Juan Domingo Perón murió el 1º de julio de 1974. A las 14.05, sentada en el sillón presidencial que tantas veces había usado su marido, teniendo a su lado -en claro mensaje de los poderes del Estado- al senador José Antonio Allende, el diputado Raúl Lastiri y al titular de la Corte Suprema de Justicia, Miguel Ángel Bercaitz, y atrás, parados, los miembros de su gabinete, los comandantes de las FFAA y los edecanes, Isabel Martínez de Perón leyó un corto texto por cadena nacional que le había preparado Gustavo Caraballo y dijo:
“Con gran dolor debo transmitir al pueblo el fallecimiento de un verdadero apóstol de la paz y la no violencia. Asumo constitucionalmente la primera magistratura del país, pidiendo a cada uno de los habitantes la entereza necesaria, dentro del lógico dolor patrio, para que me ayuden a conducir los destinos del país hacia la meta feliz que Perón soñó para todos los argentinos”.
El mismo día, luego de conocerse oficialmente el deceso de Perón, José López Rega dirigió otro discurso en cadena nacional, emitido desde el salón “A” de la residencia de Olivos, que comenzó diciendo: “Al pueblo argentino: con gran pesar, debo confirmar al pueblo argentino la infausta noticia del paso a la inmortalidad de nuestro líder nacional el general Perón.” Estaba claro que lo importante no era el contenido de su discurso, plagado de lugares comunes, más extenso que el de la Presidenta. Lo trascendental fue que el orador estaba mandando un mensaje a la clase política. Ahora, también, había llegado su momento en la historia.
En el libro Tras las bambalinas del poder, sobre las experiencias de gobierno de Gustavo Caraballo, realizado por Guillermo Gasió, el ex Secretario Legal y Técnico de la Presidencia de la Nación, relató que en sus últimos días Juan Domingo Perón le habló de un decreto por el cual se le transferiría el poder a Ricardo Balbín. “Cuando Perón se enferma para no recuperarse ya más -dice Caraballo-, y el día debe haber sido el martes 18 de junio, y los ministros delegan en López Rega las relaciones con el líder enfermo pues no podía recibir visitas (López Rega volvió a la Argentina el jueves 20 de junio), yo le envío a Olivos sólo los decretos más importantes no más de 5 o 6 en 10 días. Siempre me prohíben el acceso a Perón… no podía verlo a Perón”.
Sigue contando Caraballo que uno de esos días, en los que el presidente de la Nación ya se encontraba muy afectado físicamente, en presencia del jefe de la Casa Militar, López Rega le dijo que Perón lo quería ver “por un proyecto que yo tenía antes para delegarle el poder a Balbín”. Como correspondía, Caraballo pidió conversar con Perón pero el Ministro de Bienestar Social le impidió el paso, sosteniendo que Perón “ya estaba demente al pensar en dejar la Presidencia a Balbín en lugar de Isabel. Nunca más pude ver vivo a Perón…”
El 1º de julio, a las 13.15, falleció Juan Domingo Perón y a las pocas horas la clase política comenzó a desfilar por la capilla ardiente que se había levantado en el living del chalet de la Residencia Presidencial de Olivos. Cuando se abrazó con Balbín ella le dijo: “Doctor, el general me hablaba tanto de usted…”. También el ex presidente le había aconsejado: “Nunca tomes una decisión importante sin consultar con Balbín”. Por lo tanto Balbín no se sorprendió cuando fue invitado a Olivos a entrevistarse con la presidenta de la Nación, a las 13 horas del viernes 5 de julio.
Cuando Balbín llegó a la residencia presidencial, acompañado de Enrique Vanoli, al ingresar al chalet se encontró con José Ber Gelbard. Al rato fueron llegando los miembros del gabinete nacional; los titulares de ambas cámaras del Parlamento; el presidente de la Corte Suprema de Justicia; los tres comandantes generales de las FFAA; los secretarios generales de la CGT y las 62 Organizaciones y el Secretario General de la Presidencia. Estaba claro, entonces, que no iba a ser una reunión privada dada la asistencia multitudinaria.
La cumbre se dispuso en el gran comedor de estilo inglés del chalet presidencial. Luego de los saludos de estilo a cada uno de los presentes, la presidenta de la Nación —o Isabel como se la llamaba— tomó la palabra. Agradeció la asistencia de todos y en especial a Balbín por el discurso que había pronunciado en los funerales de su marido, y que habían tenido amplia repercusión nacional. Seguidamente, Isabel planteó un tema que muchos hablaban en privado, sobre la inconveniencia de que José López Rega continuara viviendo en la residencia presidencial no estando ya Perón. Elogió la capacidad de trabajo y lealtad de López Rega, a “quien Perón consideraba como un hijo”. Preguntó a los presentes qué opinaban.
Ésta es la versión de Heriberto Kahn en su libro Doy Fe y que fue tomada por Joseph A. Page en Perón, una biografía. Sin embargo, la cuestión era otra: se estaba dilucidando cuál sería el papel de López Rega a partir del fallecimiento de Perón. Se definía el perfil del nuevo gobierno.
El primero en hablar fue el titular de Trabajo, Ricardo Otero, quien se deshizo en ponderaciones hacia su colega de Bienestar Social. La exposición de Otero, observó más tarde Benito Llambí, “me reveló a las claras que el asunto estaba debidamente preparado”. En términos parecidos a Otero se expresó Juan Alberto Vignes.
Ricardo Balbín le explicó a Isabel la conveniencia de preservar la imagen presidencial de manera “inmaculada” y aconsejó evitar la influencia hegemónica del Ministro de Bienestar Social. Teniendo en cuenta el inicio de una nueva etapa del gobierno, había que “quitar del camino” a aquellos factores que pudieran parecer irritativos: “Si usted considera necesario el asesoramiento político del señor López Rega puede seguir contando con él desde las funciones que desempeña como ministro de Bienestar Social”. Este final fue clave porque Balbín, dentro de los límites de la prudencia, estaba acotando la geografía de López Rega dentro del Poder Ejecutivo Nacional.
El semanario Ultima Clave, del 11 de julio, dijo que también señaló “fallas en el aparato de informaciones”, en abierta crítica al secretario Abras. “A su esposo se le hacía una propaganda que no necesitaba, que le hacía daño a él y al país. Usted tampoco la necesitará, señora”. Benito Llambí recordó que Balbín afirmó que no entendía su presencia en la reunión “en tanto se iban a considerar asuntos de gobierno y de carácter reservado. Su tono de voz revelaba a la vez extrañeza y molestia.”. Posteriormente, alguien, le va a adjudicar a Balbín el hablar sobre que había armas en el Ministerio de Bienestar Social. Eso no fue cierto.
Jorge Taiana en su libro El último Perón sostiene que recordó a los presentes que con la muerte de Perón había llegado el fin de la “verticalidad” y le recordó a López Rega –sentado a su izquierda—la obligación de los ministros de limitarse al área fijada por la Ley de Ministerios.
Taiana advirtió que sólo los ministros Llambí y Robledo coincidieron con sus palabras. Los demás “mostraron tibieza o franco apoyo a López Rega”, observó. Benito Llambí fue el más explícito, al relatar que lo que se estaba tratando era la posibilidad de que López Rega se convirtiera en Primer Ministro (figura que no existía en la Constitución Nacional), a ser “ministro-enlace” con la Presidenta de la Nación. Eso significaba que todos los asuntos, antes del llegar al despacho de Isabel, debían pasar por sus manos. En términos parecidos se expresó el senador José Antonio Allende al criticar la figura de ministro-enlace o Primer Ministro. Todos los restantes participantes ponderaron a López Rega, otros no dijeron nada, o “tiraron la pelota afuera”, como observó una fuente al periodista Heriberto Kahn.
María Estela Martínez de Perón cerrando la reunión con la frase “lo que fue bueno para Perón, será bueno para mí; así como lo que fue malo para Perón, será malo para mí”, mantuvo a José López Rega dentro de Olivos y un año más tarde fue sacado por la escolta del Regimiento de Granaderos a Caballo. En el ínterin, a los pocos días renunciaron Taiana y Lima. Luego partirían Benito Llambí y Robledo. José Antonio Allende dejó de ser vicepresidente provisional del Senado, y poco más tarde José López Rega, como secretario privado de la Presidenta, sería designado “coordinador” del gabinete conservando su cargo de Ministro de Bienestar Social.
Cuando terminó la reunión, Balbín –que ya estaba molesto—le habría dicho a Taiana que esperaba que fuese la primera y la última reunión de esa naturaleza: “La expectativa creada le hace muy mal al país”. Al subirse al automóvil que lo llevaría de vuelta a la Capital Federal, Balbín le comentó a Enrique Vanoli: “Esto ha sido una trampa”.
Al día siguiente, sábado 6 de julio, La Razón informaba en tapa que Dolores Eyerbe sería la secretaria privada de la presidente, con lo que cesaba en ese puesto López Rega, y que el Ministro “abandonaría en breve la residencia presidencial de Olivos”. Nada de eso sucedió.
Algunos dirán que ese cónclave estuvo finamente preparado para ratificar a López Rega. Otros afirmarán que ese día Isabel estaba dispuesta a relevar a López si se hubiera expedido una opinión mayoritaria en ese sentido. Muchos concuerdan con Heriberto Kahn que ese 5 de julio de 1974 se podía haber reencauzado el proceso institucional, pero es entrar en juego de hipótesis que la Argentina de esos días parecía no soportar. “Perón ha muerto demasiado pronto” escribió el periodista español Emilio Romero en Madrid, mientras aquí se desataba la guerra por su sucesión en medio de los crímenes de Montoneros y los grupos de ultraderecha.
Horas más tarde de aquella cumbre del 5 de julio en la residencia presidencial de Olivos, Balbín, entrevistado por La Razón dio una respuesta que expresaba un deseo de muchos, pero que no se escuchó: “Pareciera que estamos en un país sin suerte. Todos son episodios que implican imponderables imprevistos. Yo le temo a la descomposición, por eso lucho por esta estabilidad. Es la hora de todos. Idiomáticamente tal vez no sea muy ortodoxo, pero todos debemos ‘empujar’ un poquito”.