Martín de Álzaga, el héroe de las invasiones inglesas que fue acusado de conspiración y ordenó su propio fusilamiento

En 1812 el Primer Triunvirato reveló un plan urdido por residentes españoles en Buenos Aires para derrocar al gobierno, matar a los funcionarios y devolver estas tierras a España. El protagonista de esta historia fue un rico comerciante español que se había destacado en la defensa contra los ingleses

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Martín de Alzaga vino de niño al país y supo amasar una de las grandes fortunas del Río de la Plata
Martín de Alzaga vino de niño al país y supo amasar una de las grandes fortunas del Río de la Plata

Ese hombre flaco, alto, de piel blanca, que salió ese lunes del Cabildo sin engrillar y sin sombrero había sido tal vez uno de los más populares, junto a Santiago de Liniers, por su papel en las invasiones inglesas. Ese español hasta el tuétano caminaba lento pero firme hacia el cadalso.

Martín de Álzaga era un vasco que, escapando de las penurias económicas, había llegado al Río de la Plata a los once años para vivir con su tío. Se dedicó al comercio y gracias a la inteligencia que puso en los negocios, que incluía el comercio de esclavos, se convirtió en una de las personas más ricas de la ciudad.

Se involucró en la vida cívica de la ciudad. En 1795 fue nombrado alcalde de primer voto en el Cabildo. Fue clave su participación en las invasiones inglesas, organizando vecinos, procurando armas que guardaba en sus depósitos, y coordinando acciones, especialmente en la segunda invasión.

Cuando estalló la guerra entre España y Francia, Álzaga fue un referente en todas las teorías conspirativas en estas tierras. El virrey Liniers era de origen francés y el comerciante había pedido a la Junta de Sevilla su remoción. Los últimos días de diciembre de 1808 Alzaga presionó al Cabildo para lograr la separación del virrey cuando éste intentó nombrar a Bernardino Rivadavia como alférez real, atribución del Cabildo. Estaban ante lo que evaluaba como un caso de abuso de poder.

La oportuna intervención de Cornelio Saavedra, al frente del regimiento de Patricios, fue el que frustró los planes del español y sus seguidores. Era el primer día del año 1809. Todos los conspiradores fueron enviados detenidos a Patagones.

Liniers, golpeado, pidió su relevo y a fin de julio fue reemplazado por Baltasar Hidalgo de Cisneros. Mientras tanto Álzaga había podido escapar y había huido a Montevideo. Siempre dispuesto a jugarse por España, causó sorpresa cuando lo acusaron de buscar la independencia de Buenos Aires de España. Fue un confuso proceso con testigos poco confiables. Cisneros, presionado, lo mandó a encerrar pero luego fue liberado por falta de pruebas concretas, quedó con prisión domiciliaria y tiempo después absuelto.

Por supuesto que Alzaga no adhirió a la Revolución de Mayo y continuó conspirando. Cuando gobernaba el Primer Triunvirato su plan fue el de tomar el Fuerte, detener a los funcionarios y condenarlos a muerte. Era consciente que no podía hacerlo solo y dependía de la ayuda de los jefes españoles, como José Manuel de Goyeneche en el norte, y Gaspar de Vigodet desde la Banda Oriental.

El bando que emitió el gobierno dando cuenta de la conspiración fue lapidario.
El bando que emitió el gobierno dando cuenta de la conspiración fue lapidario.

Sin embargo, la detención de un tal Francisco de Paula Cudina, que vivía en la Cañada de la Cruz, desencadenó la debacle. El 17 de marzo de 1812 este comerciante de pañuelos que en sus continuos viajes llevaba y traía de todo, se lo sindicó ser correo de los conspiradores.

El nombre de Álzaga enseguida apareció. Se lo acusó de intentar que estas tierras volviesen al dominio español. El golpe estallaría el 5 de julio, aniversario de la victoria de la segunda invasión inglesa, que tantos recuerdos de gloria le traía.

El complot es un secreto a voces en Buenos Aires. Un conjurado reveló el plan a su suegra y ésta a su marido, quien fue con el dato a las autoridades. Años después un sobrino de Alzaga, que vivía en Montevideo, contó que en la familia se recordaba que había logrado huir disfrazado y que se había ocultado, y que esta maniobra su propia esposa se la confesó al sacerdote Nicolás Calvo, y que el propio Calvo ayudó a su escape.

Murió sin delatar a nadie ni contar los detalles de su plan. Afrontó con serenidad el pelotón de fusilamiento
Murió sin delatar a nadie ni contar los detalles de su plan. Afrontó con serenidad el pelotón de fusilamiento

También se contó que el negro Ventura, esclavo de Valentina Feyjó, escuchó una conversación de su amo con los complotados, que se lo comentó a alguien de su confianza y que éste fue con el dato a las autoridades.

Desde la tribuna de la Sociedad Patriótica, Bernardo de Monteagudo denunció que el Primer Triunvirato era débil y exigió un escarmiento. El que más fogoneó en el gobierno que los complotados sean procesados fue Bernardino Rivadavia, tal vez resentido cuando Alzaga se había opuesto a su nombramiento en el Cabildo. Los triunviros Juan Martín de Pueyrredón y Feliciano Chiclana no estaban del todo convencidos, pero terminaron cediendo ante las pruebas.

"Basta de sangre", anunció el último bando del gobierno. Ya había ejecutado a más de veinte personas.
"Basta de sangre", anunció el último bando del gobierno. Ya había ejecutado a más de veinte personas.

El 4 el gobierno dio a conocer una proclama en la que denunciaba el plan “de dar un golpe mortal a la vida de la patria, sorprendiendo nuestros cuarteles, destruyendo al gobierno, asesinando a vuestros magistrados, proscribiendo a los ciudadanos beneméritos y disuelto el estado, entregar estos países cubiertos de la sangre americana al yugo ominoso de los déspotas”.

Se nombró al propio Chiclana y junto a Hipólito Vieytes, Miguel de Irigoyen y Monteagudo para que tomasen declaración a los acusados, que fueron buscados por los alcaldes de barrio y de hermandad.

El cura Calvo se escudó en el secreto de confesión y presionado solicitó la dispensa correspondiente para dar detalles de lo que conocía. De esta manera, soldados de Dragones de la Patria y funcionarios civiles fueron a buscarlo a la casa de Rosa Pinero. Fue encerrado en la madrugada del martes 6. Dos horas después se le comunicó que había sido sentenciado a muerte.

Pueyrredón intentó hasta último momento que las sentencias no fueran la pena capital. Provocó que la gente fuera a la puerta de su casa, así como a la de Chiclana y rompiese los vidrios de las ventanas y cantasen consignas contra ellos. Un escrache colonial.

Álzaga ignoraba que dos días antes su yerno, el comerciante Matías De La Cámara, casado con su hija María Narcisa, por no saber dónde se ocultaba su suegro, había sido ajusticiado. Esa noticia le impactó sobremanera, si hasta iba a nombrarlo albacea de su testamento. Designó en su lugar a su amigo José Martínez de Hoz.

Junto a él fueron muertos Pedro Latorre y Francisco Lacarra.

Los árboles indican el lugar donde se encontraba el cementerio que en la época colonial se enterraba a indigentes y ajusticiados. Hoy es la plaza Roberto Arlt.
Los árboles indican el lugar donde se encontraba el cementerio que en la época colonial se enterraba a indigentes y ajusticiados. Hoy es la plaza Roberto Arlt.

El cadalso había sido armado frente al Fuerte, de espaldas a la arcada principal de la recova, por donde en 1806 había pasado el general William Beresford para rendirse. En medio de una multitud, Álzaga salió caminando del Cabildo, vestido con una chaqueta verde, calzón corto, botas y sin sombrero. No estaba engrillado. Caminó acompañado por un fraile y debidamente escoltado. La gente le gritaba “muera el tirano” y lo insultaban. Se mostró sereno y testigos señalaron que no parecía que fuera a morir.

No quiso que se le vendasen los ojos. Le pidió al pelotón que no le tirasen a la cara, se cruzó de brazos y él mismo dio la orden. “Cumplan ahora con su deber”. Tenía 56 años.

Su cuerpo y el los otros complotados quedaron colgados en la horca durante tres días, tal como indicaba la sentencia. El escarmiento no había finalizado. El 11 de julio fueron fusilados los quinteros José Diéz y Miguel Marcoy; Francisco Valdepanes, contador ordenador del tribunal de cuentas; el comerciante Francisco Tellechea y Felipe Sentenac, teniente coronel de artillería y director de la escuela de matemáticas. A este catalán, antes de morir, se lo despojó de su uniforme. El comerciante gallego Francisco Neyra y Arellano fue obligado a presenciar las ejecuciones de sus compañeros antes de ser desterrado a San Luis.

Dos días después fue ajusticiado fray José de las Animas, religioso bethlemita, muy amigo de Álzaga y cómplice en la conspiración. Había confesado haber participado en reuniones de los complotados. El 16 fueron fusilados el alférez Alfredo Castellanos, Luis Purroa, Domingo Hebra, Benito Riobó, Felipe Lorenzo, Valentín Sopeña y Antonio Gómez.

Las ejecuciones no finalizaron ahí. El 23 se ajusticiaron a otros ocho españoles. Y el 18 de agosto corrió la misma suerte Cudina.

Hubo una persecución a los españoles. Mediante un bando del día 18 de julio, el gobierno exigió que todos los españoles europeos, salvo los que revistasen en el ejército, debían entregar en el término de dos días “todas las armas de chispa y blancas largas, que tengan en su poder, bajo la pena de horca que se ejecutará dentro de 24 horas”, y sería pasible de la misma medida quien no delatase a quien oculte armas.

El 24 el gobierno consideró que el escarmiento había terminado. “Ciudadanos: basta de sangre: perecieron ya los principales autores de la conjuración, y es necesario que la clemencia substituya el rigor de la justicia. Así lo exige vuestro carácter generoso, los sentimientos de vuestro gobierno, y la respetable mediación del Ayuntamiento en favor de la vida de los cómplices”.

Desde ese día, su esposa y sus hijas vistieron luto y vivieron encerradas en su casa, y solo salían para ir temprano a misa.

Actualmente, sus restos descansan en el cementerio de La Recoleta. Pero como ocurría con los ajusticiados, se los enterraba al costado de la iglesia de San Miguel, en Mitre y Suipacha. Allí, donde actualmente está la plaza Roberto Arlt, bajo una parra fueron a parar en 1812 los restos de Martín de Álzaga, alguien que bien puede decirse que, equivocado o no, murió por sus ideales.

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