Con los labios apretados para evitar un temblor que de todos modos se le escapaba y los ojos levantados, como mirando a un cielo que no era otro que el techo de la sala del tribunal, el dictador Jorge Rafael Videla escuchó su condena.
Habían pasado apenas cinco minutos desde que, el 5 de julio de 2012, la presidenta del Tribunal Oral Federal Nº 6 de la Capital, María del Carmen Roqueta, había comenzado a leer el fallo y la sala estalló en gritos y aplausos al oír la pena: 50 años de prisión por su responsabilidad en veinte casos de apropiación de hijos de desaparecidos.
En palabras de la jueza, por “delitos de lesa humanidad, implementados mediante una práctica sistemática y generalizada de sustracción, retención y ocultamiento de menores de edad, haciendo incierta, alterando o suprimiendo su identidad, en ocasión del secuestro, cautiverio, desaparición o muerte de sus madres en el marco de un plan general de aniquilación que se desplegó sobre parte de la población civil con el argumento de combatir la subversión, implementando métodos de terrorismo de estado durante los años 1976 a 1983 de la última dictadura militar”.
Enfundado en un traje azul y camisa blanca con corbata gris oscuro, el condenado estaba sentado en la primera fila de los nueve acusados en el juicio conocido como “Plan sistemático de robo de bebés”.
Los otros eran el también dictador Reynaldo Bignone, los represores Jorge “el Tigre” Acosta, Santiago Omar Riveros, Rubén Oscar Franco, Antonio Vañek, Jorge Magnacco, Juan Azic, y los apropiadores Víctor Gallo, Susana Inés Colombo y Eduardo Ruffo, que recibieron condenas de entre 5 y 40 años.
Hasta ese momento se habían condenado en diferentes juicios a unas 25 personas por apropiación de menores. Pero se trataba de casos concretos en los que el acusado respondía por su propio delito.
Lo que las Abuelas de Plaza de Mayo, como querellantes en este proceso, habían intentado probar era que los 500 robos de niños que ellas estimaban que se perpetraron en la dictadura militar obedecieron a un plan sistemático diseñado desde la cúpula del Estado.
Y la sentencia les daba la razón al considerar que se ejerció el “terrorismo de Estado” mediante “la práctica sistemática y generalizada de sustracción, retención y ocultamiento de niños menores de 10 años”, bajo un “plan general de aniquilación”.
La grabación de Cecilia
Durante las audiencias, los testimonios de familiares y de los propios niños apropiados y recuperados no sólo habían conmovido, sino que dieron una idea acabada de los alcances de ese plan sistemático perpetrado para robarles su identidad.
Uno de los momentos más desgarradores fue cuando el abogado de las Abuelas, Alan Iud, hizo escuchar una grabación telefónica con la voz de una detenida desaparecida en la Escuela de Mecánica de la Armada.
“Cecilia había desaparecido en 1977. De pronto, a fines de 1983, sus padres comenzaron a recibir llamados telefónicos. Evidentemente, Cecilia estaba secuestrada. Y algunas llamadas se realizaron en 1984, ya durante la democracia. La madre consiguió grabar dos de esas conversaciones. Y nunca se olvidará el día en que pasaron esos audios en la sala”, explicó Iud al presentarla.
En la grabación, Cecilia Viñas preguntaba por el paradero de su hijo y se apresuraba a cortar la conversación por temor a sus posibles secuestradores. “La escuché muy angustiada, muy muy desesperada y me habló del hijo y me habló del marido y me pidió que le ayudáramos. Y esa es la única grabación más o menos audible que quedó de ella. Por el que preguntaba era por el hijo, porque creía que lo teníamos nosotros”, relató la madre de Cecilia.
“Nací con mi mamá atada”
Leonardo Fossati creció sin conocer su identidad a pocas cuadras de la Comisaría Quinta de La Plata, el centro clandestino de detención y tortura donde había nacido mientras su madre, Inés Ortega, de solo 17 años, militante de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) estaba desaparecida allí.
“Yo nací el 12 de marzo de 1977 en ese centro clandestino de detención estando mi mamá atada de pies y de manos ante las personas que la tenían secuestrada y que en ese mismo momento la insultaban”, dijo apenas se sentó frente al tribunal.
“Lo que sé lo sé porque una de las sobrevivientes, Adriana Calvo, participó y ayudó en el trabajo de parto de mi mamá en la celda. Fue en ese momento que la llevaron a la cocina. Y una vez que nací la llevaron conmigo a la celda donde estuvimos aproximadamente entre uno o dos días hasta que uno de los guardias entró diciéndole a mi madre que ‘el coronel me quería conocer’ y a partir de ese momento nos separaron para siempre no sabiendo mi mamá a dónde me iban a llevar, ésas fueron las circunstancias de mi nacimiento, digamos”, contó.
Relató que en 2004 se había acercado a las Abuelas de Plaza de Mayo y descubierto que sus padres eran Inés Ortega y Leonardo Fosatti, y que estaban desaparecidos. “Por eso estoy acá: para dar mi testimonio y para demostrar que esto fue verdad, no fue al azar y que fue un plan que estuvo premeditado y en el cual toda mi familia, al igual que el resto de las familias, fueron víctimas y seguimos siendo víctimas porque mis papás siguen desaparecidos y yo los sigo buscando”, les dijo a los jueces.
“Yo antes era María Sol”
Victoria Montenegro evitó durante mucho tiempo a las Abuelas y a la Justicia para proteger a su apropiador, un oficial del Ejército. Sólo después de sus muertes se atrevió a hablar.
“Yo antes de ser de Victoria era María Sol. Y cuando me llamaba María Sol, todo lo que aporté a la justicia era para proteger a mi apropiador, únicamente. Puse muchísimas trabas. Y siempre tenés esa deuda interna con vos mismo, ese vacío de no haber aportado lo suficiente a la justicia. Cuando declaré como nieta el nueve de abril de 2011 fue como exorcizar todo lo malo que hice cuando era María Sol. Mi apropiador falleció en el 2003 y mi apropiadora en el 2007. Yo los amaba profundamente, nunca los odié. Pero tengo claro que yo tuve otra vida, otro nombre y una ideología totalmente opuesta a la que debería haber sido la mía”, contó ante una audiencia conmovida y muda.
Y explicó las razones que la habían llevado a dar su testimonio en el juicio y su reconocimiento al trabajo de las Abuelas de Plaza de Mayo. “Ahora, con este juicio me queda una sensación de victoria, de saber que estas personas que nos apropiaron jamás, jamás, jamás… iban a pensar que un grupo de amas de casas, como eran entonces las abuelas, iban a llegar adonde han llegado. Todo ese abanico de avances científicos, de ciencia junto con amor, jamás se lo imaginaron. Yo te lo puedo decir porque me crio un cuadro del Ejército y sé que jamás pensaron que las abuelas llegarían adonde han llegado”, dijo.
El corazón dividido
Carlos D’Elía no fue criado por quienes secuestraron a sus padres, sino que fue entregado a una familia. Su caso, como el de otros nietos que no quedaron en manos de represores, fue el de tratar de unir los pedazos rotos.
“Recuperé mi identidad en 1995, con 17 años. Siempre fui criado con mucho amor y, pese a lo que ocurrió, no puedo ir en contra de lo que siento. A Carlos y a Marta, las personas que me criaron, los quise y los quiero como padre y madre. Mucho de lo traumático tuvo que ver porque ellos estuvieron presos durante nueve meses cuando los juzgaron por apropiarse de mí. Yo iba a visitar a mis viejos todos los días de esos nueve meses. Y al mismo tiempo trataba de conocer a mi familia biológica. Carlos y Marta, por más que criaron con mucho amor, no habían hecho las cosas como correspondía y por eso estuvieron detenidos. Yo lo único que podía hacer en esos momentos es ser lo más auténtico posible, ser como soy y abrirme a mi familia biológica, a mi abuela, primos y tíos que tanto me habían buscado durante 17 años. Y en casi todos ellos encontré mucho amor y mucha compresión”, explicó en el tribunal.
La Abuela Rosa
Con sus 92 años a cuestas la vicepresidenta a Abuelas de Plaza de Mayo, Rosa Roisinblit, relató su propia historia, pero también la de las Abuelas y cómo su labor consiste en mucho más que recuperar a sus nietos y restituirles la identidad.
“Yo salí a manifestarme a la calle el mismo día que se llevaron a mi hija, el 6 de octubre de 1978, que estaba embarazada de ocho meses. Entonces nadie hablaba de desaparición de personas, solo de detención. Lo que nunca me imaginé que mi nieto iba a nacer en el campo de concentración de la ESMA el 15 de noviembre de 1978. Y al cabo de mucho tiempo buscándolo me encontré con un nieto de 21 años. Ahora ya es un hombre mayor de edad, está casado, tiene dos bebés”.
También explicó como el paso del tiempo obligó a las Abuelas a cambiar sus estrategias, no sólo para recuperar a sus nietos, también para relacionarse con ellos:
“Nuestras estrategias de las Abuelas tuvieron que ir cambiando a medida que cambian la edad de nuestros nietos. Al principio exigíamos que los nietos volvieran con la familia biológica. Después, tratábamos de acercarnos a ese nieto y hacerle entender. No era fácil para un chico de 16 años saber que esas personas son unos apropiadores. Y entonces recurrimos a un equipo de psicólogos. Después aparecieron nietos que eran ya adultos y casados. No se puede pretender que vivan con las abuelitas. A mi nieto le llevó un poco de tiempo asumir la realidad, pero finalmente él está orgulloso de ser mi nieto y a sus hijos le pone mi apellido, que no tendría por qué hacerlo. Y yo con eso me conformo”, describió.
Videla: “Hijos de terroristas”
El dictador Videla dio su testimonio casi al final del juicio, el 26 de junio, cuando pidió decir sus últimas palabras –antes del fallo– ante los jueces.
Sin dar ninguna muestra de arrepentimiento, volvió a definirse –como en todos los juicios a los que había sido sometido hasta entonces– como un “preso político” y se quejó de que “los militarmente derrotados se encuentran hoy ocupando cargos públicos”.
“Las parturientas eran militantes activas de la maquinaria del terror” y “muchas usaron a sus hijos como escudos humanos”, se despachó, pero de inmediato quiso negar la existencia de un plan sistemático de apropiación de hijos de desaparecidos: “Si la sustracción de un menor tuvo lugar, no respondió a una orden”, dijo para eludir su responsabilidad.
Y terminó con el mismo tono castrense que utilizaba cuando era el jefe máximo del Estado Terrorista instalado en la Argentina durante la dictadura. Si tenía que cumplir una condena, dijo, lo iba a hacer como “un acto más de servicio a Dios y a la Patria”.
Nueve días después de esas palabras, el 5 de julio, los jueces María del Carmen Roqueta, Julio Luis Panelo y Domingo Luis Altieri fijaron la duración de ese “acto de servicio”: 50 años de prisión.
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