“De repente, en una grabación, no escuché nada de nada. No supe qué decir, eso no me podía estar pasando…”. Mariano Irigoyen recuerda aquel 28 de marzo de 1998. Estaba grabando un demo para el disco Colores Puros junto a la banda Nito Mestre. Tenía 28 años y ese fue el último día de su vida como músico profesional en la que llama “mi primera vida”. El instrumento se quedó allí, juntando polvo durante 10 años. “Fue el último día que toque con Nito. Yo pensaba que un músico sordo era un chiste, pero cada vez me daba cuenta que usaba más el monitor. La última vez que tocamos en vivo fue un homenaje a Cabezas y ahí ya no escuchaba nada”. Pasaron 22 años de aquel episodio.
El mazazo final de esa situación fue cuando le dieron el diagnóstico: “Me acuerdo como si fuese hoy. Fui al médico y me hice estudios el 28 de mayo de 1998, cuando ya la sordera me había tomado los dos oídos. Los médicos manejan poco de psicología. El otorrino sacó un audífono gigante con un plástico, y me dijo: ´Cuando se te mueren las células se muere el oído interno y no se regeneran. Lo que tenés es irreversible, crónico, y vas a tener que convivir toda tu vida con esto´”. Mariano estaba en lo más alto de su carrera como baterista, y después de esa visita, la vida tal como la conocía se derrumbó.
Desesperado, usó el dinero que había ahorrado durante toda su vida para viajar a estudiar música a los Estados Unidos para intentar una solución. “Me fui a Los Ángeles, pero a ver al médico número uno del mundo en audición. Me dijo lo mismo qué acá, que era irreversible, y tendría que usar audífonos. Me quedaba apenas un 30% de la capacidad auditiva. Nada para un músico. Todos usamos lo que tenemos, y para mí esa era la parte llena del vaso, con eso viví hasta hoy, ese es mi 100%. Ahora doy charlas, talleres, y hago de todo con ese porcentaje”.
Mariano era una persona con las cosas muy claras. Ya se había recibido de abogado en la Universidad Nacional de la Plata, pero tenía tantas ganas de estudiar música en el exterior, que durante su último año en la carrera tomó clases inglés todos los días. “Aquel momento me resignificó la vida, acomodó todos los valores, me cambió como persona. Prioricé un montón de cosas, como el humor y la risa. Un montón de cosas que de lo contrario no hubiese visto. Hoy no me imagino la vida sin esas herramientas. En estos 22 años hice un montón de cosas que no sé si las hubiese hecho, como ayudar a tanta gente”, comenta.
Su vida antes de ese brutal silencio había comenzado a los 12 años, cuando recibió una batería roja en Navidad y dejó el folclore por el rock. Tenía el apoyo de su mamá Susana y su papá, el abogado Mario Pedro Irigoyen. Aquel instrumento era, para él, un símbolo de libertad y democracia, ya que era 1983, y Argentina se encontró con el fin de la dictadura militar.
Hoy, Mariano Irigoyen es músico y abogado. En ambas profesiones rompe todos los estereotipos, ya que según él, es un abogado con estilo (usa lentes de sol que combinan con su pelo largo) y no se pone el traje, mientras que en la música logró lo mismo: ser un baterista hipoacúsico. Ese paralelismo es parte de su vida: siempre combinó el derecho con el rock, e incluso le sirvió como soporte y escape tras perder la audición. “Mi costado estructurado responde a eso, mis amigos me dicen ́que soy el más hippie de los abogados y el más careta de los músicos . Desde que estudié abogacía, mi carrera va con la música. Una de las mayores rebeldías es romper un estereotipo. La música es una forma de vida. Vivo las dos cosas, me gustan, y ambas se nutren”, asegura.
A pesar de no considerarse un escritor, sino un profesor, entre las obras que redactó cuando se encontró con el final de su primer vida y el inicio de la segunda -como llama él a ese tajo que trazó en el ‘98- se encuentran los libros Administración Municipal de la Producción, Derecho Administrativo Municipal, Libertad de Prensa y de Expresión en Argentina, Debatimos la Regionalización, y El Pueblo Quiere Saber (con coautoria de Sebastián Castelli). “Volví a tocar en el 2008, estuve 10 años sin hacerlo, y me dediqué a escribir para diputados y senadores. Escribir nace de la hoja en blanco y la música del silencio, esos son a su vez un paralelismo y un punto en común. Había dejado la música hasta qué un día me saltó la chapa de querer tocar otra vez, por eso estuve en un taller de reeducación auditiva. Este trabajo que yo hago en los talleres con mis alumnos tardé 10 años en aprenderlo”, agrega.
Entre su principal enseñanza destaca que, pese al golpe emocional de lo ocurrido en su carrera musical, “perder un sentido le dio otro sentido a mi vida. Tuve que resignificar los sueños. Antes mi sueño era ir a Estados Unidos, y ahora es hacer un taller con chicos hipoacúsicos, laburar por la inclusión. Ayudar a los chicos que no escuchan para que tengan oportunidades. Sufrí un golpe muy duro, hay que entender la frustración, y yo soy tremendamente emocional. Es magnífico: soy un disfrutador compulsivo, pero cuando te animás a sentir entendés lo que es sufrir de verdad”, dice el artista. Afirma vivir las sensaciones desde otra manera, a observar los detalles y a agudizar los otros sentidos.
El médico Federico Gorini (MN 126675) explica lo que le sucedió a Mariano: “El cuerpo siempre compensa todo a como dé lugar. Con los sentidos pasa exactamente lo mismo. Si una persona pierde la visión lo compensa con otras actividades. Es decir, desarrolla más el olfato y el oído. En el caso de personas con discapacidad auditiva pasa exactamente lo mismo, lo que sucede es que el cerebro compensa otras áreas. Una de las formas de percibir sonido es a través de las vibraciones, que se perciben por la estructura ósea. Eso que va llevando el ritmo, se percibe a través de la vista y las vibraciones, como el caso de Beethoven: la vibración le permite tomar conocimiento de la música”.
Un día del 2008, cuando volvió a dar clases de música en La Plata, 10 años después y como si se tratase de otra señal, entre los alumnos había una maestra que le ofreció ir a dar una clase a un colegio adaptado a capacidades diferenciales. Siempre recuerda cómo un alumno se subió al escenario con ganas de tocar. Se llamaba Francisco, un chico con discapacidad auditiva cómo él, y cuando le siguió el ritmo de sus brazos con un tambor, el padre del chico lo miró y lloró. De esta manera surgió para Mariano un nuevo camino, y pasó por diversos países formándose y dando cursos. Todo lo que aprendió se lo transmitió a sus alumnos. Chicos que, como él, viven la música con todos los sentidos de su cuerpo.
Su proyecto de integración a través de la música se llama “Música para Creer y Crecer”, y desde el 2008 tuvo más de 100 alumnos hipoacúsicos a los que introdujo en el arte, niños y adolescentes que participaron de sus talleres de percusión inclusiva. De su discapacidad nació un gran proyecto, el momento que lo cambió todo. “Una discapacidad me colocó en el lugar del otro. Cuando la gente te discrimina es porque no te tiene paciencia. La paciencia es una de las principales herramientas de inclusión. ¡Con tan poquito podés hacer tanto por alguien que no escucha!”, agrega.
“Un chico hipoacúsico piensa que la posibilidad de hacer música no existe para él. Hay estereotipos sobre la dificultad auditiva, y es importante que el problema no sea abordado desde lo dramático. Nosotros tenemos un millón de problemas como otros. No somos víctimas ni angelitos. Mis alumnos quieren tocar rock, subirse a un escenario. Eso es impulsar el límite, y hay que ayudarlos. Me muero cuando veo a los chicos tocando, es amor absoluto, no tengo palabras, es el River de ahora. Resignifiqué los sueños, es una tremenda satisfacción poder colocar ese grano de arena a la inclusión”, dice al hablar de su trabajo como activista.
El mensaje para todos aquellos que quieran luchar por un sueño es que “todos los días hay que impulsar un poquito los límites que la sociedad nos impone y que uno acepta por no cuestionarlos. Yo pude hacer música sin depender de los oídos, porque todos tenemos música en nuestro interior”. Termina su té de pétalos de rosas y concluye: “Para mí, antes la música solo entraba por los oídos, ahora es multisensorial. Manejo otro lenguaje, siento vibraciones, me manejo con las luces, uso más el recurso del tacto y la vista, y lo que se genera es más profundo. Todos podemos vivir la música sin importar que tengas una discapacidad”.
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