ya de entrada. Su temática, además de sus brillantes partituras lo hacen una celebridad en el campo y en la ciudad , en Argentina y en el mundo entero.
Atahualpa Yupanqui en realidad nació como Héctor Roberto Chavero en 1908. Del mismo año era Nenette, que firmaba las canciones como Pablo Del Cerro. Se ve que estaba mal visto que una mujer compusiera canciones que después cantarían hombres.
Lo mismo, en la misma época, le sucedía a Mary Lou Williams, de Atlanta, Georgia. Que componía temas de jazz para Louis Armstrong, Duke Ellington y Count Basie firmando M. Williams. Tuvo también, aunque por otras razones, que desarrollar su carrera como pianista y cantante en París. Igual que Atahualpa.
Yupanqui y Nenette ya habían hecho “Zambita de los Pobres” y la “Vidala del silencio” cuando en el 44 aparece un disco de 78 RPM, con “El arriero va” de un lado y " A orillas del Yi” en el otro.
“En las arenas bailan los remolinos
El sol juega en el brillo del pedregal
Y prendido a la magia de los caminos
El arriero va, el arriero va.
Es bandera de niebla su poncho al viento
Lo saludan las flautas del pajonal
Y animando a la tropa por esos cerros
El arriero va, el arriero va.
Las penas y las vaquitas se van por la misma senda
Las penas son de nosotros
Las vaquitas son ajenas.
Un degüello de soles muestra la tarde
Se han dormido las luces del pedregal
Y animando a la tropa, dale que dale
El arriero va, el arriero va.
Amalaya la noche traiga un recuerdo
Que haga menos pesada la soledad
Como sombra, en la sombra por esos cerros
El arriero va, el arriero va.
Las penas y las vaquitas se van por la misma senda
Las penas son de nosotros
Las vaquitas son ajenas.
Las penas son de nosotros
Las vaquitas son ajenas.
Y prendido a la magia de los caminos
El arriero va, el arriero va.”
Escucharla por Atahualpa con ese estilo despojado para tocar la guitarra, como Joao Gilberto, sin estridencias, como acariciando las cuerdas, contrasta con la versión de Divididos, que te hace apretar los puños escuchando. Mollo es el gran guitarrista argentino, pero su voz haciendo “El arriero va” estremece hasta los huesos.
Es el punto exacto donde Jorge Cafrune y Jimi Hendrix se conjugan. Somos realmente un público afortunado de tener estos tipos en nuestro acervo.
Por otro lado, hay una gran costumbre rocker de rescatar canciones tradicionales, alejadas de las nuevas escuelas, para ponerlas de nuevo en órbita.
Ya en 1967 The Doors hacía una versión de “Alabama song” de Bertold Brecht y Kurt Weil, originalmente compuesta en 1927 para la obra “Mahagonny Songspiel”, célebre pieza teatral sobre prostitutas y clientes. Un tanto más acá, los irlandeses Thin Lizzy en 1972 recuperan para la cultura joven del momento un tema fiestero tradicional de su cultura llamado “Whisky in the jar” (Whisky de la jarra), que 20 años después vuelve a versionar Metallica en su disco “Garage Inc”. Ambas se convirtieron en número uno. Esta canción habla de un ladrón que es abandonado por su amante y decide emborracharse.
Eric Clapton también rescata “All of me” en su gran disco Old Sock de 2013. La versión original es de la cantante de jazz Ruth Etting en 1931. La de Eric es en dúo con Paul McCartney, aunque no fue la única versión. “All of me” debe tener un millón de versiones, pero son para destacar la de Eric con McCartney, la de Billie Holliday, la instrumental del guitarrista gitano Django Reinhardt y la de Frank Sinatra obviamente.
Es tarea de artistas muy nobles e inteligentes volver a traer esas antiguas gemas ocultas que son de dominio universal. Patrimonio musical eterno de la humanidad. Sin duda, aunque sin más fundamento que mi expertise poniendo discos al oído popular, Atahualpa Yupanqui tiene por lo menos tres a la altura de las nombradas.
Lo prohibieron, lo encarcelaron, le rompieron dedos de su mano derecha sin percatarse que era zurdo -si habrán sido ignorantes nuestros dictadorzuelos-, lo extraditaron, se la pusieron siempre difícil, y cuentan quienes lo conocieron que don Ata ni siquiera levantaba la voz.
Los aniquiló, los sobrevivió, pasó de los malos tocando su guitarra y cantando sus versos.
Hablame de héroes.
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